9

A la noche siguiente Qhuinn se encontraba de pie en el estudio de Wrath, en un rincón en que se unían dos paredes de color azul claro. La habitación era inmensa, de unos doce metros de largo por otros tantos de ancho, y tenía un techo lo suficientemente alto como para provocar un mareo si mirabas hacia arriba. Y, sin embargo, el espacio parecía cada vez más escaso, porque, amontonadas allí, en medio de los sofisticados muebles de estilo francés, había más de una docena de personas, todas bastante grandes.

Qhuinn no ignoraba que los muebles eran de estilo francés. A su difunta madre le encantaba ese estilo, y, antes de que su familia renegara de él, había tenido que oír incontables regañinas por sentarse en el maldito sofá Luis-no-sé-qué de la buena señora que lo trajo al mundo.

En el terreno de las prohibiciones no lo discriminaban en su familia: su madre tenía terminantemente prohibido que se sentaran en esas delicadas sillas; las únicas que podían hacerlo eran ella y la hermana de Qhuinn. Él y su hermano estaban vetados. Que lo hiciera el padre era tolerado con irritación, probablemente solo porque era él quien había pagado los muebles hacía unos doscientos años.

En fin.

Al menos el puesto de mando de Wrath tenía una apariencia acorde con las circunstancias. La silla del rey era tan grande como un coche, probablemente pesaba lo mismo que un BMW, y estaba hecha de una madera fuerte y torneada que la identificaba como el trono de la raza. Y el inmenso escritorio que se alzaba delante tampoco parecía apto para cualquiera.

Esa noche, como de costumbre, Wrath tenía el aspecto del asesino que era: silencioso, intenso y letal. A su lado estaba Beth, su reina y shellan, en actitud solemne y seria. Y al otro lado se hallaba George, su perro guía, que parecía sacado de una postal. Los golden retriever tienen esa cualidad: siempre son pintorescos, bonitos, adorables.

Parecía más el perro de Donny Osmond que el de un señor de la noche.

Pero Wrath compensaba esa imagen de blandura más que sobradamente.

De pronto, Qhuinn bajó sus ojos de distintos colores hacia la alfombra. No quería ver a quien estaba al lado de la reina.

Joder.

Su visión periférica parecía estar funcionando demasiado bien esa noche.

Su puto primo, ese malnacido de Saxton el Magnífico, siempre con su elegante traje y su finura Montblanc, se encontraba de pie, al lado de la reina, y parecía una combinación de Cary Grant y un modelo de una maldita firma de perfumes.

No es que Qhuinn estuviera amargado porque ese tío compartiera la cama con Blay.

No. Por supuesto que no.

Es que ese maldito chupapollas…

En ese momento, Qhuinn pensó que tal vez debería cambiar ese insulto por algo que no tuviera que ver con lo que esos dos hacían…

Dios, no quería pensar en eso. Si quería seguir respirando no podía evocar tan dolorosa imagen.

Blay también estaba presente, pero se mantenía alejado de su amante. Siempre era así. Ya fuera en estas reuniones, o en cualquier otro lugar, nunca se situaban a menos de un metro de distancia.

Lo cual era lo único que salvaba a Qhuinn, teniendo en cuenta que vivía en la misma casa que ellos. Nadie los había visto nunca besándose ni agarrados de la mano.

Aunque… eso no impedía que Qhuinn se pasara los días despierto, torturándose al pensar en toda clase de posiciones del Kamasutra

De pronto se abrió la puerta del estudio y Tohrment entró arrastrando los pies. Joder, parecía que lo acabara de atropellar un camión de mudanzas. Tenía los ojos hundidos y el cuerpo rígido y fue a sentarse junto a John y Xhex.

Tras la llegada de Tohr, la voz de Wrath se alzó por encima de la charla de los demás y todos guardaron silencio.

—Ya que estamos todos, voy a ir al grano. Le cedo la palabra a Rehvenge, porque yo no tengo mucho que decir sobre esto, así que creo que será mejor que él os cuente de qué se trata.

Mientras los hermanos murmuraban en voz baja, el desgraciado del penacho clavó su bastón en el suelo y se puso de pie. Como siempre, el mestizo iba vestido con un traje negro a rayas —¡por Dios, Qhuinn estaba comenzando a odiar todo lo que tuviera solapas!— y un abrigo de visón con el que se mantenía caliente. Con las tendencias symphaths bajo control gracias a las inyecciones regulares de dopamina, sus ojos eran de color violeta y no parecían tan perversos.

Perversos, sí, porque en realidad Rehv no era alguien a quien quisieras tener como enemigo y no solo por el hecho de que, al igual que Wrath, fuera el líder de su pueblo. Su trabajo diurno era ser el rey de la colonia symphath que se situaba al norte del Estado, mientras que las noches las pasaba allí, en la mansión, con su shellan Ehlena, haciendo vida vampira. Y los dos debían mantenerse aparte.

No hacía falta decir que tener a Rehv de su parte era muy importante para la Hermandad.

—Hace unos días, cada uno de los vampiros que dirigen los linajes supervivientes recibió una carta. —Rehv metió la mano en su abrigo de piel y sacó lo que parecía ser un pergamino a la antigua usanza—. Enviada por correo convencional, escrita a mano y en Lengua Antigua. La mía tardó un tiempo en llegar a mis manos porque la enviaron primero a mi casa de campo en el norte. No, no tengo idea de cómo consiguieron la dirección. Puedo asegurar que todo el mundo ha recibido una igual.

Rehv apoyó el bastón contra el sofá y abrió el pergamino con la punta de los dedos, como si no le gustara mucho tocar aquella cosa. Luego, con una voz ronca y profunda, leyó cada frase en la lengua antigua en la que estaba escrita.

Mi querido y viejo amigo:

Me dirijo a usted para informarle de mi llegada a la ciudad de Caldwell con mis soldados. Aunque llevamos mucho tiempo residiendo en el Viejo Continente, los funestos sucesos ocurridos en esta jurisdicción en los últimos años nos han impedido continuar tranquilamente en el lugar donde habíamos fijado nuestro domicilio.

Como tal vez sea de su conocimiento, gracias a informes de parientes que viven al otro lado del mar, nuestros continuos esfuerzos han logrado erradicar a la Sociedad Restrictiva de la tierra de nuestros ancestros y por eso hoy nuestra raza puede vivir allá en paz y total seguridad. Es evidente que ha llegado el momento de que traigamos este fuerte brazo protector a este lado del océano, donde la raza ha tenido que padecer terribles pérdidas de vidas que, tal vez, se podrían haber evitado si hubiésemos venido antes.

No pido nada a cambio de nuestro servicio a la raza, aunque agradecería tener la oportunidad de reunirme con usted y el Consejo, aunque solo sea para expresarles mis más sinceras condolencias por todo lo que han sufrido desde los últimos ataques. Es una vergüenza que las cosas hayan llegado a este punto y eso refleja el mal estado de ciertos segmentos de nuestra sociedad.

Cordialmente,

Xcor

Cuando Rehv terminó de leer, dobló de nuevo el papel y lo guardó. Nadie dijo nada.

—Esa también fue mi reacción —murmuró al cabo Rehv con sarcasmo.

Pero ese comentario pareció abrir las compuertas y se produjo la inundación: todo el mundo comenzó a hablar al mismo tiempo y a lanzar toda clase de insultos y amenazas.

Wrath cerró el puño y dio un golpe tan fuerte que la lámpara se tambaleó y George corrió a esconderse debajo del trono de su amo. Cuando por fin se restauró el orden, había tanta tensión en el ambiente que aquello parecía una caldera a punto de estallar. El aire se podía cortar con un cuchillo.

Wrath tomó la palabra.

—Tengo entendido que ese bastardo estaba anoche en los callejones.

—Nos encontramos con Xcor, sí —confirmó Tohrment.

—Así que la carta no miente.

—No, pero seguramente la escribió otro. Él es analfabeto…

—Me ofrezco a enseñar a leer a ese maldito —murmuró V—, metiéndole por el trasero toda la maldita Biblioteca del Congreso.

Cuando los gruñidos de aprobación comenzaron a imponerse de nuevo, Wrath volvió a dar un golpe sobre el escritorio.

—¿Qué sabemos de su gente?

Tohr se encogió de hombros.

—Suponiendo que todavía conserve a los mismos, son cinco en total. Tres primos. Un tal Zypher, que parece una estrella del cine porno… —Rhage carraspeó al oír eso. Aunque ahora era un macho felizmente apareado, era evidente que Hollywood sentía que la raza tenía una, y solo una, leyenda sexual: él—. Y Throe, que estaba con él en ese callejón —concluyó Tohr, haciendo caso omiso de Rhage—. Mirad, no voy a engañaros, es evidente que Xcor está planeando algo contra…

Al oír que Tohr dejaba la frase sin terminar, Wrath asintió con la cabeza y remachó.

—Contra mí.

—Lo que significa contra nosotros…

—Sí, contra nosotros…

—Sí, contra nosotros…

Sonaron una y otra vez más voces de las que se podían contar, todas expresando el mismo compromiso desde cada rincón del salón, cada sillón y cada pared en la que había alguien recostado. La clave era que, a diferencia del padre de Wrath, este rey había sido primero un guerrero y un hermano, así que los lazos que se habían formado no eran consecuencia de ningún deber impuesto, sino del hecho de que Wrath había estado muchas veces con ellos en el campo de batalla y les había salvado el pellejo en varias ocasiones. Era un hermano de armas.

El rey esbozó una ligera sonrisa.

—Os agradezco el apoyo.

—Xcor tiene que morir. —Al notar que todo el mundo se volvía a mirarlo, Rehvenge se encogió de hombros—. Es muy sencillo. No hay que enfangarse con protocolos y estúpidas reuniones. Simplemente hay que matarlo.

—¿No te parece que eso sería un poco sangriento? —Wrath hizo esta pregunta arrastrando las palabras.

—De un rey a otro, déjame decirte que lo que te mereces es un corte de mangas. —Rehv sonrió para quitar hierro a sus propias palabras—. Los symphaths somos famosos por nuestra eficiencia.

—Sí, entiendo tus razones. Desgraciadamente, la ley dice que tiene que atentar contra mi vida antes de que yo pueda mandarlo a la tumba.

—No creo que tarde en intentar matarte.

—Cierto, pero mientras no ocurra tenemos las manos atadas. Ordenar el asesinato de quien aparentemente es un macho inocente no nos va a ayudar ante los ojos de la glymera.

—¿Y por qué tendrías que estar asociado con su muerte?

—Además, si ese desgraciado es inocente, yo soy el conejito de Pascua —apuntó Rhage.

Alguien decidió tomarle el pelo.

—Ah, perfecto. De ahora en adelante te llamaremos el Conejito Hollywood.

—El conejito bestial —apuntó otra voz.

—Podríamos ponerte en un anuncio de chocolate Cadbury y por fin haríamos dinero…

—¡Silencio! ¡No es momento de idioteces! —vociferó Rhage—. La cuestión es que ni es inocente ni yo soy el conejito de Pascua…

—¿Dónde tienes tu canasta?

—¿Puedo jugar con tus huevos?

—Salta, conejito…

—¿Queréis callar? ¡Por favor!

Después de otros cuantos comentarios del mismo talante, Wrath tuvo que volver a dar un golpe en el escritorio. La explicación de todas esas bromas era obvia: todo el mundo estaba tan tenso que si no liberaban un poco de vapor las cosas se iban a poner muy feas. De ninguna manera significaba que la Hermandad no estuviese totalmente concentrada. Como mínimo, todos se sentían igual que Qhuinn, medio deprimidos, medio enfurecidos.

Wrath era la esencia de su vida, la base de todo, la estructura viviente de la raza. Después de los brutales asaltos de la Sociedad Restrictiva, lo que quedaba de la aristocracia había huido de Caldwell hacia casas de seguridad ubicadas fuera de la ciudad. Lo último que necesitaban los vampiros era más división, y menos si eso implicaba derrocar violentamente a su legítimo rey.

Y Rehv tenía razón: el regicidio se estaba cociendo. Demonios, hasta Qhuinn podía ver todo el plan: paso uno, sembrar dudas en las cabezas de la glymera acerca de la capacidad de la Hermandad para proteger a la raza. Paso dos, llenar el «vacío» en las calles con esos soldados de Xcor. Paso tres, buscar aliados en el Consejo y fomentar la irritación contra el rey y la falta de confianza en él. Paso cuatro, destronar a Wrath y manipular la tormenta. Paso cinco, presentarse como el nuevo líder.

Cuando por fin se restableció el orden en la abarrotada estancia, Wrath parecía realmente molesto.

—El próximo idiota que me obligue a dar otro golpe en el escritorio va a salir volando de aquí con una patada en el trasero. —Y al tiempo que decía estas palabras, se agachó para agarrar a su cobarde retriever de cuarenta kilos y ponerlo de nuevo junto a sus pies—. Estáis asustando a mi perro y eso me cabrea.

Mientras el animal apoyaba la cabeza sobre el brazo del rey, Wrath comenzó a acariciarlo. Era una imagen absolutamente incongruente: el vampiro cruel y aterrador calmando al perrito lindo y manso.

Pero lo cierto era que el amo y el can tenían una especialísima relación, donde reinaban la confianza y el amor.

El rey prosiguió:

—Ahora, si por fin estáis listos para razonar, os diré lo que vamos a hacer. Rehv va a tratar de retrasar a Xcor todo lo que pueda.

Rehv recogió el guante:

—Todavía creo que deberíamos meterle un cuchillo en el ojo izquierdo, pero si eso no es posible, es verdad que tenemos que neutralizarlo. Está claro que quiere observar y dejarse ver y, como leahdyre del Consejo, yo puedo bloquearle el camino hasta cierto punto. No necesitamos que su voz llegue a oídos de la glymera.

—Entretanto —volvió a hablar Wrath—, trataré de reunirme personalmente con los cabezas de familia, en su propio terreno.

Estas palabras provocaron gran revuelo en el salón, a pesar de las advertencias del rey, que seguía pidiendo orden. Nadie quería que el rey se expusiera tanto. Prácticamente todos saltaron de sus sillas y alzaron el brazo daga en mano.

Mala idea, pensó Qhuinn, que estaba de acuerdo con los otros.

Wrath los dejó protestar durante un momento. Luego retomó el control de la reunión.

—No puedo esperar que me apoyen si no me gano ese apoyo, y llevo décadas, en algunos casos siglos, sin ver a muchas de esas personas. Mi padre se reunía con la gente cada mes, y a veces cada semana, para resolver las disputas.

Una voz se distinguió sobre las demás:

—¡Tú eres el rey! No tienes que hacer nada…

—¿No habéis visto lo que dice la carta? La realidad es que si no respondo de forma activa, si no agarro el toro por los cuernos, estaremos perdidos. Escuchad, hermanos: si estuvierais en el campo de batalla a punto de enfrentaros al enemigo, ¿os distraeríais contemplando el paisaje? ¿Fantasearíais sobre la disposición de las calles, los edificios, los coches, o pensaríais si hace frío o calor, si llueve o está seco? ¡No!, ¿verdad? Entonces, ¿por qué debería engañarme pensando que la tradición me puede proteger cuando estalle el tiroteo? En tiempos de mi padre, la tradición era como un chaleco antibalas, eso es verdad. Pero ¿ahora lo es? No es más que papel, hermanos. Bien lo sabéis.

Hubo un largo momento de silencio y luego todo el mundo miró a Tohr. Se diría que estaban acostumbrados a recurrir a él cuando las cosas se ponían difíciles.

—Wrath tiene razón. —El hermano no podía disimular su irritación. Luego clavó la mirada en Wrath—. Pero debes saber que no vas a hacerlo solo. Tendrás que llevar contigo a dos o tres de nosotros. Y las reuniones se harán en el curso de varios meses. Si las concentras mucho, parecerás desesperado y por lo tanto débil. Pero, y esto es más importante aún, no quiero que nadie tenga la oportunidad de organizarse para atacarte. Los lugares de las citas deberán ser revisados primero por nosotros y… —En ese momento, Tohr hizo una pausa para mirar a su alrededor—. Tienes que ser consciente de que vamos a estar muy nerviosos. Dispararemos a matar si tu vida está en peligro, sin importar de quién venga la amenaza, macho o hembra, doggen o jefe de familia. No vamos a pedir permiso para atacar, ni a dejar heridos ni hacer prisioneros. Si puedes aceptar esas condiciones, te permitiremos hacerlo.

En otra época nadie podría hablar de esa manera y salir de la reunión de una pieza. Antes el rey daba órdenes a la Hermandad, no al revés. Pero el mundo estaba cambiando, tal como había dicho el propio Wrath.

El rey apretó los dientes y frunció el ceño durante un rato. Luego gruñó y dio su respuesta.

—De acuerdo.

Hubo una explosión general, mezcla de furia y júbilo, en el curso de la cual Qhuinn se sorprendió mirando a Blay. Dios, otra vez la misma tortura. Por eso Qhuinn evitaba a Blay como si fuera la peste. Con solo una mirada quedaba descompuesto, sujeto a toda clase de reacciones, como si la habitación comenzara a girar como un…

De pronto, seguramente por casualidad, los ojos de Blay se cruzaron con los suyos.

Y Qhuinn se sintió como si le hubieran puesto un cable de alto voltaje en el trasero: su cuerpo comenzó a temblar tanto que tuvo que ocultar la reacción fingiendo un ataque de tos y desviando la mirada.

No era el mejor disimulo, desde luego.

Mientras, el rey seguía hablando:

—… Y, entretanto, quiero averiguar dónde se refugian esos soldados.

—Yo puedo ocuparme de eso —dijo Xhex.

Todas las cabezas se volvieron hacia ella. A su lado, John se puso rígido desde la coronilla hasta la punta de los pies y Qhuinn maldijo entre dientes. No se le iba de la cabeza el espectáculo que acababa de dar la dichosa pareja recién apareada, mucho más escandalosa que su fingido acceso de tos. Joder, había ocasiones en las que Qhuinn realmente se alegraba de no tener vida social.

‡ ‡ ‡

Otra vez no, pensó John para sus adentros. Por Dios Santo, acababan de volver a dirigirse la palabra… y ¿ahora esto?

Si había llegado a la conclusión de que luchar hombro a hombro con Xhex sí que era un problema, la idea de que ella tratara de infiltrarse en la casa de la Pandilla de Bastardos era francamente inconcebible. John apoyó la cabeza en la pared y se dio cuenta de que todo el mundo estaba mirándolo. Hasta el perro. Incluso los ojos marrones de George apuntaban en su dirección.

Xhex estaba fuera de sí:

—¿Por qué no contestáis? ¿Esto es una broma? ¿Queréis joderme?

Pero nadie la miraba pese a sus duras palabras. Toda la atención seguía puesta en John. Era evidente que todos estaban esperando a que él, como su hellren, aprobara o no lo que ella acababa de proponer.

Y John no reaccionaba, atrapado entre dos fuegos: los deseos de su hembra y el terror de que le ocurriese una desgracia.

Wrath carraspeó.

—Bueno, esa es una propuesta muy estimable…

A la hembra se le salían los ojos de sus órbitas:

—¿Una propuesta muy estimable? ¡No os estoy invitando a dar un paseo por el bosque!

Di algo, se dijo John. Mueve las puñeteras manos y dile… ¿Qué le vas a decir? ¿Que estás de acuerdo con que vaya a buscar a seis machos sin conciencia? ¿Después de lo que Lash le había hecho? ¿Qué pasaría si la capturaban y…?

John sentía que se estaba desmoronando. Sí, Xhex era feroz, fuerte y capaz. Pero era tan mortal como cualquiera. Y sin Xhex, él no querría seguir viviendo.

Rehvenge agarró su bastón y se puso de pie.

—¿Por qué no vamos a discutir el asunto tú y yo?

La guerrera puso los ojos como platos.

—¿Cómo? ¿Discutir? ¿Como si yo fuera la que está equivocada? No te ofendas, pero vete a la mierda, Rehv. Todos necesitáis mi ayuda.

Mientras los demás machos presentes miraban al suelo, el rey symphath sacudió la cabeza.

—Las cosas son distintas ahora.

—¿Por qué?

—Vamos, Xhex…

—¿Es que os habéis vuelto locos? ¿Solo porque él tiene mi nombre grabado en su espalda de repente me he convertido en una especie de prisionera?

—Xhex…

—Ah, no, de ninguna manera. Te puedes meter ese tonito supuestamente razonable por donde te quepa —espetó Xhex mientras miraba, desafiante, a los machos. Luego clavó los ojos en Beth y Payne—. No sé cómo lo soportáis. Realmente no lo entiendo.

John estaba tratando de pensar qué decir para evitar la colisión, pero todo resultaba inútil. Demasiado tarde. Las dos locomotoras ya se habían estrellado y ahora había metales retorcidos y humeantes por todas partes.

Desolado, vio que Xhex se dirigía a la puerta, como si se dispusiera a destrozarla con sus propias manos simplemente para demostrar que tenía razón.

Cuando trató de seguirla, ella lo fulminó con la mirada.

—Si no vienes a decirme que estás de acuerdo con que vaya tras Xcor, quédate exactamente donde estás. Porque entonces perteneces a este anacrónico grupo de misóginos y no a mi mundo.

John levantó las manos y habló por señas:

—¿Qué tiene de malo querer que estés a salvo?

—Esto no tiene nada que ver con mi seguridad, sino con la necesidad de controlarme.

—¡No es cierto! Hace menos de veinticuatro horas estabas herida…

—Muy bien. Tengo una idea. Yo quiero que tú estés a salvo, así que ¿por qué no dejas de combatir? —Xhex se volvió y miró a Wrath—. ¿No vas a apoyarme, milord? ¿Y qué decís vosotros, imbéciles? ¿Por qué no le regalamos a John una falda y un par de medias de seda? Vamos, apoyadme. ¿No? ¿Os parece que no sería «justo»?

En ese momento, John no pudo más y perdió el control. No quería hacer lo que hizo, pero sucedió. Pateó el suelo estruendosamente para recabar la atención de todos y señaló… directamente a Tohr.

—No quiero acabar como él.

Ese simple gesto y esa descarnada frase provocaron un tenso y horrible silencio.

John y Xhex no solo habían lavado los trapos sucios a la vista de todos, sino que al parecer también acabarían aireando los asuntos de Tohr.

¿Y qué hizo Tohr? El hermano simplemente cruzó los brazos sobre el pecho y asintió con la cabeza. Solo una vez.

Xhex sacudió la cabeza.

—Tengo que salir de aquí. Necesito aclarar mis ideas. John, si sabes lo que te conviene, no me sigas.

Y, con esas palabras, desapareció.

Entonces John se restregó la cara con violencia, impotente, sin saber qué hacer.

Wrath intervino en voz baja pero firme.

—¿Qué tal si lo dejamos por esta noche y todo el mundo atiende sus ocupaciones? Quiero hablar con John. Tohr, quédate tú también.

No tuvo necesidad de repetirlo. La Hermandad y los demás salieron como si hubiese un ladrón en el jardín y les estuviesen robando el coche.

Beth también se quedó. Al igual que George.

Cuando las puertas se cerraron, John miró a Tohr.

—Lo siento.

—Bah, no te preocupes. —Tohr dio un paso adelante—. Yo tampoco quiero que tú pases por lo que yo estoy viviendo.

El hermano abrazó a John y este se dejó abrazar. De inmediato, el joven mudo se derrumbó y estalló en sollozos contra el pecho que en otro tiempo fuera tan fuerte.

Entonces John oyó la voz serena de Tohr en su oído:

—Está bien, tranquilo. Estoy aquí contigo. Está bien…

Algo más sereno, John volvió la cabeza hacia un lado y se quedó mirando la puerta por la que se había marchado su shellan. Cada fibra de su ser deseaba ir tras ella, pero esas mismas fibras los estaban separando, porque anhelaban tenerla a salvo. Racionalmente, John entendía todo lo que ella decía, pero su corazón y su cuerpo se hallaban bajo el dominio de una cosa distinta, algo más grande y más primordial. Y ese algo terminaba por dominarlo todo.

Era la pasión, el amor.

Y estaba mal. Era una falta de respeto. Demostraba una mentalidad más anticuada de lo que pensaba sobre sí mismo. John no creía que las hembras tuvieran que vivir encerradas, y tenía mucha fe en su compañera, y quería que ella…

Estuviera a salvo.

Punto.

Tohr seguía consolándole.

—Dale un poco de tiempo y después iremos a buscarla, ¿vale? Yo te acompañaré.

—Buen plan —dijo Wrath—, porque ninguno de los dos va a salir a las calles esta noche. —El rey levantó las palmas de las manos para acallar las incipientes protestas—. ¿Verdad?

John y Tohr guardaron silencio.

El rey se dirigió a Tohr.

—Entonces, ¿estás bien? ¿No te sientes ofendido?

Tohr sonrió con amargura.

—Ya vivo en el Infierno y las cosas no van a empeorar solo porque él me ponga como ejemplo de lo que no quiere que le suceda.

—¿Estás seguro?

—No te preocupes por mí.

—Es más fácil decirlo que hacerlo. —Wrath movió la mano con un gesto que indicaba que ya no quería hablar más del asunto—. ¿Entonces hemos terminado?

Al ver que Tohr asentía con la cabeza, daba media vuelta y se encaminaba hacia la puerta, John hizo una reverencia a la Primera Familia y lo siguió.

No tuvo que correr para alcanzarlo. Tohr lo estaba esperando en el corredor.

—Escúchame bien: no pasa nada, no hay ningún problema. De verdad.

—De verdad lo siento. Todo esto me duele mucho. Y…, mierda, yo también extraño a Wellsie, de verdad la echo de menos.

Tohr parpadeó brevemente. A continuación habló con voz firme.

—Lo sé, hijo. Sé que también fue una pérdida para ti.

—¿Crees que Xhex le habría agradado?

—Sí. —Un remedo de sonrisa atravesó el adusto rostro del hermano—. Solo la vio una vez, y fue hace mucho tiempo, pero sintonizaron bien, y si hubiesen tenido más tiempo…, se habrían entendido de maravilla. Ay, John, en una noche como esta, ¡qué bien nos hubiera venido su apoyo, tan firme, tan femenino!

—Muy cierto —convino John, al tiempo que pensaba en cómo acercarse a Xhex.

Al menos se podía imaginar adónde había ido: sin duda había regresado a su casa en el río Hudson. Ese era su refugio, su espacio privado. Y cuando él se presentara en su puerta, lo único que podía hacer era rezar para que no lo despachase con una patada en el trasero.

Pero tenían que resolver este asunto de algún modo.

—Creo que lo mejor será que vaya solo. Lo más probable es que el asunto se ponga feo.

En realidad quería decir más feo.

—Me parece bien. Solo quiero que sepas que estaré aquí si me necesitas.

¿No era siempre así?, se preguntó John cuando se separaron. Claro que lo era. Parecía que se conocían desde hacía siglos, en vez de unos pocos años. John pensó que eso es lo que ocurre cuando te cruzas con alguien con quien entablas de inmediato una relación de tanta amistad.

Te sientes como si hubieses estado con esa persona toda la vida.