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—Suéltame, idiota —refunfuñó Xcor al sentir que lo levantaban de nuevo.
Todavía no se había acostumbrado a que lo manipularan como a un niño. Primero lo habían sacado del camastro donde estaba reposando. Luego lo habían montado en un vehículo y lo habían llevado a algún lado. Y ahora lo molestaban de nuevo.
—Ya casi hemos llegado —dijo Zypher.
—Déjame en paz… —Eso se suponía que era una orden, pero sonó como si fuera la queja de un chiquillo.
Ah, cómo deseaba recuperar la fuerza de otras épocas. Con ella habría podido zafarse de aquellos cretinos, y sostenerse sobre sus propias piernas.
Pero eran tiempos pasados, ahora estaba muy lejos de ellos y tal vez ya no volverían.
La gravedad de su estado no era el resultado de una lesión en particular, de las numerosas que sufrió durante la pelea con aquel soldado, sino la culminación de mucho tiempo de desgaste y mala alimentación. Estaba cubierto de heridas desde la cabeza hasta el abdomen. Sentía que agonizaba, sin control alguno sobre su cuerpo y, por tanto, sobre su destino.
Inicialmente, había afrontado el asunto con la muy masculina idea de que ya pasaría. Pero su cuerpo tenía otros planes. Ahora se sentía impotente, incapaz de no escapar de aquel horrible y pesado manto de desorientación y cansancio…
De pronto el aire que entró a sus pulmones fue más frío y limpio, lo que le ayudó a despejar un poco la mente.
Mientras luchaba por ver con claridad, distinguió una pradera verde en el centro de la cual se levantaba un magnífico árbol otoñal. Y allí… ¿Era él? Sí, lo era: bajo las ramas cubiertas de hojas rojas y amarillas estaba Throe.
A su lado había una figura delgada vestida con una túnica blanca, una hembra.
¿Era una alucinación?
No, no estaba viendo cosas raras. Mientras Zypher caminaba hacia el árbol con él en brazos, la imagen de la hembra se fue volviendo cada vez más clara. Era… indescriptiblemente hermosa; tenía la piel clara y el pelo rubio, recogido en lo alto de la cabeza.
Era una vampira, no una hembra humana.
Y también parecía de otro mundo, un espejismo que irradiaba una luz tan brillante que hacía palidecer la de la luna llena.
Claro, era un sueño.
Debería haberlo imaginado. Después de todo, no había razón para que Zypher lo llevara al campo, arriesgando sus vidas solo para que respirase aire fresco. En el mundo real ninguna hembra estaría esperando su llegada.
Era un puto sueño, un producto de sus delirios. Convencido de ello, Xcor se relajó en los brazos de acero de su soldado, sabedor de que cualquier cosa que produjera su subconsciente a esas alturas venía a dar igual. Así que podía dejar que el sueño siguiera su curso. Después de un rato se despertaría. Es más, tal vez era señal de que finalmente se había sumido en el sueño profundo y reparador.
Además, cuanto menos luchara más podría concentrarse en la alucinación, en la bella hembra.
Era adorable. Qué virtuosa belleza, de esas que convierten a un rey en siervo y a un soldado en poeta. Era la clase de hembra por la que vale la pena luchar e incluso morir. Solo para poder mirarla un momento a la cara.
Era una lástima que semejante beldad fuera solo una visión…
El primer indicio de que había algo raro fue que parecía desconcertada al verlo.
No solía pasar tal cosa en los sueños, pero era probable que su mente estuviera solo siendo realista. Él era horrible cuando estaba completamente sano. ¿Qué podría decirse ahora, herido y a punto de morir de inanición? Xcor tenía suerte de que la hembra no se pusiera a chillar de puro horror.
Lo que hizo la hembra fue llevarse las manos a las mejillas y sacudir la cabeza hasta que Throe se interpuso en el camino de su mirada, como si quisiera proteger su delicada sensibilidad.
Xcor deseó tener un arma a mano. ¿Qué hacía ese intruso jodiéndole el plan? Ese era su sueño. Si ella necesitaba protección, él quería encargarse de eso. Bueno, suponiendo que pudiera sostenerse en pie. Y que ella no huyera…
La hembra habló.
—Está agonizando.
Sus ojos reaccionaron al escuchar el sonido puro y dulce de aquella voz. Así que Xcor se esforzó en lograr que su mente la hiciera hablar un poco más dentro del sueño.
—Así es —convino Throe—. Esto es una emergencia.
—¿Cómo se llama?
Xcor habló en ese momento, pensando que debía ser él quien se presentara. Pero solo le salió un graznido.
—Acostadlo —dijo la hembra—. Tenemos que actuar con rapidez.
Una cama de hierba suave y fresca dio la bienvenida a su cuerpo destrozado, acunándolo con insólita calidez. Y cuando Xcor volvió a abrir las puertas de acero de sus ojos, vio cómo la increíble criatura se arrodillaba junto a él.
—Eres tan hermosa. —Eso fue lo que quiso decir, pero lo que salió de su boca no fue más que un ruido incomprensible.
Y de pronto comenzó a tener dificultades para respirar, como si algo hubiese estallado en el interior de su organismo, quizá como resultado de todo aquel movimiento.
Pero como era un sueño, daba igual respirar o no.
Al ver que la hembra le levantaba la muñeca, Xcor estiró una mano temblorosa y la detuvo antes de que pudiera perforarse la vena.
Y entonces sus ojos se encontraron.
Throe volvió a interponerse entre ellos, como si le preocupara que Xcor hiciera algo violento.
No, a ella no le haré nada, pensó Xcor. Jamás haría daño a esa delicada criatura producto de su imaginación.
Se aclaró la voz y habló con tanta claridad como pudo.
—Ahorra tu sangre. Preciosa, no desperdicies lo que te da vida.
Ya estaba demasiado perdido como para sacrificar a alguien como ella. Y eso era cierto, no solo por las graves heridas que tenía y porque probablemente estaba a punto de morir.
Era demasiado buena como para estar no ya con él, sino a cierta distancia de él.
‡ ‡ ‡
Cuando Layla se arrodilló, sintió que le costaba trabajo hablar. El macho que yacía frente a ella estaba… gravemente herido, claro. Pero había algo más. A pesar del hecho de que yacía en el suelo y estaba claramente indefenso, él era…
Poderoso.
Esa fue la única palabra que le vino a la mente.
Tremendamente poderoso.
Layla no podía distinguir casi ninguno de sus rasgos debido a la hinchazón y los moretones, y lo mismo se podía decir de su color, porque estaba cubierto de sangre seca. Pero en lo que tenía que ver con la forma física, aunque parecía no ser tan alto como los hermanos, era igual de fuerte y ancho de hombros, con brazos enormemente musculosos.
¿Serían los contornos de ese cuerpo los responsables de la impresión que le causaba aquel macho?
No, el guerrero que la había llamado a esa pradera tenía el mismo tamaño, y también el macho que había llevado al herido hasta sus pies.
Este soldado caído sencillamente era distinto de los otros dos. De hecho, ellos se diferenciaban de él en sus movimientos y sus ojos. Era una apreciación sutil, pero cierta.
En efecto, este no era un macho con el que se debiera jugar, sino uno parecido a un toro bravo, capaz de aplastar cuanto se interpusiera en su camino.
Sin embargo, la mano que la tocó era ligera como la brisa. Layla tenía la clara impresión de que no solo no la estaba reteniendo, sino que quería que ella se marchara.
Sin embargo, ella no podía abandonarlo. Y no lo haría.
De una extraña manera, ella se sentía… seducida…, cautiva por aquella profunda mirada azul que, aun en medio de la noche, y a pesar del hecho de que él era un mortal, parecía arder con un cierto fuego interior. Y bajo aquella mirada, su corazón se aceleró y sus ojos se clavaron en él, como si fuera al mismo tiempo un ser indescifrable, opaco, y completamente diáfano…
El macho emitió algunos sonidos guturales e incomprensibles. Deliraba, y eso la obligó a proceder con premura.
Había que limpiarlo, cuidarlo, ayudarlo a recuperarse durante varios días, o quizá semanas. Pero estaba allí, en esa pradera, con esos machos que obviamente sabían más de armas que de curaciones.
Layla miró al soldado que conocía.
—Después debes llevarlo a que lo curen.
Aunque obtuvo un gesto de asentimiento y un sí como respuesta, su instinto le indicó que era mentira.
Machos, pensó con desprecio. Siempre demasiado rudos para cuidarse.
Layla se concentró de nuevo en el herido.
—Tú me necesitas —le dijo.
El sonido de su voz pareció sumirle en una especie de trance y ella aprovechó la oportunidad. A pesar de lo débil que estaba, Layla tenía la impresión de que el macho todavía tenía suficiente fuerza como para impedirle que le acercara la muñeca a la boca.
—Tranquilo. —Le acarició el pelo negro—. Cálmate, guerrero. Puesto que proteges y ayudas a gente como yo, permíteme que te devuelva el favor.
Era un macho muy orgulloso, Layla podía verlo en su atormentado rostro. Aunque estaba ido, pareció escucharla, pues soltó la mano con la que le había agarrado el brazo y abrió la boca, como si no pudiera hacer nada más que obedecerla.
Layla se movió rápidamente, dispuesta a aprovechar esa relativa actitud de sumisión, que sin duda pronto desaparecería. Así que se mordió la muñeca, acercó rápidamente el brazo a los labios del macho y las gotas de sangre comenzaron a caer una a una en la boca del herido.
Mientras aceptaba el regalo de su sangre, los gruñidos que el macho emitía eran conmovedores, llenos de gratitud y… de infinita reverencia.
La forma en que los ojos del macho se clavaron en los suyos llegó al fondo del alma de la hembra. Por eso la pradera, el árbol, los otros dos machos, todo desapareció y lo único que veía era el pobre ser al que estaba alimentando.
Movida por un impulso que no quería combatir, Layla fue bajando lentamente el brazo… hasta que la boca del macho le rozó la muñeca. Eso nunca lo hacía con los otros machos, ni siquiera con Qhuinn. Pero quería saber cómo era el contacto de la boca del soldado con su piel.
En cuanto contactaron, los conmovedores gruñidos se redoblaron. No le hizo daño; a pesar de lo grande que era, y lo famélico que estaba, no la devoró, como se pudiera temer. En absoluto. Tomaba la sangre con cuidado, manteniendo siempre su mirada en ella, como si estuviera protegiéndola, a pesar de que era él quien necesitaba protección en ese momento.
El tiempo pasó. Layla sabía que él estaba tomando mucha, muchísima sangre, pero no le importaba. Se habría quedado para siempre en aquella pradera, debajo de aquel árbol, unida a ese valiente guerrero que casi había entregado la vida en la guerra contra la Sociedad Restrictiva.
Layla recordaba haber sentido algo similar con Qhuinn. Aquella increíble sensación de estar llegando a su destino, pese a no estar haciendo viaje alguno. Pero la atracción que sentía ahora hacía palidecer a la que experimentara con el otro.
Este sentimiento era grande, épico.
Y, sin embargo…, ¿por qué debería confiar en esa emoción? Quizá solo era una versión más intensa, pero de naturaleza igual a lo que había sentido por Qhuinn. O tal vez simplemente era la forma en que la Virgen Escribana aseguraba la supervivencia de la raza.
Mientras trataba de alejar esos pensamientos blasfemos, Layla se concentró en su trabajo, su misión, su bendita contribución, que era la única oportunidad que tenía de servir, ahora que el papel de las Elegidas se había visto tan disminuido.
El hecho de suministrar sangre a los machos que eran honorables era lo último que le quedaba de su tarea vocacional. Lo único que tenía en la vida.
En lugar de pensar en ella misma y en cómo se sentía, tenía que dar gracias a la Virgen Escribana por haber llegado allí a tiempo para ejercer su sagrado deber. Y luego debía regresar al complejo para encontrar otras oportunidades de ser útil.