67

Varias noches después de que Otoño llegara a la cabaña de Xhex, una toalla lo cambió todo.

Solo era una toalla blanca para las manos, recién salida de la secadora, destinada a ser colgada de nuevo en el baño y a ser utilizada por alguna de ellas dos. Nada especial. Nada que Otoño no hubiese hecho en la mansión de la Hermandad, o en el Santuario, a lo largo de décadas y décadas.

Pero ese era precisamente el asunto.

Mientras la sostenía entre sus manos y sentía la tibieza y suavidad de la tela, comenzó a pensar en toda la ropa que había lavado en la vida. Y en las bandejas de comida que les había llevado a las Elegidas. Y en las plataformas para dormir que había arreglado. Y en las pilas de batas de hospital y ropa de cirugía y toallas…

Años y años de trabajos serviles que se había sentido orgullosa de hacer…

«Llevas siglos haciéndote la mártir».

—No es cierto —dijo Otoño en voz alta, y volvió a doblar la toalla. Y a desdoblarla.

Mientras sus manos trabajaban solas, la voz enfurecida de Tohr se negaba a desvanecerse. De hecho, se volvió todavía más fuerte en su cabeza, cuando ella salió y vio el suelo que brillaba gracias a sus esfuerzos, y las ventanas relucientes, porque ella las había limpiado varias veces, y la cocina impecable.

«Lo que te hizo ese symphath fue culpa tuya. Lo que ha pasado conmigo ha sido culpa tuya. El peso del mundo es todo culpa tuya, porque tú disfrutas siendo una víctima…».

—¡Se acabó! —siseó Otoño, y se tapó los oídos con las manos—. ¡Se acabó!

Desgraciadamente, su deseo de volverse sorda no se cumplió, y mientras se movía renqueante por la casita, se sentía atrapada, pero no por los confines de las paredes y el techo, sino por la voz de Tohrment.

El problema era que, independientemente de adónde fuera, o lo que mirara, en todas partes había algo que ella había restregado, colocado o limpiado con sus propias manos. Y sus planes para la noche incluían más de lo mismo, aunque no había ninguna necesidad demostrable de limpiar más.

Después de un rato, se obligó a sentarse en una de las dos sillas que miraban hacia el río. Cuando estiró la pierna, observó aquella pantorrilla que llevaba tantos años doliéndole.

«Te gusta ser la víctima…, eso te fascina».

Tres noches, pensó Otoño. Solo había necesitado tres noches para mudarse a ese lugar y asumir el papel de criada…

Mientras permanecía allí, sentada a solas, sintió el aroma a limón del limpiador de muebles y experimentó una abrumadora necesidad de ponerse de pie, buscar un trapo y comenzar a frotar con él las mesas y los armarios. Lo cual era parte de su patrón de conducta, ¿no?

Otoño lanzó una maldición y se obligó a permanecer sentada, mientras repasaba una y otra vez en su cabeza aquella horrible conversación con Tohrment…

Cuando él se marchó, ella quedó en estado de shock a causa de las cosas que le había dicho. Luego sintió una rabia terrible.

Esta noche, sin embargo, podía escuchar realmente sus palabras. Y, al encontrarse rodeada de las evidencias de su comportamiento, era difícil negar lo que él había dicho.

Tohrment tenía razón. A pesar de lo cruel que había sido su manera de expresar esa verdad, Tohrment tenía razón.

Aunque ella había ocultado todo con la excusa de servir a los demás, sus «obligaciones» habían sido más que una penitencia, un castigo. Cada vez que limpiaba algo o inclinaba la cabeza bajo aquella capucha, o se deslizaba silenciosamente para pasar inadvertida, sentía una exquisita punzada de dolor en el corazón. Era como una pequeña herida que sanaría casi con la misma rapidez con que había sido infligida…

Diez mil heridas, tantas a lo largo de tantos años que ya había perdido la cuenta.

De hecho, ninguna de las Elegidas le había pedido nunca que les limpiara nada. Tampoco la Virgen Escribana. Ella había elegido hacerlo sin que nadie se lo solicitara y había moldeado su existencia como si fuera una insignificante criada que no hacía más que inclinarse y fregar durante siglos.

Y todo porque…

Una imagen de aquel symphath cruzó entonces por su mente y, por un breve instante, Otoño recordó el olor de esa criatura, el contacto de su piel pegajosa y lo que había sentido al ver aquellas manos de seis dedos.

Y aunque una oleada de rabia comenzó a subir hacia su garganta, ella se negó a rendirse. Había dado a aquella criatura y a esos recuerdos demasiada importancia a lo largo de los años…

De pronto se vio a sí misma en la habitación que ocupaba en la mansión de su padre, justo antes de que la secuestraran, dándoles órdenes a los doggen, siempre insatisfecha con todo lo que la rodeaba.

Ella había pasado de ser una dama a ser una criada por su propia voluntad, oscilando entre los dos extremos del espectro, desde una superioridad gratuita hasta una inferioridad autoimpuesta. Ese symphath había sido el agente catalizador y su violencia había unido de tal forma los extremos que, en su mente, uno parecía fluir del otro y la tragedia había superado al derecho legítimo, dejando a su paso una hembra destrozada, que había hecho del sufrimiento su forma de vida.

Tohrment tenía razón, se había estado castigando desde… Y negarse a tomar calmantes durante su periodo de fertilidad había sido parte esencial de eso: había escogido el dolor, tal como había elegido pertenecer al estatus más bajo de la sociedad y tal como se había entregado a un macho que nunca, jamás, podría ser suyo.

«Te he estado utilizando, pero la única persona a la que esto le ha funcionado es a ti. Dios sabe que yo no he obtenido nada. La buena noticia es que todo esto te va a proporcionar una excelente excusa para torturarte un poco más…».

La necesidad de eliminar alguna clase de suciedad, de restregar con sus manos hasta que la frente se le cubriera de sudor, de trabajar hasta que le doliera la espalda y el dolor de la pierna fuera tan intenso que se sintiera morir…

Otoño tuvo que agarrarse a los brazos de la silla para mantenerse donde se encontraba. Esos pensamientos la estaban matando. Pero por primera vez estaba viéndose tal y como era.

—¿Mahmen?

Otoño giró la cabeza y trató de salir de la espiral de sus pensamientos.

—Hija mía, ¿cómo te encuentras?

—Siento llegar tan tarde. Hoy he estado… muy ocupada.

—Ah, está bien. ¿Puedo traerte algo de…? —Otoño se detuvo a la mitad de la frase—. Yo…

La fuerza de la costumbre estaba tan arraigada en ella que se sorprendió aferrándose otra vez a la silla.

—Está bien, mahmen —murmuró Xhex—. No tienes que servirme como si fueras una criada. De hecho, no quiero que lo hagas.

Otoño se acarició la punta de la trenza con mano temblorosa.

—Estoy bastante alterada esta noche.

—Sí, puedo sentirlo. —Xhex se acercó; su cuerpo enfundado en cuero parecía fuerte y seguro—. Y también conozco la razón, así que no tienes que explicar nada. Es bueno dejar salir las cosas. Y es algo que tienes que hacer si quieres avanzar en la vida.

Otoño se concentró en las ventanas y se imaginó el río en medio de la oscuridad.

—No sé qué hacer con mi vida si no soy una criada.

—Eso es lo que tienes que averiguar: qué te gusta, adónde quieres ir, cómo quieres llenar tus noches. Eso es vivir…, si tienes suerte.

—Pero en lugar de posibilidades, solo veo un gran vacío.

Sobre todo sin…

No, Otoño no quería pensar en él. Tohrment había dejado más que claro cuál era el estado de su relación.

—Hay algo que probablemente deberías saber —dijo su hija—. Sobre él.

—¿Acaso he dicho su nombre en voz alta?

—No tienes que hacerlo. Escucha, él está…

—No, no me digas nada. Entre nosotros no hay nada. —¡Querida Virgen Escribana, cómo dolía decirlo!—. Nunca lo hubo, así que no hay nada que tenga que saber sobre él…

—Tohr está cerrando su casa, en la que vivía con Wellsie. Se ha pasado toda la noche sacando sus cosas, regalando ropa, apilando los muebles para sacarlos de allí… Va a vender la propiedad.

—Me alegro por él.

—Y va a venir a verte.

Otoño se levantó de la silla sobresaltada y se acercó a las ventanas, mientras el corazón le latía aceleradamente en el pecho.

—¿Cómo lo sabes?

—Me lo ha dicho hace un momento, cuando fui a presentarle un informe al rey. Dijo que se va a disculpar.

Otoño puso las manos sobre el cristal helado y las yemas de sus dedos se congelaron en segundos.

—Me pregunto cuál será el motivo de su disculpa. ¿Se disculpará por haberme dicho que busco el sufrimiento? ¿O por haber sido sincero al decir que no sentía nada por mí, que yo solo era un instrumento para liberar a su amada? Las dos cosas son ciertas y, por lo tanto, aparte del tono de voz que empleó, no hay ninguna razón para disculparse.

—Pero él hirió tus sentimientos.

—No más de lo que me han herido en otras ocasiones. —Otoño retiró las manos del cristal y empezó a restregárselas para calentarlas—. Nuestros caminos se han cruzado ya dos veces en la vida… Y no puedo decir que quiera continuar esa relación. Aunque sus juicios sobre mi carácter y mis defectos son acertados, no necesito que hablemos de ello, aunque la charla vaya precedida de una disculpa. Esa clase de cosas se asimilan bastante bien desde la primera vez, y no hay que volver sobre ellas.

Hubo un rato de silencio.

—Como sabes —dijo Xhex en voz baja—, John y yo hemos tenido algunos problemas. Problemas importantes sobre cuestiones en las que yo no podía transigir, a pesar de que lo amo muchísimo. En realidad pensaba que todo se había acabado, pero lo que me convenció de que no era así fueron sus actos, no sus palabras.

La voz de Tohrment volvió a resonar en la cabeza de Otoño:

«Y sabes muy bien que la única razón por la que estoy contigo es para sacar a Wellsie del Limbo».

—Pero hay una diferencia, hija mía. Tu compañero está enamorado de ti… Y eso marca toda la diferencia. Aunque Tohrment logre desprenderse por fin de su shellan, nunca me amará.

«La buena noticia es que todo esto te va a proporcionar una excelente excusa para torturarte un poco más…».

No, pensó Otoño. Ya estaba cansada de eso.

Era hora de encontrar una nueva forma de vivir.

Y aunque no tenía ni idea de cómo podría empezar a vivir de nuevo, estaba completamente segura de que lo iba a descubrir.

—Escucha, tengo que salir —dijo Xhex—. No creo que tarde mucho. Volveré en cuanto pueda.

Otoño la miró por encima del hombro.

—No te preocupes por mí. Necesito acostumbrarme a estar sola… y bien puedo empezar esta noche.

‡ ‡ ‡

Al salir de la cabaña, Xhex se aseguró de cerrar bien y pensó que ojalá pudiera hacer algo más por su madre: Otoño estaba hundida; todo su mundo, que ella había organizado para mantenerse a salvo de las emociones, se había derrumbado y ahora se encontraba perdida, sin saber cómo seguir adelante.

Pero claro, eso era lo que le pasaba a la gente cuando finalmente lograba tener una noción clara de su vida, después de siglos de autoengaño.

Su madre estaba pasando por una situación difícil y era duro ser testigo de ello. Era duro dejarla sola, pero Otoño tenía razón. En la vida de todo el mundo llega un momento en que la gente se da cuenta de que, a pesar de todo el tiempo que llevan huyendo de sí mismos, eso es imposible: las adicciones y las compulsiones no son más que distracciones que enmascaran verdades desagradables pero, en última instancia, innegables.

La hembra necesitaba tiempo para ella. Tiempo para pensar. Tiempo para descubrir. Tiempo para perdonar… y seguir adelante con su vida.

¿Y qué había de Tohrment? Una parte de Xhex quería darle una paliza por lo que le había dicho a su madre. Pero ella había estado cerca del vampiro y sabía cuánto estaba sufriendo. Lo que no tenía nada claro era si su madre tenía algo que ver con ese sufrimiento o solamente se debía a que Tohrment seguía obsesionado con Wellsie, en cuyo caso su madre solo sería una víctima. El hermano pensaba vender la casa y había regalado la ropa de su shellan, y Xhex se dijo que eso únicamente podía significar una cosa: si estaba obsesionado, quería deshacerse de esa obsesión.

El objetivo era bastante claro. Si lo lograba, si dejaba partir a Wellsie, llegaría la hora de la verdad para Otoño. Entonces sabría si significaba algo para él o si solo había sido un medio para liberar a Wellsie de la cuerda con la que la mantenía sujeta.

Y con esa última reflexión en mente, Xhex se desintegró y puso rumbo al este. Había pasado todo el día en los alrededores de la casa de Xcor, nunca a menos de quinientos metros. En cuanto llegó, había podido distinguir con claridad el patrón emocional de Xcor y los de sus soldados, antes de dirigirse al norte, a la mansión, para entregarle su informe al rey.

Y ahora regresaba cobijada por el velo de la noche, moviéndose lentamente por el bosque y aguzando sus sentidos symphath.

Al acercarse a la zona donde habían estado concentrados los patrones emocionales de los bastardos durante el día, Xhex se fue desintegrando cada cien metros, tomándose su tiempo y usando los árboles para camuflarse. Joder, en situaciones como esta siempre apreciaba mucho los pinos, pues sus ramas no solo la ayudaban a ocultarse, sino que le proporcionaban un lugar donde apoyarse sin tener que dejar sus huellas en la nieve.

La granja abandonada que encontró era exactamente lo que se esperaba. Hecha de piedra, se trataba de una casa sólida y con pocas ventanas: una fortaleza perfecta. Y, claro, la ironía era que, con el techo cubierto de nieve y las pintorescas chimeneas que sobresalían, el lugar parecía salido de una postal navideña.

Jo, jo, jo, feliz Navidad.

Al estudiar los alrededores, Xhex vio una furgoneta que no parecía de los bastardos, un toque de modernidad en medio de un cuadro sin duda antiguo.

Xhex se desintegró hasta la parte trasera. Era imposible saber si tenían energía eléctrica o no, pues no había ninguna luz encendida y la casa se veía tan negra como el interior de una calavera.

Lo último que quería era disparar una alarma.

Tras echarle un rápido vistazo al cristal de la ventana, Xhex frunció el ceño. No había persianas por fuera; ¿estarían por dentro? Pero, más importante aún, no había rejas en las ventanas. Aunque, claro, la parte subterránea de la casa debía de ser más importante, ¿no?

Xhex rodeó la casa y miró por todas las ventanas; luego se desintegró hasta el techo para revisar los dormitorios del segundo piso.

Estaban totalmente desocupados, pensó, volvió a fruncir el ceño. Y tampoco se hallaban bien protegidos.

Al regresar al nivel del suelo, sacó sus dos pistolas, respiró hondo y…

Volvió a tomar forma dentro de la casa. Enseguida adoptó la posición de ataque, con la espalda contra la pared de un salón vacío y polvoriento y las dos automáticas listas para disparar.

Lo primero que notó fue que el aire de dentro estaba tan frío como el de fuera. ¿Acaso no tenían calefacción?

Lo segundo fue que… no se oía ninguna alarma.

Lo tercero: nadie salió de ninguna parte listo para defender el territorio.

Sin embargo, eso no significaba que la situación fuera fácil. Lo más probable era que a los bastardos no les importara nada de lo que había en ese piso ni en el de arriba.

Con cuidado, Xhex se desintegró hasta el umbral de la siguiente habitación. Y la siguiente. La ubicación lógica de las escaleras para bajar al sótano sería la cocina y, efectivamente, Xhex las encontró justo donde esperaba encontrarlas.

Por supuesto, la puerta tenía una cerradura nueva y sólida, de cobre.

Le llevó cinco buenos minutos abrirla y para entonces ya tenía los nervios de punta. Cada sesenta segundos se detenía y aguzaba el oído, aunque su naturaleza symphath estaba trabajando a plena máquina todo el tiempo, pues había dejado los cilicios en la cabaña.

Cuando finalmente abrió la cerradura, empujó la puerta apenas un centímetro, pero casi soltó una carcajada: los goznes chirriaron de tal manera que habrían despertado a un muerto.

Era un truco viejo pero muy efectivo, y Xhex estaba segura de que todas las puertas y ventanas del lugar estaban igual de oxidadas; y probablemente las escaleras también debían de crujir como una anciana si uno las pisaba. Sí, exactamente igual al sistema que empleaba la gente antes de que inventaran la electricidad: un buen oído y la falta de aceite en todas las bisagras constituía un sistema de alarma que nunca necesitaba pilas ni una fuente de energía.

Xhex se puso entonces la linterna entre los dientes para no tener que soltar ninguna de las pistolas e inspeccionó lo que alcanzaba a ver de las escaleras de tablas burdas. Abajo, el suelo era de tierra y Xhex se desintegró hasta allí, girando enseguida en posición defensiva.

Muchas literas: había tres literas dobles y un camastro en un rincón.

Ropa de tallas grandes. Velas para alumbrarse. Fósforos. Material de lectura.

Cables de teléfonos móviles. Un cable de ordenador.

Y eso era todo.

Ni un arma. Nada electrónico. Nada que ofreciera ninguna identificación.

Pero claro, la Pandilla de Bastardos había comenzado como un grupo nómada, así que sus efectos personales debían de ser pocos y bastante fáciles de transportar; y esa era una de las razones por las cuales resultaban peligrosos: podían cambiar de ubicación en cualquier momento sin dejar ninguna huella a su paso.

Sin embargo, este era, con seguridad, su refugio, el sitio donde eran relativamente vulnerables durante el día, y por eso se hallaba muy bien protegido: las paredes, el techo y la parte posterior de la puerta estaban cubiertos con una malla de acero. Así que la única manera de entrar ahí abajo, y de salir, era la puerta de arriba.

Xhex inspeccionó todo lentamente en busca de posibles trampillas, la entrada a un túnel, cualquier cosa.

Los bastardos necesitaban un lugar donde almacenar la munición; a pesar de lo ligeros de equipaje que les gustaba viajar, no podían salir a combatir noche tras noche si no compraban suficientes balas.

Necesitaban un escondite.

Xhex volvió a concentrarse en el camastro y se imaginó que debía de ser el de Xcor, su líder. Y no se necesitaba ser un genio para pensar que si tenían un escondite en algún lado, sería en la zona que él dominaba; Xcor tenía una mente tan retorcida que seguramente no confiaba ni en sus propios soldados.

Inspeccionó la cama con la linterna, en busca de algún mecanismo que abriera algo, o una alarma, o una bomba, o una trampilla. Pero al no encontrar nada, volvió a guardar las pistolas en sus fundas y levantó el camastro de metal para moverlo a un lado. Luego sacó un detector de metales en miniatura y revisó el suelo de tierra y…

—Hola, chicas… —murmuró.

El sofisticado detector señaló un área rectangular perfectamente delimitada, que medía cerca de un metro con veinte por setenta y cinco centímetros. Xhex se arrodilló y usó uno de sus cuchillos para quitar la tierra que cubría los bordes. Fuera lo que fuera, estaba muy bien enterrado.

Quedó paralizada al percibir, gracias a su agudo sentido del oído, que un coche acababa de llegar.

Sin embargo, no era ninguno de los bastardos ni de sus secuaces, pues el patrón emocional que registraban sus sentidos era bastante simple.

¿Quizá una doggen que venía con las provisiones?

Xhex se apresuró a subir las escaleras y cerrar la puerta todo lo que podía sin activar la cerradura y luego regresó a donde estaba enterrada la caja. Moviéndose tres veces más rápido que antes, mantuvo un oído pendiente de las pisadas que se sentían en el primer piso…

Luego usó la punta del cuchillo para buscar a través de la tierra apelmazada algún mecanismo de apertura por el lado largo del rectángulo. Al no hallar nada, repitió la inspección por el lado más corto y…

Bingo. Entonces quitó la tierra, agarró la anilla, se volvió a poner la linterna entre los dientes y tiró con todas sus fuerzas. La tapa pesaba tanto como la capota de un coche y Xhex tuvo que contener un gruñido.

Caramba. Hablando de arsenales…

En la caja enterrada había pistolas, escopetas de cañón recortado, cuchillos, munición, productos para limpiar las armas…, todo muy ordenado y guardado en un lugar hermético.

En medio de todo eso descansaba un estuche de rifle, largo, negro y hecho de un plástico duro.

Xhex sacó el estuche y lo puso sobre el suelo de tierra. Al mirarlo con más detenimiento, soltó una maldición. Tenía una cerradura que solo se activaba con huella digital.

Daba igual. El maldito estuche era lo suficientemente grande como para guardar un rifle de cañón largo, o quizá dos. Así que definitivamente se lo iba a llevar.

Con manos rápidas y seguras, Xhex cerró la tapa de la caja, le echó tierra encima con el pie y luego pisó la superficie para que quedara otra vez lisa. Después de cubrir sus pasos en menos tiempo del que calculó que lo haría, puso otra vez el camastro en su sitio.

Entonces agarró el estuche con la mano izquierda y aguzó el oído. La doggen se movía por el piso de arriba y el patrón emocional de la hembra seguía registrando una lectura normal: al parecer no había visto ni oído nada.

Tras mirar a su alrededor, Xhex pensó que era poco probable que la criada tuviera llave para bajar al sótano. Xcor debía de ser muy desconfiado para permitir eso. Sin embargo, no era seguro quedarse allí. Aunque la doggen solo tuviera acceso a los pisos de arriba, uno de los bastardos podía resultar herido en el campo de batalla en cualquier momento y, a pesar de que ella no tendría reparos en enfrentarse con uno de ellos, o con todos, si el rifle estaba efectivamente en ese estuche Xhex tenía que sacarlo de allí de inmediato.

Así que era hora de subir a saludar.

Al desintegrarse hasta lo alto de las escaleras, su peso produjo un crujido de la madera.

Al fondo del salón, la doggen gritó:

—¿Amo? —Hubo una pausa—. Un momento, ya me pongo en posición. —¿Qué diablos?—. Ya estoy lista.

Xhex abrió la puerta y salió, con la expectativa de encontrar alguna escena del Kamasutra o algo por el estilo.

Pero en lugar de eso vio a la hembra de pie en un rincón de la cocina, con la cara vuelta hacia la pared y los ojos tapados con las manos.

Ellos no querían que la hembra pudiera identificarlos, pensó Xhex. Inteligente. Muy inteligente.

También era muy oportuno, porque así no tendría que perder preciosos minutos manipulando la mente de la hembra. Además, esa «posición» iba a terminar por salvar la vida de la doggen después, cuando Xcor averiguara que alguien se había infiltrado en su refugio cuando ellos no estaban.

Si ella no había visto al intruso no podía identificarlo. Y tampoco podía protegerlo.

Xhex cerró la puerta y la cerradura se echó sola. Luego se desintegró lejos de allí, llevándose el estuche abrazado contra el pecho.

Por fortuna no era muy pesado.

Y, si tenía suerte, Vishous estaría en la casa disfrutando de una noche libre.