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Otoño no estaba segura de acudir a la mansión… hasta que lo hizo. Y tampoco estaba convencida de lo que sentía por Tohrment… hasta que lo vio escudriñando a la concurrencia y supo que la estaba buscando a ella. Y no le abrió completamente su corazón… hasta que él le tendió la mano y perdió el control mientras clavaba los ojos en ella.
Ella lo amaba desde antes…, o por lo menos eso era lo que pensaba.
Pero ese amor todavía no era completo. Primero tenía que superar su convicción de que era indigna de ese amor, de que debía vivir en castigo permanente. Ella era un individuo valioso y con toda una vida por delante, capaz de superar la tragedia que había marcado su destino durante tanto tiempo.
Al dar un paso al frente, Otoño no lo hizo como criada o sierva, sino como una hembra honorable…, una que quería acercarse a su macho y abrazarlo, y unirse a él por todo el tiempo que quisiera la Virgen Escribana.
Solo que no logró hacerlo.
Porque no había alcanzado ni la mitad del vestíbulo cuando su cuerpo fue atacado por una extraña fuerza.
Otoño no podía comprender qué le sucedía: hacía solo un segundo que iba caminando hacia Tohr, respondiendo a su tácita súplica de acompañarlo, en mitad del vestíbulo, concentrada en aquel al que amaba…
Cuando de pronto sintió que una gran luz caía sobre ella desde una fuente desconocida y frenaba en seco su marcha.
Su voluntad le ordenó a su cuerpo que siguiera avanzando hacia Tohr, pero una gran fuerza se apoderó de ella y, con una potencia tan innegable como la fuerza de la gravedad, la luz la absorbió y la levantó del suelo. Y mientras sentía cómo se elevaba, Otoño oyó que Lassiter gritaba y vio cómo se abalanzaba hacia delante, como si quisiera impedir su partida…
Eso fue lo que la llenó de energía para oponerse a aquella fuerza y entonces forcejeó con ferocidad, peleando con todo lo que tenía, pero no había manera de liberarse de lo que la había capturado: sin importar cuánto batallara, Otoño no pudo contrarrestar su ascensión.
Y luego vio cómo abajo reinaba el caos y todos corrían de un lado a otro, mientras Tohr se arrastraba por el suelo e intentaba levantarse. Y cuando la miró, Otoño vio en su cara una expresión de confusión e incredulidad…, y después él comenzó a saltar, como si estuviera tratando de atraparla, como si ella fuera un globo del que pudiera agarrar la cuerda. Entonces alguien lo agarró cuando perdió el equilibrio: John. Y el Gran Padre corrió a su lado. Y sus hermanos…
Pero la última imagen que atisbó Otoño no fue la de ninguno de ellos, ni siquiera la de Tohrment; lo último que vio fue a Lassiter.
El ángel estaba junto a ella, elevándose también hacia el cielo, y la luz los fue consumiendo a los dos hasta que desaparecieron. Y de ella no quedó nada, ni siquiera la conciencia…
‡ ‡ ‡
Cuando Otoño volvió en sí, se hallaba en un inmenso paisaje blanco, tan amplio que no tenía horizonte.
Frente a ella había una puerta. Una puerta blanca, con un picaporte blanco y rodeada de un resplandor tan fuerte que parecía que al otro lado estuviera esperándola una luz muy brillante.
Eso no era lo que había visto la primera vez que murió.
Muchos años atrás, cuando volvió en sí después de clavarse aquella daga en el vientre, se había encontrado en un paisaje blanco pero muy distinto, en el que había árboles, templos y jardines, habitado por las hembras Elegidas de la Virgen Escribana; un lugar en el que había llegado a vivir sin cuestionarse nada, aceptando su destino como el inevitable resultado de las decisiones que había tomado en la Tierra.
Esto, sin embargo, no era el Santuario. Esta era la entrada al Ocaso.
¿Qué había sucedido?
¿Por qué…?
La explicación se le reveló de repente, cuando se dio cuenta de que por fin se había desprendido de su pasado y había abierto su corazón a todo lo que la vida tenía para ofrecer…, liberándose así de su propio Limbo, aunque ella misma no tenía conciencia de estar viviendo en el Limbo.
Por fin había salido del Limbo. Y estaba… libre.
Pero Tohrment se encontraba allá abajo.
Otoño sintió cómo su cuerpo comenzaba a temblar y la rabia la sacudía, una rabia tan profunda y absoluta que quería romper aquella puerta con sus propias uñas y tener una acalorada conversación con la Virgen Escribana, o con el Creador de Lassiter, o con quien quiera que fuera el maldito canalla que escribía nuestros designios.
Después de haber recorrido una gran distancia desde donde había comenzado, el hecho de descubrir que el premio final no era otra cosa que otro sacrificio, Otoño se sintió tan furiosa que se veía capaz de recurrir a la violencia.
Y así, sin contener su rabia, se lanzó contra la puerta y comenzó a golpearla con los puños y a arañarla con las uñas y a darle patadas, mientras vociferaba, maldecía e insultaba a las fuerzas sagradas…
Cuando sintió unos brazos alrededor de ella que trataban de alejarla de la puerta, se volvió para atacar a quien fuera y lo mordió con sus colmillos en el antebrazo…
—¡Puta mierda! ¡Ay!
La voz enfurecida de Lassiter calmó su ataque de rabia e inmovilizó su cuerpo, hasta que solo se quedó respirando para retomar el aliento.
Entretanto, la maldita puerta seguía inmóvil. Indiferente. Inmutable.
—¡Malditos bastardos! —gritó Otoño—. ¡Desgraciados!
El ángel la hizo girar sobre sus talones y la sacudió.
—¡Escúchame! —le espetó—. Así no vas a lograr nada. Tienes que calmarte, ¡maldita sea!
Gracias a su fuerza de voluntad, Otoño logró recuperar la compostura y luego comenzó a sollozar.
—¿Por qué? ¿Por qué nos están haciendo esto?
Lassiter la volvió a sacudir.
—Escúchame. No quiero que abras esa puerta, quédate aquí. Voy a hacer lo que pueda, ¿está bien? No tengo mucha influencia, y es posible que no tenga ninguna, pero voy a intentarlo. Tú quédate donde estás y, por amor de Dios, no vayas a abrir esa puerta. Porque si metes la pata acabarás en el Ocaso y yo ya no podré hacer nada por ayudarte. ¿Está claro?
—¿Qué vas a hacer?
El ángel se quedó mirándola durante un momento.
—Tal vez esta noche me convierta por fin en un ángel.
—¿Qué? No entiendo…
Lassiter estiró una mano y le acarició la cara.
—Vosotros dos habéis hecho tanto por mí que… Joder, creo que todos nosotros hemos estado en cierta forma en nuestros propios Limbos. Así que voy a ofrecer todo lo que tengo para salvaros a los dos… Ya veremos si eso es suficiente.
Otoño le agarró la mano y dijo:
—Lassiter…
Pero él dio un paso atrás y asintió con la cabeza.
—Tú quédate aquí y no te hagas muchas ilusiones. El Creador y yo no tenemos la mejor relación que existe… Y es posible que termine incinerado en el acto. Y en ese caso, no te ofendas, pero vas a estar muy jodida.
Lassiter dio media vuelta y se dirigió hacia la blancura. Después de unos instantes, su cuerpo desapareció.
Otoño cerró los ojos y se envolvió entre sus brazos, mientras rezaba para que el ángel pudiera hacer un milagro.
Rezó con todo lo que tenía…