Ya llevaba varios meses en Montevideo y aún no había mandado ninguna nota a la Agencia. Eso sí, tenía fax y computadora, pero ahí estaban, poco menos que vírgenes, esperando su mandato. Tenía toda la intención de inaugurarse como corresponsal, pero ¿qué podía interesar a la prensa y al público españoles acerca de un país como éste? La verdad es que no lo tenía claro. De América Latina sólo importaban los terremotos (como en Colombia), los asesinatos políticos (como en México), la crisis de los balseros (como en Cuba), los militares confesionales (como en la Argentina), la guerrilla maoísta (como en Perú), los cárteles del narcotráfico (también como en Colombia), los pronósticos de golpe (como en Venezuela), los desplantes de Pinochet (como en Chile). Pero en Uruguay no hay terremotos ni asesinatos políticos, ni balseros (¿a dónde irían?) ni guerrilla en activo, comparativamente hay poca droga y es el único país latinoamericano que se libró del cólera, por suerte no hay perspectivas de golpe y los módicos desplantes militares ocurren intramuros. La paz lisa y llana, exterior al Primer Mundo, no es noticia en sus mass media. Es cierto que en guerras absurdas no podemos competir con la ex Yugoslavia, en corrupción con Italia y alrededores, en terremotos con Japón, en racismo con Le Pen, en espionaje telefónico con el Cesid. Y para mayor inri (como dicen en la Península), nos confunden con Paraguay, que ni siquiera ha sido campeón de fútbol, ni olímpico ni mundial. Ay, nosotros lo fuimos ¡pero hace tanto! Ahora tenemos centenares de futbolistas que se ganan la vida en el extranjero, pero esa emigración no da prestigio. Apenas algún gol que convierte Zalazar desde media cancha, o los cinco que Fonseca le marcó al Valencia.
¿Sobre qué escribir entonces? Una posibilidad sería llevar a cabo una amplia encuesta sobre gallegos, asturianos, vascos y mallorquines que aún andan por aquí, al frente de panaderías, bares, entidades bancarias o amuebladas. Tal vez lo intente, pero antes, para no trabajar al santo botón, tendría que consultarlo con la Central. No obstante, tiene que existir algún tema local que funcione en España. Javier se propone salir cuanto antes de esta pereza imaginativa. No hoy, claro. Quizá mañana. ¿Canto popular? Pero no tenemos carnavalitos ni chamamés, que es lo que normalmente se escucha en la calle Preciados de Madrid o en las peatonales de Palma y hasta en el Boulevard Haussmann de París. Además, a Javier no le gusta que el canto popular pida limosna. En realidad, le repugna que América Latina acepte un papel de mendigo. ¿Rock montevideano? Sus pobres tímpanos del casi caduco siglo XX no soportan los tormentosos decibeles del inminente siglo XXI. No es juicio de valor, pero le provocan mareos y hasta náuseas, sorry. Onetti era un buen tema, por supuesto, pero lamentablemente ya no está. Podría investigar raíces vitales, primeros asombros, manías de infancia y cosas así. Pero los biógrafos no han dejado ningún rinconcito en la sombra. Y además, ¿por qué escarbar indecorosamente en los suburbios, pecados y milagros de un ser corriente, cuya vida excepcional está en sus libros?
No tenemos montañas: el Cerro es apenas un chiste. El mar es un río. Es posible que nuestro rasgo incanjeable (aunque no tengamos la propiedad absoluta) sea la Vía Láctea. Por algo los europeos nos la envidian puntualmente. Pero queda tan alta, tan lejos, tan inalcanzable. Para el exiliado Javier fue probablemente su mayor nostalgia, al menos en el plano de lo trascendente. En Madrid, por ejemplo, le faltaba aquel techo de estrellas. No tenemos cataratas ni petróleo ni coca ni indios. Tenemos estrellas, constelaciones. Pocos negros, que por fortuna aportan algo al fútbol y dan vida y prestancia al carnaval. Somos blanquitos como los europeos, pero no somos europeos. Blanquita la piel y el corazón mulato. Hay rateros y punguistas, pero en ese oficio no podemos competir con Río. Ni siquiera con Madrid. Ya está. Por fin. Escribirá sobre Montevideo como reflexión social. Hasta puede dar para varias notas. Prehistoria, historia y pronóstico. Quizá no tenga color, pero sí colorcito.
Ésa es, después de todo, su originalidad: una ciudad provinciana (de estilo provinciano), sin capital mayor a la que referirse.