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Tohr se quedó inmóvil, encima de N’adie, con la verga erecta todavía dentro de ella, dispuesta a nuevas aventuras, fuese cual fuese la voluntad de su dueño.

Estaba intentando poner los pies en el suelo, calibrar lo sucedido, preparándose para soportar la abrumadora desolación que lo asaltaría por haber estado con otra hembra.

Se preparó para lo peor: la desesperación, la rabia, la frustración.

Sin embargo, no hubo nada de eso, sino la impresión de que lo que acababa de suceder era un comienzo, no un final.

Clavó los ojos en la cara de N’adie. Constató una vez más que no se parecía nada a su añorada hembra. No, no la reemplazaba. Le gustaba por sí misma. El vampiro, al verla, al desearla de nuevo, se dio cuenta de que eso no le causaba problemas de conciencia. Quería a su shellan y también a esta.

¿Era, por eso, una especie de monstruo?

Retiró suavemente un mechón de pelo rubio de la cara de N’adie.

—¿Seguro que estás bien?

—¿Y tú estás bien?

—Sí. Creo que lo estoy… Me refiero a que estoy bien… Joder, perfectamente. Supongo que estaba preparado para cualquier cosa menos esto. No sé si entiendes lo que quiero decir.

La sonrisa que surgió en la cara de N’adie fue radiante como la luz del sol y le otorgó una belleza tan resplandeciente que Tohr se quedó sin aliento.

La de la hembra era una sonrisa tan amable, tan generosa, tan especial…

Con cualquier otra hembra no podría haber vuelto a la vida… sexual. Solo con esta era posible.

El macho, extasiado, habló en susurros.

—¿Lo hacemos otra vez?

Las mejillas de N’adie se encendieron todavía más.

—Por favor…

El pene de Tohr creció aún más dentro de ella, abrigado, acariciado por aquel sexo húmedo y ardiente.

Pero Tohr no quería que ella se apoyase otra vez en aquel banco duro e inhóspito.

La abrazó y la apretó contra su pecho, levantándola, siempre manteniendo el miembro en su interior. Cuando quedaron completamente erguidos, Tohr inclinó la cabeza y volvió a besarla, mientras sujetaba sus nalgas y se preparaba para comenzar a moverse rítmicamente. Empezó a subir y bajar el cuerpo de N’adie sobre el eje de su miembro, al tiempo que le besaba el cuello y las clavículas.

Esta vez la penetraba desde un ángulo diferente, más profundo. Aún más excitante para los dos.

Ella era increíble. Lo envolvió apasionadamente con los brazos. Tohr sintió el impulso de devorarla, de probar otra vez su sangre.

Copularon cada vez con más fuerza, cada vez más rápido.

El manto se movía bruscamente y el ruido se hizo tan molesto que finalmente ella se lo arrancó de los hombros y lo dejó caer al suelo de baldosas. Cuando los brazos de N’adie volvieron a su posición alrededor del cuello de Tohr, lo apretó con más fuerza.

Tohr también la estrechaba cada vez más, a medida que se acercaba gradualmente al punto final. Creía volverse loco por aquellos increíbles gemidos, por la intensificación de su maravilloso olor femenino, la salvaje belleza de aquel pelo…

¡El pelo!

En plena cópula, el vampiro redujo un poco el ritmo de sus movimientos y quitó la banda de la trenza de N’adie, que se deshizo.

Si era hermosa antes, ahora no había palabras para describirla.

Dos minutos después, su cuerpo se hundió en el vertiginoso abismo del placer total.

Gritaba, maldecía, gozaba, se creía al borde de una muerte gloriosa.

Montado sobre la gigantesca ola del placer, Tohr la apretó y hundió la cara en aquella melena rubia al fin libre, disfrutando del delicado olor del champú que usaba. Un aroma que lo excitó todavía más, hasta que el orgasmo se transformó en una convulsión imparable, telúrica, que sacudió su cuerpo, alteró su equilibrio y lo dejó temporalmente ciego.

Y fue igual para ella, que gritó y gritó el nombre del macho, al que, enloquecida, arañó, mordisqueó, besó, lamió…

Fue increíble. Absolutamente increíble. Tohr trató de disfrutar cada milésima de segundo de aquel encuentro irrepetible. Cuando finalmente se quedó quieto, la cabeza de N’adie cayó sobre su hombro. El cuerpo femenino, felizmente desmadejado, tenía ahora una belleza suprema, subrayada por la soltura de aquella maravillosa cabellera.

La mano de Tohr fue subiendo por la espalda de N’adie hasta llegar a la base de la nuca, donde se quedó sosteniéndola.

De pie, acoplados aún, ambos trataban de recuperar el aliento.

Sin darse cuenta de lo que hacía, Tohr comenzó a moverse de un lado para otro, con ella en brazos. La hembra no pesaba casi nada… Se diría que el macho quería que se quedaran así… para siempre.

Pasó un rato antes de que ella susurrara unas palabras.

—Ya debes de estar cansando.

—En absoluto.

—Eres muy fuerte.

Esas tres palabras dispararon su autoestima. Si volvía a decirle algo así, sería capaz de levantar un autobús. Incluso con un avión aparcado en el techo.

—Debería bañarte —dijo él de repente.

—¿Por qué?

¡Por qué iba a ser! Para hacerle más cosas, todo tipo de cosas.

Por encima del hombro, Tohr miró la piscina y pensó que, ciertamente, estaban en el mejor lugar del mundo.

—¿Nos damos un chapuzón?

N’adie levantó la cabeza.

—Podría quedarme así…

—¿Para siempre?

—Sí. —Sus ojos brillaban en medio de aquella luz azulada—. Para siempre.

Mientras la miraba con pasión, Tohr pensó… que no solo era una hembra viva, sino la vida misma. Tenía las mejillas rojas, los labios eróticamente hinchados por los besos, el pelo suelto y un poco enredado. Era vital, ardiente…

Tohr comenzó a reírse.

No sabía por qué; lo que ocurría era maravilloso, no cómico, y sin embargo reía a carcajadas como un lunático.

Mal que bien, intentó disculparse.

—Lo siento, ja, ja, ja… No sé qué…, ja, ja, ja… No sé qué me pasa, Dios…

—No me importa. —Ella seguía radiante y enseñaba los delicados colmillos, los perfectos dientes—. Tu risa es la música más hermosa que he oído en mi vida.

Movido por un impulso misterioso, Tohr lanzó un grito y comenzó a avanzar hacia la piscina, dando primero un paso largo y luego otro, y otro. De un poderoso salto, los dos volaron hacia el agua quieta y tentadora.

Se sumergieron juntos. Era como si unos brazos invisibles los envolvieron cálidamente. No sintieron el frescor del agua ni el impacto del chapuzón. Solamente se sentían el uno al otro.

Mientras hundía la cabeza en el agua, Tohr encontró la boca de N’adie y se apropió de ella. La besó al tiempo que plantaba los pies en el fondo y se impulsaba hacia arriba para que los dos pudieran tomar aire…

Y el pene reanudó su trabajo.

Y la vagina colaboró.

En la piscina follaron por tercera vez en pocos minutos.

‡ ‡ ‡

Unas horas después, N’adie se encontraba desnuda, empapada y tumbada al borde de la piscina, sobre una cama de toallas que Tohrment le había preparado.

Estaba arrodillado junto a ella, con la ropa mojada pegada a los muslos, el pelo brillante y una mirada intensa con la que contemplaba su cuerpo desnudo.

Entonces N’adie experimentó una súbita inseguridad.

Se sentó y se cubrió como pudo la desnudez con las manos.

Tohrment las atrapó y se las bajó suavemente.

—Estás tapándome la vista.

—¿Te gusta de verdad?

—Ah, qué pregunta. —Tohr se inclinó y la besó apasionadamente, deslizando su lengua dentro de su boca, mientras volvía a recostarla—. ¿Me preguntas si me gustas?

Cuando él se retiró un poco, N’adie le sonrió.

—Me haces sentir…

—¿Cómo? —Tohr bajó la cabeza y le acarició el cuello con los labios, luego la clavícula…, los pezones—. ¿Hermosa?

—Sí.

—Lo eres. —Tohr le besó un pezón y se lo metió en la boca—. Creo que eres hermosa. Y que deberías tirar ese maldito manto para siempre.

—¿Y entonces qué me pondría?

—Te conseguiré ropa. Toda la ropa que quieras. O podrías andar desnuda.

—¿Delante de los demás? —El gruñido celoso que soltó el macho fue para ella el mejor cumplido—. ¿Es lo que propones?

—No.

—Entonces andaré desnuda por tu habitación.

—Bueno, eso sí.

Tohr bajó ahora los labios hacia un lado, besándole los costados, acariciándolos con los colmillos. Y siguió hacia el vientre. Solo cuando notó que llegaba a las caderas y lamía y besaba ya muy cerca de la vulva, N’adie se dio cuenta de que todo aquello tenía un propósito.

—Abre las piernas —le dijo Tohr con voz profunda—. Déjame ver la parte más hermosa de ti. Déjame besarte donde quisiera estar siempre.

N’adie, tan inexperta, no comprendía lo que Tohr se proponía, pero se sentía incapaz de negarle nada cuando empleaba ese tono. Perezosamente abrió los muslos… y supo el instante en que él vio su sexo por su increíble gruñido de satisfacción.

Tohrment se acomodó entre sus piernas y se estiró, poniendo una mano a cada lado de ella, abriéndola un poco más. Enseguida sus labios estuvieron sobre el sexo de la hembra, tibios, suaves y húmedos. Por supuesto, se desencadenó otro orgasmo y Tohr lo aprovechó para penetrarla con la lengua, para chupar aquella intimidad anhelada, adaptándose a su ritmo, llevándola todavía más lejos.

Ella hundió las manos en el pelo del macho, mientras movía las caderas con creciente frenesí.

Y pensar que le había asustado el sexo…

N’adie ignoraba que aún hubiera tantas cosas por descubrir.

Tohrment la exploraba con un cuidado casi doloroso, tomándose su tiempo para llevarla poco a poco a la cima del placer.

Cuando por fin levantó la boca, tenía los labios pegajosos y enrojecidos. Se pasó la lengua por ellos, lujurioso, mientras la miraba con unos ojos entornados por el deseo.

Luego se levantó, la agarró de las caderas y la levantó.

Tenía el pene increíblemente grueso y largo, pero la hembra ya sabía que, por mucho que creciese, encajaría perfectamente dentro de ella.

Y volvieron a copular.

Esta vez N’adie puso más atención a la cara de Tohr que a lo que sentía: se irguió y comenzó a moverse de aquella poderosa manera que ya había aprendido.

Tohr sonreía con una extraña expresión. Era una sonrisa erótica.

—¿Te gusta mirarme?

—Sí, Dios, sí…

Llegó otra ola de placer que anegó sus pensamientos, su voz, su cuerpo… y su alma, dejándolo todo en blanco.

Seguían follando.

N’adie veía ahora una expresión de esfuerzo en la cara de Tohrment. Tensión en la mandíbula y los ojos, agitación en el pecho. Aún no había llegado a la cima.

El macho habló entre dientes.

—¿Quieres mirar?

—Ay, sí…

Sacó el miembro del sexo de N’adie. Estaba brillante e hinchado, al igual que sus labios.

Se lo agarró con una mano, mientras sostenía su peso con la otra y se estiraba sobre el cuerpo relajado de N’adie. Se movió un poco para que ella pudiera ver con claridad cómo se frotaba el miembro hacia arriba y hacia abajo…

Tohr comenzó a respirar cada vez con más esfuerzo.

Cuando llegó el momento, soltó un grito que resonó en los oídos de N’adie. Echó la cabeza hacia atrás, enseñó los colmillos, gimió, rugió. Y, con impulsos rítmicos, brotaron de él chorros que cayeron sobre el sexo y la parte baja del vientre de N’adie, haciendo que se arqueara de excitación, como si ella también hubiese alcanzado el clímax.

Cuando finalmente se relajó, ella extendió los brazos.

—Ven aquí.

Tohr no vaciló en obedecer y acercó su pecho al de ella. Luego la miró a los ojos.

—¿No tienes frío? Tienes el pelo mojado.

—No me importa. —Se abrazó más a él—. Estoy… perfecta.

Entonces, un rugido de aprobación brotó de la garganta de Tohr.

—Eso es lo que tú eres…, Rosalhynda.

Al oír su antiguo nombre, la hembra se sobresaltó, removiéndose, pero él no la soltó.

—No puedo seguir llamándote N’adie. Después de todo esto, es imposible.

—No me gusta ese nombre.

—Entonces usaré otro.

Al mirarlo a la cara, se dio cuenta de que Tohr no iba a ceder en este punto. No volvería a llamarla N’adie, el nombre que se puso cuando esa palabra designaba lo que pensaba de sí misma.

Dios, tenía razón. De repente, N’adie dejó de sentir que no era nadie.

—Necesitas un nombre.

—No soy capaz de buscar otro nombre —contestó ella, con tono doloroso.

Tohr miró hacia el techo y le acarició el pelo. Pensaba. Al cabo de un rato habló.

—El otoño es mi estación favorita. No es que me esté volviendo melancólico ni nada por el estilo…, pero me gusta el paisaje cuando las hojas adquieren un tono rojizo. Y están especialmente hermosas a la luz de la luna, cuando el rojo toma tonos plateados…, es una transformación increíble. El verde de la primavera y el verano solo me parece una pequeña parte de la identidad natural de los árboles. El suave y extraordinario cambio de color mientras las noches se van haciendo más frías es un milagro. Es como si las hojas tratasen de compensar con fuego la pérdida de calor de la Tierra. Me gusta el otoño. —Tohr la miró a los ojos—. Tú eres así. Eres hermosa y tienes una llama, un fuego interior…, y ya es hora de que ese fuego se haga visible. Así que te propongo llamarte… Otoño. —Hubo un silencio. N’adie notó humedad en los ojos—. ¿Qué sucede? —Tohr estaba alarmado—. Mierda, ¿no te gusta? Puedo elegir otro nombre. ¿Lihllith? ¿Qué tal Suhannah?

Ella le acarició la cara.

—Me encanta. Es perfecto. De ahora en adelante me identificaré con el nombre que me has dado y la estación del año en que las hojas arden: Otoño.

La hembra se incorporó y lo besó en los labios.

—Gracias, gracias…

Al ver que él asentía con solemnidad, lo envolvió entre sus brazos y lo apretó con fuerza. Ser bautizada de nuevo era como entrar en un nuevo mundo, como si hubiese vuelto a nacer.