53
Sentado a los pies de la gran escalera, Lassiter miraba hacia arriba y contemplaba el fresco del techo que se elevaba unos tres pisos por encima de donde él estaba. Dentro de la representación de aquellos guerreros montados en sendos corceles, se concentró en las nubes y encontró la imagen que estaba buscando pero que no quería ver.
Wellsie se hallaba todavía más alejada y su figura parecía aún más encogida en medio de aquel campo rocoso y gris.
En realidad, Lassiter estaba comenzando a perder las esperanzas. Pronto Wellsie estaría tan lejos que ya no podrían verla. Y terminaría todo: ella llegaría a su fin, al igual que él… y Tohr.
Lassiter había pensado que N’adie era la respuesta. Y a comienzos del otoño se había obsesionado con que todo estaba resuelto. La noche después de que Tohr se acostara por fin con ella tal como debía ser, la hembra llegó al comedor sin la capucha ni ese horrible manto: llevaba puesto un vestido, un vestido azul que le quedaba muy grande, pero que de todas maneras le sentaba muy bien, y el pelo suelto sobre los hombros, una cascada de cabello rubio.
Y los dos se comportaban con una coordinación que solo se produce después de que dos personas follen como locos durante horas.
Entonces Lassiter había vuelto a hacer las maletas. Se había quedado esperando en su habitación. Y se había paseado durante horas, a la espera de la llamada del Creador.
Cuando el sol se volvió a poner, atribuyó la demora a un problema administrativo. Y cuando el sol salió de nuevo, comenzó a preocuparse.
Entonces se resignó.
Pero ahora estaba aterrorizado…
Mientras contemplaba la representación de una hembra muerta, se sorprendió preguntándose lo mismo que Tohr se había preguntado tantas veces.
¿Qué más quería el Creador?
—¿Qué estás buscando?
Al oír una voz profunda que interrumpió sus cavilaciones, Lassiter miró de reojo al macho que le hablaba. Evidentemente Tohrment acababa de salir por la puerta oculta debajo de la escalera, pues llevaba unos pantalones de gimnasia y una camiseta sin mangas. Y el sudor le escurría por la piel de la cara y el pelo.
Aparte del cansancio posterior al ejercicio, el tío tenía un aspecto genial. Pero eso era lo que les ocurría a los vampiros cuando estaban bien alimentados, satisfechos sexualmente y sanos.
Sin embargo, el hermano perdió parte de esa vigorosa vitalidad cuando sus ojos se cruzaron. Lo cual sugería que él tenía las mismas preocupaciones, solo que ocultas bajo la superficie, preocupaciones que se habían convertido en una consternación crónica.
Tohr se acercó y se sentó, mientras se limpiaba la cara con una toalla.
—Dime.
—¿Todavía sueñas con ella? —No había necesidad de aclarar de quién estaban hablando. Entre ellos solo había una «ella» importante.
—La última vez fue hace una semana.
—¿Y qué aspecto tenía? —preguntó Lassiter, como si él no lo supiera ya. La estaba viendo en ese mismo instante.
—Estaba cada vez más lejos. —Tohr agarró la toalla que llevaba colgada al cuello y la estiró—. ¿Estás seguro de que no se está desvaneciendo para pasar al Ocaso?
—¿Te pareció feliz?
—No.
—Pues ahí tienes la respuesta a tu pregunta.
—Estoy haciendo todo lo que puedo.
Lassiter lo miró de reojo y asintió con la cabeza.
—Sé que es así. Yo sé que te estás esforzando.
—Así que tú también estás preocupado…
No había necesidad de contestar.
Los dos se quedaron sentados allí, en silencio, hombro con hombro, con los brazos colgando de las rodillas, mientras el muro de ladrillo imaginario frente al que se hallaban les bloqueaba el horizonte.
—¿Puedo hablarte con franqueza? —dijo el hermano.
—Claro.
—Estoy aterrorizado. No sé qué es lo que estoy haciendo mal. —Tohr se volvió a pasar la toalla por la cara—. No duermo bien y no sé si es porque tengo miedo de lo que vería o de lo que no vería. No sé cómo puede soportarlo ella. —La respuesta corta era que no lo estaba soportando—. A veces hablo con Wellsie —murmuró Tohr—. Cuando Otoño está dormida me siento en la cama y contemplo la oscuridad. Y le digo…
Al oír que a Tohr se le quebraba la voz, Lassiter sintió deseos de gritar…, y no porque pensara que el vampiro era un afeminado, sino porque era terriblemente doloroso escuchar la agonía que se manifestaba en su voz.
Mierda, durante el último año debía de haber desarrollado una conciencia o algo así.
—Le digo que todavía la amo, que siempre la amaré, pero que he hecho todo lo que puedo… Bueno, no para llenar su vacío, porque nadie puede hacer eso. Pero al menos estoy tratando de llevar una vida más o menos normal…
Mientras el macho seguía hablando en voz baja, Lassiter sintió el súbito terror de haber conducido al guerrero por el mal camino de alguna manera, de haber… Mierda, no lo sabía. De haberla cagado, de haber tomado una mala decisión y haber enviado a ese pobre bastardo en la dirección equivocada.
Entonces revisó todo lo que sabía acerca de la situación, comenzando por los cimientos y siguiendo paso a paso hasta reconstruir el momento en que estaban.
No veía ningún fallo, ningún paso en falso. Los dos habían hecho todo lo que habían podido. Se habían esforzado.
Al final parecía que ese era el único alivio que podía encontrar…, pero era una mierda. La idea de haberle causado daño involuntariamente a ese macho tan honorable resultaba mucho peor que su versión del Purgatorio.
Nunca debería haber accedido a prestarse a esto.
—Mierda —masculló entre dientes, al tiempo que cerraba los doloridos ojos. Habían llegado muy lejos, pero era como si estuvieran persiguiendo un objetivo móvil. Cuanto más deprisa corrían, cuanto más lejos llegaban, más lejos parecía estar el fin.
—Sencillamente tengo que esforzarme más —dijo Tohr—. Esa es la única respuesta. No sé qué más puedo hacer, pero de alguna manera tengo que lograrlo.
—Sí.
El hermano se volvió hacia Lassiter.
—Todavía estás aquí, ¿no?
Lassiter lo miró con desconcierto.
—Si estás hablando conmigo es porque todavía estoy aquí.
—Muy bien…, eso es bueno. —El hermano se puso de pie—. Entonces todavía nos queda algo de tiempo.
Fantástico. Como si eso fuera a marcar alguna diferencia.
‡ ‡ ‡
Xhex estaba sola al lado de su cabaña privada a orillas del Hudson, con las botas bien plantadas en la nieve blanca, mientras el aire salía de su nariz en pequeñas volutas que se dispersaban por encima de sus hombros. El resplandor del ocaso caía sobre el paisaje congelado y los colores se reflejaban en la perezosa corriente de agua que transcurría por el centro del canal.
Ya no quedaba mucha agua corriente en el río, pues el hielo iba creciendo desde las orillas y amenazaba con estrangular la superficie, al tiempo que el frío se intensificaba con el avance de la estación invernal.
Sin que mediara ninguna orden de su voluntad, sus instintos symphath extendieron sus tentáculos invisibles y penetraron el aire helado. No esperaba percibir nada, pero estaba tan acostumbrada a aguzar sus sentidos después de esos dos últimos meses que tenía la impresión de que cada vez era más perceptiva, aunque fuera solo por la práctica.
No había encontrado el escondite de la Pandilla de Bastardos. Todavía.
Conque la persona perfecta para ese trabajo, ¿eh? Francamente, el asunto estaba comenzando a volverse embarazoso.
Pero, claro, las razones para llevar todo el asunto con extremo cuidado eran demasiadas: resultaba muy importante que llegara hasta los asesinos de la manera más discreta y sigilosa posible.
El rey y los hermanos lo entendían. Y John… Él había sido increíblemente comprensivo. Paciente. Estaba dispuesto a hablar de cualquier aspecto de su misión, o a no hacerlo, sobre todo cuando ella estaba en la mansión, lo cual ocurría ahora con cierta regularidad, pues entre ver a su madre, informar a la Hermandad y al rey de sus progresos o conversar un rato, Xhex iba ahora a la mansión dos o tres veces por semana.
Sin embargo, en lo que tenía que ver con su hellren, las cosas nunca iban más allá de una cena social.
Aunque los ojos de John ardían de deseo por ella.
Pero Xhex sabía que él quería cumplir con su palabra y contenerse. Eso era lo que le había prometido y pensaba cumplir su palabra. No la tocaría hasta que ella lograra llegar a la Pandilla de Bastardos, para poder probarle que sus palabras eran verdaderas. Solo que, y a pesar de que no sonaba muy bien…, ella se moría por estar con él. Los dos solos, y no rodeados de gente y separados por una mesa.
Aunque eso representaba una mejoría con respecto al verano o el otoño, no era suficiente.
Xhex volvió a concentrarse y siguió inspeccionando los alrededores hasta que la oscuridad la rodeó por completo y la luz se desvaneció del cielo tal como lo hace a finales de diciembre, es decir, como si la estuvieran persiguiendo.
A su izquierda, en la mansión que se elevaba en la península, las luces se encendieron de repente, como si Assail tuviera persianas en el interior de todos aquellos ventanales: en un momento la propiedad estaba totalmente apagada y al siguiente resplandecía como un estadio de fútbol.
Ah, sí, el caballeroso Assail…, aunque no tanto.
El tío controlaba ahora el mercado de la droga de Caldwell casi por completo, pues no quedaba nadie de importancia en el negocio, aparte de Benloise, el gran traficante. Lo que Xhex no podía entender era quiénes formaban las tropas del vampiro. No era posible que estuviera operando solo en ese negocio tan complicado, y, sin embargo, nadie llegaba ni salía nunca de su casa aparte de él.
Pero, claro, ¿por qué querría Assail recibir a sus socios en su espacio privado?
Un poco después, un coche avanzaba por el sendero hacia la ciudad. El Jaguar de Assail.
Joder, el desgraciado necesitaba invertir en un Range Rover blindado. O un Hummer como el de Qhuinn. El Jaguar era rápido, y le iba como anillo al dedo a ese cabrón, pero, vamos… Un coche con tan poca tracción en medio de toda esa nieve no era buena idea.
El deportivo disminuyó la velocidad hasta detenerse por completo cuando llegó a donde estaba ella, mientras que por el tubo de escape salía una columna de humo que resplandecía con las luces rojas de los frenos como si fuera un truco de magia.
La ventanilla se bajó automáticamente y entonces Xhex oyó una voz masculina que decía:
—¿Disfrutando del paisaje?
Xhex sintió la tentación de hacerle un corte de mangas, pero se contuvo, al tiempo que se acercaba. A esas alturas Assail no era considerado «sospechoso» en sí mismo: había ayudado a la Hermandad a sacar a Wrath de su casa cuando tuvo lugar el intento de asesinato. Sin embargo, el ataque había ocurrido precisamente en su casa y Xhex se preguntaba de dónde sacaría Xcor sus recursos financieros: Assail tenía dinero mucho antes de convertirse en capo de las drogas y las guerras requerían mucho efectivo.
Sobre todo si estás tratando de luchar contra el rey.
Xhex concentró sus instintos symphath en Assail y estudió su patrón emocional. Vio una gran cantidad de…, bueno, lascivia, para empezar. Era evidente que la deseaba, pero ella estaba segura de que no se trataba de un sentimiento romántico, sino simple deseo físico.
A Assail le gustaba follar a las hembras. Bueno. Entendido.
Sin embargo, debajo del estallido de testosterona, Xhex encontró un deseo de poder que resultaba curioso. No tenía que ver con derrocar al rey, no obstante. Era…
—¿Leyéndome el pensamiento? —preguntó él arrastrando las palabras.
—Te sorprenderías de ver lo que soy capaz de averiguar acerca de la gente.
—Así que sabes que te deseo…
—Te sugeriría que no entraras en ese tema. Tengo pareja.
—Eso he oído. Pero ¿dónde está tu macho?
—Trabajando.
Cuando Assail sonrió, las luces del tablero resaltaron sus rasgos. No se podía negar que era un tío muy apuesto, pero había algo más, algo extraño que difuminaba su atractivo: un toque de perversidad en esos ojos ardientes.
Era un macho peligroso, aunque aparentemente no fuera más que otro relamido miembro de la glymera.
—Bueno —murmuró Assail—, ya sabes lo que dicen. La distancia hace el…
—Dime una cosa. ¿Has visto a Xcor en alguna parte?
Eso lo dejó callado, y acto seguido bajó los párpados.
—No —dijo después de un momento—, ¿por qué me preguntas eso?
—Ay, vamos.
—No tengo ni idea de dónde está.
—Sé lo que ocurrió en tu casa en otoño.
Hubo otra pausa.
—Nunca habría pensado que la Hermandad mezclaba los negocios con el placer. —Al ver que Xhex solo se quedaba mirándolo, Assail se encogió de hombros—. Bueno, francamente, no puedo creer que todavía lo estén buscando. En efecto, es una sorpresa saber que ese bastardo aún está vivito y coleando.
—Así que lo has visto recientemente.
Al oír eso, el patrón emocional de Assail se encendió en un sector específico: obstrucción. Le estaba ocultando algo.
Ella sonrió con frialdad.
—¿No es así, Assail?
—Escucha, voy a darte un consejo gratis. Ya sé que tú eres una hembra que se viste de cuero y te gusta ser dura y liberada, pero no querrás tener nada que ver con ese tío. ¿Acaso nunca lo has visto? Estás apareada con un vampiro decente como John Matthew, así que no necesitas…
—No pretendo acostarme con ese cabrón.
Ese lenguaje deliberadamente obsceno hizo que Assail parpadeara.
—En efecto. Y, ay, me alegro. En cuanto a mí, no lo he visto. Ni siquiera la noche que atentaron contra Wrath.
«Mentiroso», pensó Xhex.
Cuando Assail volvió a hablar, lo hizo en un tono muy bajo.
—Deja en paz a ese macho. No querrás interponerte en su camino, él es mucho más despiadado que yo.
—Así que crees que solo los machos deben tratar con él.
—Así es, cariño.
Al ver que Assail se disponía a arrancar, Xhex se hizo a un lado y cruzó los brazos sobre el pecho. Típico. ¿Qué sería lo que tenían en la polla y las pelotas que hacía que los machos pensaran que eran los dueños exclusivos de la fuerza?
—Te veré por ahí, vecino —dijo ella arrastrando las palabras.
—Lo que te he dicho sobre Xcor va en serio.
—Ah, claro.
El macho sacudió la cabeza.
—Perfecto. Será tu funeral.
Cuando se alejó, Xhex pensó: «Te has equivocado de adjetivo posesivo, amigo. Adjetivo equivocado…».