Querida hermana: Hace casi un mes que recibí tu inesperada carta y si he demorado en responderte se debe a que me hiciste reflexionar a fondo y hasta sentir un poco de culpa en cuanto al progresivo decaimiento de nuestra relación. ¿Por qué pudiste vos escribir esa carta, difícil y problemática, y en cambio yo no lo hice ni tuve jamás intención de hacerlo? ¿Será que mis rencores son más resistentes que los tuyos? Siempre he pensado que, por ejemplo, cuando una pareja se separa (y tengo por qué saberlo) nunca ocurre que uno sea totalmente inocente y el otro totalmente culpable. Tal vez ocurra lo mismo con el progresivo deterioro de una relación fraterna. Por eso tu carta me sacudió. Al menos supiste encontrar tu vestigio de afecto aún sobreviviente y decidiste apoyarte en él para tirarme un cabo. Cabo que recojo y te prometo no soltar. Te confieso que de Gervasio siempre me sentí lejano. No creo que ni él ni yo podamos rescatar una cercanía afectiva que por otra parte nunca existió. Pero tu caso era y es otro, muy distinto. La aurícula frívola de mi corazón suplente (también llamado mala conciencia) intentaba igualarlos, pero la aurícula sensible de mi corazón y/o conciencia titular siempre asumió la diferencia. Que Gervasio y yo nos sintiéramos distantes, significó para mí un dato marginal, pero que vos y yo no nos lleváramos bien fue una carencia básica, un hueco en mi modesto itinerario de vida. O, para decirlo en términos contables, un déficit a enjugar. En fin de cuentas, que Gervasio no me importara o que yo no le importara a él, no significaba ni significa ningún trauma, pero desde chico miré con involuntaria envidia a aquellos compañeritos que tenían una hermana y se protegían o ayudaban mutuamente. Además, la relación entre hermano y hermana suele ser más nutricia y estimulante que la de hermanos varones o de hermanas mujeres entre sí. La contigüidad hermano-hermana viene a menudo cubierta por una niebla de pudor que censura la confidencia pero también la hace más tierna o más sutil y acaso por eso más verdadera. La confidencia entre hermanos varones suele ser más brutal o más zafia; la que ocurre entre hermanas, más mentirosa y competitiva. Ya lo sé, cuando leas esto es probable que la memoria te alcance varios ejemplos que refutan mi peregrina teoría. Yo mismo podría aportar unos cuantos más. No descarto que mi planteo sea apenas una forma indirecta y tal vez inconsciente de prestigiar y valorar tu carta, que es de las buenas cosas que me han ocurrido desde que regresé. La otra fue mi actual relación con Rocío. ¡Fijate que ni siquiera te la presenté! ¡Qué bruto! Te prometo que desde ahora todo será distinto. No importa que estés allí y yo aquí. Simplemente me reconforta que desde uno y otro lado vamos a emprender con paciencia, esperanza y buena fe la reconstrucción del afecto que nos merecemos. Vos pusiste el primer andamio. Aquí va el segundo. Y también una pregunta: ¿puedo mostrarle tu carta y mi carta a Nieves? Estoy seguro de que la harían feliz. Me consta (aunque ella nunca lo menciona) que una de las frustraciones de su complicada vida ha sido la dispersión (no sólo geográfica sino sobre todo afectiva) que año tras año se fue acentuando entre sus hijos. Creo que a sus años le debemos esta buena noticia. Te quiere, Javier.