69

Al otro lado del Hudson, al sur del complejo de la Hermandad, Otoño estaba en la cabaña, sentada en la misma silla en la que se había instalado desde el comienzo de la noche, en medio de la oscuridad. Hacía mucho rato que había apagado las luces con el pensamiento y la falta de iluminación a su alrededor hacía que el paisaje resplandeciera con la luz de la luna y brillara como si fuera de día.

Desde donde ella se encontraba, el río parecía una extensión amplia y sólida, a pesar de que solo se había congelado el agua junto a las riberas.

Sin embargo, aquella hermosa vista había pasado desapercibida ante sus ojos, mientras recreaba en su mente las etapas de su vida.

Habían transcurrido muchas horas desde que Xhex se había marchado y el cambio de posición de la luna hacía que los árboles que rodeaban la cabaña proyectaran largas sombras negras sobre el suelo blanco. En muchos sentidos, el tiempo no tenía ningún significado, pero sí producía un efecto directo: cuanto más tiempo reflexionaba Otoño sobre su vida, más claro lo veía todo, y el impacto de aquellas primeras revelaciones se iba desvaneciendo poco a poco para dar paso a una especie de asimilación…

Mediante la cual comenzaba a cambiarse a sí misma…

Al principio, Otoño pensó que la mancha oscura que atravesó de repente el paisaje no era más que la sombra de otro árbol que rodeaba la propiedad. Pero esa sombra se movía.

Y estaba viva.

Y… no era un animal.

Era un macho.

Otoño se sobresaltó con temor, pero luego sus instintos reaccionaron y le informaron de quién se trataba: Tohrment.

Tohrment estaba ahí.

Su primer impulso fue correr al refugio subterráneo y fingir que no lo había visto…, y cuando él se quedó quieto, esperando en el jardín para darle tiempo para identificarlo, se dio cuenta de que Tohr estaba ofreciéndole esa salida.

Pero no pensaba salir huyendo. Llevaba muchos años escapando de una u otra forma y estaba cansada. Esta vez se enfrentaría a la realidad y aceptaría las consecuencias.

Así que se levantó de la silla, se dirigió a la puerta que daba sobre el río, le dio la vuelta a la llave para abrir la cerradura y empujó la puerta hasta que quedó de par en par. Luego cruzó los brazos sobre el pecho para protegerse del frío, levantó la barbilla y esperó a que él se acercara.

Y Tohr lo hizo. Con una expresión de sombría determinación, el hermano se aproximó lentamente, mientras sus pesadas botas aplastaban la fina capa de nieve que cubría el suelo. Estaba igual que siempre, alto y ancho, con el pelo marcado por ese mechón blanco y aquella cara apuesta y seria, de rasgos distinguidos.

Estaba como siempre. ¿Y por qué tendría que haber cambiado? El que ella sí hubiera cambiado no significaba que tuvieran que hacerlo los demás… Ni siquiera Tohr.

Era evidente que ella estaba proyectando su propia transformación en todo lo que veía.

Cuando Tohr se detuvo frente a ella, Otoño carraspeó para contrarrestar el efecto del aire helado en su garganta. Sin embargo, no dijo nada. Era a él a quien le correspondía hablar primero.

—Gracias por salir —dijo.

Ella solo asintió con la cabeza, pues no estaba dispuesta a facilitarle la tarea de disculparse, aunque solo lo estuviera haciendo para cumplir con una formalidad. No, no estaba dispuesta a facilitarle el camino a él… ni a nadie más.

—Me gustaría hablar contigo un momento… Si tienes tiempo.

Hacía mucho frío, así que Otoño asintió una vez con la cabeza y volvió a entrar. El interior de la cabaña no parecía muy caliente antes, pero ahora le dio la impresión de que estaba hirviendo.

Se sentó en una silla en silencio y dejó que Tohr eligiera si quería permanecer de pie o no. Optó por lo primero y se plantó directamente frente a ella.

Después de tomar aire profundamente, habló con claridad y de manera sucinta, como si hubiese practicado sus palabras de antemano:

—Nada que diga ahora podrá disculpar lo que te dije aquel último día. Eso fue totalmente injusto e imperdonable. No hay excusa para lo que hice y por eso no voy a tratar de darte ninguna explicación. Yo solo…

—¿Sabes qué? —lo interrumpió ella—. Hay una parte de mí que arde en deseos de mandarte al infierno…, de decirte que te lleves tus excusas, tus ojos tristes y tu corazón dolorido y nunca, nunca jamás vuelvas a acercarte a mí.

Después de una larga pausa, Tohr asintió.

—Está bien. Lo entiendo. Y por supuesto que lo respeto…

—Pero —volvió a interrumpirlo ella— he pasado toda la noche sentada en esta silla, pensando en tu sincero soliloquio. De hecho, no he pensado en nada más desde que te dejé. —Abruptamente, Otoño miró hacia el río—. ¿Sabes? La noche en que me enterraste debió de ser parecida a esta, ¿no?

—Sí, así fue. Solo que estaba nevando.

—Entonces debió de resultarte muy difícil cavar en el suelo congelado.

—Sí, muy difícil.

—Ah, sí, claro, te salieron ampollas y todo. —Otoño se volvió a concentrar en Tohr—. Para serte sincera, estaba casi destruida cuando saliste de la sala de reanimación del centro de entrenamiento. Es importante para mí que lo sepas. Después de que te fueras, mi mente quedó en blanco, no sentía nada, solo podía respirar, y eso porque mi cuerpo lo hacía de manera autónoma. —Tohr hizo un ruido con la garganta, como si, a pesar del remordimiento que sentía, no pudiera encontrar qué decir—. Siempre he sabido que amas solo a Wellsie, y no solamente porque me lo dijiste tú mismo al comienzo, sino porque todo el tiempo era evidente. Y tienes razón: me enamoré de ti y traté de ocultártelo, al menos conscientemente, porque sabía que eso te haría mucho daño: la idea de haber dejado que una hembra se acercara tanto a ti… —Otoño sacudió la cabeza mientras se imaginaba cuánto habría afectado eso a Tohr—. En realidad quería evitarte más sufrimientos y, honestamente, deseaba que Wellsie lograra su libertad. Su situación era casi tan importante para mí como para ti…, y eso no tenía que ver con castigarme a mí misma, era algo que sentía porque de verdad te amaba. —Querida Virgen Escribana, Tohr estaba tan inmóvil. Apenas respiraba—. Me he enterado de que estás cerrando la casa en la que vivías con ella —prosiguió Otoño—. Y que has regalado sus cosas. Supongo que eso se debe a que estás tratando de encontrar un nuevo camino para que ella pueda entrar en el Ocaso y espero que funcione. Por el bien de ambos, espero que funcione.

—He venido aquí para hablar de ti, no de ella —dijo Tohr con voz suave.

—Eres muy amable, y sé que estoy dándole la vuelta a la conversación para hablar de ti, pero no porque me sienta víctima de un amor no correspondido que terminó de mala manera, sino porque nuestra relación siempre ha girado alrededor tuyo. Lo cual es culpa mía, pero también consecuencia de la naturaleza del ciclo que hemos completado.

—¿Ciclo?

Otoño se puso de pie, pues quería estar a la misma altura que él.

—Así como las estaciones cumplen un ciclo, nosotros hemos hecho lo mismo. Cuando nuestros caminos se cruzaron por primera vez, todo giró en torno a mí: mi egoísmo, mi obsesión con la tragedia que había vivido. Esta vez todo ha girado en torno a ti: tu egoísmo, la tragedia que habías sufrido.

—Ay, por Dios, Otoño…

—Tal como tú mismo me señalaste, no podemos negar la verdad y no deberíamos tratar de hacerlo. Por lo tanto, sugiero que ninguno de los dos intente luchar más contra la evidencia. Estamos de acuerdo en que, a partir de ahora, estamos en paz, y debemos admitir que entre los dos hay actos y palabras que ninguno puede negar. Siempre me arrepentiré de la posición en la que te puse al usar tu daga hace tantos años y tú no tienes que decir lo apenado que te sientes hoy ante mí, pues puedo verlo escrito en tu rostro. Tú y yo… hemos completado el ciclo, hemos cerrado el círculo.

Tohr parpadeó, pero le sostuvo la mirada. Luego se llevó la mano a la frente y se la restregó, como si le doliera.

—Estás equivocada en eso último.

—No entiendo cómo puedes discutir contra la lógica.

—Yo también he estado pensando mucho. Quizá tengas razón en muchas cosas, pero quiero que sepas que estaba contigo por algo más que para rescatar a Wellsie. No me di cuenta de ello en ese momento, o tal vez no podía permitírmelo… No lo sé. Pero estoy completamente seguro de que también tenía mucho que ver contigo y, después de que te fueras, eso quedó claro…

—No tienes que disculparte…

—Esto no es una disculpa. Hablo de despertar y buscarte en la cama y desear que estuvieras a mi lado. Hablo de pedir comida extra para ti y luego recordar que ya no estás conmigo para poder alimentarte. Hablo del hecho de que aun mientras guardaba en bolsas la ropa de mi compañera fallecida, estaba pensando en ti. No solo tenía que ver con Wellsie, Otoño, y creo que me di cuenta de eso cuando entraste en tu periodo de fertilidad; por eso perdí el control. Pasé un día y medio sentado mirando al vacío y tratando de entender todo esto y, no sé…, supongo que finalmente encontré el valor para ser realmente sincero conmigo mismo. Porque cuando has amado a una persona con todas tus fuerzas y ella ya no está, es duro aceptar que llega alguien que penetra en ese territorio de tu corazón. —Tohr levantó la mano y se dio un golpe en el esternón—. Este corazón era solo de Wellsie. Para siempre. O al menos eso pensé…, pero luego las cosas no salieron así y llegaste tú…, y a la mierda con los ciclos, pero no quiero terminar contigo. —Ahora fue Otoño la que quedó perpleja; su cuerpo pareció congelarse mientras hacía esfuerzos por comprender lo que Tohr estaba diciendo—. Otoño, estoy enamorado de ti, esa es la razón por la que estoy aquí esta noche. No tenemos que estar juntos si no quieres, no tienes que perdonarme por lo que dije, pero quería que lo oyeras de mis propios labios. Y también quiero decirte que estoy tranquilo, porque… —Tohr respiró hondo—. ¿Quieres saber por qué se quedó embarazada Wellsie? No es que yo quisiera un hijo. Fue porque ella sabía que cada noche, cuando yo salía de casa, podía terminar muerto en el campo de batalla y, tal como me dijo, ella quería tener algo que le ayudara a vivir. ¿Qué habría pasado si hubiera muerto yo en lugar de ella? Wellsie se habría creado una vida propia y… lo más extraño es que yo habría querido que fuera así. Aunque eso incluyera a otra persona. Supongo que me di cuenta de que… ella no habría querido que yo le guardara luto para siempre. Ella habría deseado que yo siguiera adelante con mi vida…, y eso es lo que estoy haciendo.

Otoño abrió la boca para decir algo, pero no pudo pronunciar palabra.

¿Realmente le había oído decir todo eso?

—¡A-le-lu-ya! ¡Por fin!

Mientras Otoño lanzaba un grito de alarma y Tohr desenfundaba una de sus dagas negras, Lassiter apareció de la nada en mitad de la habitación.

El ángel aplaudió un par de veces y luego levantó las manos hacia el cielo como un evangelista.

—¡Por fin!

—¡Jesús! —siseó Tohr, mientras guardaba la daga—. ¡Pensé que habías renunciado!

—No, todavía no soy el tío ese que nació en un pesebre. Y créeme, traté de renunciar, pero el Creador no estaba interesado en oír lo que tenía que decir. Como de costumbre.

—Te llamé un par de veces y no viniste.

—Bueno, en primer lugar, estaba cabreadísimo contigo. Y luego sencillamente no quise interponerme en tu camino. Sabía que estabas preparando algo grande. —El ángel se acercó y le puso una mano en el hombro a Otoño—. ¿Estás bien?

Ella asintió con la cabeza y logró decir algo parecido a Mmmj.

—Entonces, todo está bien ahora, ¿no? —preguntó Lassiter.

Tohr negó con la cabeza.

—No la obligues a nada. Ella está en libertad de elegir su camino, como siempre.

Y con esas palabras, Tohr dio media vuelta y se dirigió a la puerta. Justo antes de abrirla, miró por encima del hombro y sus ojos azules se clavaron en los de ella.

—La ceremonia para celebrar la entrada de Wellsie en el Ocaso es mañana por la noche. Me encantaría que estuvieras allí, pero si no vas lo entenderé. Y, Lassiter, si te vas a quedar con ella, y espero que así sea, haz algo útil y prepárale una taza de té y unas tostadas. Le gustan bien tostadas por los dos lados, con mantequilla dulce, preferiblemente batida, y un poco de mermelada de fresa. Y le gusta el Earl Grey, con una de azúcar.

—¿Qué? ¿Acaso tengo cara de mayordomo?

Tohrment se quedó mirándola fijamente durante un rato más, como si le estuviera dando la oportunidad de ver lo seguro y firme que estaba… Sólido en un sentido que no tenía nada que ver con su peso, sino con su alma.

De hecho, él también se había transformado.

Con una última inclinación de cabeza, Tohr salió al paisaje nevado… y se desintegró.

—¿Tienes una televisión aquí? —oyó que preguntaba Lassiter desde la cocina, mientras abría y cerraba armarios.

—No hace falta que te quedes —murmuró Otoño, que todavía no salía de su asombro.

—Solo dime que sí tienes televisión y seré feliz.

—Sí, sí tenemos.

—Bueno, mira qué bien, tal vez hoy es mi día de suerte. Y no te preocupes, vamos a pasarlo bien. Apuesto a que puedo encontrar una maratón de Real Housewives.[2]

—¿Qué? —preguntó Otoño.

—Espero que sea la de Nueva Jersey. Pero me conformo con Atlanta.

Haciendo un esfuerzo, Otoño se despabiló y miró al ángel, pero solo pudo parpadear como si estuviera ciega por la cantidad de luces que este había encendido.

No, un momento, era el propio ángel el que resplandecía.

—¿De qué estás hablando? —preguntó Otoño, pues le costaba creer que el ángel pudiera estar interesado en programas de la televisión humana en momentos como ese.

Desde la cocina, Lassiter sonrió con malicia y le hizo un guiño.

—Piénsalo bien: si te permites creer en Tohr y le abres tu corazón, podrás deshacerte de mí para siempre. Lo único que tienes que hacer es entregarte a él en mente, cuerpo y alma, amiguita, y desapareceré de tu vista… y no tendrás que preocuparte de averiguar qué es una Real Housewife.