Querido Viejito: En realidad, no debería escribirte, porque sos un ingrato, un padre desnaturalizado o algo por el estilo. Ya hace seis meses que te fuiste y sólo me escribiste dos veces, aunque dejando constancia, eso sí, de que me echabas mucho de menos. Un cuentamusas, eso es lo que sos. Pero igual te quiero, qué voy a hacer. Si hoy he decidido escribirte, desprendiéndome por un rato de mis más que justificados rencores, es porque tengo una importante noticia: ¡estoy enamorada! El afortunado es un chaval (bueno, no tan chaval, tiene 24 años) que conocí hace dos meses en lo de Inma. ¿La ubicás? La de la galería Veneto, en la calle Zurbano. Fue ella quien nos presentó. Un flechazo. Como los de antes, esos que aparecían en las novelas del siglo pasado. La diferencia es que a los quince días ya nos habíamos acostado. En su pisito, claro. A la Vieja todavía no se lo he dicho (no me refiero a la relación, que sí la conoce, sino a la cama) porque a ella la tengo cerca. A vos te lo digo porque está el Atlántico de por medio, y además, cosa rara, con vos siempre tuve más confianza. Así que no me defraudes: no me envíes una paliza por fax. Pues sí, nos acostamos. Una maravilla, Viejito. Según me han contado, los de tu generación aprendían los detalles en el Kama Sutra; nosotros, en cambio, en el Katre Sutra. Aunque te parezca mentira, y desacreditando todas las estadísticas y encuestas que, según la prensa seria, sostienen que la mayor parte de las jóvenes españolas, residentes en medios urbanos (sic), pierden la virginidad a los quince, yo, que soy joven española urbana y a mucha honra, pero con genes del Cono Sur, la he perdido a mis tardíos diecinueve. Debo ser un caso de adolescencia attardé. Por favor, Viejito, no me vengas con el riesgo del sida, porque tanto Esteban (así se llama y es de la ilustre Salamanca) como esta hija tuya, antes de dar el mal (¡o buen!) paso, nos hicimos los correspondientes análisis y estamos más saludables que San Francisco de Asís, que como es sabido sólo copulaba con ovejitas y cervatillos. Por otra parte, usamos indefectiblemente las gomas que prohíbe el Santo Padre, tan anacrónico él, pero no para preservarnos del sida sino del embarazo. A propósito, ¿llegó al Río de la Plata el cuento del cacique piel roja y su hijo menor? Éste pregunta un día a su venerable progenitor: ¿Por qué mi hermana mayor se llama Claro de Luna? Se llama así, responde el veterano, porque tu madre y yo la concebimos una noche en que lucía en el cielo una luna esplendorosa. ¿Y por qué —insiste el curioso y algo llenador indiecito—, mi hermano se llama Caballo Salvaje? Se llama así, responde el cacique, porque, aunque parezca increíble, tu madre y yo lo concebimos, con cierta incomodidad pero con ánimo aventurero, mientras cabalgábamos sobre un caballo especialmente brioso. ¿Y por qué? empezó a balbucear el cargante jovenzuelo, pero en ese momento al cacique se le acabó la paciencia y le gritó: ¡Basta ya, Goma Rota! Lo dijeron por la tele. ¿Qué te parece la libertad de que gozamos? De más está decir que no era un programa del Opus Dei. No te preocupes, Viejito. Ni Esteban ni yo venimos de la Ruta del Bakalao. Sólo una vez, para probar, fumamos un porro. Él empezó a toser como un condenado y a mí se me revolvió el estómago, así que, ya que el vicio nos duró cinco minutos, decidimos no pasar a otras fases más comprometidas y de esa manera ahorrarnos los monos de rigor. En mi clase hay una pareja que, cuando les sobreviene el mono, se vuelven insoportables. Es como en política ¿no te parece? Cuando a Chile, la Argentina y Uruguay, les sobrevino el mono, mejor dicho el gorila, también se volvieron insoportables. O cargantes, como dice mamá. Para ella (ya está mayor la pobre ¡tiene cuarenta y cinco años!) hasta el rock es cargante. Me imagino que para vos (si mal no recuerdo ¡tenés cuarenta y siete!) también. A mí me gusta Sting, tal vez porque el suyo es un rock impuro, y a mí la pureza (desde la endémica hasta la académica) siempre me ha caído en la nuca. ¿Y qué tal ese país? Mamá mantiene sus suscripciones a Brecha y Búsqueda, y entre una y otra extraemos una impresión promedio, aunque siempre hay cosas que no entendemos, sobrentendidos que nos sobrevuelan. Brecha nos deja a menudo la imagen de un país sombrío, levemente tétrico y sin salida (pocos avisos, claro), mientras que Búsqueda, bien acolchada en la invasora publicidad de las transnacionales y la Gran Banca, nos transmite una dulce confianza en el neoliberalismo, tratando de convencernos de que el capitalismo salvaje no es tan temible como dicen los rojos y que finalmente será alfabetizado por los economistas doctorados en la consabida metrópoli. Mamá dice que ni tanto ni tan poco. Ni pleno sol ni oscuros nubarrones. Moderadamente cubierto y punto. Yo no digo nada, porque en esos temas soy más neófita que en otros. Y ahora que nada menos que Milton Friedman opina que el Fondo Monetario es una prescindible basura, me siento más desorientada que un espermatozoide en un matrimonio gay. ¿A vos, que estás allí, qué te parece? Escribí, carajo, como nos prometiste muy pancho cuando te despedimos en Barajas, la noche en que emprendiste el regreso a tu cueva preferida. Había pensado, y mamá estaba de acuerdo, en ir a visitarte en las próximas vacaciones, pero me da una pena horrible (léase pánico) dejar a Esteban a merced de tantas salmantinas guapísimas y minifalderas que andan por estas callejas de Dios. ¡Si se animara a venir conmigo! Pero el viaje cuesta mucha pasta. Él dice que le interesa el Tercer Mundo y que le gustaría hacer un estudio comparativo entre la corrupción de allí y la corrupción de acá. Una faena que nadie ha emprendido. Por algo será. ¡Muchos estudios comparativos del PNB, de las balanzas comerciales más o menos desequilibradas, de la productividad, de los brotes terroristas, de las conversiones industriales, de los índices de analfabetismo, de las reformas universitarias, etcétera! Pero sobre corrupciones comparadas (que integran, junto con el sida y el internet, la gran tríada de temas universales) nada de nada. A lo mejor vos lo podrías ayudar. No pongas cara de suegro en cierne. Ya verás que te gusta. ¿Así que tienes o tenés un perro? ¿Por qué le pusiste Bribón? Ya estoy como el hijo del cacique ¿no? Después de todo, te confieso que buena parte de esta carta un poco loca es algo así como un tierno camuflaje para disimular una sola verdad: te extraño, Viejito. Besos y abrazos de tu única y maravillosa hija, o sea (por si se te olvidó) Camila.