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Mientras Tohr caminaba hacia N’adie, John volvió a su sitio sobre el suelo de linóleo, junto a la puerta de la habitación de Qhuinn.

En cierto sentido, no quería ver cómo Tohr caminaba hacia aquella otra hembra. Le parecía mal, era como si se estuviese violando alguna de las leyes del universo. Demonios, si hacía la comparación con su propia vida, la idea de que alguna vez existiera para él otra hembra distinta de Xhex era para John como un anatema: aunque vivía en constante agonía sin ella, todavía la amaba tanto que se había vuelto poco menos que asexual.

Pero, claro, Xhex todavía estaba viva.

Y tampoco se podía decir que aquella nueva relación hubiese sido perjudicial para Tohr. Todo lo contrario, había recuperado la salud, el vigor que tenía cuando John lo conoció, aquel cuerpo inmenso, sólido y fuerte. Y ya no hacía cosas descabelladas como meterse en trampas mortales o saltar de un puente, como hacía algunos meses.

Qhuinn había tomado el relevo.

Cojonudo.

Además, resultaba difícil no estimar a N’adie: ella era todo lo contrario de una tigresa: tranquila, nada pretenciosa. Tampoco era fea, por lo que podía atisbar.

Había tantas candidatas mucho peores allí fuera. Cazadoras de fortunas. Hembras arrogantes y estiradas de la glymera. Perras voluptuosas y de senos grandes.

Mientras dejaba caer la cabeza contra la pared de cemento, el guerrero mudo cerró los ojos y oyó el rumor de sus voces. Pocos minutos después, las voces cesaron y John supuso que se habían marchado, probablemente a la cama…

Muy bien, prefería no pensar más en eso.

Cuando se quedó solo, John se puso a escuchar la suave respiración de Blay, a ver cómo se reacomodaba periódicamente.

Tampoco quería pensar en Xhex.

Era curioso, pues ese momento de espera y preocupación le recordaba los viejos tiempos…, cuando él y Blay protegían a Qhuinn.

Joder, era una suerte que Qhuinn hubiese regresado con vida…

Su memoria rescataba imágenes de aquella mansión sobre el río. Vio de nuevo cómo Wrath caía al suelo, y a V apuntando su arma contra la cabeza de Assail… Luego recordó a Tohr convirtiéndose en un escudo humano sobre el cuerpo del rey. Después Qhuinn y él comenzaron a inspeccionar la casa… y discutieron junto a la puerta corredera de cristal… John no estaba de acuerdo en que su mejor amigo saliera de la casa solo y sin que hubieran llegado los refuerzos.

«Tienes que dejarme salir ahí fuera y hacer lo que pueda para asegurar el área», dijo el maldito insensato.

Qhuinn lo había mirado con ojos decididos y libres de miedo, porque estaba seguro de sus fuerzas y sabía que podría dificultar las cosas a sus enemigos, aunque resultara muy peligroso; él sabía que, aunque existía la posibilidad de que no regresara vivo, era lo suficientemente fuerte para cumplir su misión.

Y John lo dejó salir. Aunque el corazón se le salía del pecho, y sentía un alarido en la cabeza, y su cuerpo estaba listo a cortarle el paso.

Porque los que estaban allí fuera no era meros reclutas nuevos de la Sociedad Restrictiva, sino la Pandilla de Bastardos, unos tíos muy bien entrenados, con mucha experiencia y completamente salvajes. Y Qhuinn era su mejor amigo, un macho que le importaba mucho en este mundo, alguien cuya pérdida lo conmocionaría para siempre…

Mierda.

John se restregó enérgicamente la cara con las palmas de las manos.

Pero por mucho que se debatiera, nada podía frenar la revelación que estaba apareciendo en su cabeza, tan desagradable como innegable.

John vio a Xhex en aquella reunión con la Hermandad, hacía unos meses, durante la primavera. Aquella en la que Xhex se ofreció a encontrar el escondite de Xcor: «Yo me puedo encargar de eso, sobre todo si los sorprendo durante el día».

Ella lo tenía completamente claro y estaba decidida, muy segura de sus fuerzas y sus posibilidades. Les dijo que necesitaban su colaboración.

A ella su determinación no le sirvió de nada.

¿Qué pasó cuando el que estaba en esa tesitura era su mejor amigo? A John no le gustó, pero se hizo a un lado y dejó que el macho hiciera lo posible para conseguir un beneficio mayor, aunque eso implicara un riesgo mortal. ¿Qué habría sucedido si algo le hubiese ocurrido a Qhuinn, si hubiese muerto? John se habría sentido devastado…, pero ese era el código de los soldados, la regla sagrada de la Hermandad.

El código de los machos.

Perder a Xhex sería mucho peor, claro, porque él era un macho enamorado. Pero la realidad era que al tratar de salvarla de un destino violento, la había perdido por completo: ya no quedaba nada entre ellos, ni pasión, ni conversación, ni calor…, y cada vez tenían menos contacto. Y todo eso se debía a que él había dejado que se impusiera su instinto protector.

Todo era culpa suya.

Se había apareado con una guerrera y luego se había asustado, cuando el riesgo de que la hiriesen había pasado de lo hipotético a lo real. Xhex tenía razón: ella no lo quería ver muerto ni en manos del enemigo y, sin embargo, lo dejaba salir a luchar cada noche.

Dejaba que él hiciera lo posible para ayudar.

Su hembra no permitía que sus emociones impidiesen que él hiciera su trabajo. ¿Qué habría ocurrido si Xhex lo hubiese intentado? Muy sencillo: él le habría explicado con mucha paciencia y amor que había nacido para pelear y que se cuidaba mucho y que…

Maldito hipócrita.

Además, ¿cómo se habría sentido él si alguien considerara que la mudez representaba una limitación para su trabajo como guerrero? ¿Cómo habría reaccionado si le hubiesen dicho que, a pesar de sus demás cualidades y habilidades, a pesar de su talento natural y su instinto, no podía salir al campo de batalla debido a que no podía hablar?

Ser del sexo femenino no representaba una discapacidad en ningún sentido. Pero él la había tratado como si fuera así, ¿o no? Había decidido que como Xhex no era un macho, no podía salir a pelear, a pesar de todas sus cualidades y virtudes guerreras.

Como si los senos convirtieran el combate en un asunto más peligroso.

John volvió a restregarse la cara y la cabeza comenzó a palpitarle. Su instinto de macho enamorado le estaba arruinando la vida. Mejor dicho, ya le había arruinado la vida. Porque no creía que pudiese recuperarla ya, hiciera lo que hiciera.

Sin embargo…, había una cosa…

De pronto pensó en Tohr y en aquella promesa.

Y supo lo que tenía que hacer.

‡ ‡ ‡

Al ver que Tohrment caminaba hacia ella, N’adie se quedó sin aliento. El deseado y enorme cuerpo se mecía de un lado a otro al ritmo de sus pasos, con aquellos ojos penetrantes clavados en ella, como si quisiera devorarla.

Tohrment estaba listo para aparearse, pensó N’adie.

Querida Virgen Escribana, venía a por ella.

«Quiero follar contigo».

N’adie se llevó la mano al cinturón con el que se cerraba el manto y se sorprendió al darse cuenta de que estaba lista para abrirse el manto en ese mismo instante. Pero no allí, les dijo N’adie a sus dedos. Mejor en otra parte…

Por su mente no pasó ningún recuerdo de aquel symphath, no le asustaba la posibilidad de sentir dolor, no contemplaba la idea de que quizá pudiera arrepentirse. N’adie solo sentía una inmensa paz en medio del deseo latente de todo su cuerpo. La hacía feliz el reconocimiento de que deseaba a ese macho; ese apareamiento era algo que había esperado, incluso sin saberlo, desde hacía… quién sabe cuánto tiempo.

Los dos estaban listos.

Tohrment se detuvo frente a ella. Su pecho subía y bajaba, agitado, mientras abría y cerraba los puños.

—Te voy a dar la oportunidad de alejarte de mí. Puedes hacerlo ahora mismo. Sal del centro de entrenamiento y yo me quedaré aquí.

Tohrment hablaba con voz cautelosa, en un tono tan bajo y profundo que sus palabras apenas eran audibles.

Las de la hembra, por contra, resonaron con claridad meridiana.

—No me alejaré de ti.

—¿Entiendes lo que estoy diciendo? Si no te marchas… En un instante voy a estar dentro de ti.

N’adie levantó la barbilla, en ese gesto tan suyo.

—Quiero tenerte dentro de mí.

Del cuerpo del guerrero brotó un rugido de aquellos que en otro tiempo la habrían aterrorizado. Pero ahora el cuerpo de N’adie respondió con una maravillosa relajación de los músculos, preparándose para aceptarlo.

No había nada más que decir. Tohrment la levantó en brazos de repente y se encaminó hacia la piscina a grandes zancadas. No la penetraría por primera vez en una cama.

Mientras él caminaba a gran velocidad hacia un tálamo tan insólito como es una piscina, N’adie lo miraba a la cara. Tenía el ceño fruncido y la boca entreabierta, en la que asomaban los colmillos. La ansiedad teñía las mejillas del vampiro. Tohr deseaba lo que estaba a punto de ocurrir. Más que nada en el mundo, eso estaba claro.

Y también era evidente que ya no había marcha atrás.

Porque también ella anhelaba hacer el amor. En ese momento, en aquellas circunstancias, el macho la estaba haciendo sentirse como nunca se había sentido.

Pero N’adie, feliz y todo, tampoco quería llamarse a engaño. Aspiraba a disfrutar del momento, y poco más. Sabía que Tohrment todavía estaba enamorado de su compañera fallecida. Si a pesar de ello quería que hicieran el amor, eso era suficiente. A esas alturas probablemente fuera lo máximo que podía plantearse en la vida. Al fin y al cabo, tal y como se lo había dicho al propio Tohrment, era mucho más de lo que alguna vez habría podido imaginar.

La puerta acristalada de la entrada a la piscina se abrió como por arte de magia, sin duda acatando una orden mental de Tohr. Luego se cerró tras ellos, y N’adie oyó cómo se corría el cerrojo. Con ella siempre en brazos, Tohr cruzó velozmente la antecámara y doblaron al fondo, para entrar a la piscina propiamente dicha, donde el aire húmedo, sensual y cálido hizo que el cuerpo de la hembra se aprestase aún con mayor deseo y relajación a lo que se avecinaba.

Como si de una escenografía se tratara, gracias a otra orden mental del vampiro, las luces del techo bajaron la intensidad y el reflejo entre verde y azulado de la piscina proyectó una luz especial, casi marinera, sobre todo el entorno.

—No habrá marcha atrás. —Tohrment la miraba, como diciéndole que estaba ante su última oportunidad de salir de allí.

—Quiero ir hacia delante, no hacia atrás.

El macho gruñó de nuevo y la depositó, boca arriba, sobre uno de los bancos de madera.

Y Tohr cumplió su palabra. No esperó ni vaciló; se inclinó sobre ella y las bocas se fundieron en un beso torrencial. Los pechos, las piernas, los vientres entraron en contacto.

Y saltaron chispas.

N’adie lo abrazó con fuerza, mientras los labios masculinos se movían sobre los de ella y la lengua de Tohr entraba en su boca. Fue un beso tan ardiente que ella no se dio cuenta de que le estaba soltando el cinturón del manto.

Las manos del excitado vampiro se aferraron a su cuerpo. A través de la camisola de lino, notó que las palmas del macho ardían. Le acariciaron los pechos y siguieron hacia abajo.

Al tiempo que abría sus piernas un poco más de lo que ya las tenía desde el principio, la hembra se subió la camisola y obtuvo lo que deseaba: las manos de Tohr invadieron su sexo, acariciándolo, llevándola hasta el borde del éxtasis, pero sin desatarlo aún.

—Me enloquece besarte —gruñó Tohr contra la boca de N’adie—. Pero no puedo esperar más.

Antes de que ella pudiera responder, Tohr se separó un poco y se abrió con urgencia la bragueta de los pantalones de cuero.

Algo caliente y poderoso comenzó a hacer una presión incontenible sobre ella, sobre su zona púbica.

N’adie arqueó la espalda y gritó el nombre de Tohr. Y fue entonces cuando la penetró. Mientras los gemidos de ella resonaban en las paredes y el alto techo, el cuerpo del macho tomaba posesión de ella, abriéndose paso con firmeza y a la vez con la suavidad de la seda.

Tohrment dejó caer la cabeza al lado de la de ella mientras se fundían, convirtiéndose en un solo cuerpo. Luego él dejó de moverse, lo cual era bueno, pues la sensación de ensanchamiento y presión que le causaba el miembro de Tohr lindaba con lo doloroso, aunque ella no la habría cambiado por nada en el mundo.

Pero no era más que una tregua. El cuerpo de Tohr comenzó a moverse de nuevo, primero lentamente y luego con más velocidad. Sus caderas arremetían contra las de ella y sus manos le apretaban las piernas.

Una inmensa ola de pasión los arrastró. N’adie sintió que cada sensación se magnificaba hasta el infinito y su mente ya no pudo centrarse en nada. Estalló en mil gloriosos, placenteros pedazos… La llevaba a la cima por primera vez en su vida. Y sin hacerle daño.

A medida que el ritmo aumentaba, N’adie se apretaba cada vez más contra él. Ya no estaba en el umbral del dolor, sino que parecía volar, a pesar de que estaba casi aplastada por el inmenso cuerpo de Tohr. El corazón le estalló y al instante se recompuso en el momento en que llegó el orgasmo.

Nunca había sentido nada igual. Jamás pensó que existiera un placer como el que estaba disfrutando.

La hembra gritaba, lloraba, le besaba. Fieramente húmeda, parecía una maravillosa demente. Y él, a su vez, se despeñó por el abismo de su propio orgasmo. Embistió con ferocidad delicada, o con refinada bestialidad, como se prefiera.

Era un maestro en el arte de dar placer sin hacer daño.

Todo aquello pareció durar una eternidad, pero tal como sucede con cualquier vuelo, después de un rato de libre viaje por los cielos, ambos regresaron a tierra.

Y la conciencia también fue regresando gradualmente, y con ella la inquietud.

Tohr todavía estaba medio vestido, al igual que ella, que tenía el manto enrollado sobre los hombros y los brazos.

Qué curioso, pensó N’adie. Habían compartido muchas cosas enormemente íntimas hacía solo unos minutos y esa misma proximidad parecía haberlos llevado ahora a un extraño distanciamiento.

Se preguntó cómo se sentía Tohr…

Tohrment levantó la cabeza y se quedó mirándola. Su cara no manifestaba nada en particular. Ni dicha, ni pena, ni culpa.

Solo se quedó mirándola.

Y al fin abrió la boca.

—¿Estás bien?

Como parecía haberse quedado sin voz, N’adie asintió con la cabeza, aunque no estaba segura de cómo se sentía. Físicamente se encontraba bien. Mejor que bien. De hecho, seguía disfrutando de la presencia que había invadido su más preciada intimidad. Pero no podría estar segura de lo que sentía hasta que supiera cómo estaba él.

La última hembra con la que Tohrment había estado era su shellan… Y seguramente él estaba pensando en eso en medio del tenso silencio que empezaba a oprimirla.