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Otoño estaba profundamente dormida cuando alguien se metió en la cama, pero aun en medio de ese profundo, casi doloroso, estado de reposo, reconoció las manos que comenzaron a acariciarle las caderas y el estómago. Ella sabía con precisión quién le estaba acariciando los senos y dándole la vuelta.

Para follar.

El aire frío golpeó su piel cuando se levantaron las sábanas e instintivamente abrió las piernas, preparándose para darle la bienvenida al macho que recibiría en su interior.

Estaba lista para Tohrment. En las últimas semanas siempre estaba lista para él.

Genial, porque Tohrment también estaba siempre listo para ella.

Su gran guerrero encontró el camino entre los muslos, abriéndole las piernas con sus caderas… Ah, no, estaba usando las manos, como si inicialmente tuviera un plan y hubiese cambiado de opinión…

Entonces la boca del guerrero encontró su vagina, se cerró sobre ella y empezó a lamerla.

Con los ojos todavía cerrados y la mente en ese estado de confusión que no es vigilia ni sueño, el placer fue tan intenso que ella comenzó a sacudirse contra su lengua, entregándose a él con todo lo que tenía, mientras él la chupaba, la lamía, la penetraba…

Solo que eso no la llevó al orgasmo. Independientemente del inmenso placer que sentía.

A pesar de lo mucho que trataba de alcanzar el alivio, era como si no pudiera lanzarse al abismo y el placer crecía hasta el punto de llegar a la agonía, pero no era capaz de lograr el clímax, a pesar de que estaba cubierta de sudor y respiraba con dificultad.

La desesperación hizo que agarrara la cabeza de Tohr y la presionara contra ella.

Solo que en ese momento él desapareció. Y ella despertó.

Se trataba solo de una pesadilla, pensó Otoño, mientras emitía un silencioso grito de protesta. Un tormentoso sueño con matices eróticos…

Tohrment se acercó entonces y esta vez Otoño sí sintió todo su cuerpo contra el de ella. Él metió los brazos por detrás de sus rodillas y la abrió, al tiempo que la convertía en un pequeño ovillo apretado que se aplastaba bajo su peso.

Y luego la penetró, rápidamente y con fuerza.

Ahora sí se corrió. En cuanto sintió la larga polla de Tohr en su vagina, el cuerpo de Otoño respondió con una explosión tremenda, un orgasmo tan violento que se mordió el labio inferior con los dos colmillos.

Al ver que la boca de ella se llenaba de sangre, Tohr disminuyó el ritmo de sus embestidas para lamérsela. Pero ella no quería que aminorara la cadencia, así que comenzó a moverse contra la polla de él a su manera, devorándolo…, hasta que llegó de nuevo al borde del abismo.

Pero no saltó.

Al comienzo había sido muy fácil para ella obtener lo que necesitaba cuando se apareaban. Sin embargo, últimamente se volvía cada vez más difícil…

Mientras ella se apretaba contra él, bombeando cada vez más rápido, su frustración crecía.

Finalmente lo mordió.

En el hombro.

Y lo arañó.

La combinación debería haber hecho que él se detuviera y le exigiera una conducta más civilizada. Pero en lugar de eso, al sentir que su sangre corría hacia ella, Tohr dejó escapar un rugido tan poderoso que se sintió un estallido en la habitación, como si algo que colgaba de la pared se hubiese caído al suelo.

Y luego él se corrió, por lo que Otoño dio gracias a la Virgen Escribana, pues mientras Tohr se movía contra ella, sacudiéndose violentamente y llenándola, alcanzó finalmente el elusivo clímax y su cuerpo comenzó a sacudirse con el de él, mientras el cabecero de la cama golpeaba contra la pared.

Alguien estaba gritando.

Era ella.

Hubo otro estallido.

¿La lámpara…?

Cuando por fin se quedaron quietos, ella estaba empapada de sudor, tenía palpitaciones entre las piernas y se sentía tan relajada que le parecía que ya no tenía huesos. En efecto, una de las lámparas de la mesita de noche se había caído al suelo y, al mirar hacia el fondo de la habitación, Otoño vio que el espejo que colgaba sobre el escritorio se había rajado.

Tohrment levantó la cabeza y se quedó mirándola. Gracias a la luz que salía del baño, ella vio la herida en el hombro.

—Ay…, por Dios… —Otoño se llevó la mano a la boca con expresión de horror—. Lo siento.

Tohr se miró la herida de reojo y frunció el ceño.

—¿Es una broma?

Cuando volvió a mirarla, estaba sonriendo con una expresión de orgullo masculino que no tenía ningún sentido.

—He debido de hacerte mucho daño —dijo Otoño, que sentía ganas de gritar—. Yo te…

—Ssshhh. —Tohr le apartó un mechón de pelo húmedo de la cara—. Me encanta. De verdad que me encanta. Aráñame. Muérdeme. Todo eso es genial.

—Estás… como una cabra —dijo Otoño, empleando una expresión coloquial que había aprendido de los doggen.

—No, es que no he terminado… —replicó Tohr, solo que cuando trató de moverse, ella hizo una mueca de dolor.

Él se quedó quieto enseguida.

—Mierda, he sido muy brusco.

—Has sido maravilloso.

Tohrment se apartó de ella con tanto cuidado que Otoño apenas notó que se moviera. Entonces empezó a sentir una extraña presión en las entrañas. ¿O quizá era otro orgasmo? Resultaba difícil saberlo, pues su cuerpo estaba lleno de sensaciones.

En todo caso, ese delicioso intercambio era genial. Se habían familiarizado mucho el uno con el otro, se sentían muy cómodos cuando follaban y la increíble intensidad que alcanzaban era resultado de la falta de barreras, la libertad y la confianza que compartían.

—Déjame prepararte un baño.

—No, estoy bien —dijo ella, y le sonrió—. Solo voy a descansar aquí un rato mientras te duchas. Cuando acabes me ducharé yo.

En realidad, Otoño no confiaba en su capacidad de comportarse si estaba desnuda con él en el baño. Era capaz de morderlo en el otro hombro, y a pesar de lo mucho que apreciaba que él le diera carta blanca con los dientes, ella prefería no hacer uso de esa libertad.

Tohrment salió de debajo del lío de sábanas y se quedó junto a ella durante un momento, mientras entornaba los ojos.

—¿Estás segura de que te encuentras bien?

—Segura.

Después de unos instantes de vacilación, asintió y dio media vuelta…

—¡Tu espalda! —exclamó entonces Otoño. Tohrment tenía la espalda llena de inmensos arañazos rojos, como si se hubiese enfrentado con un gato montés.

Él miró de reojo el mordisco del hombro y sonrió con más orgullo.

—Me siento genial. Voy a pensar en ti esta noche cuando esté ahí fuera, cada vez que sienta un tirón.

Cuando Tohrment desapareció en el baño, Otoño sacudió la cabeza: machos…, están locos.

Luego cerró los ojos, se quitó las sábanas de encima y abrió los brazos y las piernas, extendiéndose por toda la cama. El aire de la habitación era fresco, quizá incluso frío, pero después de follar ella se sentía como un horno y los restos de la pasión parecían brotar de sus poros en forma de vapor.

Sin embargo, mientras Tohrment se duchaba, el calor se fue desvaneciendo, así como las palpitaciones que sentía después de hacer el amor. Y luego, finalmente, Otoño encontró la calma que anhelaba y su cuerpo se relajó y dejó de doler.

Con una sensación de plenitud que se incrementaba gracias a la desnudez, sonrió mientras miraba al techo, tumbada con las piernas y los brazos abiertos. Nunca había conocido tal felicidad…

Pero de repente, como por arte de magia, volvió a experimentar ese extraño estremecimiento que sentía desde el otoño, una premonición que podía percibir pero no definir, una advertencia sin contexto.

Al notar otra vez frío, se envolvió nuevamente en las sábanas.

Sola en la cama, se sentía atrapada por el destino, como si estuviera en un bosque por la noche y pudiera oír a los lobos que la acechaban y caminaban a su alrededor entre los árboles, a pesar de que no podía verlos…

Listos para atacar.

‡ ‡ ‡

En el baño, Tohr se secó y se miró en el espejo. El mordisco del hombro ya estaba comenzando a sanar y la piel se regeneraba rápidamente alrededor de los pinchazos; pronto no quedará ninguna señal, lo cual era una lástima, se dijo. Le habría gustado conservar las cicatrices durante un tiempo.

Tener marcas como esas era motivo de orgullo.

Sin embargo, decidió ponerse una camiseta convencional, en lugar de una sin mangas, debajo de la chaqueta, pues no había razón para que sus hermanos vieran la marca del mordisco. Eso era un asunto privado entre él y Otoño.

Joder…, ¡esa hembra era increíble!

A pesar del estrés bajo el que se encontraba Tohr, a pesar de la conversación que había mantenido con Lassiter en la escalera, a pesar del hecho de que solo había comenzado a tocarla porque sentía que debía hacerlo, al final, como de costumbre, cada vez que estaba con ella lo único que importaba era el sexo: Otoño era como un vértice alrededor del cual él giraba, absorbido por el poder erótico que ella tenía sobre su cuerpo, ese poder que lo hacía girar y girar a su alrededor, que lo atraía y luego lo arrojaba a la superficie para que tomara aire… antes de volverlo a absorber.

En ese aspecto sí había seguido adelante con su vida, aunque le entristecía reconocerlo.

Le dolía admitirlo, y a veces, cuando yacía junto a ella después de hacer el amor, mientras los dos recuperaban el aliento y se secaban el sudor, aquel dolor que conocía tan bien se clavaba en su esternón como la punta de una daga.

Tohr suponía que esa sensación no lo abandonaría nunca.

Y sin embargo, cuando llegaba el amanecer, siempre la buscaba y follaba con ella…, como tenía intención de hacer dentro de doce horas.

Al salir del baño, Tohr encontró a Otoño en la cama. Estaba vuelta hacia las ventanas y yacía de lado. El frío que sintiera poco antes se había convertido en calor y ya no estaba cubierta por las sábanas.

Estaba desnuda.

Completa y totalmente desnuda.

Y la imagen hizo que su cuerpo se excitara de inmediato y su polla comenzara a saltar sobre sus caderas. Otoño, por su parte, como si hubiese percibido la excitación de Tohr, dejó escapar un erótico gemido y se movió de manera insinuante. Sonrió y abrió las piernas para dejar al descubierto su sexo resplandeciente.

—Ay, demonios —gruñó Tohr.

Entonces, por puro instinto, Tohr se movió sin que mediara pensamiento o decisión alguna y se dirigió hacia ella con tal concentración que, si alguien se hubiese interpuesto en su camino, lo habría apartado de un puñetazo y habría esperado a terminar de follar con ella para matarlo.

Al llegar a la cama, se agarró la polla con las manos y la acomodó para penetrarla por detrás, de manera que la cabeza de su polla quedara contra la vulva de ella. Tuvo mucho cuidado al penetrarla, pues su encuentro anterior había sido muy intenso y quizá ella aún estuviera sensible, y luego esperó hasta asegurarse de que Otoño sí quería recibirlo otra vez, a pesar de que hacía apenas unos momentos que habían estado juntos.

Al ver que la hembra gemía su nombre con tono de satisfacción, Tohr dejó que sus caderas comenzaran a moverse.

Contra aquel sexo húmedo y suave y ardiente…

Tohr la folló sin disculparse, y le encantaba tener la libertad de hacerlo. Otoño no era muy grande, pero era más fuerte de lo que parecía, y en los últimos meses Tohr había aprendido a dar rienda suelta a su deseo porque sabía que a ella también le gustaba follar sin límites ni cortapisas.

Entonces Tohr le puso una mano en la cadera y la giró ligeramente para cambiar el ángulo de sus cuerpos y poder llegar todavía más profundo. Y, claro, esta posición ofrecía un beneficio extra, pues Tohr podía ver cómo su pene entraba y salía de ella, asomando la cabeza apenas un poco, antes de embestirla cada vez con más fuerza. El sexo de Otoño era rosado y estaba hinchado, mientras que el suyo estaba duro y mojado gracias a ella…

—Mierda —gruñó Tohr cuando empezó a correrse otra vez.

Siguió moviéndose mientras eyaculaba, sintiendo cómo el sexo de Otoño lo acariciaba y lo apretaba, y observando el espectáculo hasta que sus ojos se cerraron, lo cual estaba bien porque todavía podía verla a través de sus párpados.

Después de terminar, Tohr estuvo a punto de desplomarse sobre ella, pero se detuvo a tiempo. Entonces bajó la cabeza y, al sentir la boca tan cerca de la espalda de su hembra, aprovechó la cercanía para besar aquella piel ardiente.

Consciente de que debía darle un descanso, Tohr se obligó a retirarse. Solo que al sacar su polla, tuvo que apretar los dientes cuando vio que Otoño todavía parecía estar lista para recibirlo.

Así que apoyó las manos sobre aquellas nalgas perfectas y las separó para abrirle paso a su lengua. Mierda…, el sabor después de hacer el amor… El contacto de aquel sexo suave y totalmente liso contra su boca…

Cuando Otoño comenzó a agitarse, como si estuviera al borde del orgasmo pero todavía no pudiera alcanzarlo por completo, él se humedeció tres dedos y los deslizó en su interior mientras seguía lamiéndola. Y eso fue perfecto. Al oír que ella gritaba su nombre y se echaba hacia atrás, Tohr sonrió y la ayudó a soportar la tormenta que empezó a sacudirla.

Y luego era hora de detenerse. Punto.

Llevaban más de una semana follando sin parar, razón por la cual se había obligado a ir hoy al maldito gimnasio. Ella tenía aspecto de cansada. ¿La razón? Otoño insistía en trabajar durante las noches y él no había sido capaz de dejarla ni una hora en paz durante el día…

La hembra se dio la vuelta hasta quedar acostada sobre el vientre; después sacó una pierna hacia un lado y dobló la rodilla, porque quería más.

—Por Dios —gruñó Tohr—. ¿Cómo quieres que me vaya dejándote así?

—No lo hagas —dijo ella.

Sin preguntar otra vez, Tohr volvió a penetrarla desde atrás, levantándola de las caderas y ladeando la pelvis de Otoño para poder llegar todavía más adentro. Terminó sosteniéndola con un brazo por el abdomen, mientras se sujetaba con el otro brazo y la embestía, acoplando sus cuerpos hasta que la cama comenzó a crujir. Tohr soltó una maldición cuando se corrió y su orgasmo estalló como una bomba, como si hiciera más de seis meses que no tenía sexo.

Y aun así siguió deseándola, sobre todo cuando ella se corrió, un poco después.

Cuando las cosas se calmaron, Tohr se acostó de lado y la apretó contra él. Mientras le acariciaba la nuca con la nariz, se sintió preocupado. Quizá estaba siendo demasiado brusco con ella en la cama.

Como si hubiese percibido su inquietud, Otoño estiró la mano y le acarició el pelo.

—Me siento maravillosamente bien.

Tal vez. Pero él se sentía mal por todo lo que le estaba exigiendo a su cuerpo.

—¿Ahora sí me vas a dejar prepararte un baño?

—Ay, eso sería fantástico. Gracias.

Tohr regresó entonces al baño, se dirigió al jacuzzi, abrió el grifo y sacó las sales de baño.

Mientras probaba la temperatura del agua, se dio cuenta de que le gustaba cuidar a Otoño. También se percató de que había encontrado muchas maneras de hacerlo. Buscaba excusas para llevarla arriba y darle la cena bocado a bocado y en privado. Le compraba ropa por Internet. Se detenía en Walgreens y CVS para comprarle sus revistas favoritas, como Vanity Fair, Vogue y The New Yorker.

Se aseguraba de tener siempre galletitas de chocolate en el cuarto, por si ella tuviera un antojo repentino.

Y él no era el único que se preocupaba por ella y le mostraba cosas nuevas.

Xhex la visitaba una o dos veces por semana y las dos salían, iban al cine o a pasear por los barrios ricos de la ciudad, para que Otoño pudiera ver las magníficas casas. O visitaban las tiendas que abrían hasta tarde, donde compraban cosas con el dinero que Otoño se ganaba trabajando.

Tohr se agachó, probó el agua, volvió a ajustar la temperatura y sacó un par de toallas.

Por su parte, se sentía un poco nervioso al saber que ella estaba en la calle, rodeada de esos locos humanos y al alcance de los restrictores y los impredecibles vientos del destino. Pero, claro, Xhex era una asesina profesional y Tohr sabía que estaba dispuesta a proteger a su madre si alguien se atrevía a tocarla.

Además, cada vez que madre e hija salían, Otoño siempre regresaba con una sonrisa. Lo cual lo hacía feliz también a él.

Por Dios, habían avanzado mucho desde la primavera. Eran casi dos personas distintas.

Entonces, ¿qué más había que hacer?

Mientras movía la mano debajo del agua en la bañera, Tohr se preguntó con desesperación qué diablos sería lo que les faltaba…