Mi cuerpo es mi genuino patrimonio.
En él están escritos el cuerpo de Raquel
y el cuerpo de Rocío.
De otros no tengo rastros
o al menos no me importan
los turbios arabescos de su caligrafía.
¿Dónde este cuerpo habrá dejado huellas?
¿Qué otro cuerpo leerá
la abandonada letra de mi piel?
Hay por ejemplo partes de mi vientre,
de mis piernas falsamente labriegas,
del ramaje morado de mis várices,
de mis dientes sin oro,
de las consolidadas arrugas de mi frente,
de mis testículos dispares,
de mis uñas mordidas.
Hay partes que conozco de memoria.
En cambio ignoro todo
o casi todo de mi espalda,
de mi nuca de huérfano,
del pedregal de mis costillas,
de mi trasero el pobre.
Sin embargo mi cuerpo es lo único mío.
El alma es apenas su inquilino,
con contratos a término
hasta la fecha siempre renovados.
Ya llegará la noche en que mi cuerpo
le intime el desalojo, resignado
a quedarse vacío,
inmóvil en la nada que le cuadre.
Bah, para qué jugar con mis escombros.
Ya jugará el futuro, ese tunante.
Por ahora mi cuerpo de Raquel
no es igual a mi cuerpo de Rocío.
Indago en la memoria de mi piel:
¿Cuál de ellos, sin ellas, es el mío?