68

De regreso en el complejo de la Hermandad, Tohr abrió la puerta del sótano y se hizo a un lado para que John pasara delante.

Mientras bajaba las escaleras detrás de John, Tohr sentía todo su cuerpo rígido, en especial la espalda y los hombros. Después de un último esfuerzo de tres horas esa noche, la casa que había compartido con Wellsie había quedado oficialmente desocupada y en vías de entrar en el sistema inmobiliario de Caldwell. Fritz se había reunido con un agente de fincas durante el día y habían fijado un precio alto, pero no exagerado. A Tohr no le importaba sufragar los gastos de la casa durante otro par de meses, o incluso durante la primavera, pero no quería malvenderla.

Entretanto, los muebles y las alfombras habían sido trasladados al garaje de la mansión; los cuadros, los grabados y los dibujos en tinta estaban en la parte climatizada del ático y el joyero se encontraba en el armario de Tohr, encima del vestido de la ceremonia de apareamiento.

Así que… todo estaba listo.

Al llegar abajo, Tohr y John empezaron a caminar con decisión a través del espacio que albergaba la inmensa caldera que no solo despedía suficiente calor como para mantener caliente la parte principal de la casa, sino que amenazó con freírles la cara y el cuerpo mientras pasaban junto a ella.

Más adelante, sus pisadas resonaban contra el suelo, mientras que el aire se iba enfriando con rapidez a medida que entraban en la segunda parte del sótano. Esta zona estaba dividida en varios depósitos, uno de los cuales recibiría en pocos días los muebles de su casa; el otro le servía a V de taller privado.

Pero no, no era un espacio privado en ese sentido.

Para esa mierda, V usaba su propio ático.

V tenía allí su taller de forja.

El sonido del monstruo escupefuegos de V comenzó como un zumbido, pero cuando doblaron la última esquina era un rugido tan fuerte que acallaba sus pisadas. De hecho, lo único que sobresalía por encima del estruendo era el sonido metálico del martillo de V golpeando contra el metal al rojo vivo.

Cuando llegaron al umbral de aquel pequeño cuarto de paredes de piedra, V estaba trabajando y su pecho y sus hombros desnudos resplandecían con la luz anaranjada de las llamas, mientras que su musculoso brazo se levantaba una y otra vez con el martillo. Estaba ferozmente concentrado en su trabajo, tal como debía ser. La hoja en que se estaba convirtiendo aquella lámina de metal sería la responsable de mantener vivo a su dueño y de matar al enemigo para siempre.

El hermano levantó la vista cuando ellos aparecieron y simplemente asintió con la cabeza. Después de dar otro par de golpes, dejó el martillo sobre la mesa y cortó el flujo de oxígeno que alimentaba el fuego.

—¿Qué tal? —dijo, al tiempo que el rugido se desvanecía.

Tohr miró de reojo a John Matthew. El chico había sido su compañero fiel durante todo el proceso y no lo había abandonado mientras desmantelaban toda una vida de recuerdos, pequeños trofeos y colecciones.

Esto era muy duro. Para los dos.

Después de un momento, Tohr miró otra vez a su hermano… y se dio cuenta de que no sabía por dónde empezar. Solo que V ya estaba asintiendo con la cabeza y levantándose de su asiento. A continuación se quitó los pesados guantes de cuero que le llegaban hasta los codos y salió de detrás de su mesa de trabajo.

—Sí, yo los tengo —dijo el hermano—. En la Guarida. Vamos.

Tohr asintió, porque eso era lo único que tenía que decir. Sin embargo, mientras los tres salían de la forja y avanzaban en silencio hacia las escaleras, Tohr le puso una mano a John sobre la nuca y así la mantuvo hasta el final.

El contacto físico era una fuente de consuelo para los dos.

Cuando aparecieron en la cocina de la mansión, los doggen estaban demasiado ocupados con los preparativos de la Última Comida como para fijarse en ellos, así que, por fortuna, no hubo ninguna pregunta, ni ninguna amable solicitud, ni nadie especuló acerca de por qué estarían todos tan serios.

Luego se dirigieron a la puerta oculta que había debajo de las escaleras y tomaron el túnel para evitar el frío del invierno.

Cuando doblaron hacia la derecha, en dirección opuesta al centro de entrenamiento, Tohr no podía creer que eso estuviera ocurriendo. Sus botas incluso se tropezaron un par de veces, como si quizá estuvieran tratando de impedir que cumpliera con esta última parte.

Sin embargo, Tohr estaba decidido.

Frente a la puerta que subía a la Guarida, V tecleó el código de seguridad, abrió e hizo un gesto para que pasaran delante.

El lugar en el que vivían Butch y V con sus shellans estaba igual que siempre, solo que más ordenado, ahora que había un par de hembras en casa. Las revistas de Sports Illustrated se encontraban apiladas en un pulcro montón sobre la mesita; la cocina no estaba llena de botellas vacías de Lag y Goose, y ya no había bolsas de arena ni chaquetas de motero colgando de cada silla.

Sin embargo, los cuatro juguetes de V seguían ocupando todo un rincón y el inmenso televisor de pantalla de plasma era aún el objeto más grande del lugar.

Algunas cosas sencillamente nunca cambian.

—Ella está en mi habitación.

Normalmente Tohr nunca invadiría el espacio privado de su hermano, pero estas no eran circunstancias normales.

La habitación de V y la doctora Jane era pequeña y estaba tan llena de libros que casi no se veía la cama: había montañas de tomos de física y química por todas partes y era difícil caminar por la alfombra sin tirar alguno. Sin embargo, la buena doctora se aseguraba de que el lugar no fuera una completa pocilga, así que el edredón se encontraba perfectamente tendido sobre la cama y las almohadas reposaban cuidadosamente arregladas contra el cabecero.

Vishous abrió el armario y se puso de puntillas para llegar al último estante, a pesar de su increíble estatura…

Luego sacó una caja envuelta en terciopelo negro, lo suficientemente grande y pesada como para tener que agarrarla con las dos manos, y no pudo evitar gruñir por el esfuerzo que hubo de hacer para moverla.

Cuando la puso sobre la cama, Tohr tuvo que obligarse a respirar.

Ahí estaba. Su Wellsie. Lo que quedaba de ella sobre la Tierra.

Tras arrodillarse frente a ella, Tohr estiró el brazo y deshizo el lazo de cinta con que estaba cerrada. Con manos temblorosas, abrió la boca de la bolsa y entonces apareció una urna de plata que tenía dibujos art deco por los lados.

—¿Dónde conseguiste esto? —preguntó Tohr, mientras deslizaba un dedo por el metal brillante.

—Darius la tenía guardada en un cuarto. Creo que es de Tiffany, de los años treinta. Fritz le sacó brillo.

La urna no era parte de su tradición.

Las cenizas no se guardaban.

Se suponía que había que echarlas al viento.

—Es preciosa. —Tohr levantó la vista hacia donde se encontraba John. El chico estaba pálido y tenía la boca apretada… y, de pronto se limpió rápidamente la mejilla, debajo del ojo izquierdo.

—Estamos listos para celebrar la ceremonia de entrada en el Ocaso, ¿no es así, hijo?

John asintió.

—¿Cuándo? —preguntó V.

—Mañana por la noche, creo. —Al ver que John volvía a asentir, Tohr agregó—: Sí, mañana.

—¿Quieres que hable con Fritz para que lo organice todo? —preguntó V.

—Gracias, pero yo me encargaré. John y yo nos encargaremos de todo. —Tohr volvió a concentrarse en la preciosa urna—. Él y yo nos despediremos de ella… juntos.

‡ ‡ ‡

De pie, al lado de Tohr, John tenía dificultades para mantener el control. Era difícil saber qué era lo que más le afectaba: si el hecho de que Wellsie estuviera otra vez con ellos en la misma habitación o que Tohr estuviera arrodillado ante esa urna, como si no fuera capaz de sostenerse sobre sus piernas.

Las últimas dos noches habían sido un ejercicio de reorientación brutal. No es que él no supiera que Wellsie estaba muerta, era que… desmantelar aquella casa hacía tan real ese hecho que John se sentía desgarrado.

Maldición, Wellsie nunca sabría que él había logrado pasar la transición, ni que se estaba convirtiendo en un buen guerrero, ni que se había apareado. Si alguna vez tenía un hijo, ella nunca lo sostendría en sus brazos, ni estaría en su cumpleaños, ni sería testigo de sus primeras palabras y sus primeros pasos.

La ausencia de Wellsie hacía que la vida de John pareciera menos plena, y tenía el horrible presentimiento de que eso siempre sería así.

Cuando Tohr bajó la cabeza, John se acercó y le puso una mano en el hombro, mientras se recordaba que, a pesar de lo duro que era esto para él, lo que Tohr estaba sintiendo debía de ser mil veces peor. Aunque, mierda, el hermano había demostrado una fortaleza increíble mientras tomaba decisiones sobre cualquier cosa, desde un par de vaqueros hasta cacerolas y sartenes, trabajando con disciplina a pesar de que debía de estar destrozado por dentro.

Si John no lo respetara ya muchísimo, sin duda ahora lo haría…

—¿Vishous? —se oyó decir a una voz femenina desde el pasillo.

John dio media vuelta con rapidez. ¿Xhex estaba ahí?

Tohr se aclaró la voz y volvió a cerrar la bolsa de terciopelo.

—Gracias, V, por cuidarla tan bien.

—V, ¿tienes un minuto? —dijo Xhex—. Necesito que… Ay, mierda.

Cuando Xhex frenó en seco, como si hubiese sentido desde fuera las vibraciones que salían de la habitación, Tohr se puso de pie y le sonrió a John con una generosidad inmensa.

—Será mejor que vayas a atender a tu hembra, hijo.

John vaciló, pero en ese momento V dio un paso al frente y rodeó a su hermano con los brazos, mientras susurraba algo en voz baja.

Para dejarles un poco de privacidad, John salió al salón.

Xhex no se sorprendió al verlo.

—Lo siento, no quería interrumpiros, no sabía que estabais aquí…

—No pasa nada. —Los ojos de John se clavaron en el estuche que Xhex llevaba en la mano—. ¿Qué es eso?

Aunque John ya lo sabía… Puta mierda, ¿acaso Xhex había conseguido el…?

—Eso es lo que necesitamos averiguar.

Movido por un súbito ataque de pánico, John la miró atentamente, en busca de alguna lesión. Pero no había nada. Ella había entrado y salido enterita.

John no tenía la intención de hacer algo así, pero se abalanzó sobre Xhex y la abrazó, apretándola contra su cuerpo. Cuando ella le devolvió el abrazo, John sintió el estuche y experimentó una increíble felicidad de ver que ella estaba viva. Estaba tan contento…

Mierda, estaba llorando.

—Ssshhh, John, está bien. Estoy bien. Estoy perfectamente bien…

Mientras él se estremecía, Xhex lo abrazó con la fuerza de su cuerpo, conteniéndolo, arropándolo exactamente con la clase de amor profundo que Tohr había perdido.

¿Por qué razón unos tienen suerte y otros no? John no sabía exactamente el motivo, pero pensó que era una lotería: la lotería más cruel que podía existir.

Cuando por fin dio un paso atrás, se secó la cara y luego dijo:

—¿Vendrás a la ceremonia de entrada en el Ocaso para Wellsie?

Xhex contestó sin dudar:

—Claro.

—Tohr dice que quiere que lo hagamos juntos.

—Bien, muy bien.

En ese momento salieron Vishous y Tohr y los dos hermanos clavaron enseguida los ojos en el estuche.

—Eres fantástica —dijo V con una cierta admiración.

—Todavía no me des las gracias… Aún no lo he abierto. —Xhex le entregó el estuche al hermano—. Tiene una cerradura que funciona con huella digital. Necesito tu ayuda.

V sonrió con malicia.

—Y estaría muy mal por mi parte no acudir al rescate de una dama. Vamos, hagámoslo.

Mientras Xhex y V llevaban el estuche a la cocina, John condujo a Tohr aparte y, señalando la urna con la cabeza, dijo:

—¿Me necesitas esta noche para algo más?

—No, hijo, quédate con tu hembra… De hecho, tengo que salir un rato. —Tohr acarició la bolsa de terciopelo—. Pero antes voy a dejarla en mi habitación.

—Sí, está bien. Genial.

Tohr lo abrazó con fuerza y luego salió por la puerta hacia el túnel.

Desde la cocina, Xhex dijo:

—¿Cómo vas a…? Bueno, sí, creo que eso funcionará.

El olor a plástico quemado hizo que John se volviera a mirar. V se había quitado el guante y había puesto su dedo índice contra el mecanismo de la cerradura, lo que produjo una columna de humo ácido de color gris oscuro.

—Mis huellas digitales suelen abrir cualquier cosa —dijo el hermano.

—En efecto —murmuró Xhex, con las manos en las caderas y el cuerpo inclinado hacia delante—. ¿Alguna vez has tratado de asar carne con eso?

—Solo restrictores…, y no son muy sabrosos.

Desde el fondo, John solo se quedó mirando la escena y… Bueno, estaba sencillamente admirado de la habilidad de su hembra. ¿Quién diablos era capaz de hacer una mierda como esa? Penetrar en el escondite de la Pandilla de Bastardos, registrar todo buscando un rifle y regresar como si no hubiese hecho nada más que pedir un café en Starbucks.

Como si hubiese sentido los ojos de John clavados en su espalda, Xhex se volvió para mirarlo.

Entonces John abrió totalmente sus emociones, de modo que no hubiese barrera alguna, y le reveló todo lo que estaba sintiendo…

—Listo —anunció V, al tiempo que retiraba la mano de la cerradura y volvía a ponerse el guante.

Luego giró el estuche para que quedara frente a Xhex y dijo:

—¿Quieres hacer los honores?

Xhex se volvió a concentrar en su tarea y abrió la tapa mientras el mecanismo de la cerradura se desarmaba completamente.

Dentro había un par de rifles que reposaban sobre un acolchado negro, junto con dos cañones de largo alcance.

—Bingo —dijo ella.

Xhex lo había conseguido, pensó John. Estaba seguro de que uno de esos rifles sería el que disparó la bala que hirió a Wrath.

Xhex lo había conseguido.

Desde el fondo de sus entrañas surgió una increíble oleada de orgullo que hizo arder todo su cuerpo y dibujó en su rostro una sonrisa tan grande que le dolieron las mejillas. Mientras contemplaba a su hembra, y la evidencia tan importante que había traído a casa, John estaba seguro de que debía de estar resplandeciendo de orgullo.

De verdad se sentía increíblemente… orgulloso.

—Esto es muy prometedor —dijo V, y cerró el estuche—. Tengo el equipo que necesitamos en la clínica, junto con la bala. Vamos.

—Un minuto.

Xhex se volvió hacia John y caminó hasta él. Le agarró la cara con las manos y cuando lo miró fijamente, John se dio cuenta de que ella estaba leyendo hasta la última fibra de información que tenía en su interior.

Entonces ella se puso de puntillas, puso sus labios sobre los de él y pronunció unas palabras que él no esperaba volver a oír tan pronto.

—Te amo —dijo Xhex, y volvió a besarlo—. Te amo, mi hellren.