48

A eso de las seis de la tarde, Qhuinn salió de la puerta oculta que se hallaba debajo de la gran escalera. Todavía estaba un poco mareado. Más que caminar se podría decir que arrastraba los pies. Tenía aún dolores por todo el cuerpo, pero estaba de pie, moviéndose y vivo.

Las cosas habrían podido ir mucho peor.

Además, Qhuinn tenía un propósito. Hacía un momento, cuando la doctora Jane fue a examinarlo, le contó que Wrath había convocado una reunión de la Hermandad. Desde luego, también le había dicho que él estaba dispensado de asistir y que tenía que quedarse en cama en la clínica. Pero ¿alguien podía creer que se perdería la reunión en que iban a hablar de todo lo que había sucedido en la mansión de Assail? De ninguna manera.

Ella hizo todo lo posible para persuadirlo, naturalmente, pero al final había tenido que llamar al rey para decirle que esperara a un asistente más.

Al llegar a la barandilla tallada, Qhuinn oyó a los hermanos hablando en el segundo piso, con aquellas voces fuertes y profundas que se pisaban las unas a las otras. Era evidente que Wrath todavía no había llamado al orden, lo que significaba que tenía tiempo para servirse una copa antes de subir.

Porque eso es precisamente lo que necesitas cuando sales de un trance como el que él había vivido.

Después de pensarlo bien, Qhuinn decidió que la distancia a la biblioteca era menor que hasta la sala de billar, así que se abrió paso hasta las puertas de cedro, pero se quedó paralizado al llegar al umbral.

—Por Dios…

El suelo estaba cubierto por al menos cincuenta libros sobre las Leyes Antiguas, y eso no era todo. Sobre la mesa que se encontraba debajo de los ventanales había más volúmenes con encuadernación de cuero, abiertos y con las páginas expuestas a la luz.

Y dos ordenadores normales, un portátil, cuadernos con anotaciones…

Un crujido que venía de arriba le hizo levantar los ojos. Saxton estaba en lo alto de la escalerilla de madera con ruedas, buscando un libro en el último estante, el que se hallaba justo debajo de la cornisa de yeso del techo.

—Buenas noches, primo —dijo Saxton desde las alturas.

Joder, justo el tío que quería encontrarse. Menuda suerte.

—¿Qué haces con todo esto?

—Pareces bastante recuperado. —La escalera volvió a crujir y el macho descendió con su premio entre las manos—. Todo el mundo estaba preocupado por ti.

—Gracias, estoy bien. —Qhuinn se dirigió hacia las botellas de licor que estaban alineadas sobre la consola de mármol—. Dime, ¿qué estás haciendo?

«No pienses en él y Blay. No pienses en él y Blay. No pienses en él y…».

—No sabía que te gustara el jerez.

—¿Qué? —Qhuinn bajó la mirada hacia lo que acababa de servirse. Mierda. Por estar pensando en lo que no debía pensar, había elegido la botella equivocada. Pero no tenía intención de reconocerlo—. Bueno, pues sí, me encanta el jerez.

Para demostrarlo se bebió la copa de un tirón y casi se atragantó por tanto dulzor inundando su boca y su garganta.

Luego se sirvió otro, para que su primo no pensara que era un idiota que no sabe lo que se está sirviendo.

El segundo trago fue peor que el primero. Casi vomitó.

Con el rabillo del ojo, Qhuinn vio cómo Saxton se acomodaba frente al escritorio. La lámpara de bronce que tenía enfrente iluminó perfectamente su cara. Mierda, parecía salido de un anuncio de Ralph Lauren o algo así, con esa chaqueta de tweed, el pañuelo perfectamente doblado en el bolsillo y ese jersey de botones tan elegante.

Qhuinn, por su parte, llevaba unos pantalones de cirugía e iba descalzo. Con un jerez en la mano.

—Entonces, ¿me cuentas en qué estás metido?

Saxton lo miró con un extraño brillo en los ojos.

—En un cambio de reglas, se podría decir.

—Ah, ya veo, asuntos reales…, secretos oficiales.

—Así es.

—Entiendo, pues buena suerte con eso. Parece que tienes entretenimiento para un buen rato.

—Me temo que para un mes, o tal vez más.

—¿Qué estás haciendo? ¿Reescribiendo todo el maldito código?

—Una parte.

—Joder, verte así me hace adorar mi trabajo. Prefiero mil veces recibir un tiro que hacer trabajo de mesa. —Qhuinn se sirvió otro maldito jerez y luego trató de no asemejarse a un zombi mientras se dirigía a la puerta—. Que te diviertas.

—Y tú disfruta con tus tareas, querido primo. Yo también tendría que subir, pero me han dado muy poco tiempo para hacer demasiado trabajo.

—Lo harás de maravilla, como siempre.

—Así es. Lo haré.

Qhuinn comenzó a subir las escaleras. Iba diciéndose que al menos la conversación no había sido tensa. No había pensado en cosas pornográficas entre su primo y Blay, ni se había imaginado a sí mismo golpeando a ese desgraciado hasta llenarle de sangre toda la ropa.

Estaba progresando. Bravo.

Al llegar al segundo piso, Qhuinn vio que las puertas del estudio estaban abiertas de par en par y se detuvo un momento antes de entrar para echar un vistazo a la concurrencia. Puta mierda…, todo el mundo se encontraba allí. Y no solo los hermanos y los guerreros, sino también sus shellans… y todo el personal de servicio.

Había casi cuarenta personas en la estancia, apretujadas como sardinas en lata alrededor de aquellos ridículos muebles.

Seguramente tenía sentido. Después del ataque que acababan de sufrir, el rey estaba de nuevo tras su escritorio, sentado en el trono, recién escapado de la muerte. Y Qhuinn supuso que eso requería una celebración.

Antes de entrar en el estudio, trató de tomarse el trago que llevaba en la mano, pero el mero olor del jerez le provocó náuseas. Así que arrojó el licor en una maceta del pasillo, dejó la copa sobre una mesa y entró.

Tan pronto como lo vieron cruzar la puerta, todos se callaron. Como si la estancia tuviera un mando a distancia y alguien le hubiese quitado el sonido completamente.

Qhuinn se quedó quieto. Primero bajó la mirada hacia su cuerpo para comprobar que no estuviera mostrando algo que no debiera y luego miró hacia atrás para ver si tal vez alguien importante estaba subiendo las escaleras detrás de él.

Como no había nada de eso, miró a su alrededor, estupefacto. ¿Qué coño pasaba?

En medio de aquella impresionante quietud, Wrath se apoyó en el brazo de su reina y dejó escapar un gruñido mientras se ponía en pie. Tenía vendado el cuello y se le veía un poco pálido, pero estaba vivo…, y tenía una expresión tan intensa que Qhuinn se sintió un poco intimidado. Cosa asombrosa, sin duda.

El rey se puso sobre el corazón la mano que llevaba el diamante negro de la raza y lenta, cautelosamente, se inclinó con la ayuda de su shellan.

Estaba recibiendo con una reverencia a Qhuinn.

Este se preguntó qué diablos estaría haciendo el vampiro más importante del planeta y entonces alguien comenzó a aplaudir lentamente.

Otros se fueron uniendo a la ovación gradualmente, hasta que todo el mundo, Phury y Cormia, Z, Bella y la pequeña Nalla, y Fritz y su gente…, y Vishous y Payne y sus compañeros, y Butch, Marissa, Rehv y Ehlena… Todos lo estaban aplaudiendo con lágrimas en los ojos.

El recién llegado se quedó sin aliento.

Qhuinn solo acertaba a mirar a uno y otro lado.

Hasta que su mirada se posó en Blaylock.

El pelirrojo estaba a mano derecha aplaudiendo como el resto del grupo y sus ojos azules brillaban de emoción.

Sin duda entendía lo que significaba aquello para un pobre chico con un defecto congénito, cuya familia nunca lo había aceptado por la vergüenza y la desgracia social que sus ojos de distinto color representaban.

Era consciente, cómo no, de lo difícil que resultaba para Qhuinn recibir una muestra de gratitud.

Blay sabría, por supuesto, que en ese momento Qhuinn se estaba muriendo por salir de allí. Aunque, para qué negarlo, también estaba más que conmovido por un homenaje que no creía merecer.

Qhuinn se quedó mirando a su viejo y querido amigo.

Y, como siempre, Blay fue el ancla que lo mantuvo a flote en medio del temporal.

‡ ‡ ‡

Mientras avanzaba por entre el mhis en su motocicleta, a Xhex le costaba trabajo creer que estuviera dirigiéndose a la mansión por orden del rey. El propio Wrath le había cursado aquella «invitación» y, a pesar de que ella era de natural iconoclasta, no iba a desobedecer una orden directa del rey.

Joder, sentía náuseas.

Cuando recibió el mensaje de voz, supuso que John estaba muerto, que lo habían destrozado en el campo de batalla. Sin embargo, un rápido mensaje del propio John la tranquilizó de inmediato. Un mensaje breve y dulce: «¿Podrías venir al anochecer?».

Pero su macho no le dijo nada más, y se quedó esperando que John le anticipara algo.

Sin embargo, no le adelantó nada.

Xhex tenía ganas de vomitar porque suponía que probablemente John había decidido poner fin a su relación de manera oficial y por eso la convocaban. El equivalente vampiro del divorcio casi no existía, salvo en casos excepcionales, pero las Leyes Antiguas ofrecían una posibilidad legal de acabar con una unión. Y, naturalmente, para la gente del nivel social de John, es decir, para un hijo de sangre de un hermano de la Daga Negra, el rey era el único que podía conceder esa dispensa.

Tenía que ser el final, no podía tratarse de otra cosa.

Mierda, de verdad estaba a punto de vomitar.

Al llegar frente a la mansión, Xhex no dejó la Ducati al final de la fila de coches, camionetas y furgonetas. No. Aparcó al pie de las escaleras. Si se trataba de un decreto real de divorcio, estaba dispuesta a ayudar a John a poner fin a su sufrimiento y por eso iba a salir pitando y…

En fin, llamaría a Trez para decirle que no podía ir a trabajar y luego se encerraría en su cabaña, a llorar como una chiquilla. Durante una semana o dos…

Era tan estúpido… Todo el problema surgido entre ellos era tan condenadamente idiota… Pero ella no podía cambiar a John y él no podía cambiarla a ella, así que, ¿qué diablos les quedaba? Hacía meses que entre ellos no había más que distancia y silencio. Y la cosa empeoraba; el agujero negro se volvía cada vez más profundo y oscuro…

Al subir los escalones hasta las inmensas puertas de la mansión, Xhex sentía que le faltaba el aire, que la sangre se le iba de la cabeza, que las piernas le flaqueaban. Pero siguió avanzando, porque eso era lo que hacían los guerreros. Superaban el dolor y se concentraban en su objetivo.

Pero no se trataba de matar a un enemigo. John y ella estaban matando algo que había sido tan precioso y raro que sentía vergüenza por no haber sido capaz de hallar la manera de conservarlo en un mundo tan frío y tan duro.

Al llegar al portal, Xhex no se acercó enseguida a la cámara de seguridad. A pesar de no haber sido nunca una hembra vanidosa, se pasó las yemas de los dedos por debajo de los ojos y una mano por el pelo. Luego se arregló la chaqueta de cuero, echó los hombros hacia atrás y se dijo: «Aguanta».

Había afrontado cosas peores.

Pero sabía que solo a base de orgullo podría mantener el control durante los siguientes diez o quince minutos.

Tenía el resto de la vida para perder la compostura en privado.

Así que lanzó una maldición, oprimió el botón y esperó, mientras se obligaba a mirar hacia la cámara. Durante la espera se volvió a arreglar la chaqueta. Se limpió las botas. Comprobó que las armas estaban bien colgadas.

Y jugueteó con el pelo.

Pero no abrían.

Bueno, ¿qué diablos sucedía?

Xhex volvió a oprimir el botón. Los doggen de la mansión eran los más eficientes del mundo. Solo tenías que tocar el timbre una vez para que te atendieran.

Al tercer intento, Xhex se preguntó cuántas veces más tendría que rogar que…

De repente se abrió la puerta interna del vestíbulo. Fritz parecía muy mortificado.

—¡Milady! Lo siento mucho…

Un gran bullicio acalló el resto de las palabras del mayordomo. Xhex frunció el ceño al mirar hacia el interior. Por encima de la cabeza blanca del doggen, en lo alto de las escaleras, había un gran grupo de gente que se dispersaba, como si acabara de terminar una fiesta.

Tal vez alguien le había propuesto matrimonio a alguien.

Pues buena suerte, pensó Xhex. Y miró, interrogante, al mayordomo.

—¿Acaba de hacerse un gran anuncio?

—Más bien un reconocimiento. —El mayordomo cerró la puerta con todo su peso—. Pero dejaré que los demás se lo cuenten.

Siempre tan discreto este mayordomo.

—Estoy aquí para ver a…

—La Hermandad. Sí, lo sé.

Xhex frunció el ceño.

—Pensé que iba a hablar con Wrath.

—Bueno, claro, también con el rey. Por favor, acompáñeme al estudio del rey.

Al atravesar el suelo de mosaico y comenzar a subir, Xhex saludó con un gesto de la cabeza a todos los que iban bajando: las shellans, el personal que conocía, gente con la que había vivido apenas unas semanas pero que, en ese corto espacio de tiempo, se había convertido en una especie de familia para ella.

Los iba a echar de menos casi tanto como a John.

—Madame —dijo de pronto el mayordomo—, ¿está usted bien?

Xhex se obligó a sonreír y supuso que probablemente había dejado escapar una maldición

—Sí, sí, estoy perfectamente.

Cuando llegó al estudio de Wrath, se respiraba un clima de aprobación tan intenso que prácticamente tuvo que abrirse paso entre tanto optimismo para entrar en la estancia. Los hermanos estaban hinchados de orgullo. Excepto Qhuinn, que se encontraba rojo como un tomate.

John, sin embargo, parecía reservado y no la miró en absoluto. Mantuvo la mirada fija en el suelo.

Desde el escritorio, Wrath se fijó en ella.

—Y ahora, hablemos de negocios —anunció el rey.

Cuando las puertas se cerraron detrás de ella, Xhex no tenía ni puta idea de lo que ocurría. John seguía negándose a mirarla…, y, mierda, el rey tenía una herida en el cuello, a menos que se hubiese puesto de moda llevar un trapo en el gaznate.

Todo el mundo guardó silencio, todos se sentaron y se pusieron serios.

Joder, ¿tenían que hacerlo delante de toda la Hermandad?

Pero, claro, ¿qué otra cosa se podía esperar? La mentalidad de clan de estos machos era tan intensa que, desde luego, todos querrían estar presentes cuando las cosas llegaran a su fin oficial.

Xhex se afirmó en el suelo.

—Terminemos con esto. ¿Dónde firmo?

Wrath frunció el ceño.

—¿Cómo dices?

—¿Dónde están los papeles que tengo que firmar?

El rey miró de reojo a John y volvió a observar a Xhex.

—Esto no se puede reducir a un documento escrito. Nunca.

Xhex miró a su alrededor y luego se volvió a concentrar en John, para estudiar su patrón emocional. Estaba… nervioso. Triste. Pero lo animaba una determinación tan poderosa que se quedó momentáneamente asombrada.

Finalmente se dirigió a Wrath.

—¿Qué diablos sucede aquí?

La voz del rey sonó clara y distinta.

—Tengo una tarea para ti, si estás interesada. Algo que sé de buena fuente que puedes ejecutar con gran habilidad. Suponiendo que estés dispuesta a ayudarnos.

Xhex miró a John con asombro.

Él era el responsable de esto, se dijo. Fuera lo que fuera lo que estaba ocurriendo, él era quien lo había puesto en movimiento. Así que se encaró con él sin tapujos.

—¿Qué has hecho?

Por fin la miró a los ojos y habló por señas:

—Nuestras capacidades tienen un límite. Te necesitamos para esto.

Al mirar a Rehv, Xhex se quedó impresionada por la solemnidad de su expresión, pero eso fue lo único que logró entender. No había ninguna expresión de censura ni señal alguna de «prohibido para hembras». Lo mismo se podía decir del resto de los machos que se encontraban en el estudio. Lo único que se percibía era una tranquila aceptación de su presencia… y sus cualidades.

Volvió a mirar al rey.

—¿Qué es exactamente lo que queréis de mí?

Mientras el macho hablaba, Xhex siguió mirando a John. De fondo oía cosas como «Pandilla de Bastardos», «intento de asesinato», «su escondite», «un rifle»…

Con cada nueva frase, Xhex se sorprendía más y más.

Muy bien, no se trataba de que les cocinara unos pasteles ni nada por el estilo. Tenía que localizar la guarida del enemigo, infiltrarse en su refugio y apoderarse del arma de largo alcance que pudiese haber sido utilizada para tratar de matar a Wrath la noche anterior.

Eso le proporcionaría a la Hermandad, si todo salía como se esperaba, la prueba que necesitaba para condenar a Xcor y sus soldados a muerte.

Xhex se puso las manos en las caderas, por no frotárselas de felicidad. Eso era perfecto para ella, una propuesta maravillosa, con una recompensa añadida: podría vengarse de alguien que le había jodido la vida.

—Esperamos tu respuesta —dijo Wrath.

Xhex clavó los ojos en John, deseosa de que volviera a mirarla. Al ver que no levantaba la vista, volvió a examinar su patrón emocional: estaba aterrorizado, pero decidido.

John quería que ella lo hiciera. Pero ¿por qué? ¿Qué diablos había cambiado?

—Sí, es algo que me interesa —dijo al fin.

Al oír los gruñidos de aprobación de los otros machos, el rey cerró el puño y golpeó el escritorio.

—¡Bien! Bien hecho. Solo hay una condición.

Una condición. Acabáramos.

—Trabajo mejor sola y no quiero una niñera de cuatrocientos kilos siguiéndome a todas partes.

—No. Irás sola, a sabiendas de que cuentas con todos nuestros recursos, en caso de que los necesites, o los quieras. La condición es que no puedes matar a Xcor.

—No hay problema. Solo lo traeré vivo para que lo interroguen.

—No. No puedes tocarlo. Nadie puede tocarlo hasta que analicemos la bala. Y luego, si encontramos lo que creo que encontraremos, Tohr es el elegido para matarlo. Por proclamación oficial.

Xhex miró de reojo al hermano. Por Dios, parecía totalmente distinto, como si se tratara de un pariente más joven y saludable del tío que ella había conocido después de la muerte de Wellsie. En fin, que a la vista de la nueva apariencia de Tohr, Xcor ya tenía su nombre grabado en una lápida.

—¿Qué sucede si tengo que defenderme?

—Tienes permiso de hacer lo que tengas que hacer para garantizar tu seguridad. De hecho, en ese caso… —El rey desvió la mirada en dirección a John— te animo a usar en tu defensa todas las armas de que dispongas. —Es decir: usa tu instinto symphath, amiguita—. Pero —agregó Wrath—, deja las cosas tan intactas como sea posible, sobre todo en lo que se refiere a Xcor.

—Eso no tiene por qué ser complicado. No tengo que tocarlo a él ni a los demás. Puedo concentrarme en el rifle.

—Bien. —Al ver que el rey sonreía y enseñaba sus colmillos, los otros comenzaron a hablar todos al tiempo—. Perfecto…

—Un momento, todavía no he dicho que acepto —dijo Xhex, y miró a John, como si los demás hubiesen desaparecido por arte de magia—. Todavía no lo he dicho…