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No bien Javier abrió La República y se encontró con aquel titular a toda página: «Coronel retirado se suicida», tuvo la certeza de que se trataba de Saúl Bejarano. Pese al tamaño del titular, la nota era más bien escueta. El cadáver había sido hallado por la mujer que venía todas las mañanas a hacer la limpieza. Junto al cuerpo había un revólver y también un sobre cerrado y lacrado, dirigido a un militar de alta graduación, del que no constaba el nombre.

Diez minutos más tarde sonó el teléfono. Era Fermín.

—¿Leíste lo de Bejarano?

—Me acabo de enterar.

—¿A vos qué te parece?

—No sé. Por lo pronto, me sorprende que La República lo presente de manera tan sobria. No es su estilo.

—Eso no importa. Te pregunto por el hecho en sí. ¿Por qué se habrá matado?

—Me acordé ahora de unos versos de García Hortelano: «No me importaría morir de suicidio. / Ahora bien, de suicidio en legítima defensa». Si me atengo a las dos conversaciones que tuve con Bejarano, mi diagnóstico es que era un tipo muy complicado. Vaya a saber qué maraña se le formó en la sesera. Para nosotros siempre ha sido difícil entender los esquemas y las intransigencias del tinglado militar.

—Ese tipo es capaz de haberse matado nada más que para que yo me quede con un peso en la conciencia. Por no haber querido hablar con él.

—No lo creo.

—Pero siempre queda la sospecha.

—¿A quién le queda? Me dijo que no había hablado de ese proyecto con ninguno de sus camaradas.

—¿A quién le va a quedar? A mí. ¿Te parece poco?

—Al final, todo se sabe. No te olvides que dejó un sobre lacrado, dirigido «a un militar de alta graduación».

—Sería interesante conocer el nombre.

—No te extrañe que, dentro de unos días, La República publique un reportaje a un general anónimo, y que un mes más tarde su nombre circule en todas las redacciones. Mirá, Fermín, fui periodista durante muchos años y te puedo asegurar que en el subsuelo de la noticia siempre existe un hervidero de rumores. Unos falsos, otros verdaderos, la mayoría no salen en blanco y negro. Pero, claro, cuanto más los censuran, más se expanden. Algún historiador furtivo tendrá que publicar en el año 2001 un corpulento volumen con los Rumores completos del Siglo XX. Los que alguna vez fueron verificados podrían ir en redonda y los no confirmados en bastardilla. Tendría que incluir, por supuesto, un «Índice de Nombres Propios». No me cabe duda de que sería un best seller. Al menos, todos los conspicuos lo comprarían para comprobar si están en la lista.