64
Tohr permaneció en ese aparcamiento durante… solo Dios sabía cuánto tiempo. Debieron de ser al menos una noche y un día, o ¿quizá dos noches y dos días? No lo sabía y realmente no le importaba.
Era como volver a estar en el útero, suponía. Solo que tenía el trasero entumecido y la nariz le moqueaba por el frío.
Cuando su ira épica se desvaneció y sus emociones se serenaron, sus pensamientos se volvieron como un grupo de viajeros que pasean por partes de su vida, deambulando por paisajes de diferentes épocas y regresando sobre sus pasos para examinar de nuevo algunos picos y valles.
Había sido un largo viaje. Y Tohr se sentía cansado al final, aunque su cuerpo no se había movido en muchas horas.
No era ninguna sorpresa que los dos lugares más visitados fueran el periodo de fertilidad de Wellsie… y el de Otoño. Esos sucesos, y sus respectivas consecuencias, fueron las montañas más escaladas y las distintas escenas se sucedían en su cabeza como paisajes que se comparaban uno con el otro, hasta que todo se volvió borroso y los dos sucesos se convirtieron en un solo pastiche de acciones y reacciones, tanto de él como de ellas.
Después de muchas cavilaciones y especulaciones, llegó a una especie de conclusión: había tres cosas que debía hacer.
Iba a tener que disculparse con Otoño, claro. Por Dios, era la segunda vez que estallaba con ella. La primera había tenido lugar hacía ya casi un año, en la piscina. En los dos casos se había descontrolado debido al estrés en el que se encontraba, pero eso no lo justificaba.
La segunda resolución era que iba a tener que buscar al ángel y pedir otras disculpas.
Y la tercera…, bueno, la tercera era, en realidad, la más importante y algo que tenía que hacer antes que las otras dos.
Tenía que establecer contacto con Wellsie una última vez.
Así que respiró hondo, cerró los ojos y obligó a sus músculos a relajarse. Luego, con más desesperación que esperanza, le ordenó a su mente cansada que se liberara de todos los pensamientos y las imágenes que revoloteaban por su cabeza, que se deshiciera de todo lo que lo había mantenido despierto durante todo ese tiempo: los remordimientos, los errores, el dolor…
Después de un rato, sus deseos se cumplieron y el incesante tráfico mental fue disminuyendo el ritmo hasta que todas sus exploraciones cesaron por completo.
Mientras impregnaba su subconsciente con un único objetivo, se dejó arrastrar hacia el sueño y esperó en estado de reposo hasta que…
Wellsie llegó hasta él teñida de tonos grises, en medio de aquel paisaje desolado y pedregoso, asolado por la neblina y los vientos helados. Estaba tan lejos ahora que el campo de visión le permitió ver de cerca una de aquellas formaciones rocosas…
Solo que, de hecho, no era una formación rocosa.
Ninguna de las piedras estaba hecha de piedra.
No, eran los cuerpos de otras personas que estaban sufriendo lo mismo que ella y cuyos músculos y huesos se iban encogiendo gradualmente sobre sí mismos, hasta que no eran más que montículos que arrasaba el viento.
—¿Wellsie? —gritó Tohr.
Mientras el grito se perdía en el horizonte ilimitado, Wellsie seguía impávida.
No parecía haber reconocido ni siquiera su presencia.
La única cosa que se movía era el viento, que abruptamente pareció soplar en dirección a Tohr y luego siguió arrasando todo lo que encontraba a su paso.
Cuando llegó hasta donde estaba Wellsie, su pelo se levantó formando un halo alrededor de su cabeza…
Pero no eran mechones de pelo lo que volaba. Su cabello se había convertido en cenizas, cenizas que se dispersaban con el viento… Llegaron hasta donde se hallaba Tohr y se le metieron en los ojos, que empezaron a llorarle…
Dentro de poco eso sería lo único que quedaría de ella. Y luego ya no quedaría nada.
—¡Wellsie! ¡Wellsie, aquí estoy!
Tohr la llamaba para captar su atención, para decirle que finalmente estaba listo, pero no importaba lo mucho que gritara o que agitara los brazos: ella no se volvía a mirarlo. No se movía… y tampoco se movía el pequeño.
Sin embargo, el viento seguía soplando y cada segundo se llevaba partículas infinitesimales de sus cuerpos, hasta que ya no quedara nada.
Con un temor que le atenazaba el corazón, Tohr se convirtió en una especie de mono gigante, que aullaba y saltaba alrededor de Wellsie y de su hijo, gritando con toda la potencia de sus pulmones y agitando los brazos, pero después de un rato se quedó sin energía y cayó al polvoriento suelo, como si las reglas del ejercicio físico también se aplicaran en ese extraño mundo.
Ellos seguían sentados en la misma posición, pensó Tohr.
Y ahí fue cuando se le reveló la paradójica verdad.
La respuesta tenía que ver al mismo tiempo con lo que le había ocurrido a Otoño, con su relación sexual con ella y con su periodo de fertilidad, pero no guardaba relación con Wellsie. Tenía que ver con todo lo que Lassiter había tratado de hacer para ayudarlo…, pero no tenía nada que ver con Wellsie.
El tema realmente no tenía nada que ver con Wellsie.
Era él. Tenía que ver… solo con él.
En su sueño, Tohr bajó la vista hacia su propio cuerpo y, bruscamente, la energía volvió a él con una serenidad que tenía todo que ver con el lugar donde se encontraba su alma… y con el hecho de que el camino para salir de su sufrimiento, y el de ella, acababa de ser iluminado por la mano del Creador.
Por fin, después de todo ese tiempo, de toda esa agonía, sabía qué hacer.
Y cuando volvió a hablar, ya no gritó.
—Wellsie, sé que puedes oírme, espera un poco. Solo necesito que me concedas un poco más de tiempo… Por fin estoy listo. Solo lamento haber tardado tanto.
Tohr se quedó allí solo un momento más, mientras le mandaba todo su amor a Wellsie, como si eso pudiera mantener intacto lo que quedaba de ella. Y luego se retiró, liberándose de ese lugar mediante un esfuerzo hercúleo de su voluntad que sacudió su cuerpo hasta que se vio cayendo…
Tohr apoyó una mano en el suelo para impedir que su cara aterrizara contra el cemento y se puso de pie.
En cuanto lo hizo, se dio cuenta de que si no orinaba de inmediato, su vejiga iba a estallar.
Así que bajó la rampa, tecleó la contraseña para entrar en la clínica y se apresuró a llegar al primer baño que encontró. Cuando salió, no se detuvo a saludar a nadie, a pesar de que podían oír voces en otros lugares del centro de entrenamiento.
Al llegar a la casa principal, encontró a Fritz en la cocina.
—Hola, amigo, necesito tu ayuda.
El mayordomo se sobresaltó y dejó caer la lista de provisiones que estaba haciendo.
—¡Señor! ¡Está usted vivo! Ay, bendita Virgen Escribana, todo el mundo lo estaba buscando…
Mierda. Había olvidado que perderse un par de noches tenía ciertas implicaciones.
—Sí, lo siento. Le enviaré un mensaje a todo el mundo. —Suponiendo, claro, que pudiera encontrar su teléfono. Probablemente estaba abajo, en la clínica, pero él no iba a desperdiciar tiempo regresando allí—. Escucha, lo que necesito es que vengas conmigo.
—Ay, señor, será un placer servirlo. Pero quizá debería ir primero donde el rey… Todos han estado tan preocupados…
—Te diré lo que vamos a hacer: tú puedes conducir mientras me prestas tu teléfono. —Cuando vio que el mayordomo vacilaba, Tohr bajó la voz—: Tenemos que irnos ya, Fritz. Te necesito.
Esa parecía ser la motivación que el mayordomo necesitaba, porque enseguida hizo una venia y dijo:
—Como desee, señor. Y tal vez pueda traerle algo de comer.
—Buena idea. Solo dame cinco minutos.
Cuando el mayordomo asintió y desapareció en el interior de la alacena, Tohr salió al vestíbulo y subió las escaleras de dos en dos. Dejó de correr cuando llegó frente a la puerta de John Matthew. Llamó.
John le abrió de inmediato. Al ver que la cara del chico expresaba sorpresa, Tohr levantó las manos como para defenderse, porque sabía que iba a recibir una reprimenda por haber vuelto a desaparecer.
—Lo siento, yo…
Pero Tohr no alcanzó a terminar. John lo rodeó con sus brazos y lo apretó con tanta fuerza que sintió que le partía la espalda.
Tohr le devolvió el abrazo y, mientras apretaba contra su cuerpo al único hijo que tenía, le dijo con voz clara:
—John, quiero que pidas la noche libre y vengas conmigo. Necesito… que vengas conmigo. Qhuinn también puede venir…, y esto nos puede llevar toda la noche…, quizá más tiempo. —Al sentir que John asentía contra su hombro, Tohr respiró profundamente—. Qué bien, hijo. Eso es perfecto, porque no hay manera de que pueda hacer esto sin ti.
‡ ‡ ‡
—¿Cómo te sientes?
Layla abrió pesadamente los párpados y miró a Qhuinn. Él estaba de pie, completamente vestido, y la observaba desde el lado de la cama que ocupaba ella, en su habitación. Se veía grande y distante y parecía incómodo, aunque su actitud no era agresiva.
Ella sabía cómo se sentía Qhuinn. Cuando al fin pasó el fuego intenso del periodo de fertilidad, todas esas horas de abrazos, arañazos y proezas físicas habían llegado a su fin y ahora eran solo una curiosa experiencia que ya se desvanecía en su memoria, como un sueño. Mientras estaban atrapados en aquel furor sentían que nada podría volver a ser igual, como si esas erupciones volcánicas fueran a transformarlos para siempre.
Pero ahora… el tranquilo regreso de la normalidad estaba a punto de borrar de un plumazo todo lo que había sucedido hacía solo unas horas.
—Creo que ya puedo levantarme —dijo ella.
Él había sido muy generoso al alimentarla de la vena y también le había traído comida, así que Layla se había quedado en la cama descansando durante al menos veinticuatro horas, como era tradicional en el Santuario después de que el Gran Padre estuviera con una Elegida.
Sin embargo, ya era hora de ponerse en movimiento.
—Puedes quedarte aquí, ya sabes. —Qhuinn se dirigió a su armario y comenzó a preparar su armamento para salir a combatir—. Descansa un poco más. Relájate.
No, ella ya había descansado lo suficiente.
Layla se apoyó en los brazos para incorporarse y, aunque esperaba sentirse un poco mareada, se alegró al ver que se encontraba bien. Incluso más fuerte.
No había otra manera de decirlo. Su cuerpo se sentía… fuerte.
Entonces bajó las piernas de la cama, descargó su peso sobre sus pies y se levantó lentamente. Qhuinn se acercó de inmediato para sostenerla si era necesario, pero ella no necesitó ayuda.
—Creo que me daré una ducha —dijo Layla.
Y después ¿qué? No tenía ni idea de qué iba a hacer.
—Quiero que te quedes aquí —dijo Qhuinn, como si le hubiese leído el pensamiento—. Te vas a quedar aquí. Conmigo.
—No sabemos si estoy encinta.
—Por eso debes tomarte las cosas con calma. Y si estás embarazada te quedarás aquí conmigo.
—Está bien. —Después de todo, parecía que sí iban a enfrentarse a eso juntos, suponiendo, claro, que hubiese motivos para enfrentarse a algo.
—Salgo ahora para el campo de batalla, pero siempre llevo mi móvil y te he dejado uno sobre la mesilla de noche —dijo, y señaló el teléfono que estaba junto al reloj despertador—. Puedes llamarme o enviarme un mensaje de texto si me necesitas, ¿está claro?
Qhuinn hablaba con mucha seriedad, con los ojos fijos en ella y una intensidad que le dio una idea de lo estresante que debía de ser en su trabajo. Sin embargo, nada ni nadie iba a interponerse en su camino si ella lo llamaba.
—De acuerdo.
Él asintió con la cabeza y se dirigió a la puerta. Antes de abrirla, se detuvo. Parecía pensativo, como si estuviera buscando las palabras apropiadas.
—¿Cómo sabremos si tú…?
—¿Si tengo un aborto? Porque empezaré a tener calambres y luego vendrá una hemorragia. Lo he visto muchas veces en el Otro Lado.
—¿Tu vida podría estar en peligro si tienes un aborto?
—Eso no suele pasar. Al menos en esta primera etapa.
—¿No deberías quedarte en cama?
—Después de las primeras veinticuatro horas, si se va a implantar, lo hace, independientemente de que yo permanezca inactiva o no. La suerte está echada.
—¿Me avisarás?
—En cuanto sepa algo.
Qhuinn dio media vuelta, pero se quedó mirando la puerta por un momento y luego dijo:
—Se va a implantar. —Qhuinn estaba más seguro de eso que ella, pero era gratificante saber que tenía tanta fe y que los dos deseaban lo mismo—. Regresaré al amanecer —dijo.
—Aquí estaré.
Después de que él se marchara, ella se duchó y se pasó varias veces la barra de jabón por la parte baja del vientre. Parecía extraño que algo tan increíblemente importante pudiera estar ocurriendo dentro de su cuerpo y que ella desconociera hasta tal punto los detalles.
Sin embargo, pronto conocerían los resultados de sus esfuerzos. Si la fecundación no se daba, la mayoría de las hembras sangraban durante la primera semana.
Cuando salió de la ducha, se secó y descubrió que Qhuinn había tenido la amabilidad de dejarle una túnica limpia preparada. Layla se la puso. También se puso ropa interior especial por si se producía una terminación.
De regreso en la alcoba, se sentó en la cama para ponerse sus zapatillas y después…
No tenía nada que hacer. Y el silencio y la quietud no eran buenos compañeros cuando se estaba en semejante estado de ansiedad.
Entonces la imagen de la cara de Xcor volvió a aparecer en su mente, sin restricción alguna.
Layla maldijo en voz baja y pensó que quizá nunca olvidaría la manera en que él la había mirado, fijando sus ojos en ella como si fuera una visión que él no alcanzaba a comprender del todo, pero que siempre agradecería.
A diferencia de los recuerdos que tenía de su periodo de fertilidad, las sensaciones que había experimentado cuando ese macho clavó sus ojos en ella seguían siendo tan reales como cuando las había vivido y no se habían desvanecido lo más mínimo, a pesar de los meses que habían transcurrido desde entonces. Solo que… quizá todo eso no era más que un producto de su imaginación. ¿Sería posible que el recuerdo fuera tan fuerte sencillamente porque se trataba de una fantasía?
A juzgar por lo que estaba ocurriendo con su periodo de fertilidad, la vida real podía desvanecerse con increíble premura.
Sin embargo, no ocurría lo mismo con el anhelo de sentirse deseada…
Layla oyó entonces que llamaban a su puerta y se despabiló.
—¿Sí?
Una voz femenina contestó al otro lado de los paneles.
—Soy Xhex. ¿Te molesta si entro un momento?
Layla no se podía imaginar qué podría querer aquella hembra con ella. Sin embargo, le caía bien la compañera de John y siempre estaría dispuesta a atenderla.
—Ay, por favor, pasa… Hola, esta sí que es una sorpresa agradable.
Xhex cerró la puerta y miró con incomodidad hacia todos lados, menos hacia donde estaba Layla.
—Entonces, ah… ¿Cómo te sientes?
En efecto, Layla tenía el presentimiento de que, durante la siguiente semana, mucha gente le iba a hacer la misma pregunta.
—Bien.
—Me alegro. Sí…, qué bien.
Largo silencio.
—¿Hay algo que pueda hacer por ti? —preguntó Layla.
—De hecho, sí.
—Entonces, por favor, dime en qué puedo ayudarte y haré lo que esté en mis manos.
—Es complicado. —Xhex entrecerró los ojos—. Y peligroso.
Layla se llevó una mano a la parte baja del vientre, como si quisiera proteger a su retoño, en caso de que hubiese uno.
—¿De qué se trata?
—Por órdenes de Wrath, estoy tratando de encontrar a Xcor.
Layla sintió que su pecho se comprimía y abrió la boca para poder respirar.
—Ya veo.
—Sé que ya te han contado lo que hizo.
—Sí, así es.
—También sé que tú lo alimentaste.
Layla parpadeó, mientras la imagen de esa cara cruel y extrañamente vulnerable volvió a cruzar su mente. Durante una fracción de segundo tuvo el absurdo instinto de protegerlo, pero eso era ridículo y prefería no pensar en ello, así que trató de apartar la imagen de Xcor de sus pensamientos.
—Desde luego que os ayudaré a ti y a Wrath. Me alegra que el rey haya reconsiderado su posición.
En ese momento, la otra hembra vaciló.
—¿Qué pasaría si te dijera que Wrath no puede enterarse de esto? Nadie puede enterarse, sobre todo Qhuinn. ¿Eso te haría cambiar de opinión?
John, pensó Layla. John debía de haberle contado a su shellan lo que había ocurrido.
—Me doy cuenta —dijo Xhex— de que te estoy poniendo en una posición terrible, pero tú conoces mi naturaleza. Usaré cualquier cosa que tenga a mi alcance para obtener lo que quiero, y lo que quiero es encontrar a Xcor. No me cabe ninguna duda de que voy a poder protegerte y no tengo ninguna intención de que te acerques a él. Solo necesito que me indiques en qué zona pasa la noche y yo me encargaré a partir de ahí.
—¿Vas a matarlo?
—No, pero voy a entregarle a la Hermandad las pruebas para que lo hagan. El arma que emplearon para disparar a Wrath fue un rifle de largo alcance, y no es la clase de arma que se lleva normalmente al campo de batalla. Así que, suponiendo que no la hayan destruido, seguramente deben de dejarla en casa cuando salen a combatir. Si yo soy capaz de encontrar ese rifle, podremos demostrar lo que hicieron y entonces las cosas seguirán su curso natural.
Los ojos del macho estaban llenos de bondad, pensó Layla… La había mirado con gran afecto. Pero, en realidad, él era el enemigo de su rey.
Layla sintió que asentía con la cabeza.
—Te ayudaré. Haré todo lo que pueda… y no diré ni una palabra.
La hembra se acercó y le puso una mano en el hombro en un gesto de sorprendente gentileza.
—Detesto ponerte en esta posición. La guerra es un asunto horrible, un asunto en el que no se debería involucrar a la gente buena como tú. Puedo sentir el daño que esto te causa y lamento tener que pedirte que mientas.
Era muy amable por parte de la symphath mostrar tanto interés, pero el conflicto de Layla no tenía nada que ver con el hecho de mentirle a la Hermandad. Ella estaba preocupada por el guerrero que iba a ayudar a matar.
—Xcor me utilizó —dijo Layla, como si estuviera tratando de convencerse a sí misma.
—Es muy peligroso. Tienes suerte de haber salido viva de un encuentro con él.
—Haré lo que debo hacer. —Layla levantó la vista hacia Xhex—. ¿Cuándo partimos?
—Ahora mismo. Si te sientes con fuerzas.
Layla asintió.
—Permíteme sacar un abrigo.