63
Una vez que se abrieron las persianas de acero de las ventanas y la noche expulsó del cielo toda la luz que quedaba, Blay salió de la sala de billar con la intención de pasarse un minuto por la biblioteca para saludar a Saxton y subir luego a darse una ducha antes de la Primera Comida.
Pero no llegó mucho más allá del tronco del manzano que aparecía representado en el mosaico del suelo del vestíbulo.
Movido por un extraño impulso, Blay frenó en seco y bajó la vista hacia sus caderas. Una palpitante erección había aparecido entre sus pantalones, tan inesperada como exigente.
¿Qué demonios…? Entonces miró hacia arriba y se preguntó quién más habría entrado en su periodo de fertilidad. Era la única explicación.
—Es posible que no quieras saber la respuesta a esa pregunta.
Al mirar hacia un lado, vio a Saxton, que estaba de pie, en el arco que conducía a la biblioteca.
—¿Quién?
Pero en realidad Blay ya lo sabía. Claro que lo sabía.
Saxton hizo un gesto con su elegante mano y dijo:
—¿No quieres entrar y tomarte un trago conmigo en mi despacho?
El macho también estaba excitado y los pantalones de su espléndido traje de espiga dejaban ver una cierta deformación a la altura de la bragueta… Solo que su cara no combinaba con la erección. Parecía triste.
—Vamos —repitió Saxton, y volvió a hacer un gesto de invitación con la mano—. Por favor.
Blay se dirigió entonces a la biblioteca y entró en el caótico desastre en que se había convertido esa estancia desde que a Sax le habían asignado aquella misteriosa «tarea». Cualquiera que fuera.
Al entrar, Blay oyó cómo las puertas se cerraban detrás de él y buscó en su mente algo que decir.
Nada. No tenía… nada que decir. Sobre todo si se tenía en cuenta que, sobre su cabeza, sobre el techo adornado con molduras de yeso, comenzó a sonar en ese instante un golpeteo amortiguado.
Hasta los cristales del candelabro se sacudían, como si la fuerza del sexo llegara hasta a ellos a través de las viguetas del suelo.
Layla se encontraba en su periodo de fertilidad. Y Qhuinn la estaba montando…
—Toma, bebe esto.
Blay aceptó lo que le ofrecían y se lo bebió como si estuviera en llamas y el contenido del vaso fuera agua. Pero el efecto fue exactamente el contrario. El brandy le quemó la garganta al bajar y aterrizó en su vientre como una bola de fuego.
—¿Otro? —preguntó Saxton.
Al ver que Blay asentía, el vaso desapareció y pronto volvió a sus manos rebosante de líquido. Después de tomarse el segundo brandy, Blay dijo:
—Me sorprende…
Se sentía fatal. Había pensado que todos los lazos entre él y Qhuinn estaban cortados, pero no, estaba muy equivocado, y debería haberse dado cuenta de que no era así.
Sin embargo, se negó a terminar de completar su idea en voz alta.
—… que puedas soportar tanto desorden —dijo finalmente Blay.
Saxton se dirigió al bar y se sirvió una copa.
—Me temo que este desorden es necesario.
Blay se dirigió al escritorio, sin dejar de dar vueltecitas a la copa de brandy en su mano para calentarlo. Trató de hablar con sensatez:
—Me sorprende que no utilices más los ordenadores.
Saxton tapó discretamente su trabajo con otro tomo de encuadernación de cuero.
—La lentitud de tomar notas a mano me da tiempo para pensar.
—Me sorprende que tengas que pensar mucho… Tu primer instinto siempre es correcto.
—Parece que hoy te sorprenden muchas cosas.
Solo una, en realidad.
—Solo estoy tratando de entablar una conversación.
—Claro, lo entiendo.
Después de un rato, Blay miró a su amante. Saxton se había sentado en un sofá forrado en seda que se hallaba al otro extremo del salón, tenía las piernas cruzadas a la altura de las rodillas y sus calcetines de seda roja asomaban por debajo de los pantalones perfectamente planchados, mientras sus mocasines Ferragamo resplandecían gracias al lustre permanente. Saxton era tan refinado y aristocrático como la antigüedad en la que estaba sentado, un macho perfectamente elegante, descendiente de un linaje perfectamente intachable, con un gusto y un estilo perfectos.
Era todo lo que cualquiera podría desear…
Pero cuando ese maldito candelabro de cristal volvió a sacudirse sobre su cabeza, Blay dijo bruscamente:
—Todavía estoy enamorado de él.
Saxton bajó los ojos y se sacudió el pantalón, como si tuviese una pequeña pelusa sobre un muslo.
—Lo sé. ¿Acaso pensaste que no era así? —dijo, como si fuera más bien estúpido no darse cuenta.
—Estoy tan jodidamente cansado de todo esto… De verdad.
—Te creo.
—Estoy tan jodidamente… —Dios, aquellos sonidos, ese golpeteo sordo, esa confirmación auditiva de lo que llevaba un año tratando de pasar por alto…
Con un súbito arrebato violento, Blay lanzó la copa de brandy contra la chimenea de mármol y el cristal estalló en mil pedazos.
—¡Mierda! —Si hubiese podido, habría saltado y arrancado del techo esa condenada lámpara.
Entonces dio media vuelta y se dirigió como un loco hacia las puertas dobles, tirando a su paso las montañas de libros que cubrían el suelo y esquivando por un pelo la mesita del café.
Pero Saxton llegó primero a la puerta y bloqueó la salida con su cuerpo.
Los ojos de Blay se clavaron en la cara del macho.
—Quítate de mi camino. Ahora mismo. No te conviene estar cerca de mí.
—¿Acaso esa no es una decisión que debería tomar yo?
Blay concentró su mirada en aquellos labios que conocía tan bien.
—No me presiones.
—O… ¿qué?
Al sentir que su corazón comenzaba a palpitar, Blay se dio cuenta de que Saxton sabía con exactitud lo que estaba buscando. O al menos creía saberlo. Pero algo estaba fuera de control ese día; tal vez eran los efectos del periodo de fertilidad, tal vez era… Mierda, Blay no lo sabía y, la verdad, tampoco le importaba.
—Si no te quitas de mi camino, voy a doblegarte sobre tu escritorio…
—Demuéstralo.
Respuesta equivocada. Tono equivocado. Momento equivocado.
Blay lanzó un rugido que sacudió los cristales en forma de diamante de las ventanas. Acto seguido agarró a su amante de la parte de atrás de la cabeza y lo lanzó hasta el otro extremo de la habitación. Cuando el macho se agarró del escritorio para no caerse, los papeles salieron volando y las hojas amarillas de las libretas y los papeles impresos cayeron al suelo como si fueran copos de nieve.
Saxton se volvió para mirar atrás y ver lo que venía hacia él.
—Demasiado tarde para huir —gruñó Blay, al tiempo que se abría la bragueta de sus pantalones.
Al caer sobre Saxton como una fiera, Blay destrozó con las manos las capas de ropa que lo separaban de lo que quería hacer suyo. Y cuando no quedaron más barreras, alargó los colmillos y mordió a Saxton en el hombro por encima de la ropa, para mantenerlo debajo de él, mientras lo agarraba de las muñecas y prácticamente lo clavaba contra la tapa forrada en cuero del escritorio. Y luego irrumpió con fuerza y dejó salir todo lo que tenía, mientras su cuerpo tomaba el control…, aunque su corazón se mantenía muy lejos de allí.
‡ ‡ ‡
La cabaña, como Xhex la llamaba, era una residencia muy modesta.
Mientras caminaba por el interior de la casa no había muchas cosas que se interpusieran en el camino de Otoño. La cocina no era más que una pequeña hilera de armarios y electrodomésticos, el salón no ofrecía mucho más que una vista del río, con solo dos sillas y una mesita. Había solamente dos habitaciones, una con un par de colchones y la otra con una plataforma más grande para dormir. El baño era pequeño pero estaba limpio, con una sola toalla colgada de un gancho.
—Como te dije antes —dijo Xhex desde la habitación principal—, no es mucho. También hay una habitación subterránea que puedes usar durante el día, pero tenemos que entrar por el garaje.
Otoño salió del baño.
—Creo que es preciosa.
—Está bien, puedes hablar con sinceridad.
—Hablo en serio. Eres una hembra muy funcional. Te gusta que las cosas funcionen bien y no te gusta perder tiempo. Este es un espacio perfecto para ti. —Otoño volvió a mirar a su alrededor—. Toda la fontanería es nueva. Al igual que los radiadores de la calefacción. La cocina tiene mucho espacio para cocinar, con una cocina con seis fogones, no cuatro, y es de gas, así que no tienes que preocuparte por la electricidad. El techo es de piedra y, por lo tanto, muy resistente, y los suelos no chirrían, así que supongo que la estructura está en tan buen estado como todo lo demás. —Otoño se movió de un extremo al otro—. Desde todos los ángulos hay una ventana a través de la cual se puede ver el exterior, para que nunca te puedan tomar por sorpresa, y veo que hay cerraduras de cobre en todos lados. Perfecto.
Xhex se quitó la chaqueta.
—Bueno, ah…, eres muy perceptiva.
—No. Eso es obvio para cualquiera que te conozca.
—Yo… Estoy muy contenta de que me conozcas.
—Yo también.
Otoño se acercó pausadamente a la ventana que daba al río. Fuera, la luna proyectaba una luz brillante sobre el paisaje cubierto de nieve y el reflejo de esa iluminación pintaba todo de un tono azul.
«Tú estás enamorada de mí. No te molestes en negarlo, me lo dices cada día mientras duermes… Y sabes muy bien que la única razón por la que estoy contigo es para sacar a Wellsie del Limbo. Así que encajo perfectamente con tus necesidades».
—¿Mahmen?
Otoño se concentró en el reflejo de su hija sobre el cristal.
—Lo siento. ¿Decías?
—¿No quieres decirme lo que pasó entre tú y Tohr?
Xhex todavía tenía que quitarse sus armas y, mientras permanecía de pie allí, se veía tan poderosa, tan segura, tan fuerte… Ella no se inclinaría ante ningún macho ni ante nadie, y eso era maravilloso. ¿Acaso no era una bendición extraordinaria?
—Estoy tan orgullosa de ti —dijo Otoño, y dio media vuelta para mirar a su hija de frente—. Quiero que sepas que estoy muy, pero que muy orgullosa de ti.
Xhex bajó la mirada y se pasó una mano por el pelo, como si no supiera cómo manejar los cumplidos.
—Gracias por recibirme —siguió diciendo Otoño—. Me esforzaré por ser útil mientras estoy aquí y contribuir de alguna manera, aunque sea pequeña.
Xhex negó con la cabeza.
—Ya te he dicho varias veces que no eres una invitada.
—Sea como sea, trataré de no ser una carga.
—¿Vas a contarme lo de Tohr?
Otoño miró las armas que todavía colgaban de sus arneses de cuero y pensó que el resplandor de todo ese metal se parecía mucho a la luz que brillaba en los ojos de su hija: era como una promesa de violencia.
—No debes enfadarte con él —se oyó decir—. Lo que sucedió entre nosotros fue consensuado y terminó… por una buena razón. Él no hizo nada malo. —Mientras hablaba, Otoño no estaba segura de qué era lo que realmente pensaba sobre todo ese asunto, pero tenía clara una cosa: no iba a crear una situación en la que Xhex se sintiera impulsada a vengarse de Tohr en su nombre—. Me estás escuchando, hija mía. —No era una pregunta, sino una orden. Era la primera vez que Otoño le hablaba como habla una madre a su hija—. No debes buscar una pelea con él, o hablar de esto con él.
—Dame una razón para no hacerlo.
—Conoces las emociones de los demás, ¿no?
—Sí.
—¿Cuándo fue la última vez que conociste a alguien que se viera obligado a enamorarse de otro, alguien capaz de ordenarles a sus sentimientos que siguieran una determinada dirección cuando en su estado natural su corazón se inclinaba por otra persona?
Xhex soltó una maldición en voz baja.
—Nunca. Eso es una receta desastrosa, pero siempre puedes ser respetuoso con el otro, plantear las cosas de forma delicada…
—Envolver las palabras en papel de regalo no cambia la naturaleza de la verdad. —Otoño volvió a mirar el paisaje nevado y el río, que estaba parcialmente congelado—. Y, ciertamente, prefiero conocer la realidad a vivir en una mentira. —Hubo un rato de silencio entre ellas—. ¿Esa es razón suficiente, hija mía?
Otra maldición. Pero luego Xhex dijo:
—No me gusta…, pero está bien, es suficiente.