Esta vez despierta sin tubo. La enfermera le da agua, que él agradece infinitamente, sólo con la mirada. Todavía no puede hablar, sí mover la cabeza, mirar a los costados. En la mano izquierda siente el calor de una mano: es la de Nieves, que sonríe mansamente, entre lágrimas. En la derecha, la que está vendada, hay otra mano: es la de Fermín. Él forma lentamente con los labios la palabra r-oc-í-o. Nieves mueve la cabeza negando algo, al parecer no quiere que Fermín hable. Pero él forma otra vez con los labios mudos la palabra m-u-r-i-ó, mientras los ojos y las cejas ponen el signo de interrogación.
—Sí, murió en el acto —dice Fermín y se muerde el labio.
Él cierra los ojos y pierde el sentido, sólo por un instante. Entonces vuelve a interrogar con los ojos. Y Fermín completa la información.
—Los Vargas también murieron. Sos el único sobreviviente. Tuviste varias fracturas, en las piernas, en la muñeca, pero te operaron anoche y vas a quedar bien. El cirujano nos lo aseguró.
Nieves le acaricia la mano y él hace un penoso esfuerzo por sonreír. Al final lo consigue y sonríe.
—Ayer les telefoneé a Raquel y a Camila —dice Nieves— para avisarles del accidente y asegurarles que estabas bien.
Él sintió que de nuevo le invadía la somnolencia.
Cuando abrió otra vez los ojos, el panorama había cambiado. Sólo estaba Fermín. Le dijo que Diego y Águeda habían llevado a Nieves a su casa, porque estaba agotada. Desde que lo trajeron en la ambulancia, ella no se había movido del sanatorio.
Entró la enfermera con la sonrisa puesta y le dijo que ya podía empezar a hablar, pero de a poco, nada de discursos, homilías o catilinarias. Él sonrió, apreció el componente de humor y quiso estrenarse diciendo «gracias», pero le salió un extraño ronquido que no reconoció como su voz.
Una hora después, cuando por fin pudo articular una frase con su voz normal, fue para hacerle un pedido a Fermín.
—Por favor, cuando puedas enviales un fax a Raquel y Camila, sólo con este texto: «Estoy relativamente bien. Todavía en el sanatorio. Dicen los médicos que saldré del paso. Besos, abrazos y S. O. S. Las quiere, Javier».
Con los ojos cerrados alcanzó a rememorar: «Mi cuerpo es lo único mío», para luego añadir un complemento, popurrí de cinismo y autoburla: «Está jodido el pobre».