56

Qhuinn detestaba las noches libres. Las odiaba.

Mientras yacía sentado en la cama, mirando fijamente un televisor que no estaba encendido, se dio cuenta de que hacía ya casi una hora que estaba mirando al vacío. Sin embargo, alcanzar el mando a distancia y elegir un canal parecía sencillamente mucha molestia para no recibir casi nada a cambio.

Maldición, era una lástima que no pudieras quedarte toda la vida corriendo en el gimnasio. Ni navegando en Internet. Ni paseando entre tu habitación y la cocina…

Aunque eso último se había convertido recientemente en una ventaja, teniendo en cuenta que Saxton seguía utilizando la biblioteca como oficina privada. Ese «asunto súpersecreto del rey» le estaba llevando una eternidad.

O quizá no trabajaba mucho porque tenía otras distracciones. Tal vez por culpa de cierto pelirrojo…

Muy bien, no iba a seguir por ese camino, pensó Qhuinn. No.

Entonces volvió a mirar su reloj. Once de la noche.

—Maldición.

Parecía faltar toda una eternidad para que llegaran las siete y media de la noche del día siguiente.

Al ver la pared que tenía enfrente, Qhuinn pensó que seguramente John Matthew estaba en el mismo plan que él, en el cuarto contiguo. Quizá deberían salir a tomar una copa.

Pero, claro, eso también le parecía aburrido. ¿Realmente quería hacer el esfuerzo de vestirse para tomarse una cerveza junto a un montón de humanos borrachos y cachondos? En otra época eso le habría parecido fantástico. Pero ahora la perspectiva de todas esas ansias inducidas por el alcohol lo deprimía horriblemente.

No quería estar en casa. Pero tampoco le apetecía salir.

Por Dios, ni siquiera estaba seguro de querer salir a combatir, si lo pensaba con calma. La guerra solo parecía un vacío ligeramente más interesante.

Por Dios… ¿Qué le pasaba?

En ese momento sonó un mensaje en su móvil. El texto no parecía tener sentido: Todos los machos deben permanecer en la casa principal. No vengáis al centro de entrenamiento. Gracias, doctora Jane.

¿Qué?

Qhuinn se levantó, se puso una bata y se fue para el cuarto de John. Cuando golpeó en la puerta, enseguida oyó un silbido de respuesta.

Entonces asomó la cabeza y encontró a su amigo en la misma posición que estaba él hacía un segundo, solo que la pantalla de plasma sí estaba encendida. Estaban echando Mil maneras de morir. Genial.

—¿Has recibido el mensaje?

—¿Qué mensaje?

—Uno de la doctora Jane. —Qhuinn le arrojó su móvil a la cama—. ¿Qué te parece?

John lo leyó y se encogió de hombros.

—Ni idea. Pero yo ya he entrenado hoy. ¿Tú?

—También. —Qhuinn se paseó por la habitación—. Joder, ¿acaso soy yo o el tiempo realmente parece avanzar con más lentitud?

El silbido que escuchó en respuesta fue un rotundo «sí».

—¿Quieres salir? —preguntó Qhuinn con todo el entusiasmo de alguien que sugiere un viaje al supermercado.

Pero a John no debió de parecerle tan mal porque se levantó de la cama y se dirigió al armario.

En la espalda, grabado en la piel, llevaba el nombre de su shellan en Lengua Antigua:

Xhexania.

Pobre desgraciado…

Mientras John se ponía una camisa negra y unos pantalones de cuero, Qhuinn se encogió de hombros. Bueno, parecía que al final sí iban a salir a tomar una cerveza.

—Voy a ponerme algo de ropa y regreso.

Al salir al pasillo, Qhuinn frunció el ceño… y siguió el instinto que lo impulsaba a asomarse al balcón que daba al vestíbulo.

Se inclinó sobre la baranda dorada y llamó:

—¿Layla?

Mientras se oía el eco de su nombre, la hembra salió del comedor.

—Ah, hola. —La Elegida sonrió de manera automática y formal, sin ninguna emoción—. ¿Cómo te encuentras hoy?

Qhuinn no pudo evitar reírse.

—Caramba, casi me matas con tanta efusividad.

—Lo siento. —La hembra pareció salir de su estado de distracción—. No quería ser grosera, disculpa.

—No te preocupes. ¿Qué haces aquí? —Qhuinn sacudió la cabeza—. Me refiero a si te ha llamado alguien.

¿Acaso alguien había llegado herido? Blay, por ejemplo…

—No, no tengo nada que hacer. Solo estoy dando una vuelta, como diríais vosotros.

Pensándolo bien, desde el otoño Layla estaba muy rara, se pasaba el tiempo dando vueltas por ahí, como si estuviera esperando algo.

Y estaba distinta, pensó Qhuinn de repente. No podía decir con exactitud qué era, pero últimamente algo había cambiado en ella. Parecía más seria. Se reía menos. Se mostraba más distante.

Para ponerlo en términos humanos, Qhuinn suponía que Layla había sido una niña desde que la conocía y ahora estaba empezando a hacerse una mujer. Ya no miraba todo lo de este lado con ojos grandes y llenos de asombro. Ya no resplandecía de entusiasmo por todo. Ya no…

Mierda, Layla estaba fatal. Tenía el mismo aspecto que John y él. El aspecto que tienen los desencantados del mundo.

—Oye, ¿quieres salir con nosotros? —preguntó Qhuinn.

—¿Salir?

—John y yo vamos a salir a tomar una cerveza. Tal vez dos. Tal vez más. Creo que deberías venir con nosotros. Después de todo, a la depresión le encanta estar acompañada.

Ella cruzó los brazos sobre el pecho.

—¿Acaso es tan obvio?

—Aunque tienes una cara muy triste sigues estando muy guapa.

Layla se rio.

—Solo estás siendo galante.

—Si ves a una damisela en apuros, ya sabes lo que hay que hacer. Ven con nosotros, vamos a matar el rato.

Ella miró a su alrededor. Luego se levantó un poco la túnica y subió las escaleras. Cuando llegó arriba, miró fijamente a Qhuinn.

—Qhuinn…, ¿puedo preguntarte algo, por favor?

—Siempre y cuando no sean las tablas de multiplicar, porque soy pésimo para las matemáticas.

Ella se rio un poco, pero rápidamente se puso seria.

—¿Alguna vez pensaste que la vida sería tan… vacía? Algunas noches me siento como si me fuera a atragantar por el vacío.

Por Dios, pensó Qhuinn. Sí, claro.

—Ven aquí —le dijo Qhuinn, y cuando ella se acercó, él la apretó contra su pecho y apoyó la barbilla sobre su cabeza—. Eres una hembra tan buena… ¿Sabías eso?

—Solo estás siendo amable.

—Y tú sigues triste.

Ella se relajó entre los brazos de Qhuinn.

—Eres muy bueno conmigo.

—Lo mismo digo yo de ti.

—No eres tú, ya sabes. Ya no suspiro por ti.

—Lo sé. —Qhuinn le acarició la espalda, tal como lo haría un hermano—. Entonces dime que vas a salir con nosotros, pero te lo advierto: es posible que te obligue a decirme quién es al que tanto extrañas.

Por la manera en que ella se soltó y bajó los ojos, Qhuinn se dio cuenta de que sí, había un macho involucrado y no, ella no estaba dispuesta a proporcionarle ninguna información.

—Voy a necesitar algo de ropa.

—Busquemos en la habitación de invitados. Creo que encontraremos algo allí. —Qhuinn le pasó el brazo por encima de los hombros y la condujo por el corredor—. Y en cuanto a ese Señor Misterio, te prometo que no lo moleré a palos, a menos que te rompa el corazón. Entonces sí, tal vez tenga que hacerle algunas modificaciones en los dientes.

¿Quién diablos podía ser?, se preguntó Qhuinn. Todos los de la casa estaban emparejados.

¿Sería alguien que había conocido en la casa de campo que tenía Phury en el norte? Pero ¿a quién dejaría entrar Phury allí?

¿Podría ser uno de los Moros? Hmmm…, esos desgraciados eran machos honorables, sin duda, la clase de machos que definitivamente hacen que una mujer se vuelva para mirarlos.

Joder, Qhuinn deseó que se tratara de algo más, por el bien de su amiga. El amor era difícil; aunque los involucrados fueran buena gente lo más seguro era que acabaran haciéndose daño.

En la habitación de invitados, Qhuinn le encontró un par de vaqueros negros y una chaqueta también negra. No le gustaba la idea de verla con una minifalda súpercorta, y no solo porque eso ofendería su delicada sensibilidad, sino porque tampoco necesitaba que el Gran Padre le hiciera un trabajito de odontología.

Cuando salieron, John lo estaba esperando en el pasillo y si le sorprendió que la Elegida los acompañara, no dejó ver su reacción. En lugar de eso, fue muy amable con Layla y conversó un poco con ella mientras Qhuinn se ponía algo de ropa.

Cerca de diez minutos después, los tres se desintegraron hasta el centro. Sin embargo, no fueron a los bares: ninguno de los dos estaba interesado en acompañar a una Elegida al Screamer’s o al Iron Mask. Así que terminaron en el distrito de los teatros, en una pastelería que permanecía abierta hasta la una de la mañana y servía chocolates envueltos en no sé qué y sobre una cama de no sé qué, bla bla bla… Las mesas eran pequeñas, al igual que las sillas, y ellos se sentaron frente a la salida de emergencia, al fondo del salón, y se quedaron muy quietos mientras la camarera seguía parloteando acerca de los platos especiales, ninguno de los cuales resultaba muy apetecible.

La selección de cervezas era, afortunadamente, corta y al grano.

—Dos Guinness para nosotros —dijo Qhuinn—. ¿Y para la dama?

Cuando Qhuinn miró a Layla, ella sacudió la cabeza.

—No sé qué pedir.

—Pide las dos cosas que más te llamen la atención.

—Está bien… Entonces voy a pedir la crème brûlée y una tarta de manzana. Y un capuchino, por favor.

La camarera sonrió mientras escribía en su libreta.

—Me encanta tu acento.

Layla hizo una inclinación de cabeza en respuesta.

—Gracias.

—No lo puedo identificar con precisión: ¿francés y alemán? O… ¿húngaro?

—Estamos muriéndonos de sed y soñando con esas cervezas —dijo Qhuinn con firmeza—. ¿Podrías traerlas lo más pronto posible?

Cuando la mujer se marchó, Qhuinn echó un vistazo de inspección a los otros comensales, fijándose en sus caras y sus acentos, mientras los oía hablar y se preguntaba si representarían un ataque en potencia. Frente a él, John estaba haciendo lo mismo. Porque, sí, era realmente muy relajante sacar a una Elegida al mundo exterior.

—No somos muy buena compañía —le dijo Qhuinn a Layla después de un rato—. Lo lamento.

—Yo tampoco lo soy. —Ella le sonrió primero a Qhuinn y después a John—. Pero me gusta estar fuera de casa.

La camarera regresó con sus consumiciones y todos se apartaron de la mesa mientras ponían los vasos y los platos, y la taza y el plato.

Qhuinn agarró su vaso de cerveza tan pronto como la costa quedó despejada.

—Entonces, háblanos de él. Somos de fiar.

Layla se ruborizó.

Al otro lado de la mesa, John tenía el aspecto de alguien a quien le acaban de dar una patada en el trasero.

—Vamos —dijo Qhuinn, y dio otro sorbo a su cerveza—. Es obvio que se trata de un macho y John no dirá nada.

Este miró a Layla y dijo algo por señas; luego le hizo un corte de mangas a Qhuinn.

—Dice que él es mudo —tradujo Qhuinn—. Y si no sabes lo que significa ese gesto del final, no seré yo quien te lo explique.

Layla se rio y cogió su tenedor para partir la superficie dura de la crème brûlée.

—Bueno, en realidad estoy esperando volver a verlo.

—Así que esa es la razón por la cual has estado merodeando tanto por ahí.

—¿Te parece que estoy haciendo algo malo?

—Por Dios, no. Siempre eres bienvenida, tú lo sabes. Solo que, ¿quién es el afortunado?

O el que estaba próximo a morir, según…

Layla respiró profundamente y se llevó a la boca dos bocados de su primer postre, como si se tratara de un vodka con tónica.

—¿Prometéis no contárselo a nadie?

—Te lo juramos por lo que quieras.

—Es… uno de vuestros soldados.

Qhuinn bajó su vaso y lo puso sobre la mesa.

—¿Perdón?

Ella levantó su taza y le dio un sorbo al café.

—¿Recordáis cuando ese guerrero llegó al centro de entrenamiento, allá por el otoño? ¿Ese que estaba luchando con vosotros contra los restrictores? Estaba muy malherido y vosotros lo estabais cuidando.

Al percatarse de que John se sentaba derecho en señal de alarma, Qhuinn se tragó su propia agitación y sonrió de manera casual.

—Ah, sí. Lo recordamos.

Throe. El segundo al mando de la Pandilla de Bastardos.

Puta mierda, si Layla pensaba que estaba enamorada de él, tenían un gran problema entre manos.

—Yyyy, ¿qué más? —insistió Qhuinn, mientras hacía un esfuerzo para no levantar el tono de voz. Menos mal que había dejado la Guinness sobre la mesa, porque estaba tan tenso que era capaz de romper el vaso.

Pero, claro, Qhuinn suponía que la cosa podía ser peor. Throe ni iba a poder acercarse a ella…

—Él me llamó.

Layla comenzó a probar la tarta, lo que les vino muy bien a Qhuinn y a John para enseñar los colmillos sin que ella se diera cuenta.

Humanos, se recordó Qhuinn de repente. Estaban en público, rodeados de humanos… Así que no era el momento de enseñar los caninos, pero, mierda

—¿Cómo? —siseó Qhinn, pero luego se corrigió—: Me refiero a que tú no tienes móvil. ¿Cómo llegó hasta ti?

—Me invocó. —Al ver que ella movía la mano como si eso no fuera nada del otro mundo, Qhuinn le exigió a su cavernícola interior que se callara. Más tarde tendrían tiempo para aullar—. Yo fui y allí había otro soldado, estaba muy malherido. Ay, Dios, lo habían golpeado brutalmente.

Qhuinn sintió cómo los tentáculos del pánico le acariciaban la nuca y se envolvían alrededor de su pecho, alterando el ritmo de su corazón. No…, mierda, no…

—No entiendo por qué los machos son tan testarudos. Les dije que lo llevaran a la clínica, pero ellos respondieron que solo necesitaba alimentarse. Tenía problemas para respirar y… —Layla clavó los ojos en la tarta como si fuera una pantalla y parecía que estuviera recordando cada detalle de lo ocurrido—. Lo alimenté de la vena. Quería brindarle más cuidados, pero el otro soldado parecía tener mucha prisa para llevárselo. Él era… poderoso, muy poderoso, a pesar de estar herido. Y mientras me miraba…, sentí como si me estuviera tocando. Nunca antes había sentido algo así.

Qhuinn le lanzó una mirada a John, sin mover la cabeza.

—¿Y cómo era?

Quizá había sido uno de los otros. Tal vez no había sido…

—Es difícil decirlo. Tenía tantas heridas en la cara…, esos restrictores son malvados. —Se llevó la mano a la boca—. Tenía los ojos azules y el pelo negro…, y se veía algo raro en el labio superior…

Mientras Layla seguía hablando, la mente de Qhuinn se fue a dar un pequeño paseo.

Entonces puso su mano sobre el brazo de Layla para interrumpirla.

—Cariño, espera. Ese primer soldado… ¿dónde te citó?

—Era una pradera. Un campo en la zona rural.

Cuando sintió que toda la sangre de la cabeza se le había ido a los pies, John comenzó a modular varias obscenidades, y tenía razón. La idea de que Layla hubiese estado sola e indefensa en medio de la noche, no solo con Throe sino con la misma bestia, le resultaba insoportable.

Además… ¡Coño, había alimentado al enemigo!

—¿Qué sucede? —Oyó que preguntaba ansiosa Layla—. ¿Qhuinn…? ¿John…? ¿Cuál es el problema?