Capítulo XVIII

Thor oyó el ladrido de los perros a un kilómetro de distancia, pero tenía más motivos que antes para no huir de ellos. No les tenía miedo, pues la experiencia le había probado que no eran difíciles de vencer. En cambio, le inquietaba lo que iba tras ellos, a pesar de que aquel mismo día había estado frente a frente de la cosa que tan extraño olor difundiera por el valle sin que este encuentro hubiera tenido malas consecuencias. Además, de nuevo buscaba a Iskwao, la osa, y no es el hombre el único animal que arriesga su vida por el amor.

Después de matar al último perro, al anochecer del día en que fue perseguido por ellos, Thor hizo lo que Bruce imaginó que habría hecho: en vez de continuar hacia el Sur, dio un amplio rodeo dirigiéndose al Norte. En la tercera noche después del combate y de la pérdida de Muskwa, encontró de nuevo a Iskwao. Poco antes había muerto Pipoonaskoos, y el mismo Thor pudo oír el pistoletazo con que Bruce lo matara. Pasó aquella noche y el día y la noche siguiente con Iskwao, y luego la dejó una vez más. Buscábala por tercera vez cuando, sin quererlo, halló a Langdon y luego oyó el ladrido de los perros sobre su pista antes de haber podido husmear su presencia.

Dirigíase hacia el Sur, con lo que se acercaba al campamento de los cazadores. Andaba por las altas vertientes, en donde había prados, fajas pedregosas, profundos cauces de regatos y, de vez en cuando, montones de rocas. Seguía cara a la dirección del viento, para no dejar de percibir las emanaciones de Iskwao, la osa. Al oír el ladrido de los perros, no descubrió el olor de estos animales ni el de los cazadores que los seguían a caballo, porque el viento le era desfavorable.

En otra ocasión cualquiera no habría dejado de poner en práctica su estratagema favorita de dar un rodeo para que se le presentara el peligro de cara, con el viento a su favor, mas había abandonado toda prudencia por el deseo que tenía de encontrar a su compañera. Los perros estaban a cosa de ochocientos metros cuando el oso se detuvo de pronto, husmeó el aire y luego continuó apresuradamente su camino, hasta que se vio detenido por una estrecha y profunda trocha.

Por ella avanzaba Iskwao subiendo aprisa la montaña; el ladrido de los perros aumentó en intensidad cuando Thor fue al encuentro de la hembra. Ésta olió el hocico de Thor y ambos continuaron la ascensión con las orejas vueltas hacia atrás y profiriendo rugidos de amenaza.

Thor sabía que su compañera huía de los perros y sintió que la cólera lo invadía mientras subía la montaña con la osa. Una semana antes, al ser perseguido por los perros, Thor se mostró valeroso combatiendo, pero ahora, cuando el peligro amenazaba a su compañera, habíase convertido en un terrible y despiadado demonio.

Fue quedándose atrás para defender a Iskwao; por dos veces se volvió, con los dientes brillantes bajo los belfos contraídos, y su rugido, al resonar como lejano trueno, infundió pavor a sus enemigos.

Cuando llegó a lo alto de la trocha estaba bajo la sombra de un picacho, y, mientras tanto, Iskwao desaparecía en la altura. Habíase refugiado en un caos de rocas y la divisoria de la cima de la montaña no estaba ya a más de trescientos metros. Thor miró hacia arriba y, observando que Iskwao estaba a salvo, examinó el terreno en el que se hallaba y vio que había espacio suficiente para pelear. Los perros estaban ya muy cerca; Thor se volvió y los aguardó.

Medio kilómetro hacia el Sur estaba Langdon mirando con los gemelos. Vio a Thor y en el mismo instante aparecieron los perros en el extremo de la trinchera. El cazador se hallaba entonces casi a la misma altura que Thor, y como desde donde estaba podía observar muchos kilómetros cuadrados de la extensión del valle, descubrió fácilmente a Bruce y al indio, los cuales desmontaban al pie de la trocha y echaban a correr por ella, montaña arriba.

Langdon volvió a mirar a Thor, el cual estaba estrechamente cercado por los perros, hasta el punto de que no podría pelear con ellos en tan reducido espacio. Al mirar hacia arriba, vio a Iskwao que se había detenido en su ascenso. El cazador comprendió entonces que aquélla era la hembra. Evidentemente, no había salvación para el oso gris si los perros conseguían detenerlo por espacio de diez o quince minutos, porque en seguida aparecerían Bruce y Metoosin y éstos podrían disparar a mansalva desde menos de cien metros de distancia.

Langdon guardó los gemelos en su estuche y echó a correr hacia donde se iba a desarrollar el drama. Venciendo apresuradamente las dificultades del camino, consiguió avanzar cosa de ciento cincuenta metros, pero ya no pudo avanzar más por causa de una profunda grieta que le cortó el paso. Entonces calculó que se hallaba a unos trescientos cincuenta metros de Thor, el cual presentaba cara a los perros, con la espalda adosada a unas rocas.

Langdon temió ver aparecer de un momento a otro a Bruce y a Metoosin, y se dijo que, aun consiguiendo hacerse oír de ellos, era imposible darles a entender cuáles eran sus deseos. Ellos no podrían comprender por sus gritos que debían abandonar la caza de un animal que en vano habían perseguido durante dos semanas. Solamente había un medio de salvar a Thor, si no era ya demasiado tarde. Vio que la jauría retrocedía entonces un poco y con su rifle apuntó a los perros. Hallábase obsesionado por una idea fija: la de salvar a Thor a todo trance, porque debía su propia vida a la magnanimidad del oso gris.

No vaciló en oprimir el gatillo. El tiro fue demasiado alto y la primera bala dio a cincuenta metros de los perros. Volvió a tirar y de nuevo erró, pero su tercer tiro tuvo por respuesta un alarido de dolor. Uno de los perros rodó por la vertiente montaña abajo. Y nuevamente apuntó Langdon sobre sus perros.

Los disparos no parecieron impresionar a Thor, pero al ver que sus enemigos caían rodando por la vertiente, volviose despacio en busca del amparo de las rocas. Oyose el cuarto y luego el quinto disparos, y, al herir éste a un perro, los demás retrocedieron considerando el lugar poco seguro. Uno de ellos iba cojeando por haber recibido un tiro en una pata anterior.

Langdon observó la cima de la montaña. Iskwao estaba llegando a ella y se detuvo un momento para mirar hacia abajo. Luego desapareció.

En cuanto a Thor, estaba oculto entre unas rocas, pero seguía el rastro de su compañera. Dos minutos más tarde desapareció él a su vez, precisamente cuando asomaban por el extremo de la trocha Bruce y Metoosin. Desde donde se hallaban, tenían a tiro la cima de la montaña; para evitar que disparasen, Langdon empezó a gritar, y cuando observó que lo miraban, les señaló la cima de la montaña.

Thor la trasponía entonces. Detúvose un momento en compañía de Iskwao y por última vez miró a los hombres.

En cuanto a Langdon, movió la mano hacia él, a guisa de saludo, y gritó:

—¡Buena suerte! ¡Buena suerte, amigo!