60

Xhex necesitaba información. Ya.

Cuando Xcor se desintegró, salió del alcance de su radar en pocos segundos. Sí, ella tenía una idea de la dirección que había tomado, pero sabía que Xcor habría camuflado de alguna manera el paradero de su escondite para engañarla y hacerle perder el rastro.

Y, en efecto, después de seguirlo durante unos minutos, Xhex terminó en las orillas del Hudson, no lejos de su casa: el rastro desaparecía a partir de allí, y no precisamente a causa del viento helado que soplaba sobre el río.

Xhex le dio una patada a la nieve y comenzó a pasearse. Luego volvió al distrito de los teatros y examinó el resto de la ciudad, mientras saltaba de un techo a otro.

Nada.

Terminó encima de aquel edificio desde el cual había visto a John y a los otros, moviéndose de un lado a otro y diciendo groserías como un marinero. En ausencia de pistas físicas, se obligó a guiarse por lo único que le quedaba: el drama que había tenido lugar en aquel desolado lugar.

Entonces sacó su móvil, le envió un mensaje a John y esperó. Y esperó. Y… esperó.

¿Acaso los habrían atacado en el camino de regreso?

Xhex mandó otro mensaje. Luego llamó a Qhuinn, pero no obtuvo respuesta.

Maldición, ¿qué iba a hacer si algo había ocurrido? Aunque aparentemente Xcor había salido de la ciudad, eso no significaba que no hubiese podido dar media vuelta e interceptar el todoterreno de iAm. Y, mientras, ella estaba allí parada, sin poder hacer nada, como una idiota…

Cuando se hallaba a punto de iniciar otra ronda de mensajes de pánico, John le respondió:

Estoy salvo casa. Siento no haber respondido, estaba en clínica.

Al leer eso, Xhex se tranquilizó, respiró profundamente y le respondió:

Necesitamos hablar sobre Layla. ¿Puedo ir a casa?

Era posible que Qhuinn no deseara dejar a la Elegida en ese estado y Xhex no quería que John arrastrara a su ahstrux nohtrum a la calle solo para encontrarse con ella.

En lugar de esperar una respuesta, Xhex se desintegró hacia la mansión y subió los escalones hasta la entrada. La puerta interior se abrió de inmediato. Fritz parecía hecho polvo.

—Buenas noches, milady.

—¿Qué sucede?

El mayordomo le hizo una venia y retrocedió.

—Ah, sí. Sí… ¿A quién ha venido a ver?

Hubo una época en que nadie le habría preguntado eso.

—A John. ¿Está en la clínica?

—Ah, no. Definitivamente no está en la clínica. Se encuentra arriba.

Xhex frunció el ceño.

—¿Pasa algo?

—Ah, no. Por favor, madame, siga.

Eso de que no pasaba nada era pura mierda. Xhex atravesó el suelo de mosaico a paso rápido y subió la escalera de dos en dos. Cuando llegó al segundo piso, vaciló.

Incluso en el pasillo alcanzaba a sentir el olor del sexo; de hecho, había muchos olores mezclados, lo que sugería que había multitud de parejas haciendo el amor. Literalmente.

Y vaya si eso no le dio ganas de vomitar.

Al acercarse a la puerta de John, Xhex se preparó para lo que pudiera encontrar al otro lado. Layla tenía entrenamiento como ehros y Qhuinn hacía mucho tiempo que estaba dispuesto a todo…, y quizá esta separación había llevado a su compañero a caer en los brazos del otro.

Con el corazón temblándole en el pecho, Xhex golpeó con fuerza.

—¿John? Soy yo.

Entonces cerró los ojos y se imaginó una serie de cuerpos desnudos que se quedaban paralizados, gente que miraba a derecha e izquierda y John apresurándose a taparse con algo. No sentía ningún patrón emocional, pero estaba demasiado nerviosa para concentrarse. Tampoco era capaz de separar los aromas; ya le costaba suficiente trabajo sostenerse sobre sus propios pies, porque sabía que al menos uno de los presentes era John.

—Sé que estás ahí.

En lugar de abrir la puerta, John le mandó un mensaje de texto:

Estoy muy ocupado. ¿Puedo buscarte después?

A la mierda con eso.

Xhex agarró el picaporte, lo giró con suficiente fuerza como para arrancarlo y empujó la puerta…

Puta mierda.

John estaba solo en la cama, acostado sobre las sábanas revueltas, y su cuerpo desnudo brillaba con la luz que salía del baño. Tenía una mano entre las piernas, el puño cerrado sobre su polla…, y con la otra mano se agarraba a la cabecera de la cama para tener un punto de apoyo mientras se masturbaba, con la boca abierta y los músculos de los hombros y el cuello a punto de estallar.

Mieeeerda. Tenía la parte baja del abdomen toda pegajosa por los orgasmos que ya había tenido, pero todavía parecía necesitar mucho más alivio.

Cuando sus ojos se encontraron, John se quedó quieto.

—Vete —dijo modulando con la boca—. Por favor…

Ella entró rápidamente y cerró la puerta. No había necesidad de que nadie más viera el espectáculo.

—¡Por favor! —insistió John.

Por favor, pensó Xhex, mientras su propio cuerpo respondía a la situación y la sangre comenzaba a bombear con más fuerza.

Al pasar por encima de la ropa que John había tirado al suelo cuando se desnudó, Xhex solo podía pensar en lo mucho que había extrañado la relación carnal con él. Era como si la hubiesen tenido encerrada durante esos largos meses… Y, sí, habría sido mucho mejor marcharse de allí, dejarlo con su erección y su placer solitario y regresar después.

Pero, Dios, añoraba mucho estar con él.

—No puedo detenerme —moduló John—. Otoño está en su periodo de fertilidad y yo me acerqué demasiado.

Ah. Eso lo explicaba. Solo que…

—¿Mi madre está bien?

—Está con Jane, y sí, está bien.

Dios, pobre hembra. Tener que pasar de nuevo por eso después de todo lo que había sufrido. Pero al menos Jane aliviaría su sufrimiento… Suponiendo que Tohr no…

Bueno, Xhex no quería pensar en eso.

—Xhex, tienes que… irte…

—¿Y si no quiero?

Al oír eso, John se estremeció brutalmente, como si ya estuviera sintiendo el contacto con Xhex, y tuvo otra eyaculación, mientras su puño subía y bajaba por su polla al tiempo que su semilla se esparcía por la parte baja de su abdomen.

Bueno, esa era una buena respuesta: él también la deseaba.

Xhex se acercó al borde de la cama, estiró el brazo y le acarició con los dedos una pierna. Ese solo contacto fue suficiente para que John siguiera eyaculando, mientras sacudía las caderas y su polla se agitaba y su cuerpo de guerrero se contraía al paso del placer.

Entonces Xhex se inclinó, le retiró la mano y capturó la polla de John entre su boca, chupándolo y ayudándolo a correrse como debía ser. Tan pronto como terminó, al menos esa eyaculación en particular, John se quedó quieto durante una fracción de segundo, antes de sentarse y agarrarla.

Ella se dejó llevar, mientras lo besaba y él la acomodaba sobre su cuerpo. Sus manos, aquellas manos grandes y conocidas, comenzaron a acariciarla por todas partes…, hasta que se instalaron en el trasero de Xhex y la levantaron para poder apoyar su cara contra los senos de ella.

Con un rápido movimiento de los colmillos, John le rasgó la camiseta y la besó en el pezón, y luego siguió lamiéndola y chupándola, al tiempo que ella le ayudaba y se quitaba la chaqueta y las armas y…

John la acostó de espaldas y gruñó al llegar a sus pantalones de cuero.

A los pantalones no les fue muy bien, lo cual, si se tenía en cuenta lo resistente que era el cuero de vaca, decía mucho sobre la intensidad de la pasión que sentían. Al menos John se cuidó de no hacer lo mismo con los cilicios.

Tan pronto estuvieron en posición, John la penetró con un solo movimiento y el dolor que le produjo a Xhex el ensanchamiento fue suficiente para provocarle el primer orgasmo. Luego él la siguió y sus cuerpos continuaron acoplándose de manera rítmica mientras ella gritaba.

Y John siguió montándola todavía un rato más, de manera implacable, dándole más de lo que ella necesitaba.

Luego Xhex enseñó sus colmillos y esperó a que él se detuviera un momento. Entonces atacó. Lo mordió con fuerza, lo empujó hacia atrás y lo obligó a acostarse sobre el colchón para subirse a horcajadas sobre él. Y mientras lo sujetaba de los hombros y bebía de su garganta, siguió follando apoyándose en sus muslos para subir y bajar sobre la erección de John.

John se rindió a ella por completo. Dejó los brazos a los lados y le transfirió su fuerza, entregándole su cuerpo para que lo usara hasta dejarlo seco arriba en el cuello y debajo de las caderas.

Mientras ella lo poseía, John se quedó mirándola a la cara y el amor que irradiaban esos ojos era tan grande que parecían un par de soles azules que la calentaban con su energía.

¿Cómo demonios había podido vivir sin él?

Después de retirarse de la garganta temporalmente, Xhex se dejó llevar por el orgasmo y hundió la cara en el hombro de John, pues se estaba sacudiendo con tanta violencia que no podía mantener el contacto con los pinchazos. Pero ella sabía que la vena de John estaría a su disposición en cuanto terminaran…

Joder, la vida era complicada. Pero la verdad era muy simple.

Él era su hogar.

Él era el lugar al que pertenecía.

Luego Xhex se dejó caer hacia un lado y animó a John a que la siguiera, sugerencia que él tomó al pie de la letra. Ahora era su turno de alimentarse…, y vista la manera en que clavó los ojos en la yugular de Xhex, era evidente que le gustaba el plan.

—Déjame sellarte los pinchazos primero —dijo ella, y levantó la cabeza hacia la garganta de John.

Pero él la agarró de las muñecas y le impidió moverse, al tiempo que negaba con la cabeza.

—No, quiero sangrar para ti.

Xhex cerró los ojos y sintió que tensionaba la garganta.

Era difícil decir adónde iba a llevarlos eso, porque nunca había previsto que terminaran separados, en primer lugar. Pero era condenadamente bueno estar en casa…, aunque fuera por una corta temporada.

‡ ‡ ‡

Las horas fueron pasando. La noche se desvaneció, llegó el día y el sol se elevó sobre el horizonte y luego ascendió al punto máximo del cielo para bañar con su luz las montañas cubiertas de nieve.

Pero Otoño no tenía conciencia de nada de eso y así habría sido aunque no estuviera en la clínica sino arriba, en la mansión…, o fuera, en la nieve.

De hecho, podría haber estado directamente bajo la luz del sol. Porque estaba ardiendo.

El intenso calor que sentía en el útero le recordó el nacimiento de Xhexania, la agonía que llegaba a unas alturas que le hacían preguntarse si no estaría a punto de morir, antes de ceder solo lo suficiente para recuperar el aliento y prepararse para el siguiente asalto. Y tal como ocurría con los dolores del parto, el ciclo persistía y los momentos de calma se iban espaciando cada vez más, hasta que el dolor del deseo llenaba los contornos de su cuerpo y la privaba de todo movimiento, de aire y de pensamiento.

La primera vez no fue así. Cuando estuvo con aquel symphath, el periodo de fertilidad no fue ni la mitad de fuerte…

Y tampoco tan largo.

Después de muchas horas de tortura, a Otoño ya no le quedaban lágrimas, ni sollozos, ni movimiento. Yacía inmóvil y apenas respiraba, mientras su corazón latía perezosamente, con los ojos cerrados y el cuerpo dolorido.

Era difícil señalar con exactitud el momento en que empezó a ceder, pero las palpitaciones entre las piernas fueron remitiendo, el ardor en la pelvis se desvaneció y los rigores del periodo de fertilidad fueron reemplazándose por un dolor intenso en las articulaciones y los músculos, debido a toda la tensión.

Cuando por fin pudo levantar la cabeza, el cuello le dolió. Otoño gruñó cuando su cara se estrelló contra una pared. Entonces frunció el ceño y trató de orientarse… Ah, eso es, estaba a los pies de la cama, apretada contra la madera.

Dejó caer la cabeza y se quedó así durante un rato. A medida que el calor interno se iba desvaneciendo lentamente, comenzó a sentir frío y trató de buscar a su alrededor una sábana o una manta que pudiera echarse encima. Pero no había nada, todo estaba en el suelo: ella se encontraba desnuda sobre el colchón, pues era evidente que había deshecho la cama. La ropa debía de andar tirada por el suelo.

Consiguió reunir la energía que le quedaba y trató de levantarse. Pero no logró mucho. Era como si estuviera pegada al colchón…

Después de un rato se incorporó.

El viaje al baño fue tan difícil y duro como escalar una montaña, pero el premio fue ver la ducha y abrir el grifo.

Mientras el agua templada caía generosamente desde la alcachofa incrustada en la pared, Otoño se sentó en el suelo de baldosas, dobló las piernas contra el pecho, puso los talones contra el trasero y se abrazó las rodillas. Cuando ladeó la cabeza, aquella lluvia fina lavó la sal de sus lágrimas y su sudor.

Los temblores se volvieron más violentos poco después.

—¿Otoño? —Era la doctora Jane desde la habitación.

Estaba temblando tanto que no pudo responder, pero el ruido de la ducha fue suficiente para informar de su paradero. La otra hembra apareció, entonces, en el umbral y luego se aventuró a entrar en el baño, hasta que hizo a un lado la cortina y se arrodilló para poder mirarla a los ojos.

—¿Cómo te sientes?

Abruptamente, Otoño tuvo que taparse la cara y comenzó a llorar.

Era difícil saber si ese estallido era resultado de que su periodo de fertilidad hubiese pasado o se debía a que estaba tan cansada que ya había perdido toda inhibición… O si era el resultado de que lo último que había visto antes de que todo se volviera borroso fue a Tohr clavándose esas dos agujas en las piernas y cayendo al suelo.

—Otoño, ¿puedes oírme?

—Sí —graznó ella.

—Me gustaría volver a llevarte a la cama si ya has terminado de ducharte. Hace mucho calor aquí y me preocupa tu presión sanguínea.

—Tengo f-f-frío.

—Son escalofríos. Voy a cerrar el grifo, ¿vale?

Ella asintió, porque no tenía los medios para hacer nada más.

Cuando la lluvia tibia dejó de caer, el temblor dentro de su piel empeoró, a medida que el frío se apresuraba a entrar y viajaba por su organismo. En pocos segundos, sin embargo, la doctora Jane la envolvió en una manta suave.

—¿Puedes ponerte de pie? —Al ver que Otoño asentía, la doctora la ayudó a levantarse, le puso un camisón ligero y la acompañó hasta la cama, que mágicamente estaba otra vez impecable, con sábanas y mantas limpias.

Otoño se estiró; no sentía nada, solo las lágrimas que brotaban de sus ojos, un chorro lento y ardiente que contrastaba con su cara helada.

—Ssshhh, estás bien —dijo la sanadora, al tiempo que se sentaba en el borde de la cama—. Estás bien… Ya pasó…

La doctora le acarició el pelo mojado con mucha ternura. Más que sus palabras, fue el tono de su voz, dulce y pausado, lo que la ayudó.

Y luego le acercaron una pajita que salía de una lata de soda.

Cuando le dio el primer sorbo a ese néctar frío y dulce, Otoño entornó los ojos.

—Ay…, bendita Virgen Escribana… ¿Qué es eso?

—Ginger ale. Me alegra que te guste, pero no vayas tan rápido.

Después de beberse toda la lata, Otoño se volvió a acostar, mientras le ponían una banda en el brazo y la inflaban y luego la desinflaban. Después le colocaron un disco frío sobre el pecho, en un par de puntos específicos. Y le pasaron una luz por los ojos.

—¿Puedo tomar un poco más de ginger ale, por favor? —preguntó.

—Tus deseos son órdenes.

La sanadora hizo algo mejor que eso y regresó no solo con otra lata fría y una pajita, sino con unas galletas que no sabían absolutamente a nada y le sentaron muy bien a su estómago.

Estaba afanándose intensamente en la comida, cuando se dio cuenta de que la sanadora se había sentado en una silla y no decía nada.

Otoño dejó de comer.

—¿No tienes más pacientes?

—Solo una y estaba bien cuando llegó aquí.

—Ah. —Otoño tomó otra galleta—. ¿Cómo se llaman estas?

—Saltinas. De todas las drogas que suministro aquí, a veces no hay nada mejor.

—Son maravillosas. —Otoño se llevó uno de los cuadraditos a la boca y mordió. Al ver que el silencio persistía, dijo—: Tú quieres saber por qué rechacé los calmantes.

—No es de mi incumbencia. Pero sí, creo que necesitas hablar con alguien de ese asunto.

—¿Un profesional especializado?

—Sí.

—Dejar que la naturaleza siga su curso no tiene nada de malo. —Otoño la miró de reojo—. Pero te rogué que no lo llamaras. Te dije que no lo buscaras.

—No tuve alternativa.

A Otoño se le aguaron los ojos, pero contuvo las lágrimas.

—No quería que él me viera así. Wellsie…

—¿Qué pasa con ella?

Otoño dio un salto y se volvió con sorpresa, tirando las galletas y la soda. En la puerta se erguía la figura de Tohr, como una gran sombra negra que llenaba el umbral.

La doctora se puso de pie.

—Voy a volver a examinar a Layla. Tus signos vitales están normales y, cuando regrese, traeré una bandeja de comida de verdad.

Y luego los dejó solos.

Tohr no se acercó a la cama, sino que permaneció junto a la puerta y se recostó contra la pared. Con un gesto ceñudo y los brazos cruzados sobre el pecho, parecía contenido y nervioso al mismo tiempo.

—¿Qué demonios ha pasado? —preguntó con brusquedad. Otoño puso las galletas y la soda a un lado y acto seguido se concentró en doblar y desdoblar el borde de la manta—. Te he hecho una pregunta.

Otoño se aclaró la voz.

—Le dije a la doctora Jane que no te llamara…

—¿Acaso creíste que si sufrías vendría a ayudarte?

—En absoluto…

—¿Estás segura de eso? Porque, ¿qué pensaste que iba a hacer Jane cuando rechazaras los calmantes?

—Si no me crees, pregúntale a la sanadora. Yo le dije específicamente que no te llamara. Sabía que eso sería demasiado para ti… ¿Cómo podría ser distinto después de que…?

—No estamos hablando de mi shellan. Esto no tiene nada que ver con ella.

—No estoy tan segura de eso…

Créeme.

Después de eso, Tohr no dijo nada más. Solo se quedó allí, con el cuerpo tenso y ojos censuradores, mirándola como si nunca antes la hubiese visto.

—¿En qué estás pensando? —le preguntó ella con voz suave.

Tohr sacudió la cabeza.

—No quieres saberlo.

—Sí, sí quiero saber.

—Creo que me he estado engañando todos estos meses.

Al sentir otro estremecimiento como los que había sentido en la ducha, Otoño se dio cuenta de que el problema no era el desequilibrio de temperatura dentro de su organismo. Ya no.

—¿Qué quieres decir?

—Este no es el momento para hablar de eso.

Cuando él dio media vuelta para marcharse, Otoño tuvo la clara sensación de que no volvería a verlo. Nunca más.

—Tohr —dijo, con voz ronca—. No quise manipularte, de verdad… Tienes que creerme. No quería que estuvieras conmigo… Nunca te haría pasar por eso.

Después de un momento, Tohr miró por encima del hombro, con ojos inexpresivos.

—¿Sabes qué? A la mierda con todo eso. Casi prefiero pensar que no querías estar conmigo, porque la otra opción es que estás mentalmente trastornada. Nadie en su sano juicio habría rechazado los calmantes.

—Te ruego que me perdones. —Otoño frunció el ceño—. Y estoy perfectamente cuerda.

—No, no lo estás. Si lo estuvieras, no habrías elegido soportar todo ese sufrimiento…

—Sencillamente no quería los calmantes. Estás exagerando…

—Ah, ¿sí? Pues bien, prepárate porque no te va a gustar mi siguiente conclusión. Estoy comenzando a pensar que estás conmigo para castigarte.

Otoño se sobresaltó con tanta fuerza que su cuello crujió.

—Eso no es verdad…

—¿Acaso hay una manera mejor de hundirte en la desgracia que estar con un macho que ama a otra mujer?

—Esa no es la razón por la que estoy contigo.

—¿Cómo puedes saberlo, Otoño? Llevas siglos haciéndote la mártir. Has sido criada, fregona, lavandera… Y llevas meses follando conmigo, lo que nos devuelve al punto de tu trastorno mental…

—¿Cómo te atreves a juzgarme? —siseó ella—. ¡Tú no sabes nada sobre lo que pienso o lo que siento!

—Mentira. Tú estás enamorada de mí. —Tohr se volvió para mirarla a la cara y levantó una mano para evitar que ella lo interrumpiera—. No te molestes en negarlo, me lo dices cada día mientras duermes. Por lo tanto, miremos el asunto con más cuidado. Es evidente que te gusta castigarte. Y sabes muy bien que la única razón por la que estoy contigo es para sacar a Wellsie del Limbo. Así que encajo perfectamente con tus necesidades…

—Largo de aquí —gritó ella—. Sal de aquí.

—¿Qué…? ¿Por qué no quieres que me quede? Así podrías hacerte más daño…

—Desgraciado.

—Tienes razón. Te he estado utilizando, pero la única persona a la que esto le ha funcionado es a ti. Dios sabe que yo no he obtenido nada. La buena noticia es que todo esto —dijo al tiempo que movía la mano hacia delante y hacia atrás entre ellos— te va a proporcionar una excelente excusa para torturarte un poco más… Ay, no te molestes en negarlo. Lo que te hizo ese symphath fue culpa tuya. Lo que ha pasado conmigo ha sido culpa tuya. El peso del mundo es todo culpa tuya, porque tú disfrutas siendo una víctima…

—¡Largo! —gritó Otoño.

—¿Sabes? Toda esa indignación parece difícil de creer después de que hayas pasado las últimas doce horas sufriendo…

—¡Sal de aquí!

—… a pesar de que no tenías que hacerlo.

Otoño le arrojó a Tohr lo primero que encontró: la lata de soda. Pero él tenía tan buenos reflejos que la agarró con la mano… y volvió a ponerla sobre la mesa.

—Tampoco te viene mal enterarte de que eres una masoquista. —Tohr puso la lata sobre la mesa con deliberada delicadeza, como si la estuviera desafiando a volver a arrojársela—. Y yo he sido la droga con la que te has torturado últimamente. Pero ya no quiero seguir siéndolo…, y tú tampoco vas a seguir haciéndolo, al menos conmigo. Esta mierda entre nosotros… no es sana para mí. Y tampoco para ti. Y es lo único que tenemos. Lo único que tendremos. —Tohr lanzó una maldición—. Mira, lo siento, Otoño. Siento mucho toda esta mierda, de verdad. Debería haber terminado con esto hace mucho tiempo, mucho antes de que llegáramos tan lejos… Y lo único que puedo hacer para corregir mi error es terminar con esto ahora mismo. —Tohr sacudió la cabeza. Sus ojos parecían cada vez más desorbitados—. Ya en su día participé involuntariamente en tu autodestrucción y recuerdo muy bien las ampollas que me salieron por cavar tu tumba. Pero no quiero volver a hacerlo. No puedo. Siempre contarás con mi solidaridad por todo lo que pasaste, pero yo tengo mis propios problemas.

Cuando Tohr guardó silencio, Otoño se envolvió entre sus brazos y dijo en un susurro:

—¿Y todo esto solo porque no quise que me sedaran?

—No tiene nada que ver con el periodo de fertilidad. Tú sabes que no es eso. Si yo fuera tú, seguiría el consejo de Jane y hablaría con alguien. Quizá… —Tohr se encogió de hombros—. No lo sé. Ya no sé nada. Lo único que sé es que no podemos seguir así. Esto no solo no nos está llevando a ninguna parte sino que está empeorando las cosas.

—Tú sientes algo por mí —dijo ella, y levantó la quijada—. Sé que no es amor, pero sientes…

—Siento pena por ti. Eso es lo que siento. Porque solo eres una víctima. Solo eres una víctima a la que le gusta sufrir. Aunque pudiera enamorarme de ti, no hay nada en ti a lo que pudiera sentirme atado. Solo eres un fantasma que no está realmente aquí… Igual que yo. Y en nuestro caso, dos signos negativos no dan uno positivo.

Y con esas palabras, Tohr le dio la espalda y se marchó, dejándola en medio del dolor y la pérdida, dejándola frente a la tortuosa visión que él tenía de su pasado, su presente y su futuro… Dejándola sola de una manera que no tenía nada que ver con que no hubiese nadie más en la habitación.

Cuando se cerró detrás de Tohr, la puerta no hizo ningún ruido.