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Este artículo, «Las mafias legales», fue el tercero que Javier envió a la Agencia:

«Mafias. De la droga, el contrabando de armas, el mercado negro, la prostitución, los niños para trasplantes. Mafias de vigencia universal. Conocidas y reconocidas. En apariencia, todos los gobiernos las combaten. Infructuosamente, claro. Al final, casi todos claudican. Unos por despecho y otros por cohecho. Las distintas mafias actúan a menudo como una federación: se protegen, se complementan, intercambian datos, alarmas, sondeos. Pero otras veces (digamos en Sicilia, Nueva York, Medellín y últimamente en la Rusia de Yeltsin) las mafias se aniquilan entre sí. Suelen designar ministros, pero también los hacen destituir. Su poder en la sombra, su pujanza clandestina, su infiltración en los tenderetes multinacionales donde se toman las máximas decisiones financieras, las convierten en respetables y pundonorosas.

»Ésas son, por supuesto, las mafias ilegales, clandestinas, antirreglamentarias. La paradoja es que su tradición y su antigüedad les otorgan una fiabilidad y una impunidad envidiables. No obstante (y eso también forma parte del tinglado) siempre hay, aquí y allá, alguna operación que se detecta y en ese caso la correspondiente incautación merece una amplia publicidad. A veces la información refleja con objetividad una represión verdadera y compacta; pero otras veces puede servir para enmascarar tráficos mucho más abundantes y de trascendencia millonaria.

»Las que no lo tienen tan fácil son las mafias legales, ya que no disponen de la protección multinacional ni del infinito aval de las ilegales. Aunque las hay muy poderosas, las mafias legales suelen ser más endebles, más indefensas, más desvalidas. La mayoría se van creando por generación poco menos que espontánea, cuando el decaimiento de los controles y la cultura de la corrupción van formando una red de transacciones y tentaciones, aptas para convocar a los neófitos y permitir que éstos organicen modestas mafias legítimas, gracias a las cuales logran hacer su agosto en cualquier mes del año. Las zancadillas administrativas, el mundo compulsivo del deporte, los entresijos bancarios, ciertas campañas insidiosas de los mass media, el empalago del jet set, las pinchaduras telefónicas, los hornos crematorios de la fama, el alud de la publicidad, no precisan del soborno o del apaño, ni siquiera de las trampas punibles.

»Las mafias legales no se apartan de la ley, ni infringen la Constitución. Siempre disponen de asesores y jurisperitos que no les dejan traspasar el borde de lo consentido. En el ámbito del deporte, por ejemplo, la FIFA es una autoritaria organización que linda con el abuso y la extorsión, con la explotación ostensible del deportista, pero ¿depende acaso de una autoridad internacional que controle sus finanzas y juzgue sus posibles arbitrariedades? Un cacique como el honorable Jean Marie Faustin Godefroid Havelange jamás dejará un resquicio para el descrédito. Como anota Eduardo Galeano, “Havelange ejerce el poder absoluto sobre el fútbol mundial. Con el cuerpo pegado al trono, rodeado de una corte de voraces tecnócratas, Havelange reina en su palacio de Zurich. Gobierna más países que las Naciones Unidas, viaja más que el Papa y tiene más condecoraciones que cualquier héroe de guerra”. Esa mafia legal mueve, según confesión del mismísimo Havelange, nada menos que 225 mil millones de dólares. ¿Cómo no va a arremeter contra el inerme Maradona, que se atrevió a propiciar una asociación internacional de futbolistas para enfrentar a este mandamás despótico, insolidario y sin escrúpulos? Mientras los deportistas arriesgan sus meniscos y sus tibias sobre el césped, en una trayectoria que siempre es breve, el grande capomafia de las canchas lleva veintiún años arrellanado en su silla gestatoria, impartiendo bendiciones y sobre todo maldiciones, con total impunidad.

»Precisamente la impunidad es el denominador común de otras mafias legales, menos prominentes que la FIFA. Los sobornos, los cohechos, de las mafias ilegales, suelen dejar huellas jurídicas o administrativas. Pero los favoritismos, los “enchufes”, los acomodos, las canonjías, los privilegios semioficiales, no son contabilizados. Sólo se inscriben en la memoria confidencial de los favorecidos y los favorecedores.

»Las mafias legales tienen arraigo hasta en algunos sectores de la cultura. En ciertos certámenes literarios, con suculentas recompensas, varias semanas antes del fallo respectivo ya se conoce el nombre del agraciado. Hay mafias de críticos, o más bien de autores de reseñas, que mucho antes de leer un libro ya saben si les va a gustar o no. En consecuencia, no van a tomarse el trabajo de leerlo. Por otra parte, las solapas suelen ser ilustrativas, proporcionan buena información y en consecuencia ahorran bastante tiempo.

»Hay mafias legales en concursos de belleza, en programas de radio y de televisión, en encuestas sutilmente orientadas que luego pesan sobre los resultados electorales, en los vaivenes de la Bolsa, en las revistas del corazón, en las asociaciones de skinheads. A diferencia de las ilegales, las mafias legales no participan en la corrupción pura y dura ni en el soborno desembozado. Se limitan a manejar sutilmente las preferencias y las dispensas, los monopolios del elogio y el patrocinio de la diatriba, los beneficios y los maleficios, las franquicias y las descalificaciones, las glorificaciones y los anatemas, las evasiones fiscales y los meandros de la hipocresía.

»Con alguna excepción, las mafias legales no manejan grandes capitales sino corrientes de opinión. Pero las corrientes de opinión sirven a los grandes capitales y también a las ambiciones políticas. Por su parte, los partidos políticos, sin constituir mafias legales propiamente dichas, adoptan, aplican y adaptan muchos de sus procedimientos más corrientes. También, como ellas, descalifican, halagan, engatusan. Los partidos suelen pedir en préstamo a las mafias legales su repertorio de agravios y lo dejan caer sobre el rival como macetas desde una terraza.

»Las mafias clandestinas tratan de pasar inadvertidas, no les conviene que sus operaciones tomen estado público, pero en cambio las mafias legales van imponiendo su estilo y se complacen en contagiar al medio social su ambigüedad y su pragmatismo. De manera paulatina, se van integrando tanto y tan hábilmente en la trama social, que de a poco van perdiendo su condición de mafias para llamarse corporaciones, alianzas, comunidades, asociaciones, concordatos, fundaciones, etcétera. Es así que las mafias parlamentarias, que también las hay y que suelen ser más legales que cualesquiera otras, a veces pasan a llamarse bancadas o lobbies.

»Las distintas sociedades civiles pueden luchar, con mayor o menor éxito, contra las mafias ilegales, pero en cambio van integrando las legales a su idiosincrasia. Casi sin advertirlo, sin ser consciente de ello, cada ciudadano va incorporando un pequeño mafioso a su fuero interno, a su problemática identidad. Ama a tu mafioso como a ti mismo, podían haber recomendado las Sagradas Escrituras, pero aún no había nacido Judas Iscariote, el primer mafioso legal de la Cristiandad».