59
Xcor sintió a la Elegida desde lejos. Atraído por ella, cambió de rumbo y se dirigió hacia donde se encontraba ella…, hasta que Throe se interpuso en su camino y discutió con él.
Lo cual, en cierto sentido, era bueno. Eso significaba que Throe estaba cumpliendo su promesa de no volver a verla.
Xcor, por su parte, no había hecho ninguna promesa, así que había seguido avanzando, a pesar de las protestas de su soldado. Sabía que estaba mal, pero había pasado demasiados días contemplando las telarañas que había encima de su camastro y preguntándose dónde estaría ella, qué estaría haciendo, cómo estaba.
Si la Hermandad alguna vez descubría a quién había ayudado la Elegida en aquella pradera, se pondrían furiosos, y se decía que Wrath, el Rey Ciego, hacía honor a su fama de iracundo. La verdad era que Xcor todavía lamentaba el hecho de que su segundo al mando la hubiera involucrado en ese problema. Ella era tan ingenua, una inocente que solo quería ayudar, y ellos la habían convertido en una traidora.
Se merecía algo mejor.
En efecto, parecía una locura rezar por que su objetivo tuviera clemencia con ella. Pero eso era lo que pasaba. Xcor rezaba para que Wrath la perdonara si alguna vez se sabía la verdad…
Cuando llegó al lugar donde estaba, Xcor no se atrevió a acercarse demasiado… y la encontró a la puerta de un pequeño café, envuelta en sombras que no logró penetrar, a pesar de todos sus esfuerzos.
No se encontraba sola; estaba vigilada por soldados, dos de ellos machos y una hembra.
¿Podría ella percibir su presencia?, se preguntó Xcor mientras el corazón le latía como si lo estuvieran persiguiendo. ¿Les diría a los otros que él estaba cerca…?
Un vehículo negro se acercó a donde estaba el grupo y lo que se bajó del coche era algo de lo que solo había oído rumores: ¿acaso era una Sombra? ¿Una Sombra vivita y coleando?
La Hermandad tenía aliados poderosos, eso era seguro…
Rápidamente, su Elegida fue introducida en el coche. Iba en brazos del soldado con el que se había enfrentado aquella noche en casa de Assail.
Xcor enseñó los colmillos, pero contuvo el gruñido. El hecho de que el otro macho la estuviera tocando lo puso muy violento. Y la idea de que ella pudiera estar herida lo aterrorizó hasta el punto de producirle un estremecimiento.
En el último momento, antes de desaparecer en el asiento trasero del vehículo, ella había mirado hacia donde estaba él.
El instante de conexión detuvo el tiempo hasta que todo, desde los copos de nieve que caían hasta el parpadeo del letrero de neón que había junto a ella, pasando por la rapidez con que la Elegida fue despachada en ese coche, se volvió una serie de fotogramas independientes tomados uno a uno por su propia mente.
La muchacha no llevaba su túnica blanca, sino que iba vestida con ropa humana que a Xcor no le gustó. Sin embargo, todavía llevaba el pelo recogido en lo alto de la cabeza, lo cual acentuaba los espectaculares rasgos de su cara. Y al respirar, las fosas nasales de Xcor se llenaron de aire frío mezclado con el delicado aroma de la Elegida.
Era exactamente igual que lo que recordaba de ella. Solo que ahora la Elegida parecía muy angustiada: estaba muy pálida, tenía los ojos muy abiertos y sus manos temblaban cuando se las llevó a la garganta, como si quisiera protegerse.
De hecho, Xcor estiró la mano en dirección a la muchacha, como si hubiese algo que pudiera hacer para aliviar su sufrimiento, como si pudiera ayudarla de alguna manera.
Era un gesto que siempre tendría que permanecer en las sombras. Ella sabía que él estaba ahí y esa, posiblemente, era la razón de que se la estuvieran llevando.
Y ahora ella le tenía miedo. Probablemente porque ya sabía que él era su enemigo.
Los dos machos se marcharon con ella: el más alto se puso al volante y aquel con el que había peleado se sentó junto a ella, en la parte de atrás.
Sin darse cuenta de lo que hacía, Xcor metió la mano en su abrigo y agarró su pistola. La tentación de interponerse en el camino del vehículo, matar a los dos machos y llevarse lo que deseaba era tan grande que incluso cambió de posición en la calle.
Pero no podía hacerle eso a Layla. Él no era su padr…, no era el Sanguinario. Él no torturaría la conciencia de esa pobre muchacha durante el resto de sus días con semejante violencia, porque seguramente ella se sentiría culpable de todas esas muertes.
No, si alguna vez llegaba a tenerla sería porque ella habría acudido a él por voluntad propia. Lo cual era un imposible, por supuesto.
Y así… Xcor la dejó marchar. No se atravesó en el camino del vehículo para meterle al conductor una bala en la cabeza. No corrió después hacia el coche para matar al que iba en el asiento trasero, ni se volvió para matar a la hembra soldado que estaba en ese momento justo detrás de él, a menos de una calle. No se infiltró en el vehículo, agarró a la Elegida y la condujo a un lugar tibio y seguro.
Donde le quitaría esa horrible ropa humana de encima… para reemplazarla por su cuerpo desnudo.
Xcor bajó la cabeza y cerró los ojos mientras organizaba sus pensamientos, los controlaba y los dirigía lejos de su fantasía. En efecto, ni siquiera la utilizaría como una manera de llegar a los hermanos: eso sería firmar su sentencia de muerte.
No, no la usaría como instrumento en esa guerra. Ya la habían comprometido demasiado.
Xcor dio media vuelta sobre la nieve y se quedó mirando a Xhex. El hecho de que los soldados se hubiesen marchado con la Elegida, en lugar de quedarse a pelear con él, era lógico. Una hembra como esa era un bien muy preciado y probablemente habían pedido refuerzos para que los acompañaran en el viaje hacia quién sabe dónde.
Era interesante que hubiesen elegido a una hembra para quedarse vigilando. Debían suponer que él iba a salir a perseguirlos, y parecía que la habían dejado allí para que se hiciera cargo de él.
—Te siento con claridad meridiana, hembra —dijo Xcor.
Para sorpresa de Xcor, la hembra dio un paso hacia la luz que proyectaba una puerta sobre el callejón. De pelo corto y con un cuerpo sólido y poderoso, forrado en cuero, debía de tratarse con seguridad de una guerrera.
Bueno, mira si esta no había sido una noche de sorpresas: si esa hembra estaba relacionada con la Hermandad, Xcor podía estar seguro de que era peligrosa, así que la pelea podía llegar a ser muy divertida.
Y, sin embargo, cuando lo encaró, la hembra no sacó ningún arma. Estaba preparada, eso sí. De hecho, su manera de cuadrarse le indicó a Xcor que estaba lista para hacer lo que tuviera que hacer.
Xcor entrecerró los ojos.
—¿No vas a pelear porque eres toda una dama?
—Tu vida no está en mis manos.
—Entonces, ¿en manos de quién está? —Al ver que ella no respondía, Xcor entendió que había un plan en marcha. La pregunta era: ¿qué clase de plan?—. ¿No tienes nada que decir, hembra?
Xcor dio un paso hacia ella. Y luego otro. Solo para probar cuáles eran los límites. Desde luego, ella no retrocedió, solo se abrió lentamente la cremallera de la chaqueta, como si estuviese lista para sacar sus armas.
En medio de aquel pozo de luz, con las botas bien plantadas en el suelo y los copos de nieve cayendo a su alrededor, la figura negra de la hembra parecía una pintura. Sin embargo, Xcor no se sentía atraído hacia ella, lo cual, pensó, haría que todo resultara mucho más fácil. En otras circunstancias esa hembra podía haberle atraído mucho, pero… Ahora todo era diferente.
—Pareces bastante agresiva, hembra.
—Si me obligas a matarte, lo haré.
—Ah. Bueno, lo tendré en cuenta. Pero dime: ¿te has quedado aquí por el placer de disfrutar de mi compañía?
—No creo que haya ningún placer en eso.
—Tienes razón. Mis modales sociales no son mi mejor virtud.
Ella lo estaba siguiendo, pensó Xcor. Por eso estaba allí. De hecho, desde el comienzo de la noche había tenido la sensación de que lo seguía una sombra.
—Me temo que voy a tener que irme —dijo Xcor arrastrando las palabras—. Pero tengo el presentimiento de que nuestros caminos volverán a cruzarse.
—Puedes apostar lo que quieras.
Xcor le hizo una inclinación de cabeza… y desapareció rápidamente. Aunque tuviera una gran habilidad para seguir el rastro de la gente, era imposible dar caza a moléculas dispersas. Nadie era tan bueno.
Ni siquiera su Elegida podría hacerlo…, gracias al Cielo. Porque la verdad era que se le había ocurrido varias veces que ella pudiera encontrarlo si lo deseara, pues la sangre que le había regalado y que ahora corría por sus venas era como una especie de faro que ella podría seguir durante algún tiempo.
Pero la muchacha no había hecho nada parecido, y nunca lo haría. Ella no tomaba parte en esa guerra…
Cuando volvió a tomar forma en las riberas del Hudson, lejos del centro, su teléfono sonó. Al sacar el dispositivo negro, Xcor clavó los ojos en la pantalla. La foto de un dandi chapado a la antigua aparecía al lado de unas letras y unos números que no podía descifrar…, lo cual indicaba que su contacto dentro de la glymera lo estaba buscando.
Xcor oprimió el botón con letras verdes.
—Me encanta oírte, Elan —murmuró—. ¿Cómo te encuentras esta noche? Ah, ¿sí? En efecto. Sí. Volveré a llamarte para darte una ubicación…, pero diles a ellos que sí. Nos reuniremos cuanto antes.
Perfecto, pensó Xcor, al oprimir el botón rojo. La fracción separatista de la glymera quería reunirse con él en persona. Por fin las cosas se estaban empezando a mover.
Ya era hora.
Al observar el río, Xcor dejó salir toda su agresividad, pero el alivio no duró mucho. Inevitablemente, sus pensamientos regresaron a la imagen de su Elegida y esa horrible expresión que tenía en la cara.
Ella ya sabía quién era él.
Y, como sucedía con todas las hembras, ahora lo veía como un monstruo.
‡ ‡ ‡
Desde el asiento trasero del todoterreno de iAm, Qhuinn vigilaba todos los costados del vehículo, atento por si los estuvieran siguiendo. También había llamado a V y a Rhage para que los flanquearan, por si acaso.
No les había dicho que lo que le preocupaba eran los Bastardos. Ellos se habían imaginado que le inquietaba un ataque de los restrictores y Qhuinn decidió dejar las cosas así.
Y John tampoco iba hacia el complejo, no había razón para acercarse a la casa. En lugar de eso, iban en dirección a los barrios periféricos y darían vueltas por los vecindarios humanos hasta que Layla tuviera tiempo de recuperarse y desintegrarse hacia la mansión.
A propósito de ella, Qhuinn le echó un vistazo. Miraba por la ventanilla y su pecho se elevaba y se comprimía con rapidez.
Pero, claro, descubrir que has ayudado al enemigo, que probablemente le has salvado la vida, no es algo fácil de asimilar.
Qhuinn se acercó, le puso una mano en la pierna y le dio un apretón.
—Está bien, cariño.
Ella no lo miró. Solo sacudió la cabeza.
—¿Cómo puedes decir eso?
—Tú no lo sabías.
—Se ha quedado en la ciudad. No nos sigue.
Bueno saberlo.
—¿Me avisarás si eso cambia?
—Por supuesto. —Layla hablaba con una voz contenida, monocorde—. Dentro de un momento estaré bien.
Qhuinn maldijo entre dientes.
—Layla. Mírame. —Al ver que ella no lo hacía, le puso un dedo debajo de la barbilla y dijo—: Oye, tú no sabías quién era él.
Layla cerró los ojos, como si deseara poder regresar en el tiempo a la noche en que estuvo con aquel macho y hacer todo de nuevo.
—Ven aquí —dijo, y la abrazó.
Ella estaba rígida y, cuando le acarició la espalda, Qhuinn sintió la tensión de sus músculos.
—¿Qué voy a hacer si el rey me destituye? —dijo Layla contra el pecho de Qhuinn—. ¿Qué voy a hacer si Phury…?
—No lo harán. Ellos lo entenderán. Tú no sabías nada.
Al sentir que ella se estremecía, Qhuinn miró de reojo a John a través del espejo retrovisor y sacudió la cabeza. Modulando las palabras con los labios, dijo en silencio:
—Llevémosla a casa. No nos sigue nadie. Xcor se quedó en la ciudad.
John levantó una ceja y luego asintió con la cabeza.
Después de todo, la sangre no mentía, aunque, por desgracia, era una espada de doble filo. La buena noticia era que el mhis con el que V rodeaba el complejo impedía que cualquiera del exterior pudiera encontrarla allí, lo cual explicaba que hubiesen alimentado a Throe, para empezar. Y al menos esa conexión con Layla se iba desvaneciendo cada noche que pasaba, a pesar de que la sangre de las Elegidas fuera tan pura.
—No tengo nada propio —dijo Layla de repente—. Nada. Me pueden quitar hasta mi función más esencial.
—Ssshhh… Eso no va a suceder. Yo no lo permitiré.
Joder. Qhuinn elevó una plegaria para que eso fuera cierto. Y claro que tenían que contarles todo al rey y al Gran Padre en cuanto llegaran: la primera parada, después de llevar a Layla con la doctora Jane, sería el estudio de Wrath. Esos dos tenían que entender la situación de Layla, ella había sido manipulada por el enemigo, explotada como cualquier otro recurso para hacer algo que nunca habría hecho voluntariamente, ni en un millón de años.
Qhuinn deseaba haber matado a Xcor cuando tuvo la oportunidad…
Unos buenos treinta minutos después, John se salió de la carretera que llegaba por detrás para dirigirse al centro de entrenamiento, y pasaron otros diez minutos antes de que aparcara por fin en el garaje.
Cuando se bajó del coche, Qhuinn sintió el primer indicio de que algo raro estaba pasando: de repente se puso tenso y notó cómo le hervía la sangre en las venas sin que mediara ninguna razón aparente. Y luego sintió una erección gigante palpitando bajo sus pantalones.
Entonces frunció el ceño y miró a su alrededor. Y John hizo lo mismo cuando abrió la puerta y se bajó del puesto del conductor.
Había… una especie de embrujo en el aparcamiento. ¿Qué demonios estaba pasando?
—Ah, bueno, vamos a llevarte a ver a la doctora Jane —dijo Qhuinn, al tiempo que agarraba a Layla del codo y se aseguraba de tener bien cubiertas las caderas con su chaqueta de cuero.
—Estoy bien. De verdad…
—Entonces eso es lo que nos dirá la doctora…
Cuando John abrió la puerta y todos entraron, Qhuinn sintió que perdía el hilo de sus pensamientos, al tiempo que se estrellaba contra un muro de hormonas. Entonces bajó la mirada hacia su pelvis y no pudo creer lo que le pasaba; estaba a punto de tener un orgasmo.
—Alguien está en su periodo de fertilidad —anunció Layla—. No creo que vosotros dos debáis entrar…
Al fondo del pasillo, la doctora Jane salió corriendo de una de las salas de reconocimiento.
—Tenéis que marcharos… Qhuinn y John, tenéis que iros ya…
—¿Quién…? —Qhuinn tuvo que cerrar los ojos y disminuir el ritmo de su respiración, pues el movimiento restregaba su polla contra la bragueta de sus pantalones y esta amenazaba con explotar—. ¿Quién está…?
Al sentir una especie de oleada cada vez más intensa, Qhuinn perdió el habla.
Mierda, era como si acabara de salir de la transición y estuviese rodeado de hembras desnudas y en toda clase de posiciones.
—Es Otoño —dijo Jane, y corrió hacia donde estaban ellos para empujarlos hacia el aparcamiento—. ¿Estás bien, Layla?
—Estoy bien…
—Necesita que le hagas un chequeo físico rápido —murmuró Qhuinn, al tiempo que daba media vuelta hacia el coche del Moro—. Ha estado a punto de desmayarse. Envíame un mensaje cuando termines, Layla. ¿Vale?
John también caminaba como si fuera un espantapájaros: rígido y sin ninguna coordinación. Pero, claro, cuando tienes un bate de béisbol entre los pantalones es difícil caminar como Fred Astaire, ¿no?
En el momento en que la pesada puerta de acero se cerró tras ellos, las cosas mejoraron un poco, y cuando pasaron todas las puertas se sintieron mucho mejor, a pesar de que todavía estaban excitados.
—Por Dios —dijo Qhuinn—. Si pudiéramos embotellar eso sacaríamos del mercado a los productores de la Viagra.
John, al volante, silbó para mostrar que estaba de acuerdo.
Recorrieron en silencio la carretera en dirección a la casa principal.
Qhuinn se rebullía con incomodidad dentro de sus pantalones. No había tenido mucha actividad sexual desde… Bueno, mierda, hacía casi un año, cuando tuvo un momento de intimidad con aquel pelirrojo en el Iron Mask. Después de eso, no se había sentido muy interesado en nada ni en nadie, macho o hembra. Ya ni siquiera se despertaba con una erección.
Demonios, debido a todo ese tiempo de abstinencia, había comenzado a pensar que ya había quemado todos sus cartuchos disponibles para tener orgasmos; teniendo en cuenta lo mucho que había follado después de su transición, el asunto parecía más que probable.
Pero ahí estaba, moviéndose nerviosamente en la silla.
A su lado, John se encontraba en las mismas. Sacudiéndose hacia delante y hacia atrás.
Cuando la mansión apareció por fin en medio del mhis, Qhuinn sintió miedo de entrar. Irse a su cuarto solo, a masturbarse una o dos veces, para volver a retomar su vigilia frente al televisor apagado no tenía nada de atractivo.
«No tengo nada propio. Nada. Me pueden quitar hasta mi función más esencial».
Layla tenía mucha razón en eso. Y a él le pasaba lo mismo; aunque todo el mundo lo trataba muy bien, la verdad era que le permitían vivir en la mansión porque cumplía una misión relacionada con John, como su ahstrux nohtrum.
Al igual que Layla. Sin embargo, a él lo podían despedir.
¿Y qué sería de su futuro? Estaba seguro de que nunca se iba a aparear, porque no quería condenar a ninguna hembra a una unión sin amor, y nunca iba a tener hijos, aunque, teniendo en cuenta que tenía los ojos disparejos, tal vez eso era buena idea.
La conclusión era que su futuro parecía un túnel de incontables siglos de vida sin tener una casa de verdad, ni una familia de verdad, ni nadie que fuera realmente suyo.
Mientras se pasaba una mano por el pelo y se preguntaba si existía la posibilidad de que su polla se desinflara como por arte de magia…, Qhuinn pensó que entendía perfectamente lo que la Elegida había querido decir cuando hablaba del vacío de su vida.