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—Me prometieron el perro, un lindo boxer, para el próximo lunes —dijo el vecino jubilado—. Le va a gustar. Además, un perro es siempre una buena compañía, y en invierno, en estos páramos, una seguridad. Yo sé que usted a veces está dos o tres días sin venir, pero no se preocupe, yo se lo cuidaré como cuido al mío. A mí también me gustan los perros. Mi mujer, en cambio, prefiere los gatos, y menos mal que mi perro y su gato hacen buenas migas, a veces hasta juegan juntos. Mi perro está ya un poco viejo, tiene como diez años, que en un perro es bastante. Me lo regaló mi yerno cuando era un cachorrito de tres meses. O sea, que para él somos (mi mujer, el gato y yo) su única familia. Aquí, como usted habrá visto, abundan los perros, pero cada uno está en su casa y bien amarrado. Yo le doy más libertad, pero él está tan acostumbrado a esto, que no le da por hacer visitas. Eso sí, los domingos por la mañana lo llevo a la playa y se mete en el agua, nada un poco, alborota bastante y corre por la arena con todo el ímpetu que le permite su edad provecta. El gato no. El gato se queda ronroneando alrededor de mi mujer, mientras ella ve la telenovela brasileña. Le diré que para alguien como yo, que trabajó toda su vida, no es sencillo habituarse a la rutina del jubilado. En el laburo uno hace amigos y cree que serán para toda la vida, pero resulta que cuando nos retiramos, ya nunca más nos vemos, ni siquiera nos telefoneamos. Treinta años de oficina no transcurren en vano. Treinta años en la Caja atendiendo a jubilados, y ahora otros que ni siquiera conozco, me atienden a mí. Siempre he oído decir que los burócratas son unos holgazanes, que no trabajan, que van a primera hora a fichar y luego desaparecen o en todo caso regresan a última hora para fichar la salida. Y eso es cierto. Pero sólo parcialmente cierto. Porque usted habrá observado que, pese a esas carencias, a esas fallas, pese a la enervante lentitud de la burocracia, el Estado sigue funcionando, cada oficina cumple con sus trámites. ¿Y sabe por qué? Porque en cada departamento hay siempre uno o dos tipos responsables que son los que hacen el trabajo y que, aunque conscientes de que los otros pelotudean, ellos de todos modos cumplen con sus obligaciones, y no precisamente para hacer méritos, ya que cuando llega el momento de las mejoras, casi siempre asciende, porque tiene buena cuña, ése que firma y se va, y en cambio el que labura todo el santo día queda de nuevo postergado. Mire, vecino, yo le confieso que durante mis treinta años de empleado público, fui uno de esos idiotas responsables que hacen funcionar las oficinas, uno de esos que son muy elogiados por el jefe y buscados por el público, porque la gente sabe quién trabaja y quién no. Fui de esos idiotas pero no me arrepiento. Porque, me vieran o no, siempre me refugié en el trabajo, en la responsabilidad que uno asume cuando cobra el sueldo, por magro que éste sea. Como mi padre, fui batllista desde bien temprano. Y Batlle nos inculcó la importancia del Estado. Batlle nos enseñó a proteger al Estado protector. Ahora les vino a estos posmodernos el sarampión de las privatizaciones. ¿Por qué será? ¿Será porque realmente quieren defender la famosa eficacia? ¿O será porque tienen la intención de introducirse en la economía privada y por eso comienzan a mediatizar el Estado para ponerlo al servicio de ese propósito? Mire, don Javier, se habla mucho de la corrupción en Italia, en la Argentina, en Brasil, en España, y se destaca que aquí no es tan grave. O al menos que la corrupción es más modesta. ¿Usted cree ese cuento de hadas? Lo que ocurre es que aquí la corrupción sigue otro manual de instrucciones. Aquí los jerarcas no se forran con los fondos del erario público; aquí, defienden desde el Estado las privatizaciones, y no bien las consiguen, se pasan en un santiamén, con armas y bagajes, a la economía privada. El sistema es sencillo. Por ejemplo, quitémosle fondos a la Universidad de la República, y cuando ésta empiece a ahogarse, y los estudiantes, los funcionarios y los docentes se larguen a la calle, señalemos entonces qué ineficaz se ha vuelto la enseñanza pública, aun la superior, y destaquemos una vez más que la solución es la Universidad privada, donde no se producen huelgas y hasta hay una cierta facilidad para titularse, y además, esto es muy importante, como en la privada los estudiantes deben pagar, ello también sirve para eliminar de un discreto zarpazo a los que vienen de abajo. Mire usted, empezamos con el perro y vea qué lata le estoy dando. Ah, pero no es casual. Yo sé (no me pregunte cómo lo sé) que usted es buena gente, que tuvo muy atendibles razones para exiliarse, que sus opiniones políticas no están muy lejos de las mías. O sea, que puedo confiar. Y no se preocupe por el perro. El lunes sin falta lo tendrá. Así que prepárele el alojamiento. Junto al supermercado venden unas casillas macanudas. Y además vaya pensando el nombre. El nombre es muy importante.