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A la noche siguiente, tan pronto se ocultó el sol, Assail, hijo de Assail, atravesó su casa de cristal en dirección al garaje. Al cruzar la puerta trasera de la mansión, miró de reojo el cristal que había tenido que reemplazar en otoño.
La reparación había quedado tan perfecta que nadie podría saber que allí había ocurrido algo tan violento.
Sin embargo, no se podía decir lo mismo de los acontecimientos que habían tenido lugar aquella horrible noche. A pesar de que los días del calendario pasaban uno tras otro, y las estaciones cambiaban, y las lunas cumplían todo su ciclo, no había manera de reparar lo que había ocurrido, de poner un parche que cubriera ese desastre.
Aunque seguramente Xcor tampoco estaba interesado en hacerlo, supuso Assail.
En efecto, dentro de unas horas por fin podría saber con precisión cuál era la magnitud del daño que se había causado aquella terrible noche.
La glymera era tan condenadamente lenta que era ridículo.
Tras conectar el sistema de alarma con la huella de su pulgar, Assail entró en el garaje, cerró la puerta de la casa y pasó de largo frente al Jaguar. El Range Rover que estaba estacionado al fondo tenía unas llantas enormes con pernos en forma de garra. La semana pasada le habían entregado por fin su última adquisición y, a pesar de lo mucho que le gustaba el XKR, ya estaba cansado de sentir que iba montado en un cerdo engrasado que se deslizaba sin control sobre el hielo.
Después de subirse al todoterreno con seguridad reforzada, oprimió el botón para abrir la puerta del garaje y esperó. Luego salió marcha atrás, enderezó la dirección y volvió a esperar hasta que la puerta se cerró.
Elan, hijo de Larex, era un pequeño gusano, la clase de aristócrata que enervaba a Assail: el exceso de pergaminos y de dinero lo había aislado totalmente de las realidades de la vida, de manera que ya no era capaz de hacer nada sin prescindir de las formalidades de su posición.
Y sin embargo, por aquellas vueltas del destino, Elan se hallaba ahora en una posición desde la que podía ejercer más autoridad de la que se merecía: después de los ataques había quedado como el macho de más alto rango del Consejo que no fuera un hermano, a excepción de Rehvenge, claro, pero Rehvenge estaba tan ligado a la Hermandad que bien podría llevar un par de dagas negras sobre el pecho.
Por tanto, Elan había convocado la pequeña reunión «no oficial» de esa noche.
De la cual estaba excluido Rehvenge, claro. Y que probablemente giraría en torno a una insurrección.
Aunque, desde luego, alguien tan estirado como Elan jamás hablaría de insurrección. No, los traidores de corbata y calcetines de seda tendían a esconder su realidad bajo términos mucho más refinados, pese a que la manera de plantear las cosas no cambiaba nada.
El viaje hasta la casa de Elan le llevó a Assail unos buenos cuarenta y cinco minutos, a pesar de que fue muy rápido y las carreteras estaban limpias de nieve y cubiertas de sal. Naturalmente, se habría ahorrado todo ese tiempo si se hubiera desintegrado, pero si las cosas se salían de control, si terminaba herido o con dificultades para desintegrarse, Assail necesitaba asegurarse de tener una forma de escapar.
Solo una vez había confiado en que estaría seguro, pero eso había sido hacía mucho tiempo. Nunca más volvería a caer en esa trampa y, en efecto, la Hermandad era muy inteligente. No había manera de saber si su incipiente conspiración tendría respuesta esa misma noche, sobre todo si Xcor iba a estar presente.
El refugio de Elan era una elegante casa de ladrillo de inspiración victoriana, con tallas de madera en cada torre y en cada esquina. Situada en un tranquilo pueblecito de solo treinta mil habitantes humanos, estaba bastante retirada de la carretera y delimitada por un río que serpenteaba a lo largo de la propiedad.
Al bajarse del todoterreno, Assail no se cerró los botones de carey de su abrigo de pelo de camello ni se puso los guantes. Tampoco se abotonó la chaqueta del traje.
Llevaba un par de pistolas cerca del corazón y quería tener fácil acceso a ellas.
Al acercarse a la puerta principal de la casa, sus finas botas negras iban dejando un rastro de huellas sobre el sendero, mientras su aliento salía de su boca en pequeñas volutas blancas. En el cielo, la luna brillaba como una luz halógena, llena como un plato, y la ausencia de nubes permitía que su luz bañara la tierra con todo su poder.
Todas las cortinas estaban cerradas, así que Assail no pudo ver cuántos habían llegado, pero pensó que seguramente estarían todos reunidos, tras haberse desintegrado hasta allí.
Imbéciles.
Tan pronto tocó el timbre, la puerta se abrió de par en par y apareció un mayordomo que le hizo una profunda reverencia.
—Amo Assail, bienvenido. ¿Me permite su abrigo?
—No.
El doggen vaciló un momento, hasta que Assail levantó una ceja y lo miró con indignación.
—Ah, por supuesto, milord… Por favor, acompáñeme.
Hasta sus oídos llegaron entonces varias voces, todas ellas masculinas, mientras el olor a canela de la sidra caliente penetraba por su nariz. El mayordomo lo condujo entonces hasta un salón grande, adornado con pesados muebles de caoba que combinaban con la época de la casa. Y en medio de todas aquellas antigüedades se recortaban las figuras de diez machos que rodeaban al anfitrión, todos vestidos con elegantes trajes y corbatas, algunas de lazo.
Cuando Assail apareció, la conversación decayó notoriamente, lo cual sugería que al menos alguno de los presentes no confiaba en él.
Ese parecía ser el único rasgo de lucidez de todo el grupo.
Su anfitrión se separó entonces de los otros y se acercó con una sonrisa petulante.
—Te agradezco que hayas venido, Assail.
—Gracias por invitarme.
Elan frunció el ceño.
—¿Dónde está mi doggen? Debería haberse ocupado de tu abrigo…
—Prefiero dejármelo puesto. Y creo que me sentaré allí —dijo Assail, y señaló con la cabeza hacia la esquina del salón que ofrecía la mejor vista de todos los accesos—. Confío en que empezaremos pronto.
—En efecto. Con tu llegada ya solo esperamos a uno más.
Assail entrecerró los ojos al notar la fina línea de sudor que cubría el labio superior del macho. Xcor había elegido bien a su presa, pensó Assail, mientras caminaba hacia su silla y se sentaba.
Una ráfaga de viento anunció la llegada del último invitado.
Cuando Xcor entró en el salón todos los aristócratas se quedaron en silencio y el grupo pareció sufrir una sutil reorganización ya que todos dieron un paso atrás.
Luego, claro, ¡sorpresa! Pues Xcor traía más de un acompañante.
Todos los integrantes de la Pandilla de Bastardos llegaron con él y formaron un semicírculo detrás de su líder.
En persona y visto de cerca, Xcor estaba exactamente igual que siempre, no había cambiado, seguía siendo burdo y feo, la clase de macho cuya presencia y actitud sugerían que su reputación de violento se basaba estrictamente en la realidad, no en conjeturas. Entre personajes tan débiles y en aquel ambiente de lujo y buenas maneras, Xcor parecía perfectamente capaz de cortar en dos a todo aquel que respirara en el salón… Y los hombres que lo respaldaban eran iguales que él, todos vestidos para la guerra y preparados para iniciar una con un solo gesto de su líder.
Al verlos a todos juntos, hasta Assail tuvo que reconocer que se trataba de un grupo bastante impresionante.
¡Qué tonto era Elan! Él y sus colegas de la glymera no tenían ni idea de la caja de Pandora que habían abierto.
Después de toser pomposamente, Elan dio un paso al frente para dirigirse a todo el grupo, asumiendo su papel de líder de la reunión, a pesar de que parecía un enano, no solo por el tamaño de los soldados sino por su sola presencia.
—Creo que sobran las presentaciones y no hay necesidad de decir que si alguno de ustedes —explicó mientras miraba a cada uno de sus colegas del Consejo— habla de esta reunión fuera de estas paredes habrá represalias de tal magnitud que desearemos volver a sufrir los ataques de los restrictores. —Mientras hablaba, Elan fue ganando tal confianza que parecía que el manto de poder que proyectaba Xcor fuera una especie de masturbación para su ego—. Pensé que sería importante que nos reuniéramos hoy aquí todos. —Comenzó a pasearse de un lado a otro, con las manos a la espalda e inclinándose hacia delante, como si les estuviera hablando a sus brillantes zapatos—. Durante el último año, y en repetidas ocasiones, los honorables miembros del Consejo han acudido a mí no solo para informar de sus catastróficas pérdidas, sino para expresar su frustración con la respuesta del presente régimen ante cualquier recuperación significativa.
Assail levantó las cejas al oír la expresión «presente régimen». Si ya se hablaba abiertamente en esos términos, la insurrección había progresado más de lo que él se imaginaba…
—Estas discusiones —prosiguió Elan— se han venido desarrollando a lo largo de varios meses y, sin embargo, aún persisten las quejas y el claro ambiente de insatisfacción. Como resultado de ello, y después de arduas deliberaciones con mi conciencia, me he encontrado por primera vez en la vida dudando hasta tal punto del líder actual de la raza que me veo obligado a tomar medidas. Estos caballeros —señaló con la mano abierta al grupo de guerreros, que seguramente no se sintieron identificados con ese término tan ridículo— han expresado preocupaciones similares, así como una cierta disposición a, cómo podríamos decir, facilitar un cambio. Como sé que todos opinamos lo mismo, pensé que podríamos discutir los próximos pasos que hay que seguir.
En ese momento, los otros dandis presentes decidieron meter ellos también baza en la conversación y reiteraron, cada uno de manera interminable, exactamente lo mismo que Elan acababa de decir.
Era evidente que todos pensaban que esa era su oportunidad de demostrarle a la Pandilla de Bastardos la seriedad de su posición, pero Assail no creía que Xcor se dejara influenciar por ninguna de esas tonterías. Para Xcor, estos miembros de la aristocracia no eran más que herramientas frágiles y descartables; cada uno tenía un uso limitado. Xcor los usaría hasta que ya no los necesitara y luego rompería sus frágiles mangos de madera y los haría a un lado.
Mientras escuchaba los discursos de los otros, Assail pensó que no tenía ningún cariño ni respeto especial por la monarquía. Sin embargo, estaba seguro de que Wrath era un macho de palabra, mientras que de estos payasos de la glymera no se podía decir lo mismo: con excepción de Xcor y sus soldados, todos los demás eran capaces de besar el trasero del rey hasta que se les durmieran los labios al tiempo que planeaban su muerte. ¿Y qué pasaría después? Xcor trabajaría para él y solo para él, y mandaría al diablo a todos los demás.
Wrath había afirmado que permitiría que continuara el comercio con los humanos sin restricciones.
Xcor, por otra parte, no era la clase de macho que estaba dispuesto a convivir con otros poderes, y con todo el dinero que se podía ganar con el tráfico de drogas, tarde o temprano Assail terminaría convirtiéndose en su blanco.
Si es que no lo era ya.
—… y la propiedad de mi familia permanece improductiva en Caldwell…
Cuando Assail se puso en pie, los ojos de todos los soldados se clavaron en él.
Al dar un paso hacia el grupo, tuvo cuidado de mostrar bien sus manos, para que no pensaran que había sacado un arma.
—Por favor, disculpen la interrupción —dijo por pura formalidad—, pero debo marcharme ahora. —Elan comenzó a balbucear al ver que Xcor entrecerraba los ojos. De tal manera que Assail habló con claridad y se dirigió al verdadero líder de la reunión—: Prometo no hacer mención alguna de esta reunión, ni a los individuos aquí presentes ni a ningún otro, y también me abstendré de hablar sobre las declaraciones que se han hecho, así como sobre la identidad de los asistentes. No soy político, ni tengo ninguna ambición monárquica. Solo soy un macho de negocios que busca continuar con sus tratos comerciales. Al marcharme de esta reunión y renunciar en consecuencia a mi posición en el Consejo, solo estoy actuando de acuerdo con mis intereses y no busco promover ni obstaculizar vuestros planes.
Xcor sonrió con frialdad y lo miró con ojos amenazantes y llenos de determinación.
—Y yo prometo considerar mi enemigo a todo el que se marche de este salón.
Assail asintió con la cabeza.
—Que así sea. Pero debes saber que defenderé mis intereses de cualquier intruso que pretenda interponerse.
—Como quieras.
Assail salió del salón con tranquilidad, al menos hasta que llegó a su Range Rover. Porque después de subirse al todoterreno, se apresuró a cerrar las puertas, arrancar el motor y salir disparado.
Mientras conducía, permanecía alerta, pero sin caer en la paranoia. Estaba seguro de que Xcor iba a cumplir cada palabra acerca de considerarlo su enemigo, pero también era consciente de que el macho iba a estar muy ocupado. Entre los hermanos, que sin duda eran unos enemigos formidables, y la glymera, que iba a ser tan difícil de tratar como una manada de gatos, tenía más que suficiente.
Sin embargo, Assail sabía que Xcor se fijaría en él tarde o temprano.
Por fortuna, estaba tan listo ahora como lo estaría en el futuro.
Y nunca le había molestado esperar.