Capítulo X

De no haber sido por Langdon, el día de la lucha entre los dos osos habría sido más excitante y peligroso para Thor y Muskwa. Tres minutos después que los cazadores hubieron llegado, sin aliento y sudorosos, a la escena del sangriento duelo, Bruce estaba ya dispuesto, deseoso de perseguir a Thor. Sabía que el enorme oso gris no podía andar lejos; estaba seguro de que la fiera había emprendido la ascensión de la montaña y hasta encontró huellas de las patas del oso en la arena de un regato, precisamente en el momento en que Thor y su compañero se aventuraban por el sendero de las cabras en lo alto de la montaña.

Sus argumentos no convencieron a Langdon. Emocionado intensamente por lo que había visto y por lo que estaba viendo entonces a su alrededor, el cazador naturalista se negó a salir del lugar del combate, cuya tierra estaba removida y manchada de sangre, en donde el oso gris y el negro habían luchado con tanta fiereza.

—Aun sabiendo que no tendría ocasión de disparar un solo tiro, sería capaz de hacer un viaje de cinco mil kilómetros sólo por ver esto —dijo—. Es emocionantísimo. Espectáculo más impresionante no se ha ofrecido a mis ojos en toda mi vida. El oso gris no se perderá por eso. Vamos a examinar estos lugares y a tratar de poner en claro lo ocurrido.

Langdon recorrió minuciosamente el campo de batalla, observando todos los detalles que revelaban la fiera lucha que allí se había librado. Examinó las terribles heridas del oso negro. Bruce, mientras tanto, contemplaba los restos del reno, y llamando a Langdon, le dijo:

—Si te interesa la historia de lo que aquí ha ocurrido, fíjate en ese reno medio devorado.

Durante unos momentos estuvieron examinando los restos del reno y las huellas que junto a él había, y luego dijo Bruce:

—Estabas en lo cierto, Jimmy, al suponer que el oso gris es carnívoro. La pasada noche debió de matar este reno, y sé que lo hizo él y no el negro por las huellas que señalan su paso cuando lo trajo arrastrando hacia este lugar. Y ahora, si me acompañas, te enseñaré dónde atacó al reno.

Siguió las huellas del oso en dirección inversa y llegaron así al lugar en que Thor sorprendiera a los dos renos, matando al más joven, y por allí había también señales del festín que se dieron Thor y Muskwa.

—Después de hartarse, escondió en el bosquecillo el resto de la caza —continuó Bruce—. Y esta mañana apareció el oso negro, descubrió la carne y saqueó el escondrijo. Luego volvió el oso gris y al sorprender al ladrón, se irritó y le dio su merecido castigo. Esto es lo que ha ocurrido, Jimmy.

—¿Crees que volverá por aquí? —preguntó Langdon.

—No, de ninguna manera. Ten la seguridad de que no comería de esta carne aunque estuviera muriéndose de hambre. Lo ocurrido le ha hecho cobrar la mayor antipatía a este lugar.

Langdon continuó examinando el campo de batalla y mientras tanto Bruce empezó a buscar las huellas de Thor. Luego, a la sombra de los árboles. Langdon estuvo escribiendo por espacio de una hora, interrumpiéndose a veces para establecer nuevos hechos o confirmar los ya observados. Mientras tanto, el montañés iba andando a lo largo del regato y, aunque Thor no había dejado huellas de sangre, Bruce consiguió cerciorarse de que había pasado por allí. Cuando regresó adonde estaba Langdon, su rostro expresaba viva satisfacción.

—Subió por la montaña —dijo concisamente.

Al mediodía emprendieron el camino y llegaron al lugar en que Thor y Muskwa divisaron al águila siendo testigos del rapto del cabrito. Allí comieron los dos cazadores, y gracias a sus instrumentos ópticos pudieron examinar detalladamente los valles que se ofrecían a su vista. Bruce guardó silencio por algún tiempo, pero bajando su anteojo, se volvió a Langdon y le dijo:

—Me parece que ya sé por dónde anda nuestro oso. Sospecho que hemos establecido nuestro campamento demasiado al Sur. ¿Ves ese bosquecillo? En él debimos acampar. ¿Qué te parece si nos instaláramos ahí?

—¿Hoy mismo? ¿Y abandonaremos la persecución de nuestro oso?

—¡Claro! Mañana podemos continuar. Vale más que ahora vayamos en busca de nuestros caballos.

Langdon guardó sus gemelos y se puso en pie. De pronto, prestó atención y preguntó:

—¿Qué es eso?

—No oigo nada —contestó Bruce.

Escucharon ambos con la mayor atención y luego Langdon, muy excitado, preguntó:

—¿Has oído?

—¡Los perros! —contestó Bruce.

—Sí, los perros.

Se inclinaron los dos hacia el Sur y débilmente llegaron a ellos lejanos ladridos.

Metoosin había llegado con los perros y andaba buscando a los cazadores por el valle.