62

Qhuinn estaba bastante seguro de encontrarse en un universo paralelo. Porque no había manera de que Layla estuviera pasando por su periodo de fertilidad… y recurriendo a él para que la ayudara a pasarlo.

No.

Esto solo era una imagen en espejo de cómo funcionaba el mundo real, un mundo donde los biológicamente puros se unían entre ellos para crear generaciones de jóvenes biológicamente puros y, por tanto, superiores.

—Móntame y danos algo que sea nuestro… —Las hormonas de Layla volvieron a estallar de forma más escandalosa, privándola de la voz. Sin embargo, recuperó la voz enseguida y seguía repitiendo las mismas palabras—: Móntame…

Cuando empezó a jadear, Qhuinn no tenía claro si los jadeos eran resultado del deseo que corría por sus venas o del vértigo que le producía el inesperado abismo del que estaba colgando.

La respuesta era no, claro. No, de ninguna manera, jamás tendría hijos, y ciertamente no con alguien de quien no estaba enamorado, desde luego no con una Elegida y virgen.

No.

No…

Maldición, no, mierda, no, Dios, no, demonios, no

—Qhuinn —se quejó Layla—. Tú eres mi única esperanza, y yo la tuya…

Bueno, en realidad eso no era cierto, al menos la primera parte. Cualquier otro macho de la casa, o del planeta, podía encargarse de eso. Y, desde luego, justo después tendría que responder ante el Gran Padre.

Y esa no era una conversación que él quisiera tener voluntariamente.

Solo que…, bueno, Layla sí tenía razón en la segunda parte. En medio de su delirio, en su desesperación, estaba expresando lo mismo que él llevaba varios meses pensando. Al igual que ella, él no tenía nada que fuera realmente suyo, ni perspectivas de un amor verdadero, ni ninguna razón de peso para levantarse cada anochecer, aparte de la guerra. ¿Qué clase de vida era esa?

Bien, se dijo Qhuinn. Ve y consíguete un maldito perro. Pero la respuesta a todo eso no podía ser follar con esta Elegida.

—Qhuinn…, por favor…

—Escucha, déjame llevarte con la doctora Jane. Ella se hará cargo de ti enseguida…

Layla negó con la cabeza furiosamente.

—No. Yo te necesito a ti.

De repente, Qhuinn pensó que los hijos era un futuro propio. Si eres un buen padre, ellos nunca te abandonan…, y si los mantienes a salvo, nadie te los puede arrebatar.

Demonios, si Layla concebía un hijo, ni siquiera el Gran Padre podría hacer una mierda, porque Qhuinn sería… el padre. En la sociedad vampira, esa era la carta más poderosa, aparte del rey…, y Wrath no tocaría algo tan privado como esto.

Por otro lado, si ella no quedaba encinta, lo más probable era que le arrancaran sus preciadas pelotas por mancillar a una hembra sagrada…

Un momento. ¿En serio estaba considerando la posibilidad de montarla?

Qhuinn

Qhuinn pensó que no le costaría trabajo amar a un hijo. Amarlo con todo lo que era y sería. Amarlo como nunca había amado a nadie, ni siquiera a Blay.

Qhuinn cerró los ojos brevemente y regresó en el tiempo a la noche en que murió y llegó hasta las puertas del Ocaso. Y entonces pensó en la imagen que había visto, esa pequeña hembra…

Ay, Dios…

—Layla —dijo con voz ronca, al tiempo que volvía a ponerla de pie—. Layla, mírame. Mírame.

Cuando la sacudió suavemente, ella pareció recuperar algo de conciencia y se concentró en la cara de Qhuinn, mientras le clavaba las uñas en los brazos.

—¿Sí?

—¿Estás segura? ¿Estás absolutamente segura? Tienes que estar segura…

Por un breve instante, una expresión completamente lúcida cubrió sus hermosos y torturados rasgos.

—Sí, estoy segura. Vamos a hacer lo que tenemos que hacer. Por el futuro.

Qhuinn estudió cuidadosamente la cara de la Elegida solo para estar seguro. Phury se iba a poner furioso, pero, claro, incluso una Elegida tenía derecho a elegir…, y ella lo estaba eligiendo a él, justo ahí, justo en ese momento. Cuando lo único que vio en la cara de Layla fue una resolución inquebrantable, Qhuinn asintió una vez, la volvió a levantar entre sus brazos y salió de la cocina.

Su único pensamiento, al llegar al pie de la gran escalera, era que iban a concebir un hijo en las próximas horas y tanto el bebé como Layla iban a sobrevivir a todo: el embarazo, el alumbramiento y aquellas horas críticas que venían después.

Él y Layla iban a traer al mundo a una hija.

Una hija de pelo rubio, cuyos ojos tendrían la forma de los suyos; al principio serían del color de los de la Elegida…, pero luego cambiarían para volverse tan azules y verdes como los suyos.

Iba a tener una familia propia.

Un futuro propio.

Al fin.

‡ ‡ ‡

Cuando salió de la ducha, Xhex ya sabía que John había regresado porque sintió su olor, así como el aroma de algo totalmente delicioso. Después de volver a ponerse los cilicios que se había quitado para bañarse, se envolvió en una toalla y salió a la habitación.

—Ay, qué delicia, pavo —dijo, mientras John le preparaba una bandeja.

Al mirarla de reojo, los ojos de John se detuvieron en el cuerpo de Xhex como si quisiera comérsela mejor a ella, pero luego sonrió y siguió concentrado en preparar la comida que había subido para los dos.

—Justo a tiempo —murmuró Xhex al tiempo que se sentaba en la cama—. Me estoy muriendo de hambre.

Después de prepararlo todo perfectamente, desde la servilleta hasta los cubiertos, la copa y el plato, John le llevó la bandeja y se la puso sobre las piernas. Luego se retiró hasta el otro extremo de la habitación para comer sentado en la chaise longue.

¿No preferiría alimentarla él personalmente?, se preguntó Xhex, mientras los dos comían en silencio. A los vampiros machos les gustaba hacerlo…, pero ella nunca había tenido paciencia para eso. La comida era energía para el cuerpo, no algo romántico.

Xhex suponía que los dos eran muy capaces de cerrarse completamente ante la presencia del otro, ¿verdad? Y a John le pasaba algo. Su patrón emocional indicaba conflicto, hasta el punto de que tenía prácticamente congeladas las emociones.

—Me voy —dijo ella con tristeza—. Después de ver a mi madre me iré…

—No tienes que hacerlo —dijo John con señas—. No quiero que te vayas.

—¿Estás seguro? —Al ver que él asentía, Xhex se preguntó si sería cierto, teniendo en cuenta lo que estaba mostrando su patrón emocional.

Pero, vamos, un par de horas en la cama no iban a acortar toda la distancia que habían permitido que se colara entre ellos en los últimos tiempos…

Abruptamente, él respiró hondo y dejó de juguetear con la comida que tenía en el plato.

—Escucha, tengo que contarte algo.

Xhex dejó su tenedor sobre el plato y se preguntó cuánto le iba a doler.

—Bien.

—Layla alimentó a Xcor.

—¿Qué coño…? Lo siento, pero ¿he leído bien? —Al ver que John asentía, Xhex pensó que, en efecto, había tenido razón al sentir que algo grave había ocurrido en el distrito teatral, pero nunca se habría imaginado que fuera tan serio.

—Ella no sabía de quién se trataba. Throe le tendió una trampa… La invocó, la encontró y se la llevó a Xcor.

—Por Dios… —Como si el rey necesitara otra razón para matar a ese hijo de puta.

—Este es el asunto. Ella quiere ayudar a encontrarlo…, y con la sangre de Layla corriendo por sus venas…, podría hacerlo. Ella supo dónde estaba Xcor anoche… Lo sintió con toda claridad. En realidad podría ayudarte mucho.

Xhex se olvidó por completo de la comida, pues la adrenalina comenzó a dispersarse por su cuerpo.

—Ay, joder, si pudiera acercarme con ella… ¿Cuánto hace que lo alimentó?

—En otoño.

—Mierda. Estamos perdiendo tiempo. —Xhex se puso de pie enseguida y comenzó a buscar sus pantalones de cuero. Pero al levantarlos, maldición, estaban rasgados por la mitad.

—Todavía hay otros pares en el armario.

—Ay, gracias. —Xhex se dirigió al armario y trató de no deprimirse al ver su ropa colgada junto a la de John—. Dios… Ah, ¿sabes dónde está Layla?

—En la cocina, con Qhuinn.

Al ver que el patrón emocional de John cambiaba, Xhex se detuvo mientras se ponía los pantalones. Entonces entornó los ojos, se volvió para mirarlo por encima del hombro y dijo:

—¿Qué es lo que no me has dicho?

—Wrath y Phury no quieren involucrarla. Ella ofreció su ayuda, pero ellos le dijeron que no. Si la utilizas, ellos nunca pueden enterarse de que lo hiciste… No puedo decirlo con mayor claridad. —Xhex parpadeó y sintió que el aire se le congelaba en los pulmones—. Nadie puede enterarse, Xhex. Ni siquiera Qhuinn. Y no hace falta decir que tienes que mantenerla a salvo.

Cuando John la miró con solemnidad, Xhex estaba pensando en otra cosa. Ni siquiera prestó atención a las últimas palabras de John.

Al proporcionarle esa información, él acababa de elegirla a ella y su misión por encima del rey y el Gran Padre de su raza. Y lo que era aún más significativo: posiblemente le había entregado la llave que le permitiría infiltrarse en la Pandilla de Bastardos, lo que la metía directamente en la boca del lobo.

Eso sí que era hablar menos y hacer más.

Xhex se olvidó de sus pantalones y caminó hasta donde estaba John. Le agarró la cara con las manos y dijo:

—¿Por qué me estás contando esto?

—Porque te va a servir para encontrarlo —respondió él modulando las palabras con la boca.

Xhex le quitó un mechón de pelo de la cara y dijo:

—Si sigues así…

—¿Qué?

—… te voy a deber un gran favor.

—¿Puedo elegir la forma de pago?

—Sí, puedes hacerlo.

—Entonces quiero que te mudes otra vez aquí conmigo. O que me permitas ir a vivir contigo. Quiero que volvamos a estar juntos.

Xhex parpadeó varias veces, se inclinó y lo besó lentamente, con pasión. Las palabras no significaban nada. John tenía razón en eso. Pero este macho, que había puesto toda clase de barreras y obstáculos en la primavera, ahora le estaba abriendo el camino de la manera más impresionante.

—Muchas gracias —susurró ella contra la boca de él, mientras trataba de resumir sus sentimientos en esas dos palabras.

John parecía radiante.

—Yo también te amo.

Después de besarse una vez más, ella se alejó, se puso unos pantalones limpios y agarró su camiseta. Pero al pasársela por encima de la cabeza…

Al principio pensó que la oleada de calor que había sentido se debía a que estaba justo debajo del conducto de la calefacción que pasaba por el techo. Pero cuando se movió y vio que seguía sintiéndose caliente, bajó la mirada hacia su cuerpo.

Al mirar de reojo a John, Xhex vio cómo él se ponía rígido y se observaba la entrepierna.

—Mierda —susurró ella—. ¿Y ahora quién está con el periodo? —John miró su teléfono y luego se encogió de hombros—. Probablemente debería salir de aquí —dijo Xhex. Los symphaths por lo general podían controlar su fertilidad a voluntad, y ella siempre había tenido suerte con eso. Sin embargo, al ser mitad symphath, mitad vampira, no quería arriesgarse, y más cuando había alguien con el periodo justo en la puerta de al lado—. ¿Estás seguro de que mi madre ya había salido del periodo cuando fuiste a ver a Layla? Mierda, estoy segura de que es ella. Estoy segura de que es la Elegida.

De pronto se escuchó un gruñido que venía de la derecha. De la pared que daba a la habitación de Qhuinn.

Y el golpeteo acompasado que siguió solo podía significar una cosa.

—Puta mierda, ¿acaso Qhuinn…? —Solo que Xhex ya sabía la respuesta a su pregunta. Así que concentró sus sentidos en la puerta contigua y buscó sus patrones emocionales. Allí no había ningún romance, más bien una clara determinación de ambas partes.

Estaban haciendo lo que estaban haciendo con un propósito que resultaba obvio. Pero ¿por qué querrían esos dos tener un hijo? Eso era una locura, sobre todo dada la posición de la Elegida…, y la de Qhuinn.

Al sentir otro asalto de deseo que amenazó con pasarle por encima, Xhex se apresuró a agarrar su chaqueta y recoger sus armas.

—De verdad tengo que irme. No quiero exponerme, en todo caso.

John asintió y se acercó a la puerta.

—Ahora voy a visitar a mi madre. Layla va a estar ocupada durante un rato, pero después hablaré con ella y ya te contaré lo que sea.

—Estaré aquí. Esperando noticias tuyas.

Xhex lo besó una vez más, dos…, y una tercera. Y luego abrió la puerta y salió…

Tan pronto estuvo en el pasillo, las hormonas la embistieron con fuerza y la hicieron perder el equilibrio.

—Ay, demonios, no —susurró, y avanzó hacia las escaleras, pero luego se desintegró hasta la puerta que estaba debajo de las escaleras.

Cuanto más se alejaba, más normal se sentía. Pero estaba preocupada por su madre. Gracias a Dios, existían drogas que suavizaban esa dura prueba.

Tohr no podía haberla montado. De ninguna manera.

Al salir del túnel en la oficina, Xhex recorrió el largo pasillo del centro de entrenamiento. No había nada peculiar en el aire y eso era un alivio. El periodo de fertilidad era violento, pero la buena noticia era que, cuando terminaba, se desvanecía relativamente rápido, aunque, por lo general, las hembras necesitaban un día o dos para reponerse plenamente.

Xhex asomó la cabeza en el cuarto de examen, pero no encontró a nadie. Y lo mismo le pasó con las dos salas de reanimación. Pero su madre estaba por ahí, ella podía sentirla.

—¿Otoño? —Frunció el ceño—. ¿Hola? ¿Dónde estás?

La respuesta llegó de un salón que estaba mucho más allá, donde solían darles clases a los candidatos a convertirse en soldados.

Xhex avanzó hacia el lugar donde había oído la voz y empujó la puerta del salón principal, donde encontró a su madre, sentada en una de las mesas que miraban hacia el tablero. Las luces estaban encendidas, pero no había nadie con ella.

Eso no era bueno. Xhex podía sentir que su madre tenía un lío en la cabeza…, que no estaba en una buena situación.

—¿Mahmen? —dijo Xhex, mientras dejaba que la puerta se cerrara tras ella—. ¿Cómo estás?

Debía tener mucho cuidado. Su madre permanecía tan quieta como una estatua y parecía igual de compuesta: todo estaba perfecto, desde el pelo divinamente peinado y recogido en una trenza hasta su ropa cuidadosamente combinada.

Pero esa impresión de compostura no era más que una máscara, nada más que una apariencia de compostura, que le otorgaba un aspecto de mayor fragilidad.

—No estoy bien —dijo Otoño, y negó con la cabeza—. No estoy bien. No estoy para nada bien.

Xhex se dirigió al escritorio del instructor y dejó allí sus armas y su chaqueta.

—Al menos eres sincera.

—¿Acaso no puedes leer mi mente?

—Tu patrón emocional está completamente apagado y cerrado. Así que es difícil entender qué te pasa.

Otoño asintió.

—Apagado… Sí, esa podría ser una buena descripción. —Hubo una larga pausa, después de la cual su madre miró a su alrededor—. ¿Sabes por qué he venido aquí? Pensé que podría aprender algo, dado que aquí se dan clases. Pero me temo que no está funcionando.

Xhex se sentó sobre el escritorio.

—¿Te examinó la doctora Jane?

—Sí. Estoy bien. Y antes de que preguntes, no, no me montaron. No quería que lo hicieran.

Xhex respiró con alivio. Aparte de la salud mental de su madre, no quería que Otoño corriera los riesgos físicos del embarazo y el alumbramiento, aunque solo fuera por puro egoísmo. Acababa de encontrar a su madre y no quería perderla tan pronto.

Cuando los ojos de Otoño se clavaron en Xhex había en ellos una franqueza que parecía nueva.

—Necesito un lugar donde quedarme. Lejos de aquí. No tengo dinero, ni trabajo, ni perspectiva alguna, pero…

—Puedes venirte a vivir conmigo. Durante todo el tiempo que quieras.

—Gracias. —Aquellos ojos se desviaron y se quedaron contemplando el tablero—. Me esforzaré por ser una invitada discreta.

—Eres mi madre, no una invitada. Pero, escucha, ¿qué ha sucedido?

La otra hembra se puso de pie.

—¿Podemos irnos ahora?

Joder, ese patrón emocional estaba completamente cerrado. Y trancado por dentro. Envuelto en una coraza de autoprotección. Como si la hubiesen atacado.

Pero, claramente, ese no era el momento de presionarla.

—Ah, sí, claro. Podemos irnos. —Xhex se bajó del escritorio—. ¿Quieres despedirte de Tohr antes de que nos marchemos?

—No.

Xhex esperó alguna explicación que complementara la negativa, pero nada. Lo cual decía mucho.

—¿Qué ha hecho Tohr, mahmen?

Otoño levantó la barbilla. Estaba preciosa, con ese aire de orgullo y dignidad, pensó Xhex.

—Me dijo lo que pensaba de mí. En muy pocas palabras. Así que, a estas alturas, creo que él y yo ya no tenemos nada más que decirnos el uno al otro.

Xhex entornó los ojos y sintió cómo la rabia se agitaba en sus entrañas.

—¿Nos vamos? —preguntó su madre.

—Sí…, claro…

Pero Xhex iba a averiguar qué diablos había ocurrido; eso era seguro.