61

Al salir al pasillo, Tohr se sentía como un loco, incoherente, al borde de un violento ataque de nervios. Por Dios, tenía que salir de ahí, alejarse de ella. Y pensar que le había dicho a Otoño que era una demente… En este momento, el trastornado era él.

Cuando levantó la vista, Lassiter estaba frente a él.

—Ahora no…

El ángel lo empujó hacia atrás y lo golpeó tan fuerte que Tohr no solo vio estrellas sino toda la maldita galaxia. Después lo agarró de la camisa, lo zarandeó y volvió a estrellarlo contra la pared, haciéndole castañetear los dientes.

Cuando su visión por fin se aclaró, esa cara llena de piercings parecía la máscara de un demonio y los rasgos distorsionados expresaban la clase de rabia que requiere la intervención de un sepulturero.

—Eres un cabrón —gritó Lassiter—. Un maldito cabrón.

Tohr se inclinó hacia un lado y escupió sangre.

—¿Quién fue la que te enseñó a juzgar así el carácter de la gente: Ellen o Maury?

El ángel le hizo un corte de mangas directamente frente a los ojos.

—Escúchame con mucha atención, porque solo voy a decir esto una vez.

—¿No prefieres volver a golpearme? Estoy seguro de que sería más provechoso…

Lassiter lo volvió a empujar contra la pared.

—Cierra el pico y escúchame. Tú ganas.

—¿Perdón?

—Conseguiste lo que querías. Wellsie quedará condenada para toda la eternidad…

—¿Qué demonios…?

El tercer empujón lo dejó callado.

—Se terminó. Caput. —El ángel señaló la puerta cerrada del cuarto donde estaba Otoño—. Acabas de aniquilar tu última oportunidad. Todo ha terminado. Acabó cuando le partiste el corazón en dos a ella.

Tohr perdió el control y sus emociones estallaron:

—Tú no sabes de lo que estás hablando… ¡No sabes nada! No tienes ni idea de esto, no me conoces a mí, ni a ella… ¡Ni sabes hacer tu trabajo! ¿Qué coño has estado haciendo aquí durante el último año? ¡Nada! Vives sentado sobre tu lindo trasero viendo comedias de medio pelo en la televisión, ¡mientras mi Wellsie desaparece! ¡Eres un maldito fracaso!

—¿De veras? Pues muy bien, ya que tú eres tan jodidamente inteligente, ¿qué te parece esto? —Lassiter lo soltó y dio un paso atrás—. ¡Renuncio!

—No puedes renunciar…

El ángel le hizo un corte de mangas.

—Acabo de hacerlo.

Acto seguido, dio media vuelta y se fue caminando por el pasillo.

—Entonces estás renunciando. ¡Genial! ¡Absolutamente fantástico! Hablando de ser fiel a nuestra naturaleza primigenia, ¡maldito hijo de puta egoísta! —gritó Tohr.

Pero lo único que recibió a modo de respuesta fue otro corte de mangas por encima del hombro.

Tohr lanzó una maldición y trató de salir tras el ángel, pero luego se contuvo. Entonces giró sobre sus talones y le lanzó un gancho a la pared, golpeándola con tal fuerza que sintió que se rompía los nudillos. En ese momento se dio cuenta de que el dolor de la mano no podía compararse con la agonía que sentía en el pecho.

Estaba absolutamente fuera de sí.

Así que se dirigió a la puerta de acero que daba paso directo al aparcamiento. Sin saber qué hacer ni adónde ir, la abrió de par en par y salió al aire helado. Dobló a la derecha, subió la rampa y pasó frente a las plazas vacías demarcadas con pintura amarilla.

Cuando llegó al fondo, a la pared de atrás, se sentó sobre el asfalto duro y frío y apoyó los hombros contra el cemento húmedo.

Mientras respiraba de manera agitada, se sintió como si estuviera en el maldito trópico; probablemente se trataba del último coletazo de los efectos del periodo de fertilidad sobre su cuerpo: aunque había estado completamente sedado por las drogas, había estado muy expuesto y las pelotas le dolían como si las hubiese metido en una prensa; todavía tenía la polla dura y las articulaciones seguían doloridas, como si hubiese estado haciendo esfuerzos a pesar de la morfina.

Entonces apretó los dientes y se quedó allí solo, mirando hacia el frente, en medio de la oscuridad.

Ese era el único lugar seguro en el que podía estar por ahora.

Y probablemente durante mucho tiempo.

‡ ‡ ‡

Cuando Layla oyó gritos, asomó la cabeza desde el gimnasio para ver quién estaba gritando… y enseguida volvió a entrar. Tohr y Lassiter estaban manteniendo una discusión y eso no era algo en lo que ella quisiera inmiscuirse.

Además, ella tenía sus propios problemas.

A pesar del periodo de fertilidad de Otoño, se había quedado en la clínica durante la noche porque sabía que había pasado algún tiempo en el Santuario recientemente, así que no había razón para preocuparse por su ciclo. Sin embargo, la razón más importante era que no tenía adónde ir. Sin duda, Qhuinn y John debían de estar hablando con el rey y el Gran Padre en la casa principal y pronto la llamarían para informarle sobre cuál sería su destino.

Ante la posibilidad del exilio —o, peor aún, la muerte por ayudar a un traidor—, Layla había pasado las últimas horas paseándose por el gimnasio: pasaba frente a las gradas y los bancos, frente a la entrada a la sala de terapia física y las puertas que daban al pasillo y luego volvía a recorrer el mismo camino.

Estaba tan nerviosa que la tensión brotaba de ella como si fuera una rueca y los hilos retorcidos le envolvían la garganta y bajaban por su cuerpo hasta comprimirle las entrañas.

No dejaba de pensar en Xcor y su segundo al mando. Los dos la habían utilizado, pero especialmente el segundo. Xcor no quería alimentarse de su vena. Había tratado de evitarlo y, cuando ella lo había forzado, sus ojos mostraban una expresión de remordimiento porque sabía exactamente la posición en que la estaban poniendo. Pero el otro soldado no había tenido esas reservas.

En efecto, ella culpaba a Throe; cualquier cosa que le pasara sería obra de ese macho. Quizá se reencarnara en un fantasma para poder acecharlo durante el resto de sus noches… Desde luego, eso suponiendo que la condenaran a muerte. Pero ¿qué sucedería si no era así? ¿Qué iba a hacer? Sin duda la despojarían de todos sus deberes allí, así como de su estatus de Elegida. ¿Adónde iría entonces? No tenía nada propio, nada que no hubiese recibido de manos del rey o del Gran Padre.

Mientras seguía paseándose, Layla volvió a enfrentarse con el vacío de su vida y se preguntó qué propósito podría tener en el futuro…

En ese momento se abrió la puerta del fondo y ella se detuvo.

Habían venido los cuatro a buscarla: el rey, el Gran Padre, Qhuinn y John Matthew.

Layla se enderezó y atravesó el gimnasio por el centro, mientras les sostenía la mirada. Cuando llegó lo suficientemente cerca, hizo una venia hasta el suelo, pero no esperó a que le dirigieran la palabra. Cumplir con el protocolo era la última de sus preocupaciones en ese momento.

—Milord. Estoy preparada para aceptar toda la responsabilidad…

—Levántate, Elegida. —Una mano apareció frente a su cara—. Levántate y tranquilízate.

Al alzar la vista, Layla vio que el rey le sonreía con amabilidad y que no tenía intención de esperar a que ella le respondiera. Se agachó, la agarró de la mano y la ayudó a ponerse de pie de su estado de postración. Y cuando miró de reojo al Gran Padre vio que él la observaba con ojos increíblemente generosos.

Layla solo sacudió la cabeza y se dirigió a Wrath.

—Milord, alimenté a vuestro enemigo…

—¿En ese momento sabías quién era?

—No, pero…

—¿Creíste que estabas ayudando a un soldado herido?

—Bueno, sí, pero…

—¿Has vuelto a buscarlo?

—De ninguna manera, pero…

—¿Es cierto que les dijiste a John y a Qhuinn dónde estaba él cuando estabais saliendo de la ciudad esta noche?

—Sí, pero…

—Entonces no más peros. —El rey sonrió de nuevo y le acarició la mejilla, a pesar de que estaba ciego—. Tienes un corazón grande y ellos lo sabían. Abusaron de tu confianza y te utilizaron.

Phury asintió con la cabeza.

—Debí decirte quién era realmente Throe, pero la guerra es un asunto horrible y triste y no quería involucrarte en ella. Nunca se me ocurrió que ese malnacido pudiera buscarte, pero no me sorprende. La Pandilla de Bastardos no conoce límites.

Rápidamente, Layla se llevó la mano a la boca para contener un sollozo.

—Lo lamento tanto… Os juro a los dos que… no tenía ni idea…

Phury dio un paso al frente y la acercó a su pecho.

—Está bien. Todo está bien… No quiero que vuelvas a pensar en ello.

Cuando volvió la cabeza hacia un lado para apoyarla sobre esos inmensos pectorales, Layla sabía que eso no iba a ser posible. Involuntariamente o no, había traicionado a la única familia que conocía y eso no es algo que se pueda olvidar fácilmente, aunque le hubiesen perdonado la estupidez que había cometido. Y tampoco podría olvidar esas últimas y tensas horas, cuando, desconocedora de su destino, su soledad se le había revelado en toda su extensión.

—Lo único que te pido —dijo Wrath— es que si él vuelve a contactar contigo, si cualquiera de ellos lo hace, nos lo hagas saber de inmediato.

Ella se soltó y tuvo la temeridad de buscar la mano con que el rey empuñaba su daga. Y Wrath, como si entendiera qué era lo que deseaba, le extendió la mano enseguida y el diamante negro resplandeció en su dedo.

Layla volvió a inclinar la cabeza y puso sus labios sobre el símbolo de la monarquía, al tiempo que decía en Lengua Antigua:

Con todo lo que tengo, y todo lo que soy, juro que lo haré.

Mientras hacía aquel pacto con el rey, en presencia del Gran Padre y dos testigos, una imagen de Xcor cruzó por su mente. Layla recordaba cada detalle de su cara y su cuerpo de guerrero…

De repente, como por arte de magia, sintió que la recorría una oleada de calor.

Sin embargo, eso no importaba. Su cuerpo podría ser un traidor, pero su corazón y su alma no lo eran.

Layla se incorporó y miró fijamente al rey.

—Permitidme ayudaros a encontrarlo —se oyó decir—. Mi sangre corre por sus venas. Yo puedo…

Qhuinn la interrumpió.

—De ninguna manera. Imposible…

Ella hizo caso omiso y siguió:

—Permitidme demostraros mi lealtad.

Wrath negó con la cabeza.

—No tienes que hacerlo. Eres una hembra honorable y no vamos a poner en peligro tu vida.

—Estoy de acuerdo —dijo el Gran Padre—. Nosotros nos encargaremos de esos guerreros. No debes preocuparte por ellos. Y ahora quiero que te preocupes por ti. Pareces exhausta y debes de estar muriéndote de hambre. Ve y busca algo de comer y duerme un rato en la mansión.

Wrath asintió con la cabeza.

—Siento haber tardado tanto en venir a buscarte. Beth y yo estábamos en Manhattan, divirtiéndonos un poco, y llegamos al anochecer.

Layla asintió y estuvo de acuerdo con todo lo demás que se dijo, pero solo porque se sintió de repente tan cansada que no podía sostenerse en pie. Por fortuna, el rey y el Gran Padre se marcharon poco después y luego Qhuinn y John se hicieron cargo y la condujeron a la mansión, donde la llevaron a la cocina y la sentaron frente a la mesa, mientras abrían la nevera y las puertas de la alacena.

Eran muy amables al atenderla con tanta delicadeza, sobre todo teniendo en cuenta que no tenían la menor idea de cómo hacer un huevo duro. Sin embargo, la idea de comer le revolvió el estómago y le produjo náuseas.

—No, por favor —dijo Layla, mientras hacía a un lado lo que había sobrado de la Primera Comida—. Ay, querida Virgen Escribana… No.

Mientras ellos se preparaban sendos platos de pavo con puré de patata y una especie de mezcla de brócoli, Layla trató de no mirar ni oler nada de eso.

—¿Qué sucede? —preguntó Qhuinn cuando se sentó en el taburete que se hallaba junto a ella.

—No lo sé. —Debería sentirse aliviada de que Wrath y Phury se hubiesen mostrado tan comprensivos ante su transgresión. Pero en lugar de eso estaba más ansiosa que nunca—. No me siento bien… Quiero ayudar. Quiero corregir mis errores. Yo…

John empezó a decir algo por señas desde al lado del microondas, pero, fuera lo que fuera, Qhuinn negó con la cabeza y se negó a traducir.

—¿Qué está diciendo John? —preguntó Layla. Al ver que Qhuinn no respondía, le puso una mano en el brazo—. ¿Qué está diciendo John, Qhuinn?

—Nada. John no está diciendo absolutamente nada.

Al otro macho no le gustó que lo callaran así, pero tampoco protestó y continuó preparando un segundo plato de comida, seguramente para Xhex.

Después de que John se excusara para ir a alimentar a su shellan, el silencio se impuso en la cocina, con la única interrupción del ruido de los cubiertos de Qhuinn contra el plato.

No pasó mucho tiempo antes de que ella se sintiera a punto de enloquecer y, para no gritar, empezó a pasearse de un lado a otro.

—En realidad deberías descansar —murmuró Qhuinn.

—No puedo quedarme quieta.

—Trata de comer algo.

—Querida Virgen Escribana, no. Tengo el estómago totalmente revuelto…, y hace tanto calor aquí…

Qhuinn frunció el ceño.

—No, no hace calor.

Layla siguió paseándose, cada vez más rápido, y supuso que su inquietud se debía a que estaba tratando de alejarse de las imágenes que revoloteaban en su cabeza: Xcor mirándola desde abajo, Xcor alimentándose de su vena, el cuerpo enorme de Xcor…; su cuerpo inmenso de guerrero, acostado frente a ella y claramente excitado por el sabor de su sangre…

—¿En qué demonios estás pensando? —preguntó bruscamente Qhuinn.

Layla se detuvo en seco.

—En nada, en nada.

Qhuinn se movió en su taburete y luego, abruptamente, hizo a un lado su plato a medio probar.

—Debería marcharme —dijo ella.

—No, está bien. Supongo que yo también estoy un poco indispuesto.

Cuando Qhuinn se puso de pie y retiró los platos de la mesa, los ojos de Layla bajaron por su torso y se abrieron como platos. Qhuinn estaba… excitado.

Igual que ella.

Las últimas consecuencias del periodo de Otoño, evidentemente…

La ola de calor que la atacó fue tan súbita que Layla apenas tuvo tiempo de agarrarse a la mesa de granito para no caerse, y no pudo contestar cuando oyó que Qhuinn la llamaba por su nombre desde lejos.

El deseo estrujó su cuerpo, apretando su útero y haciéndola tambalearse por la fuerza del ataque.

—Ay… Querida Virgen Escribana… —Entre sus piernas, Layla sintió que su sexo se abría como una flor y esa florescencia no tenía nada que ver con Xcor ni con Qhuinn ni con ninguna fuerza externa.

La excitación provenía del interior de su propio organismo.

Su periodo de fertilidad…

No había sido suficiente. Las visitas al Santuario no habían sido suficientes para evitar caer bajo la influencia del periodo de Otoño…

El siguiente ataque de deseo amenazó con hacerla caer de rodillas, pero por suerte Qhuinn estaba allí para agarrarla antes de que se cayera al suelo de baldosas. Mientras él la alzaba entre sus brazos, Layla supo que no le quedaba mucho tiempo de racionalidad. Y fue consciente de que la resolución que acababa de tomar era, al mismo tiempo, completamente injusta e innegable.

—Móntame —le dijo ella, interrumpiendo lo que fuera que él le estuviera diciendo—. Yo sé que no me amas y que no vamos a estar juntos después, pero si me montas, podré tener algo mío. Y tú también podrás tener algo tuyo. —Al ver que Qhuinn se ponía pálido y sus ojos disparejos brillaban como si estuvieran a punto de salirse de sus órbitas, ella siguió adelante, hablando rápidamente—. Ninguno de los dos tenemos una familia de verdad. Los dos estamos solos. Móntame…, folla conmigo y cambiemos todo eso. Si me montas, los dos podremos tener un futuro que sea, al menos parcialmente, nuestro… Móntame, Qhuinn… Te lo ruego… Móntame…