8

En la sala de reanimación lo primero que hizo Xhex cuando volvió en sí fue buscar con la mirada a John.

Pero no estaba en el asiento que había contra la pared. Ni en el suelo, en el rincón. Tampoco en la cama, junto a ella.

Se encontraba sola.

¿Dónde demonios se había metido John?

Estupendo. En el campo de batalla no podía dejarla sola ni un segundo, pero ahora la había abandonado allí. ¿Habría regresado ya para interesarse por el resultado de su operación?

Xhex dejó escapar un gruñido. Pensó en ponerse de lado, pero con todos aquellos cables en el brazo y el pecho, decidió que sería mejor no moverse. Además, alguien le había abierto un agujero en el hombro, cerca del pecho. Varios, en realidad.

Acostada allí, con rostro de visible irritación, Xhex notó que todo lo de aquella habitación la molestaba. El aire caliente que brotaba del techo, el zumbido de las máquinas que tenía detrás de la cabeza, las almidonadas sábanas que le raspaban la piel, la almohada demasiado dura, el colchón demasiado blando…

¿Dónde demonios estaba John?

Por amor de Dios, tal vez había cometido un error al aparearse con ese chico. El amor que sentía por él seguía intacto, eso no había cambiado y tampoco quería que lo hiciera. Pero tal vez debería haber sido más prudente y no oficializar las cosas con tanta prisa. Aunque los papeles tradicionales de uno y otro sexo estaban cambiando entre los vampiros, gracias en gran parte a que Wrath no era tan estricto con respecto a las Viejas Costumbres, todavía había muchos malos usos patriarcales alrededor de las shellans.

¿Para qué aparearse? Siempre podías ser amiga, novia, amante, compañera de trabajo, mecánica, pintora, lo que fuera, y seguir siendo la dueña de tu vida.

La vampira temía, en realidad, que las cosas pudieran cambiar después de que un macho se grabara su nombre en la espalda, en especial tratándose de un guerrero pura sangre.

Las perspectivas cambiaban.

Tu pareja comenzaba a enfurecerse contigo y a pensar que no puedes cuidarte por ti misma.

¿Dónde estaba John?

Desesperada, Xhex decidió incorporarse, de modo que se quitó la vía de la vena. Tuvo buen cuidado de sellar el extremo para que la solución salina no acabara mojando todo el suelo. Enseguida silenció el monitor que vigilaba el ritmo cardiaco y se quitó los electrodos que tenía en el pecho con la mano libre. Debía mantener el brazo derecho inmovilizado contra las costillas. Daba igual, lo que quería era caminar, no agitar una bandera.

Al menos no tenía catéter. Menudo alivio.

Después de poner los pies sobre el suelo de linóleo, se incorporó con cuidado y se felicitó por ser una paciente tan buena. En el baño, se lavó la cara, se cepilló los dientes y usó el inodoro.

Cuando salió de nuevo, tenía la esperanza de ver a John en alguna de las dos puertas.

Pero nada.

Entonces rodeó la cama lentamente. Tenía que tomarse las cosas con calma, ya que su cuerpo todavía estaba bajo el efecto de los medicamentos y la operación y, además, necesitaba alimentarse. Aunque, pensándolo bien, alimentarse de la vena de John era la última cosa que le interesaba en ese momento.

Maldito idiota. Cuanto más tiempo se mantuviera alejado, menos querría volver a verlo.

Al llegar al armario, Xhex abrió las puertas, se quitó la bata y se puso una ropa de hospital que, desde luego, no era de su talla, sino mucho más grande, como para un macho. Irónico, pensó.

Mientras trataba de vestirse con una sola mano, maldijo a John, a la Hermandad, el papel de las shellans y a todas las hembras en general… Y en especial aquellos detestables pantalones que le quedaban enormes.

Se dirigió a la puerta y trató de olvidar que echaba de menos a su pareja. Empezó a entonar las canciones que se le pasaban por la cabeza, pequeñas versiones a cappella de éxitos como Qué derecho tenía a sacarme del campo de batalla, Cómo demonios pudo dejarme aquí sola y el siempre popular Todos los hombres son unos idiotas.

Al abrir la puerta…

Al otro lado del corredor, John estaba sentado en el suelo, con las rodillas dobladas, tensas como las cuerdas de un arpa, y los brazos cruzados sobre el pecho. Tan pronto apareció Xhex, sus ojos se clavaron en los de ella, pero no porque hubiese mirado adrede en esa dirección, sino porque tenía la mirada fija en la puerta desde mucho antes de que ella hiciera su aparición.

Inmediatamente cesó el parloteo en la mente de Xhex: se veía que John había vivido un verdadero infierno y parecía como si hubiese atizado el fuego del diablo con sus propias manos.

—Pensé que te gustaría tener un poco de privacidad.

Bueno, mierda. Ahí estaba el John de toda la vida, siempre fastidiándole el mal humor.

Arrastrando los pies, Xhex se dirigió hacia donde estaba John y se sentó junto a él. El macho no la ayudó y ella sabía que de ese modo trataba de respetar su independencia.

—Supongo que ha sido nuestra primera pelea —dijo ella.

Él asintió.

—Fue horrible. Todo el asunto. Y lo siento mucho… Simplemente…, no puedo explicar qué me pasó, pero cuando vi que te habían herido perdí el control.

Xhex soltó el aire lentamente.

—Pero dijiste que estabas de acuerdo con que siguiera combatiendo. Justo antes de aparearnos, dijiste que no tenías problema con eso.

—Lo sé. Y todavía pienso así.

—¿Estás seguro?

Después de un momento, John volvió a asentir.

—Te amo.

—Y yo a ti.

La verdad era que John no había respondido a su pregunta, pero ella no tuvo fuerzas para insistir. Los dos se quedaron sentados en el suelo, en silencio, hasta que, pasado un rato, la mujer le agarró la mano.

—Necesito alimentarme —confesó con voz ronca—. ¿Querrías…?

John la miró enseguida a los ojos y asintió con la cabeza.

—Siempre —dijo, modulando la palabra con los labios.

Xhex se puso de pie sin ayuda y le tendió la mano libre. Cuando John se la agarró, ella reunió todas las fuerzas que le quedaban y lo levantó a pulso. Luego lo condujo a la sala de reanimación y cerró las puertas con el pensamiento, mientras él se sentaba en la cama.

John se restregaba las palmas de las manos contra los pantalones de cuero, como si estuviera nervioso, y antes de que ella se acercara, dio un salto.

—Necesito ducharme. No puedo acercarme a ti en este estado… Estoy cubierto de sangre.

Dios, y ella ni siquiera había notado que su amado todavía llevaba puesta la ropa de combate.

—Está bien.

Entonces cambiaron de puesto y ella se dirigió a la cama mientras él iba al baño y abría el grifo del agua caliente. John dejó la puerta abierta…, así que cuando se quitó la camiseta sin mangas, Xhex pudo observar cómo sus hombros se contraían y se expandían.

Su nombre, Xhexania, no estaba tatuado, sino grabado en la espalda de John con preciosos caracteres.

Cuando el macho se agachó para quitarse los pantalones, su trasero hizo una estupenda aparición ante los ojos de la amada, que luego observó cómo se flexionaban con bella elegancia las piernas, primero una y después la otra. Mientras estaba en la ducha, Xhex no podía verlo, pero regresó casi enseguida.

No estaba excitado, como bien notó Xhex.

Era la primera vez que sucedía algo así. Resultaba extraño, en especial teniendo en cuenta que ella estaba a punto de alimentarse.

John se envolvió una toalla alrededor de las caderas. Cuando se volvió hacia ella, había en sus ojos una seriedad que entristeció a Xhex.

—¿Prefieres que me ponga una bata?

¿Qué demonios les había ocurrido?, pensó Xhex. Por Dios Santo, habían pasado por demasiadas cosas para llegar a lo que se suponía que era lo bueno y ahora resultaba que no iban a disfrutarlo.

—No, la bata no. —Xhex sacudió la cabeza, al tiempo que se secaba los ojos—. Por favor…, no…

Mientras se acercaba, John mantuvo la toalla en su lugar.

Y al llegar frente a ella, se puso de rodillas y le ofreció la muñeca.

—Toma de mi vena. Por favor, déjame cuidarte.

Xhex se inclinó y le agarró la mano. Mientras le acariciaba la vena con el pulgar, sintió cómo renacía la conexión entre ellos. El vínculo que se había roto en el callejón volvía a tejerse rápidamente.

Entonces estiró el brazo y lo agarró de la nuca para acercar la boca de John a la suya. Mientras lo besaba lenta, exhaustivamente, la hembra abrió las piernas para que él pudiera acercarse y, en un instante, las caderas de John reencontraron el lugar que solo le pertenecía a él.

Cuando la toalla cayó al suelo, Xhex estiró la mano hacia el miembro masculino. Ahora sí estaba duro.

Tal como ella quería.

Comenzó a acariciarlo y, al levantar el labio superior, aparecieron los colmillos. Luego ladeó la cabeza y deslizó la afilada punta de sus colmillos por el cuello de John, lo que le provocó un estremecimiento que sacudió todo su inmenso cuerpo. A la vista de tan buen resultado, repitió el gesto, pero esta vez con la lengua.

—Ven a la cama conmigo —dijo Xhex haciéndole sitio.

No hubo que decírselo dos veces. John no desperdició ni un segundo, mientras le sostenía la mirada. Era como si los dos necesitaran reencontrarse con el otro.

Mientras se acercaba a él, Xhex tomó la mano de John y se la puso en las caderas, y en cuanto sus cuerpos entraron en contacto sintió cómo la mano de su amado se apretaba contra su piel y el aroma de macho enamorado llenaba la habitación.

Xhex tenía intención de llevar el encuentro con calma, pero sus cuerpos tenían otros planes. El deseo tomó entonces las riendas y ella lo mordió en el cuello con fuerza, tomando lo que necesitaba para sobrevivir y recuperar las fuerzas, al tiempo que lo marcaba. En respuesta, el cuerpo de John se apretó contra Xhex y su erecta masculinidad empezó a buscar la maravillosa puerta de entrada al cuerpo femenino.

Mientras tomaba grandes sorbos de la vena de John, Xhex comenzó a forcejear con los pantalones para quitárselos, pero al final John tuvo que encargarse del asunto, rasgando la tela de un tirón. Y luego su mano se ubicó exactamente donde ella quería: deslizándose por la vagina, provocándola, penetrándola. Y mientras Xhex se movía contra aquellos dedos largos y penetrantes, fue encontrando un ritmo que sin duda los llevaría al clímax a los dos. En su garganta, entretanto, los gemidos competían con la sangre que bebía ansiosamente.

Después del primer orgasmo, Xhex cambió de posición, con ayuda de John, y se sentó a caballo sobre las caderas del macho. Necesitaba estar relativamente quieta para seguir bebiendo sangre. Por tanto, él se encargó de los movimientos y empezó a bombear, vientre contra vientre, acercándose y retirándose para establecer la fricción que los dos deseaban.

Cuando se corrió por segunda vez, Xhex tuvo que retirar la boca del cuello de John y gritar su nombre. Y mientras él la embestía con todas sus fuerzas, ella dejó de moverse para absorber por completo la sensación infinitamente placentera de aquel ir y venir que le resultaba tan familiar y, al mismo tiempo, tan novedoso.

Por Dios…, solo había que ver la expresión de John…, con los ojos y los dientes apretados, los músculos del cuello tensos y un chorrito de delicioso líquido rojo escurriéndose desde los pinchazos que ella todavía tenía que cerrar.

Finalmente, la hembra herida y excitada se extasió contemplando la serena dicha que se reflejaba en aquellos ojos azules. El amor de John por ella no era solo emocional, también tenía un componente físico innegable. Así era como reaccionaban y se comportaban los machos enamorados.

Entonces Xhex pensó que tal vez era cierto que John no había podido contenerse en aquel callejón. Quizá era un reflejo de la bestia que permanecía escondida bajo la apariencia de civilización, esa parte animal de los vampiros que tanto distinguía a su especie de la de los sosos humanos.

Xhex bajó la cabeza, lamió el cuello de John para cerrar los pinchazos y disfrutó del regusto que aún persistía en su boca y su garganta. Ya podía sentir el poder que se proyectaba desde su estómago, y eso solo era el comienzo. A medida que su cuerpo fuera absorbiendo lo que él le había dado, se sentiría cada vez más fuerte.

—Te amo —dijo Xhex.

Y con esas palabras, levantó a John de las almohadas hasta quedar sentada sobre sus piernas, para que el pene pudiera penetrarla todavía más, y, agarrándolo del cuello con la mano libre, lo acercó a su vena.

John no necesitó más impulso que ese y el dolor que Xhex sintió cuando él la mordió fue en realidad un ardor tan exquisito que volvió a llevarla al borde del orgasmo, mientras su sexo devoraba el del amado.

John cerró sus brazos alrededor de la hembra. Al verlos por el rabillo del ojo, ella alzó las cejas. Los brazos de John eran tan grandes que parecían más gruesos que sus muslos o, incluso, que su cintura. Y a pesar de toda la fuerza que ella tenía, Xhex sabía que esos brazos podían levantar más peso y golpear más duro y más rápido que los de ella.

En efecto, sus cuerpos no eran iguales. Él siempre sería más poderoso físicamente.

Eso era una realidad, claro. Pero el factor determinante a la hora de competir en el campo de batalla no era la fuerza, y por eso la fuerza tampoco era la única vara de medir la capacidad de un guerrero. Ella era igual de precisa a la hora de disparar, igual de buena con una daga e igualmente furiosa y tenaz cuando estaba frente a su presa.

Sencillamente, tendría que hacerle entender eso a John.

La biología es la biología y cada uno es como es. Pero hasta los machos tienen cerebro y pueden entender las cosas.

‡ ‡ ‡

Cuando por fin terminaron de hacer el amor, John se quedó acostado junto a su compañera, más que satisfecho y adormilado. Probablemente sería buena idea conseguir algo de comer, pensó, pero no tenía suficiente energía para levantarse ni ganas de ir a buscarlo.

Además, no quería abandonar a Xhex. Ni en ese momento ni en diez minutos. Ni mañana, ni la próxima semana, ni el próximo mes…

Xhex se acurrucó contra él y John agarró una manta de la mesita auxiliar y la echó sobre los dos. No se trataba de calentarse, sino de unirse más, porque el calor de sus cuerpos era suficiente para mantenerlos a una temperatura muy placentera.

El guerrero mudo se dio perfecta cuenta del instante en que ella se durmió, porque el ritmo de su respiración cambió y comenzó a mover una pierna de vez en cuando.

John se preguntó si lo estaría pateando en sueños, por lo idiota que había sido.

Tenía que corregirse en algunos aspectos, eso era innegable.

Y no tenía a nadie con quien hablar de ello. John sabía que de Tohr no podía esperar nada más que el rápido consejo que le había dado esa noche. Y las relaciones de todos los demás eran perfectas, de modo que ninguno tendría experiencia en broncas matrimoniales. Lo único que veía en el comedor eran parejas felices y sonrientes, nada que se pareciera a lo que él estaba experimentando en aquellas horas.

Ya se podía imaginar la reacción que encontraría ante cualquier insinuación: «¿Tenéis problemas? ¿De verdad? Vaya, qué raro… Tal vez podrías llamar a algún programa de radio o algo por el estilo».

Lo único que cambiaría sería la apariencia del interlocutor: un tío de perilla, o uno que llevaba gafas de sol, o uno que andaba siempre con un abrigo de visón, o uno que tenía en todo momento un caramelo en la boca… Pero las respuestas serían idénticas.

Pensó más y mejor y llegó a la conclusión de que en realidad en ese momento se sentía en paz. Y tal vez él y Xhex pudieran construir algo a partir de ahí.

No les quedaba más remedio que hacerlo, en todo caso.

«Dijiste que estabas de acuerdo con que siguiera combatiendo. Justo antes de aparearnos dijiste que no tenías problema con eso».

Y así había sido. Pero eso fue antes de ver cómo la herían ante sus mismísimos ojos.

Lo cierto era que, a pesar de lo mucho que le dolía admitirlo, lo último que John quería en la vida era convertirse en el hermano que más admiraba. Ahora que Xhex era formalmente suya, la idea de perderla y estar en la piel de Tohr era lo más aterrador que se podía imaginar.

Ahora no entendía cómo Tohr era capaz de levantarse cada noche. Y, francamente, si no lo hubiese perdonado ya por haber desaparecido al enterarse de la muerte de Wellsie, ahora sí que lo perdonaría.

Recordó con toda claridad el momento en que Wrath y la Hermandad habían llegado a buscarlos en grupo. Él y Tohr estaban en la oficina del centro de entrenamiento y el hermano no dejaba de llamar a su casa cada cinco minutos, con la esperanza de que respondiera una voz que no fuera la del contestador automático…

En el pasillo de la parte delantera de la oficina todavía se podían ver las marcas que había dejado Tohr, a pesar de que las malditas paredes estaban hechas de puro cemento y tenían más de medio metro de grosor. La descarga de energía de su rabia y su inmenso dolor había sido tan grande que literalmente había estallado. Una explosión interior cuyo alcance nadie en realidad conocía aún. Los hermanos solo sabían que había llegado hasta los cimientos subterráneos de Tohr, resquebrajándolos.

John todavía no sabía adónde había ido Tohr en aquella ocasión. Solo sabía que Lassiter lo había traído de regreso en muy malas condiciones.

Y al cabo de tanto tiempo, todavía estaba en malas condiciones.

Por muy egoísta que fuera tal pensamiento, John no quería eso para su futuro. Tohr era la mitad del macho que había sido, y no solo porque había perdido mucho peso. Aunque nadie le mostraba su compasión directamente, todos y cada uno de los guerreros lo compadecían en privado.

Era difícil saber cuánto tiempo podría resistir Tohr en la guerra contra sus enemigos. Se negaba a alimentarse de la vena, de modo que estaba cada vez más débil, y sin embargo salía todas las noches al campo de batalla, pues su deseo de venganza era cada vez más asfixiante.

Acabaría por hacerse matar, y punto.

Escudriñar su futuro era como estudiar el impacto de un coche contra un árbol: pura geometría. Solo tenías que calcular los ángulos y la trayectoria y ¡bum! Ahí tendrías el resultado, el momento y el lugar en que Tohr acabaría muerto sobre el pavimento.

Joder, seguro que estaba deseándolo. Al saber que por fin podría estar con su shellan seguro que moriría con una sonrisa en el rostro.

Piensa que te piensa, John sintió una nueva oleada de angustia por las actividades militares de Xhex. Tenía buenas relaciones con los otros habitantes de la casa: con su media hermana Beth, con Qhuinn y Blay, con los otros hermanos. Pero Tohr y Xhex eran las personas a las que siempre acudía y la idea de perderlos a los dos…

¡Era un verdadero infierno!

Pensaba en su Xhex en el campo de batalla. Sabía que si seguía saliendo a combatir a sus enemigos, lo más probable era que volvieran a herirla. Tal cosa les pasaba a todos de vez en cuando. La mayor parte de las lesiones eran pasajeras, pero nunca sabías cuándo podrías cruzar la raya, ni cuándo se complicaría un simple combate cuerpo a cuerpo.

No es que dudara de Xhex ni de sus habilidades, a pesar de lo ocurrido esa noche en el callejón. Lo que le angustiaba era un simple cálculo de probabilidades. Cuando tiras los dados una y otra vez es muy posible que en algún momento pierdas. Y la vida de Xhex era más importante que tener otro guerrero en el campo. Muchísimo más.

Debería haber pensado un poco más en eso antes de decir que no veía problema alguno en que ella saliera a combatir…

En medio de la oscuridad, la voz de la amada lo sacó de sus reflexiones.

—¿En qué estás pensando?

Era como si la tensión que emanaba de los pensamientos de John la hubiese despertado de su sueño.

Él se reacomodó y sacudió la cabeza como diciendo: «en nada». Pero estaba mintiendo. Y probablemente ella lo sabía.