55
Dos noches después, Xhex se despertó con una extraña convicción que no la dejaba en paz. Como si se hubiese tragado el despertador durante el día y el maldito aparato estuviera sonando en sus entrañas sin cesar.
Intuición. Ansiedad. Miedo.
No lo sabía. Pero no había forma de apagar ese reloj.
Mientras se duchaba, siguió sintiendo que una serie de fuerzas invisibles y desconocidas se estaban aglutinando, que el paisaje se encontraba a punto de cambiar, que las piezas de ajedrez de varias personas estaban a punto de ser movidas por manos ajenas a las suyas, hacia lugares que no podía ni imaginar.
La preocupación la acompañó durante su corto viaje hasta el centro de Caldwell y persistió mientras hacía los preparativos para abrir el Iron Mask.
Sin poder soportarlo por más tiempo, Xhex se quitó los cilicios y salió a la ciudad varias horas antes de lo que normalmente hacía. Y mientras se desintegraba desde un techo hasta otro, buscando a los Bastardos, tenía la sensación… de que esa era la noche que todos estaban esperando.
Pero ¿por qué?
Mientras le daba vueltas a esa pregunta en su cabeza, tuvo especial cuidado de mantenerse alejada de los lugares donde los hermanos estaban peleando.
El hecho de que se hubiese comprometido a darles a ellos tanto espacio era, probablemente, el mayor factor de demora en su misión de encontrar aquel rifle. La Pandilla de Bastardos salía a pelear cada noche, pero como los combates con la Sociedad Restrictiva sucedían únicamente en las partes desoladas de la ciudad, las mismas en que peleaban los hermanos, le resultaba difícil acercarse lo suficiente y, a la vez, mantenerse lejos de John y la Hermandad.
Sí, percibía algunos patrones emocionales que antes no formaban parte de su repertorio, pero era difícil distinguir quién era Xcor…, y aunque esa era una preocupación más bien académica, porque solo necesitaba atacar por sorpresa a uno de los soldados, daba igual a cuál, y herirlo, obligándolos así a llevarlo a su escondite en un coche que ella pudiera rastrear, Xhex quería conocer íntimamente a su objetivo más importante.
Examinar sus secretos desde el interior.
La falta de progresos hasta ahora la estaba volviendo loca. Y los hermanos tampoco estaban felices, aunque por una razón distinta: ellos querían aniquilar a los otros soldados, pero Wrath había vetado esa posibilidad; necesitaban primero el rifle, así que el rey había ordenado no tocar al grupo de traidores renegados hasta que tuviera la prueba que precisaba. Viéndolo de forma desapasionada, lo que el rey quería tenía sentido, pues no sacarían ningún beneficio matándolos a todos, ya que eso les obligaría a tratar con la glymera para convencerlos de que los Bastardos habían atacado primero, pues habían intentado nada menos que matar al rey. Pero vivir día a día con esa restricción era duro.
Bueno, se consoló Xhex, de una cosa estaba convencida, y no era poco: estaba segura de que no habían destruido el rifle, lo que le daba alguna posibilidad de encontrarlo.
Sin duda, la Pandilla de Bastardos querría conservarlo como un trofeo.
Sin embargo, era hora de terminar con ese asunto. Y quizá la premonición que sentía significaba que finalmente iba a poder lograrlo.
A propósito de eso, y pensando que era absurdo hacer una y otra vez lo mismo y esperar obtener un resultado distinto, Xhex decidió dejar de buscar a Xcor.
No, esa noche iría tras Assail…
Y tuvo suerte. Enseguida localizó el rastro de Assail en el distrito de los teatros…, en el interior de la galería de arte Benloise, por supuesto.
Al bajar rápidamente hasta el nivel de la calle, Xhex vio cómo en la galería parecía tener lugar una animada fiesta.
Como los artistas eran perfectamente capaces de vestirse con ropa de cuero y considerarlo un rasgo de sofisticación, Xhex se deslizó entre la gente…
Dentro el ambiente estaba muy caldeado. Hacinado. Lleno de acentos egocéntricos que rebotaban contra las paredes.
Joder, en un lugar como ese era muy difícil diferenciar los sexos: todo el mundo movía las manos como si fueran las alas de un ave y todos llevaban las uñas pintadas.
Apenas había avanzado un metro desde la puerta cuando le ofrecieron una copa de champán: como si los esnobs con ínfulas de ser Warhol se alimentaran solo de Veuve Clicquot…
—No, gracias.
Cuando el camarero, un tío apuesto y vestido de negro, asintió con la cabeza y se marchó, Xhex sintió ganas de detenerlo solo para que le hiciera compañía.
Sí, joder, había tanta gente allí con aires de superioridad y condescendencia que uno se preguntaba si esas personas serían capaces de querer a alguien, aunque solo fuera a ellas mismas. Y una rápida mirada al «arte» expuesto le indicó que tenía que ir algún día allí con su madre, solo para que Otoño viera lo terriblemente horribles y pobres que podían ser algunas clases de autoexpresión.
Humanos estúpidos.
Con determinación, Xhex se fue abriendo paso entre una maraña de hombros, zigzagueando con habilidad entre la gente y evitando a los camareros. No se molestó en ocultar su cara, pues Rehv solía manejar personalmente todos sus asuntos de negocios a través de Trez y de iAm, así que allí nadie podría reconocerla.
Enseguida identificó el camino hasta la oficina de Benloise. Era tan condenadamente obvio: dos matones vestidos de camareros, pero sin bandeja, estaban montando guardia a cada lado de una puerta casi invisible, en una pared cubierta con una tela.
Assail se encontraba en el segundo piso. Xhex podía sentirlo con claridad…
Pero llegar hasta él resultaba difícil: era arriesgado tratar de desintegrarse hacia espacios desconocidos. Probablemente había una escalera en el otro extremo de la puerta que estaban vigilando, pero Xhex no quería terminar como un colador por volver a tomar forma en un lugar inadecuado. Si hubiera alguien allí cuando lo descubriera podía ser demasiado tarde.
Además, siempre podría atrapar a Assail cuando saliera. Lo más probable era que hubiese entrado por la parte trasera y que saliera por allí: él era precavido y su visita no tenía nada que ver con el arte.
Lo cual le parecía bien a Xhex, pues le resultaba difícil considerar que un montón de copitos de algodón pegados a un recipiente de plástico montado sobre un inodoro fuera algo distinto a basura.
Mientras se adentraba en el edificio, se deslizó por una puerta de acceso restringido y se encontró en un depósito de suelo y paredes de cemento que olía a tiza y lápices. La iluminación provenía de lámparas fluorescentes incrustadas en el techo alto y una red de cables eléctricos y de ventilación atravesaba las vigas como si fueran topos en un jardín. Había varios escritorios y archivadores pegados a las paredes y el centro permanecía libre, como si regularmente entraran paquetes grandes desde el callejón trasero.
Las puertas dobles que tenía enfrente estaban hechas de acero y contaban con alarmas de seguridad…
—Puedo ayudarla en algo…
No era una pregunta.
Xhex dio media vuelta.
Uno de los gorilas la había seguido hasta allí y estaba bien plantado en el suelo. Llevaba la chaqueta abierta, como si tuviera un arma y estuviera dispuesto a disparar.
Xhex entornó los ojos y movió la mano para poner al tío en un trance temporal. Luego le infundió la idea de que no estaba pasando nada raro y lo mandó de regreso a su puesto, donde informaría a su colega de que, en efecto, no estaba pasando nada raro.
No había que ser ningún genio para lidiar con estos Homo sapiens, pero solo para estar segura, Xhex congeló las cámaras de seguridad mientras se acercaba a las puertas traseras. Mierda: con solo echarle un vistazo al cableado de los paneles se dio cuenta de que la instalación era una chapuza y decidió no seguir adelante, pues podía pasar cualquier cosa. Y no quería provocar un incidente que terminara con una visita de la policía.
Si quería salir al callejón tendría que esforzarse para lograrlo.
Entonces lanzó una maldición y regresó a la fiesta. Le llevó diez minutos largos abrirse camino a través de esa multitud de gente de gusto bastante dudoso y ego increíblemente grande y, tan pronto como salió al aire frío de la noche, se desintegró hacia el techo del edificio y se dirigió a la parte trasera.
El coche de Assail estaba aparcado en el callejón.
Y ella no era la única que lo estaba observando…
Puta… mierda…
Xcor estaba escondido entre las sombras y también estaba esperando a Assail.
Tenía que ser él… Quienquiera que fuera, tenía un bloqueo tan fuerte en su núcleo interno que no quedaba mucho patrón emocional por leer: por costumbre o por trauma, o probablemente por las dos cosas, las tres dimensiones se habían comprimido una contra otra hasta formar una masa tan enredada y sólida que a ella le resultaba imposible tener un atisbo de alguna emoción.
Joder, había visto patrones emocionales como ese de vez en cuando y por lo general eran señal de problemas, como si el individuo en cuestión fuera capaz de hacer cualquier cosa.
Por ejemplo, esa era la clase de núcleo que se requería para tener las agallas de atacar al rey.
Ese era su objetivo. Xhex lo supo enseguida.
Y después de examinar ese patrón emocional tan intrincado, Xhex se alejó, se desintegró y se dirigió hacia el techo de un edificio alto situado a una calle de allí. No quería espantar al hijo de puta por acercarse mucho y desde allí todavía podía ver perfectamente el Jaguar.
Mierda, si su radar fuera un poco más potente podría alejarse tal vez uno o dos kilómetros…, pero eso sería forzar demasiado las cosas, pues sus instintos eran fuertes, pero de corto alcance. Así que si se desintegraba demasiado lejos, podía perderlo…
Mientras esperaba, Xhex se volvió a preguntar cuál sería la conexión de Xcor con Assail. Para desgracia del aristócrata, si él era el que estaba financiando la insurrección, aunque fuera indirectamente, iba a acabar mal.
Y ese no era un buen sitio para acabar tus días en este mundo.
Cerca de media hora después, Assail salió de la galería y miró a su alrededor.
Sabía que el otro macho estaba ahí… y dirigió un comentario exactamente al lugar donde estaba Xcor.
La brisa fría y el ruido de la ciudad no permitieron que Xhex escuchara el contenido de ese intercambio de palabras, pero no necesitó oír lo que decían para entender la esencia de lo que sucedía allí: las emociones de Assail se agitaron de tal forma que Xhex no pudo evitar aprobar el disgusto y la desconfianza que Assail parecía sentir hacia la persona con quien estaba hablando. El otro macho, naturalmente, no reveló nada.
Y luego Assail se marchó. Al igual que el otro patrón emocional.
Y Xhex fue tras el segundo.
‡ ‡ ‡
Como tantas cosas en la vida, al mirarlo en retrospectiva, lo que le ocurrió a Otoño alrededor de las once de la noche tenía todo el sentido del mundo. Hacía meses que recibía señales, pero, como suele pasar, cuando estás ocupado viviendo tu vida es normal malinterpretar los avisos, leer equivocadamente la posición de la aguja de la brújula y tomar una cosa por otra.
Hasta que terminas en un lugar que no se parece al que habrías elegido y del que tampoco puedes escapar.
Cuando estalló la tormenta, Otoño se encontraba en el centro de entrenamiento, sacando una montaña de sábanas calientes de la secadora.
Más tarde, mucho más tarde, toda una vida después, Otoño recordaría con claridad la sensación del calor de las sábanas contra su pecho y la agitación que experimentó en las entrañas, una sensación que había hecho que su frente se cubriera de sudor.
Recordaría para siempre cómo se había vuelto hacia un lado para poner las sábanas sobre la mesa.
Porque cuando dio un paso hacia atrás, comenzó a experimentar, por segunda vez en la vida, su periodo de fertilidad.
Al principio le pareció que aún tenía las sábanas en los brazos, pues estaba caliente y sentía un peso grande en la barriga, como si estuviera cargando un bulto.
Cuando el sudor le empezó a escurrir por la cara, Otoño miró de reojo el termostato que había en la pared, pensando que quizá se había averiado o estaba muy alto. Pero no, seguía indicando 22° C.
Entonces frunció el ceño y bajó la mirada hacia su cuerpo. Aunque no llevaba nada más que una camiseta y unas mallas, se sentía como si se hubiese puesto la chaqueta gruesa que llevaba cuando salía con Xhex…
Entonces notó un calambre en la parte baja del abdomen que le apretó el útero y se le doblaron las piernas hasta que no tuvo otra alternativa que acostarse en el suelo. Y eso la calmó, al menos temporalmente. El suelo de cemento estaba frío y ella se estiró allí hasta que sintió el siguiente calambre.
Haciéndose presión en la pelvis con las manos, se enrolló como un ovillo y tensó el cuerpo, al tiempo que echaba la cabeza hacia atrás y trataba de escapar de lo que fuera que le estaba pasando.
Y ahí empezó todo.
Su sexo, que había estado palpitando ligeramente desde que ella y Tohr follaran con tanta intensidad antes de que él se marchara, adquirió un ritmo de pulsaciones propio y comenzó a suplicar por lo único que podría producirle alivio.
Un macho…
El deseo sexual la atacó con tanta fuerza que no podría haberse puesto de pie aunque le hubiera ido la vida en ello, ni podría haber pensado en nada, ni hablar con claridad por mucho que necesitara hacerlo…
Esta vez era mucho peor que cuando le pasó la otra vez, con el symphath.
Y eso era su culpa…, todo era culpa suya y de nadie más…
Había dejado de ir al Santuario con regularidad. Hacía…, querida Virgen Escribana, hacía meses que no iba al Santuario para regular su ciclo. En efecto, no tenía necesidad de ir para suplir sus requerimientos de sangre, pues Tohr la estaba alimentando, y además no había querido ir para no perder ni un minuto de su tiempo con él.
Debería haber sabido que le ocurriría algo así.
Otoño apretó los dientes y comenzó a jadear mientras soportaba otra embestida. Luego, justo cuando disminuyó la tensión y estaba a punto de gritar pidiendo ayuda, la puerta se abrió de par en par.
El doctor Manello frenó en seco; su rostro parecía una máscara de confusión.
—¿Qué demonios…? —El médico no salía de su asombro—. ¿Estás bien…?
Mientras el ataque de deseo aumentaba de nuevo, Otoño alcanzó a ver cómo el médico parecía a punto de desmayarse, pero luego ella cerró los párpados, apretó la mandíbula y por un momento pareció perder el sentido.
Desde muy lejos, oyó que el médico decía:
—Espera, voy a buscar a Jane.
En su búsqueda de un espacio de suelo frío, Otoño se dio la vuelta hasta quedar de espaldas, pero como estaba tan tensa y no podía estirar las piernas, el contacto de su cuerpo con la superficie no era suficiente para enfriarla. Así que volvió a ponerse de lado. Luego se acostó otra vez sobre el estómago, aunque sentía la urgencia de volver a ponerse en posición fetal.
Apoyándose sobre las manos, trató de controlar sus sensaciones y cambiar de postura en un intento por encontrar el alivio que parecía negársele.
Pero no había ningún alivio posible. Estaba en medio de la cueva de un león y los dientes del deseo la mordían, desgarrando su carne y sacudiendo sus huesos. Esta era la culminación de aquellas oleadas de calor que había interpretado erróneamente como picos de pasión, y los estremecimientos que había achacado a premoniciones, y los ataques de náuseas de los que había culpado al exceso de comida. Esta era la fatiga. El apetito. Y, probablemente también, la causa del sexo tan ardiente que había estado teniendo últimamente con Tohrment.
Mientras gemía, Otoño oyó que alguien decía su nombre y pensó que le estaban hablando. Pero solo pudo abrir los ojos cuando el calambre pasó y entonces vio que, en efecto, no estaba sola.
La doctora Jane se hallaba de rodillas junto a ella.
—Otoño, ¿puedes oírme?
—Yo…
La mano pálida de la sanadora retiró de su cara unos mechones de pelo rubio y entonces Otoño oyó que le decía:
—Otoño, creo que es tu periodo de fertilidad. ¿Crees que es posible?
Otoño asintió hasta que las hormonas volvieron a estallar, despojándola de todo excepto de aquella abrumadora necesidad de recibir alivio.
Un alivio que solo podría recibir de un macho, como bien sabía el cuerpo de Otoño.
Su macho. El macho que ella amaba.
Tohrment…
—Está bien, está bien, lo llamaremos…
Otoño se apresuró a agarrar el brazo de la hembra y, obligando a sus ojos a funcionar, detuvo a la sanadora con una difícil exigencia.
—No lo llaméis. No quiero ponerlo en una situación así.
Eso lo mataría. ¿Estar con ella durante su periodo de fertilidad? Tohrment nunca lo haría… El sexo era una cosa, pero él ya había perdido un hijo…
—Otoño, querida…, eso es decisión de él, ¿no crees?
—No lo llaméis…, no os atreváis a llamarlo…