33

Javier: Qué suerte que, a partir de ahora, podamos comunicarnos por fax. Los pobres correos se están volviendo anacrónicos. Camila está encantada con el nuevo aparato y se pasa enviando faxes a sus amistades de toda la Península y de ambos archipiélagos. Ayer tuve que pedirle un poco de mesura, porque la última factura de Telefónica fue pavorosa. Ella, como hasta ahora no ha sudado para ganarse la pasta, no le otorga a ésta la trascendencia que siempre ha tenido para nosotros, que sí la sudamos. ¿Te acordás (cómo no vas a acordarte si te ponías histérico), cuando llegamos a esta bendita Abuela Patria, y a veces no teníamos ni para comer? En el extranjero, la sensación de inseguridad es mucho más dolorosa que en el país propio. Por supuesto, no me refiero a la inseguridad política sino a la económica. Y además nosotros, antes del exilio, nunca habíamos pasado tantas apreturas. Jamás olvidaré la festichola que nos mandamos cuando conseguiste el primer laburo madrileño. Una celebración modestita, sin cava, ni siquiera sidra, porque no había con qué. Simplemente con un tinto bastante guerrero, que dejaba los vasos con una mancha oscura. Ahora, por suerte (toco madera sin patas), esa etapa terminó.

Bueno, tengo novedades. Cuando te fuiste, nos prometimos ser sinceros como condición para seguir siendo buenos amigos. De modo que aquí inauguro mi primer amago de sinceridad. Tengo un casi compañero o casi novio o qué sé yo. Digo casi, porque todavía no estoy segura. No de él, sino de mí. Es un gallego (se llama José, como todos los gallegos). Lo conocí hace algunas semanas en La Coruña. No querrás creerlo, pero físicamente tiene un aire contigo. Tuve que ir a Galicia por asuntos de la galería. De entrada nos caímos bien. Vive en Santiago pero viene todos los meses a Madrid. Esa intermitencia no nos viene mal, ayuda a que nos vayamos conociendo. Por favor, no le comentes nada de esto a Camila. Sabe que somos amigos, pero nada más. Si la cosa prospera, se lo diré, claro, pero por ahora prefiero esperar. A vos te lo cuento, por aquello de la sinceridad, pero también porque estás lejos.

Camila tiene un noviecito. A veces los veo muy acaramelados y me da un poco de miedo. Pero soy consciente de que, con los hijos, uno puede advertir, aconsejar, prevenir, alertar, rezongar, todo eso, pero sólo hasta cierto punto. Fue una suerte que, cuando vos y yo empezamos, no existiera el sida. Ahora es como una espada de Damocles, o más bien como un exorcismo del Papa, ese declarado enemigo del placer. ¿Nunca habrá disfrutado ese viejo?

¿Y vos? ¿Seguís solo? ¿Has podido defenderte del asedio de las tímidas montevideanas? Tengo la impresión de que la timidez femenina, al menos por esos lares, es una forma de la seducción. Las porteñas, en cambio, y sobre todo las chilenas, siempre fueron más emprendedoras, y está bien, pero hay señores que se asustan ante tanta espontaneidad. Contame algo de Nieves. Como futura suegra siempre fue una delicia. Como suegra propiamente dicha, y por razones obvias, no llegué a disfrutarla, pero sus cartas siempre estaban llenas de cariño no fingido. ¿Sabías que me sigue escribiendo? Aún no se ha acostumbrado a nuestra separación. La tranquilizo diciéndole que hemos preservado nuestra amistad, en beneficio de Camila y también de nosotros mismos. En la penúltima carta me insistió: «Aunque estén separados, no se divorcien; Raquel, haceme caso, todavía no se divorcien. Para eso siempre hay tiempo». Y le contesté: «Quédese tranquila, Nieves, eso del divorcio es del tiempo de ñaupa. Ahora ¿para qué se va una a divorciar? Más aún, ¿para qué se va una a casar?». Y volvió a escribirme, astuta ella: «Me reí mucho con tus tonterías sobre casamiento, divorcio y otras hierbas. Bien sé que no lo decís en serio». No volví a tocar el tema, porque se habría convertido en un ping-pong interminable.

Y de tus entrañables hermanitos ¿has tenido noticias? De tan amorosos, me empalagan. ¿Qué les pasa a mis ex cuñados? ¿Qué les ha pasado siempre? Yo con mis hermanos siempre me he comunicado, y Ricardo y su mujer proyectan venir a Europa el año próximo, siempre y cuando ganen no sé qué licitación. La verdad es que tengo ganas de verlos.

Pese a todo, me siento lejana de ese país que, según proclaman mis documentos, es el mío. A veces trato de imaginarme cómo estará ahora Nueva Beach y la veo tan remota como Australia. ¿Por qué a mí me ocurre eso y a vos no? Nuestros respectivos pasados no fueron esencialmente tan distintos. Es cierto que vos me formaste un poco, pero tal vez yo me deformé sola. Siempre fui menos política que vos. Ay los políticos. Políticos de diseño. Una especie que no soporto. Aquí y allá los veo tan ambiciosos, tan vacíos de proyectos y tan llenos de soberbia, tan vocacionalmente mentirosos. Estoy segura de que soy injusta, de que hay tipos bienintencionados, que intentan hacer algo por la gente, pero al final sucumben a las presiones, internas y externas. Les falta la osadía final, la más riesgosa, y se van apagando, pierden impulso, se sienten acorralados, se desalientan o renuncian o se van a su casa, a resolver crucigramas o a escribir sus memorias. Sé que vos no pensás así. Dios te conserve el optimismo. En esta puta vida creo que lo único estimulante es el amor. Pero vos y yo sabemos que también eso es difícil, que eso también sube y baja, como la Bolsa.

Creo que por hoy ya deliré lo suficiente. Pero si no deliro con vos ¿con quién va a ser? Un pedido: cuando puedas o quieras, faxeame un paquete de últimas noticias.

Besos en las dos mejillas, de Raquel.