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Mientras el amanecer se aproximaba y la luna se hundía en el cielo, Xcor salió del centro de Caldwell. Después de esa ridícula reunión con la glymera, él y sus soldados se habían reencontrado en lo alto del rascacielos, pero no había sido capaz de comenzar a planear ninguna estrategia, pues aún tenía que analizar su charla con los aristócratas.
Así que, después de ordenarles a sus soldados que regresaran a su nueva casa, Xcor se escapó solo hacia la noche, muy consciente del lugar al que tenía que dirigirse.
A la pradera, aquella pradera bañada por la luz de la luna y custodiada por un árbol grande.
Cuando volvió a tomar forma en aquel paisaje, no lo vio cubierto de nieve sino vibrando aún con los colores del otoño; las ramas del árbol resplandecían con hojas rojas y doradas, y no desnudas y tristes.
Después de recorrer la pradera entre la nieve, Xcor se detuvo en el lugar donde había visto a la Elegida por primera vez… y donde había bebido su sangre.
Recordaba cada detalle de ella: su rostro, su aroma, su pelo. La manera en que se movía y el sonido de su voz. La delicada estructura de su cuerpo y la tremenda fragilidad de su suave piel.
Xcor la añoraba y su frío corazón rezaba para que ocurriera algo que él sabía que el destino nunca iba a permitir.
Cerró los ojos, puso las manos sobre las caderas y bajó la cabeza.
Y entonces lo supo.
La Hermandad había encontrado su escondite en aquella granja.
El estuche del rifle que Syphon había utilizado había desaparecido.
Quienquiera que lo hubiese cogido había tenido que ir durante la noche anterior. Así que, al atardecer de ese mismo día, la Pandilla de Bastardos guardó sus pocas pertenencias y huyó en busca de un nuevo refugio.
Xcor sabía que la Elegida había sido el instrumento para hallar su escondite. Solo así podían haberlos encontrado. Y también había otra cosa clara: la Hermandad iba a utilizar ese rifle para demostrar con certeza que la bala que había recibido Wrath hacía unos meses había salido de un arma que había sido hallada entre sus cosas.
Lo cual era muy inteligente.
Después de todo, Wrath sí era un buen rey. No había respondido a su ataque con la violencia, sino que había necesitado pruebas porque quería luchar por una causa justa, no por venganza. Pero ahora que tenía esas pruebas los buscaría hasta encontrarlos.
Aunque Xcor no culpaba a la Elegida…, de ninguna manera. Por el contrario, ardía en deseos de saber si ella estaba bien. Sencillamente tenía que asegurarse de que, aunque sus enemigos la habían manipulado, no la habían maltratado.
Ay, su perverso corazón se revolvía ante la idea de que ella pudiese estar herida o algo por el estilo…
Mientras consideraba sus opciones, Xcor sintió una ráfaga de viento del norte que amenazaba con cortarlo en dos. Pero ya era demasiado tarde, pensó. Él ya tenía el corazón partido.
Aquella hembra se lo había roto de una manera que la guerra nunca podría hacerlo y, conociendo la naturaleza de su victimaria, Xcor sabía que su corazón nunca más podría sanar.
Menos mal que él nunca expresaba sus emociones, porque era mejor que nadie supiera que, después de todos esos años, alguien había encontrado por fin su talón de Aquiles.
Y ahora… tenía que verla de nuevo.
Aunque fuera para tranquilizar su conciencia, como si la tuviera, necesitaba verla otra vez.