47

Pasó un largo rato antes de que Tohr y Otoño salieran de los confines de la piscina. Joder, nunca podría volver a pisar ese lugar sin pensar que era su hogar primigenio.

Mientras le abría la puerta que salía al pasillo, Tohr respiró hondo. Otoño…, el nombre perfecto para una hembra totalmente adorable.

Caminando hombro con hombro, Tohr iba dejando huellas húmedas en el suelo, pues aún tenía mojada la bota. Ella, por otra parte, no dejaba ningún rastro, pues su manto estaba seco.

Era la última vez que llevaba ese maldito manto.

Mierda, el pelo tenía un aspecto increíblemente hermoso así, libre y suelto alrededor de los hombros. Quizá también podría convencerla de que debía olvidarse de la trenza.

Cuando salieron al túnel, Tohr la rodeó con los brazos y la apretó contra su cuerpo. Era sencillo abarcarla de esa manera. Era más menuda que… En fin, Wellsie era mucho más alta. La cabeza de Otoño le llegaba a los músculos pectorales, tenía los hombros menos anchos y caminaba con más dificultad, mientras que los movimientos de su compañera muerta eran fluidos, armoniosos.

Pero, aun así, hacían una pareja perfecta, incluso físicamente. Era distinto, sí, pero innegablemente encajaban como un guante en la mano adecuada.

Llegados a la puerta que llevaba a la mansión, Tohr la dejó subir primero las escaleras. Luego pasó por delante de ella, insertó la contraseña en el intercomunicador, abrió la puerta que salía al vestíbulo y le cedió de nuevo el paso.

Tras ella, Tohr preguntó:

—¿Tienes hambre?

—Estoy que me desmayo.

—Entonces sube, que ahora te llevaré algo.

—Yo misma puedo conseguir algo en la cocina.

—No, ni lo pienses. Quiero hacerlo yo. —Tohr la llevó hasta el pie de la escalera—. Sube y métete en la cama. Enseguida llevaré algo de comer.

Ella vaciló.

—En realidad no es necesario.

Tohr negó con la cabeza, pensando en todo el ejercicio que habían hecho en la piscina.

—Es muy necesario. Y tú me vas a complacer dejándome hacerlo, quitándote ese manto y metiéndote desnuda entre las sábanas.

Al principio la sonrisa fue tímida…, pero luego brilló como el sol.

La hembra dio media vuelta y le dio la espalda.

Mientras observaba el movimiento de sus caderas al subir la escalera, Tohr se volvió a excitar. Se agarró de la barandilla y tuvo que clavar la mirada en la alfombra para no perder la compostura…

De pronto sonó una maldición que le hizo volver la cabeza.

Era un poco grosero, pero el ángel había llegado en buen momento…

Tohr cruzó el suelo de mosaico que representaba un manzano en flor y se asomó a la sala de billar. Lassiter se encontraba en el sofá, con la mirada fija en el televisor de pantalla plana que había sobre la chimenea.

Aunque Tohr estaba medio desnudo y bastante mojado, se acercó y se interpuso entre el ángel y la pantalla.

—Escucha, yo…

—¡A la mierda! —Lassiter comenzó a bracear—. ¡Quítate de ahí!

—¿Ha funcionado?

Una ristra de nuevas groserías interrumpió al vampiro. El ángel se inclinó hacia un lado, tratando de ver la pantalla.

—Dame un minuto, joder.

Pero Tohr estaba impaciente.

—¿Ella por fin está libre? Me basta con una palabra, sí o no.

—¡Ajá, lo sabía! —Lassiter señaló la pantalla—. ¡Maldito desgraciado! ¡Yo sabía que tú eras el padre!

Tohr luchó contra el deseo de golpear a aquel hijo de puta. El futuro de su Wellsie estaba en juego y ese imbécil se preocupaba por las pruebas de paternidad de Maury? ¿Por una mierda de telenovela? Lo miró con ira mal disimulada.

—¿Te gusta joderme?

—No, estoy hablando muy en serio. Ese sinvergüenza tiene tres hijos con tres hermanas. ¿Qué clase de hombre es?

Tohr decidió golpearse en la cabeza, por no aporrear al ángel.

—Lassiter, vamos, hermano…

—Mira, todavía estoy aquí, ¿no? —Al fin bajó el volumen de la televisión—. Mientras permanezca aquí, todavía habrá trabajo que hacer.

Tohr se desplomó sobre una silla. Se agarró la cabeza entre las manos y se mordió los labios.

—No lo entiendo. El destino quiere sangre, sudor y lágrimas. Pues bien, me he alimentado de ella, hemos sudado, vaya si lo hemos hecho… Y Dios sabe que ya he derramado suficientes lágrimas.

—Esas lágrimas no cuentan —dijo el ángel.

—¿Cómo es posible?

—Así son las cosas, hermano.

Genial. Fantástico.

—¿Cuánto tiempo me queda para liberar a mi Wellsie?

—Tus sueños son la respuesta a eso. Entretanto, te sugiero que vayas a dar de comer a tu hembra. Supongo que tu aspecto es prueba de que le hiciste sudar bastante.

La frase «ella no es mi hembra» estuvo a punto de salir por su boca, pero la retuvo con la esperanza de que el hecho de no pronunciarla pudiera ayudar en algo.

El ángel sacudió la cabeza, como si estuviera al corriente tanto del sentimiento que se había abstenido de expresar como del futuro que todavía desconocían.

—Maldición —murmuró Tohr, mientras se ponía de pie y se dirigía a la cocina—. Que me parta un rayo.

‡ ‡ ‡

A unos cincuenta kilómetros de allí, en la granja de la Pandilla de Bastardos, unos resuellos llenaban el aire rancio del sótano. Eran jadeos entrecortados, angustiosos.

Throe, con la mirada fija en el candelabro, Throe se sentía mal por su jefe.

Xcor había tenido un tremendo combate cuerpo a cuerpo hacia el final del ataque a la casa de Assail. Se negaba a decir con quién se había enfrentado, pero tenía que haber sido con un hermano. Y, naturalmente, no había recibido ninguna atención médica desde entonces… Ellos tampoco tenían mucha que ofrecerle, en realidad.

Throe soltó una maldición y cruzó los brazos sobre el pecho, mientras trataba de recordar cuándo había sido la última vez que Xcor se había alimentado con sangre directamente tomada de una vena. Querida Virgen Escribana. ¿Había sido en aquella ocasión, en primavera, con las tres prostitutas?

Ni siquiera aquel día se alimentó, si sus sospechas eran ciertas. No era de extrañar que no se estuviera recuperando…, y no lo haría hasta que no estuviera mejor alimentado…

Los resuellos se convirtieron en un ataque de tos, y luego volvieron, cada vez más dolorosos.

Xcor se iba a morir.

Esa conclusión se había ido imponiendo con implacable vigor desde el momento en que cambió el patrón de la respiración, unas horas antes. Para sobrevivir, Xcor necesitaba dos cosas: acceso a un centro médico con equipo y personal similar al que tenía la Hermandad y la sangre de una vampira.

No había manera de conseguirle lo primero y lo segundo había resultado un verdadero desafío durante los últimos meses. La población vampira de Caldwell iba aumentando lentamente, pero desde los ataques, las hembras se habían vuelto todavía más escasas. Throe todavía no había encontrado a ninguna que estuviera dispuesta a servirlos a ellos, a pesar de que podía pagar generosamente sus servicios.

Además, visto el estado de Xcor, tal vez ni siquiera eso sería suficiente. Lo que necesitaban era un milagro.

De repente cruzó por su mente la imagen de aquella espectacular Elegida de la que se había alimentado cuando estuvo en los cuarteles de la Hermandad. Su sangre sería un salvavidas para Xcor en este momento. Literalmente. Solo que, obviamente, era casi imposible obtenerla. Para empezar, ¿cómo podría llegar allí? Y aunque pudiera establecer contacto con ella, sin duda sabría que él era el enemigo…

¿O no? Aquella criatura se había dirigido a él como «honorable soldado»; quizá la Hermandad le había ocultado su identidad para no herir su delicada sensibilidad.

Dejaron de oírse quejidos y resuellos. Nada.

—¡Xcor! —Throe se incorporó de un salto—. ¡Xcor!

El herido se reanimó con otro ataque de tos y luego volvió a oírse la respiración dolorosa y entrecortada.

Seguramente había tenido una parada cardiaca, de la que había salido. ¿Superaría la siguiente?

Querida Virgen Escribana, Throe no entendía cómo los demás podían dormir a pesar de todo aquello. Pero, claro, llevaban tanto tiempo manteniéndose solamente con sangre humana que el sueño era la única manera que tenían de recargar baterías. Sin embargo, las glándulas suprarrenales de Throe habían anulado esa orden desde aproximadamente las dos de la tarde, cuando había comenzado a velar a Xcor.

Al sacar su móvil para mirar la hora, Throe hizo un esfuerzo para concentrarse en los números que mostraba la pantalla.

Desde aquel incidente que había tenido lugar entre ellos en el verano, Xcor era un macho diferente. Seguía siendo autocrático, exigente y tan calculador que uno no dejaba de asombrarse; pero su conducta había cambiado cuando se trataba de sus soldados. Estaba más conectado con todos ellos, más abierto a una mejor relación. Antes, al parecer, no era consciente de que debía tratarlos de esta forma.

Sería una pena perderlo en este momento.

Throe finalmente logró descifrar la hora: cinco y treinta y ocho. Era probable que el sol ya estuviese por debajo de la línea del horizonte. En todo caso, el atardecer ya se habría apoderado del horizonte. Sería mejor esperar a que la oscuridad se impusiera por completo, pero no tenía tiempo que perder. Aunque no estaba seguro de lo que hacía, se sentía acuciado por la prisa.

Se levantó del camastro por completo y atravesó el sótano para sacudir la montaña de mantas debajo de la cual se encontraba Zypher.

—Lárgate —murmuró el soldado durmiente—. Todavía me quedan treinta minutos…

Throe le habló en susurros.

—Tienes que sacar de aquí a los demás.

—¿Sí?

—Pero tú tienes que quedarte.

—No jodas.

—Voy a tratar de traer una hembra que alimente a Xcor.

Eso logró captar por fin la atención del soldado. Zypher levantó la cabeza.

—¿Qué me dices?

Throe se acercó a los pies del camastro para poder mirarlo a los ojos.

—Asegúrate de que Xcor se quede aquí. Y tienes que estar preparado para llevarlo a donde yo te diga.

—Pero ¿qué estás tramando?

Sin responder, Throe dio media vuelta y comenzó a ponerse su ropa de cuero. Lo hacía con manos temblorosas, debido a la angustia que le causaba el peligroso estado de Xcor… Y también a la esperanza. Si tenía éxito, pronto volvería a estar en compañía de aquella hembra inolvidable.

Echó un vistazo a su ropa de combate… y vaciló. Querida Virgen Escribana, cómo le gustaría poder ponerse otra ropa. Un precioso traje de paño de lana con un pañuelo en el cuello. Zapatos de verdad, con cordones. Ropa interior.

Zypher le miraba con suspicacia.

—¿Adónde vas?

—Eso no importa. Lo importante es lo que encuentre.

—Pero al menos irás armado.

Throe volvió a vacilar. Si por alguna razón esto fallaba, era probable que necesitara armamento, sí. Pero no quería asustar a la hembra, suponiendo que realmente lograra llegar a ella y convencerla de que lo acompañara. Era tan delicada…

Llevaría unas cuantas armas escondidas, decidió finalmente. Una pistola o dos. Algunos cuchillos. Nada que ella pudiera ver.

—Bien, menos mal. —Zypher se sintió aliviado al ver que Throe comenzaba a revisar sus armas.

Pocos minutos después, Throe subió desde el sótano y salió de la casa por la puerta de la cocina…

Pero enseguida soltó un grito, levantó los brazos y se vio obligado a regresar al interior oscuro de la casa. Con los ojos doloridos y llenos de lágrimas, soltó una maldición y corrió al lavabo, donde abrió el grifo del agua fría y se mojó la cara.

Pareció pasar una eternidad hasta que su teléfono móvil le indicó que por fin era posible salir con toda seguridad, sin un solo rayo de sol. Aun así, esta vez abrió la puerta con mucha más prudencia.

Por fin, el alivio de la noche.

Salió y se llenó los pulmones del aire frío y húmedo del otoño. Cerró los ojos, todavía doloridos, se concentró y dispersó sus moléculas lejos de la casa, hacia el noreste, hasta que volvió a tomar forma en una pradera en cuyo centro se levantaba un gran arce de hojas anaranjadas.

De pie frente al gran tronco, debajo del toldo de hojas polícromas, Throe estudió el paisaje con los sentidos aguzados. Este bucólico rincón se encontraba muy lejos del campo de batalla del centro de la ciudad y tampoco estaba cerca de ningún centro de los hermanos o de la Sociedad Restrictiva. Eso era lo que percibía, al menos.

Para estar seguro de su percepción, sin embargo, esperó un momento, procurando permanecer tan inmóvil como el árbol que se alzaba detrás. Pero estaba mucho menos sereno que el arce. Tenso, se encontraba en guardia, para enfrentarse a cualquier cosa o cualquier ser que lo atacara.

Pero nadie se acercó. Nada ocurrió.

Al cabo de media hora, se relajó un poco y se sentó en el suelo con las piernas cruzadas y las manos entrelazadas.

Era muy consciente del peligro que corría al embarcarse en esa aventura. Pero en algunas batallas, a veces tienes que improvisar la táctica, aunque corras el riesgo de que te estalle en la cara. Era muy peligroso, pero si había algo en lo que podías confiar con respecto a la Hermandad era en su anticuada manera de proteger a sus hembras.

Prueba de ello era la paliza que había recibido.

Por tanto, contaba con que, si lograba llegar a la Elegida, ella desconocería su verdadera identidad.

Se sentía culpable por la difícil situación en que pensaba ponerla, y procuraba no pensar en ello.

Antes de cerrar los ojos, Throe volvió a inspeccionar el terreno. Había un grupo de venados al fondo de la pradera, junto a un bosque. Sus delicados cascos pisaban las hojas caídas, mientras deambulaban por la hierba meciendo la cabeza. Un búho ululó a mano derecha. A lo lejos, frente a él, por una carretera que no alcanzaba a ver, los faros de un coche pasaron de largo, probablemente hacia una granja.

No había ningún restrictor.

Ni hermanos.

No había nadie, aparte de él.

Throe bajó los párpados. Se imaginó a la Elegida y recreó aquellos momentos en que la sangre de ella entraba en sus venas. La vio con gran claridad y evocó con intenso placer el sabor y el olor de la hembra, de la esencia misma de su ser.

Luego rezó como nunca lo había hecho, ni siquiera cuando llevaba una vida civilizada. Oró con tanta intensidad que sus cejas se juntaron y su corazón comenzó a latir violentamente. Casi no podía respirar. Elevó las plegarias con tal desesperación que se preguntó si todo eso era realmente para salvar a Xcor… o simplemente para poder verla otra vez.

Rezando perdió el hilo de sus pensamientos y lo único que sentía era una presión en el pecho, una tremenda necesidad que esperaba que fuera lo suficientemente fuerte como para que se decidiera a responderle, si es que ella recibía la señal.

Throe siguió así todo el tiempo que pudo, hasta que se sintió entumecido, frío y tan exhausto que su cabeza colgaba del cuello, abatida por el cansancio.

Continuó hasta que el persistente silencio que lo rodeaba le indicó que debía aceptar su fracaso.

Cuando finalmente volvió a abrir los ojos, vio que la luz de la luna se había metido por debajo del toldo de hojas que lo resguardaba.

Pero de pronto se puso en pie y lanzó un grito que resonó por toda la pradera.

La fuente de aquella luz no era la luna.

Su Elegida estaba de pie frente a él, con una túnica blanca que parecía resplandecer.

Tenía las manos tendidas hacia delante, como si quisiera tranquilizarlo.

—Siento haberte asustado.

—¡No! No, no. Está bien, muy bien… Yo… ¡Estás aquí!

—¿No me llamaste? —Parecía confundida—. No estaba segura de qué era lo que me estaba llamando. Yo… simplemente sentí la necesidad urgente de venir aquí. Y aquí te he encontrado a ti.

—No sabía si funcionaría mi llamada.

—Pues ya lo ves, ha funcionado.

Ay, querida Virgen Escribana que estás en los cielos, qué preciosa criatura, con el pelo recogido sobre la cabeza y aquella figura tan elegante y sinuosa, y ese olor a… ambrosía.

La Elegida frunció el ceño y bajó la mirada hacia su cuerpo.

—¿Acaso no voy vestida de la manera apropiada?

—¿Cómo?

—Me miras de una forma extraña.

—Tienes razón. Por favor, perdóname. Mis modales están oxidados. Es que me resultas tan adorable que mis ojos no pueden creer lo que ven.

Esas palabras hicieron que la Elegida se encogiera ligeramente. Como si no estuviera acostumbrada a los cumplidos.

Quizá la había ofendido.

—Lo siento. —Throe sintió ganas de maldecir. Iba a tener que recuperar su antiguo vocabulario de perfecto caballero, y desde luego dejar de comportarse como un adolescente salido—. No es mi intención faltarte al respeto.

La hembra volvió a sonreír, pero no de cualquier manera, sino con un asombroso despliegue de felicidad.

—Te creo, soldado. Solo estoy sorprendida.

¿Le sorprendía que la encontrara atractiva? Por Dios santo…

Recordando su pasado como distinguido miembro de la glymera, Throe le hizo una reverencia.

—Me honras con tu presencia, Elegida.

—¿Qué te trae aquí?

—Quería… Bueno, quiero solicitarte un favor de gran importancia.

—¿Un favor? ¿De verdad?

Throe hizo una pausa. Era tan cándida y confiada, parecía tan feliz de que recurrieran a ella que el sentimiento de culpa de Throe se multiplicó por diez. Pero se trataba de la única posibilidad de salvación que Xcor tenía y estaban en guerra…

Mientras forcejeaba con su conciencia, se le ocurrió que había una manera de compensarla, una promesa que podía hacer a cambio de aquel favor, si es que ella decidía concedérselo.

—Te voy a pedir que… —Throe se aclaró la voz—. Tengo un camarada que está gravemente herido. Se va a morir si no…

—Debo acudir a verlo. Ahora mismo. Muéstrame dónde está y te prometo que lo ayudaré.

Throe cerró los ojos. No podía respirar y sintió que se le aguaban los ojos. Con voz ronca, habló como pudo.

—Eres un ángel. Tú no eres de esta tierra, toda esa compasión y gentileza son de otro mundo.

—No desperdicies tus amables palabras. ¿Dónde está tu camarada guerrero?

Throe sacó el móvil y le envió un mensaje a Zypher. La respuesta que recibió fue inmediata. Anunciaba que llegarían enseguida. El soldado ya debía de tener a Xcor dentro del vehículo, listo para arrancar. De otra manera no era posible que tardasen tan poco como anunciaba.

Zypher era un macho muy valiente y honorable.

Throe se guardó el móvil y volvió a centrarse en la Elegida.

—Ya viene. Tenemos que transportarlo en un vehículo, pues no se encuentra bien.

—¿Y luego vamos a llevarlo al centro de entrenamiento?

No. Claro que no. Eso nunca.

—Tu sangre será suficiente para él. Está debilitado porque se ha alimentado muy mal y eso es todavía más grave que sus heridas.

—¿Entonces vamos a esperarlo aquí?

—Así es. Esperaremos aquí. —Hubo una larga pausa y ella comenzó a moverse con nerviosismo, como si se sintiera incómoda—. Perdóname, Elegida, si sigo mirándote fijamente.

—Ah, no tienes que disculparte. Solo me siento rara al recibir tanta atención de parte de una persona.

Ahora fue él quien se encogió. Sin duda, los hermanos trataban a cualquier macho que se encontraba en su presencia tal como lo habían tratado a él.

—Bueno, discúlpame, por favor —murmuró con amabilidad—. Realmente no puedo quitarte los ojos de encima.