44
Al fondo del pasillo, Tohr permanecía sentado en una silla ubicada frente a la cama en la que yacía Wrath. Probablemente ya era hora de irse.
Hacía rato que lo era.
Por Dios, hasta la reina se había quedado dormida, en la cama, junto a su compañero.
Tohr se alegró de que a Beth no le hubiera molestado que él se quedase. En realidad, hacía años que habían llegado a una especie de acuerdo. Hay que ver lo que un maratón de Godzilla era capaz de hacer por una amistad.
En la esquina, sobre una enorme cama Orvis redonda de color beis, George se estiró y levantó la vista hacia su amo. Al no obtener respuesta, volvió a bajar la cabeza y suspiró.
—Se va a recuperar, tranquilo —le dijo Tohr.
El perro levantó las orejas y meneó la cola un par de veces.
—Te lo prometo.
Siguiendo el ejemplo del can, el vampiro se reacomodó y se frotó los ojos. Joder, estaba exhausto. Lo único que quería era acostarse cuan largo era, igual que George, y dormir todo el día.
El problema era que, aunque ya había pasado lo peor, todavía sentía una descarga de adrenalina cada vez que pensaba en aquella bala. Unos milímetros más a la derecha y habría perforado la yugular y apagado para siempre la luz de Wrath. De hecho, según Manny y la doctora Jane, el sitio donde se alojó la bala fue, por pura casualidad, el único lugar «seguro», siempre y cuando Wrath estuviera con alguien que pudiera hacerle una traqueotomía en una furgoneta en marcha, armado únicamente con un trozo de tubo de plástico y una daga negra.
¡Por Dios santo, qué noche!
Y daba gracias a la Virgen Escribana por haberle enviado aquel ángel. ¿Qué habría pasado si Lassiter no hubiese aparecido y se hubiese ofrecido a conducir? Tohr se estremeció…
—¿Esperando a Godot?
Tohr miró enseguida hacia la cama. El rey tenía los ojos entreabiertos y su boca esbozaba una especie de sonrisa.
La emoción invadió enseguida a Tohr, inundando sus neurotransmisores y privándolo de voz.
Y Wrath pareció entender lo que le ocurría. Así que, como no podía levantar el brazo, abrió la mano que tenía libre y le hizo señas de que se acercara.
Tohr se incorporó. Sintió que las piernas le temblaban y se aproximó a la cama. Tan pronto entró en el campo de visión de Wrath, se arrodilló junto a su rey y agarró aquella palma inmensa, le dio la vuelta y besó el gran diamante negro que brillaba en el dedo de Wrath.
Luego, como un vil afeminado, apoyó su cabeza sobre el anillo y los nudillos del hermano.
Esta noche podría haber terminado todo. Si Wrath no hubiera sobrevivido, todo habría cambiado.
Mientras el rey apretaba su mano en señal de respuesta, Tohr pensó en la muerte de Wellsie y sintió un pánico terrible. El hecho de que todavía pudiera perder a más seres queridos era una tremenda revelación, que hizo que sus entrañas empezaran a retorcerse, en un torbellino imparable.
Sintió vértigo.
Uno podría pensar que, después de la muerte de su shellan, Tohr ya estaba curado de espanto, vacunado contra nuevos sufrimientos.
Pero nada de eso: el pozo podía ser todavía más profundo.
—Gracias —susurró Wrath con voz ronca—. Gracias por salvarme la vida.
Tohr levantó la cabeza y la sacudió.
—No fui yo solo.
—Pero tú tuviste mucho que ver. Te debo una, hermano mío.
—Tú habrías hecho lo mismo.
Entonces Wrath adoptó el tono autocrático que le resultaba tan natural.
—He dicho que te debo una.
—Entonces invítame a una cerveza una noche de estas y quedamos en paz.
—¿Estás diciendo que mi vida solo vale una cerveza, unos dólares?
—Estás subestimando lo mucho que me gusta una buena cerveza… —En ese momento, la cabeza grande y rubia del perro apareció por debajo de su axila. Tohr bajó la vista y dijo—: ¿Lo ves? Te dije que se recuperaría.
Wrath se rio y a continuación hizo una mueca de dolor.
—Hola, chico…
Tohr se apartó para que perro y amo pudieran saludarse… y luego terminó alzando los cuarenta kilos del animal para ponerlo junto al rey, sobre la cama.
Wrath estaba radiante, con su shellan, que estaba dormida, junto a él, y su perro, que estaba dispuesto a servirle de enfermero.
—Me alegra que esa fuera la última reunión prevista —dijo Tohr de repente.
—Sí, espero que…
—No puedo permitir que vuelvas a hacer una mierda como esta. Tú sabes que no puedo hacerlo, ¿verdad? —Tohr clavó la mirada en los brazos del rey y recorrió los tatuajes rituales que daban fe de su linaje—. Tienes que estar vivo al final de cada noche, milord. Las reglas son diferentes para ti.
—Mira, no es la primera vez que me disparan…
—Pero eso no volverá a suceder. Al menos bajo mi vigilancia.
—¿Y qué se supone que significa eso? ¿Acaso me vas a encadenar al sótano?
—Si es necesario, lo haré.
Wrath frunció el ceño y subió el tono de voz.
—Eres capaz de portarte como un verdadero desgraciado, ¿sabes?
—No es una cuestión de personalidad. Y es obvio, claro, de lo contrario no estarías a punto de orinarte en los pantalones.
—No estoy asustado. —El rey volvía a sonreír—. Y, además, estoy desnudo de cintura para abajo.
—Gracias por la aclaración.
—¿Sabes una cosa, idiota? No puedes darme órdenes.
Wrath tenía razón; uno no le decía lo que tenía que hacer al líder de la raza. Pero cuando Tohr lo miró a los ojos, no le estaba hablando al rey de todos ellos sino a su hermano.
—Hasta que neutralicemos a Xcor no vamos a correr más riesgos contigo…
—Si hay una reunión del Consejo, pienso ir. Y punto.
—No la habrá, a menos que queramos que haya una. Y por ahora nadie te necesita en ningún lugar fuera de aquí.
—¡Maldita sea! Yo soy el rey… —Al ver que Beth se revolvía en sueños, Wrath bajó el tono de voz—. ¿Podemos hablar de esto después?
—No hay necesidad. El tema ya está decidido y cada uno de los hermanos me respalda en mi posición.
Tohr no desvió la mirada mientras Wrath lo fulminaba con los ojos; a pesar de estar ciegas, aquellas pupilas eran lo suficientemente penetrantes como para abrirle un agujero en el cráneo.
—Wrath —dijo Tohr con voz ronca—, mira lo que tienes al lado. ¿Acaso quieres dejarla sola? ¿Acaso quieres que Beth tenga que llorarte? A la mierda con todos nosotros… Piensa, ¿qué pasa con Beth?
Era un golpe bajo jugar la carta de la shellan, pero en la guerra se podía recurrir a cualquier arma…
Wrath lanzó una maldición y cerró los ojos.
Y Tohr supo que había ganado la partida porque el rey volvió la cara, la hundió en el pelo de Beth y respiró profundamente, como si estuviera sintiendo el olor de su amada.
Tohr quiso rematar la faena.
—¿Estamos de acuerdo?
—Vete a la mierda —murmuró el rey con la boca contra el pelo de su amada.
—Perfecto, me alegro de que eso haya quedado claro.
Pasado un momento, Wrath volvió a mirarlo.
—¿Me sacaron la bala del cuello?
—Sí. Lo único que necesitamos es el rifle del que salió. —Tohr acarició la cabeza de George—. Sin duda fue la Pandilla de Bastardos… Xcor es el único que se atrevería a intentar algo así.
—Tenemos que averiguar dónde viven.
—Son cautelosos. Astutos. Se va a necesitar un milagro.
—Entonces empieza a rezar, hermano. Empieza a rezar.
Tohr repasó mentalmente el ataque una vez más. La temeridad del asalto fue increíble, desde luego, e indicaba que Xcor era capaz de cualquier cosa.
—Voy a matarlo —dijo en voz baja.
—¿A Xcor? —Al ver que Tohr asentía, Wrath movió la cabeza—. Creo que vas a tener que ponerte a la cola para cumplir esa tarea, suponiendo que podamos amarrarlo al campo de tiro. Lo bueno es que, como cabeza de la Pandilla de Bastardos, puede ser acusado por los actos de sus guerreros, así que si uno de ellos fue quien disparó ese rifle, podremos atraparlo también a él.
Al pensar en eso, Tohr sintió una insoportable tensión, que parecía concentrarse en el estómago.
—Dijiste que me debías una… Pues bien, eso es lo que quiero. Deseo ser el que mate a Xcor, yo y nadie más.
—Pero Tohr… —Al intuir que su hermano se quedaba mirándolo, Wrath se encogió de hombros—. No te lo puedo entregar hasta que tengamos pruebas.
—Pero puedes estipular que si es el responsable sea mío.
—Está bien. Es todo tuyo…, siempre y cuando tengamos pruebas.
Tohr pensó en sus hermanos, allá fuera, en el pasillo.
—Pero tienes que hacer una declaración formal.
—Joder, si digo que…
—Tú sabes cómo son los demás. Si cualquiera de ellos se cruza en el camino de ese desgraciado, lo despellejará como a una uva. En este momento ese macho tiene más blancos en su trasero que un campo de tiro. Además, una proclamación formal no te llevará mucho tiempo.
Wrath cerró los párpados durante un momento.
—Está bien, está bien…, deja de discutir y ve a buscar un testigo.
Tohr asomó la cabeza por la puerta y, por suerte, la primera persona que vio fue… John Matthew.
El chico estaba al otro lado del pasillo, sentado en el suelo junto a la sala de reanimación y al lado de Blaylock, que parecía muy preocupado. John tenía las manos sobre la cabeza, como si estuviera oyendo un ruido insoportable; pero por fortuna levantó la mirada en ese momento y dijo por señas:
—¿Wrath sigue recuperándose?
—Sí. —Tohr vio cómo Blay murmuraba una plegaria de gratitud—. Se pondrá bien.
—¿Estás buscando a alguien?
—Necesito un testigo…
—Yo lo seré.
Tohr levantó las cejas.
—Perfecto, gracias.
Cuando John se puso de pie se oyó un crujido, como si su espalda fuese parte de un mecano. Al verlo cojear, Tohr se dio cuenta de que el chico estaba herido.
—¿La doctora Jane te ha visto esa herida?
John se agachó y se levantó una pernera de los pantalones de cirugía que llevaba puestos. Tenía la pantorrilla vendada.
—¿Bala o cuchillo? —preguntó Tohr.
—Bala. Ya me la sacaron.
—Qué bien. ¿Y tú cómo estás, Blay?
—Solo tengo un corte superficial en el brazo.
¿Eso era todo?, se dijo Tohr, incrédulo. Porque el muchacho parecía un muerto. Pero, en fin, había sido una larga noche y un largo día para todo el mundo.
—Me alegra, hijo. Enseguida volvemos.
—No voy a moverme de aquí.
Cuando John llegó hasta la puerta abierta, Tohr se hizo a un lado para dejarlo pasar y luego lo siguió.
—¿Cómo estás, chico? —Wrath habló a John con tono afectuoso. El muchacho se arrodilló para besarle el anillo.
John hablaba por señas y Tohr traducía:
—Dice que está bien. Dice que… si no es una falta de respeto, tiene que decirte algo que él y Blay quieren que tú sepas.
—Sí, claro. Dime.
—Dice que… él estaba con… Qhuinn en aquella casa… después de que te hirieran, antes de que la Hermandad llegara… Qhuinn salió solo… Ah, Blay habló con Qhuinn hace un rato. Y dice que… Qhuinn le dijo que se enfrentó a… Xcor… para que… Espera, John, ve más despacio. Gracias… Entonces, dice que se enfrentó a Xcor… para que pudieras salir en la furgoneta…
Beth se despertó en ese momento, abrió los ojos y arrugó la frente, como si estuviera siguiendo el hilo de la conversación.
El rey se mordió el labio, con aire pensativo.
—¿Eso es verdad?
—Se enfrentó con… Xcor…, cara a cara… Lo contuvo.
Santo Dios, pensó Tohr. Había oído que el chico había salido solo, pero no el resto de la hazaña.
Wrath silbó bajito.
—Ese es un macho honorable.
—Espera, John, déjame traducir. Cara a cara… para que Xcor, que estaba esperando para atacar la furgoneta, quedara neutralizado… Él, es decir, John, quiere saber si hay alguna clase de reconocimiento oficial que… tú puedas concederle a Qhuinn. Algo para reconocer… su extraordinario… servicio. Y, posdata mía —dijo Tohr, hablando ahora con sus propias palabras—, estoy completamente de acuerdo con John.
Wrath se quedó en silencio un rato.
—A ver si lo entiendo bien. Qhuinn salió después de que los hermanos llegaran, ¿no?
Tohr volvió a traducir:
—John dice que no. Salió completamente solo, sin respaldo alguno, sin protección alguna, antes de que ellos llegaran. Qhuinn dijo que… tenía que hacer lo que pudiera para asegurarse de que tú estuvieras bien.
—Ese imbécil.
—A mí me parece más bien un héroe —dijo Beth de repente.
—Leelan, te has despertado. —Wrath se concentró enseguida en su compañera—. No quería molestarte.
—Créeme, oír tu voz, simplemente escucharte, es como estar en el Cielo. Puedes despertarme cada vez que quieras. —Beth besó a Wrath en la boca—. Bienvenido.
Tanto Tohr como John clavaron la mirada en el suelo mientras el rey y la reina intercambiaban caricias y palabras amorosas.
Luego el monarca volvió a concentrarse en la conversación.
—Qhuinn no debió hacer eso.
—Estoy de acuerdo —murmuró Tohr.
El rey se concentró en John.
—Bien, veamos. Vamos a hacer algo por él. No sé el qué… Esa clase de cosas son épicas. Estúpidas, pero épicas.
—¿Por qué no lo conviertes en hermano? —propuso Beth.
En medio del silencio que siguió, todos quedaron boquiabiertos: Wrath, Tohr y John.
La reina pidió explicaciones.
—¿Qué pasa? ¿Acaso no se lo merece? ¿Es que Qhuinn no está siempre donde se le necesita, a disposición de todo el mundo? Además, el chico perdió a toda su familia. Sí, vive aquí, pero a veces tengo la impresión de que siente que no pertenece a este lugar. ¿Qué mejor manera de darle las gracias y decirle que esta es su casa? Sé que nadie duda de su fuerza en el campo de batalla.
Wrath se aclaró la garganta.
—Bueno, de acuerdo con las Leyes Antiguas…
—Al diablo con las Leyes Antiguas. Tú eres el rey… Puedes hacer lo que te dé la gana.
Otro silencio lleno de sorpresa y tensión, que acalló hasta los ruidos del sistema de calefacción.
Finalmente el rey recurrió a Tohr.
—¿Qué opinas?
Mientras miraba de reojo a John, Tohr pensó en lo mucho que deseaba poder concederle ese honor a lo más cercano a un hijo que tenía. Pero ahora estaban hablando de Qhuinn.
—Creo que… sí, creo que puede ser una buena idea. Qhuinn debe sentir que es uno de los nuestros y los hermanos lo respetan… Mierda, hoy no es el primer día en que ha destacado. Es un guerrero estelar, sí, pero más que eso, se ha calmado mucho en el último año. Así que creo que ahora sería capaz de ejercer su responsabilidad, y eso es algo que no habría dicho en otra época.
—Está bien, lo pensaré, leelan. Maravillosa sugerencia. —El rey miró otra vez a Tohr—. Ahora, con respecto al favor que me has pedido. Acércate, hermano mío, y ponte de rodillas. Tenemos dos testigos, lo cual es todavía mejor.
Tohr obedeció y le agarró la mano. Wrath, entonces, declaró en Lengua Antigua:
—Tohrment, hijo de Hharm, ¿estás preparado para que te encargue, a ti y a nadie más que a ti, la muerte de Xcor, hijo de padre desconocido, muerte que debes efectuar por tu cuenta y nada más que por tu cuenta, en reparación de la afrenta mortal que tuvo lugar contra mí la noche que acaba de pasar, siempre y cuando se pueda probar que dicha afrenta fue producto de una orden directa o indirecta de Xcor?
Tras ponerse sobre el corazón la mano que tenía libre, Tohr respondió con voz igualmente solemne:
—Estoy preparado, milord.
Wrath miró entonces a su compañera:
—Elizabeth, hija de sangre del hermano de la Daga Negra Darius, compañera mía, de tu rey, ¿estás de acuerdo en servir de testigo de mi decisión de designar a este macho para que se encargue de dicha tarea y dar fe ante todos los demás de este momento, y estampar tu firma en un pergamino para conmemorar esta proclamación?
Al oír que ella respondía afirmativamente, Wrath se dirigió a John:
—Tehrror, hijo de sangre del hermano de la Daga Negra Darius, también conocido por el nombre de John Matthew, ¿estás de acuerdo en servir de testigo de mi decisión de designar a este macho para que se encargue de dicha tarea y dar fe ante todos los demás de este momento, y estampar tu firma en un pergamino para conmemorar esta proclamación?
Tohr tradujo las señas de John:
—Sí, milord, acepta.
—Entonces, por el poder que me fue conferido legítimamente por mi padre, en este momento te ordeno, Tohrment, hijo de Hharm, ir a ejecutar el deber real de retribución en representación mía, siempre y cuando esté apoyado por el requisito de la prueba, y regresar en el futuro con el cuerpo de Xcor, hijo de padre desconocido, para presentarlo ante mí como un servicio a tu rey y a tu raza. Tu promesa enaltece tu linaje pasado, presente y futuro.
Una vez más, Tohrment se inclinó ante el anillo que había sido utilizado por varias generaciones del linaje de Wrath.
—En esto, como en todas las cosas, me encuentro a tu servicio, milord, y mi corazón y mi cuerpo solo buscarán obedecer tu soberana autoridad.
Cuando Tohr levantó los ojos, Wrath sonreía.
—Estoy seguro de que me traerás a ese bastardo.
—Puedes estarlo, milord.
—Ahora largaos de aquí. Nosotros tres necesitamos dormir un poco.
Después de intercambiar amables palabras de despedida, Tohr y John salieron al pasillo en silencio. Finalmente Blay se había quedado dormido a la puerta de la sala de reanimación, pero no parecía descansar, pues tenía el ceño bien fruncido, como si siguiera rumiando sus pesares en medio de sus sueños.
Un golpecito en el hombro lo hizo volverse hacia John.
—Gracias —dijo el chico por señas.
—¿Por qué?
—Por apoyar a Qhuinn.
Tohr se encogió de hombros.
—Es justo. Mierda, cuántas veces lo hemos visto lanzarse a la batalla disparando a cuatro manos. Se lo merece… El derecho a entrar en la Hermandad no debería tener nada que ver con el linaje, sino con el mérito.
—¿Crees que Wrath lo va a hacer?
—No lo sé…, es complicado. Hay que ajustar muchas cosas… Hay que modificar las Leyes Antiguas. Estoy seguro de que el rey hará algo por él…
Al fondo del pasillo, N’adie salió por una puerta, como si hubiera captado en la distancia el sonido de la voz de Tohr, y se quedó allí parada, mirándolo con gesto casi suplicante.
En cuanto la vio, Tohr perdió el hilo de la conversación y toda su atención se centró en aquella figura envuelta en un manto. Demonios…, estaba demasiado excitado para acercarse a ella. Después de tanta sangre, tanta cercanía de la muerte, le devoraba el deseo de tener un contacto que afirmara la belleza de la vida…
Dios los ayudara a los dos. Si se le acercaba, iba a poseerla.
Por el rabillo del ojo, Tohr vio que John le estaba diciendo algo por señas.
Tuvo que hacer un esfuerzo supremo para dejar de mirar a la hembra y centrarse en él.
—Ella estaba muy preocupada por ti. Ha estado todo el tiempo esperando aquí con nosotros… Pensó que te habían herido.
—Bien, entendido.
—Ella te ama.
Tohr sintió ganas de que se lo tragara la tierra.
—No, ella solo… Verás, ya sabes que es una persona muy compasiva.
John negó enérgicamente con la cabeza.
—No me había dado cuenta de que las cosas iban tan en serio entre vosotros.
Al recordar lo molesto que parecía John hacía unos días, Tohr trató de quitarle importancia al comentario.
—No, en realidad no es nada serio. De verdad. Yo sé quién es mi amor y a quién pertenezco.
Pero esas palabras sonaban poco sinceras, en sus labios, en sus oídos y en su corazón. Y tampoco convencieron al muchacho.
—Siento lo que pasó el otro día… Ya sabes, siento haberme enfadado. Es solo que… Wellsie es la única madre que tuve y… No sé. La idea de verte con otra me produce ganas de vomitar…, aunque sé que no es justo.
Tohr sacudió la cabeza y bajó la voz.
—Nunca vuelvas a disculparte por preocuparte por nuestra añorada hembra. Y en cuanto a lo del amor, te lo diré de nuevo. A pesar de las apariencias, solo amaré a una y solo una hembra el resto de mi vida. No importa lo que haga, o con quién me acueste, o lo que parezca estar pasando; puedes estar seguro de eso, hijo. ¿Está claro?
Tohr vivía un nuevo tormento, pues decepcionar al chico había sido terrible y era difícil no pensar en que posiblemente lo iba a volver a hacer.
Tohr realmente estaba convencido de sus palabras y eso era, precisamente, lo que mantenía atrapada a Wellsie.
Dios, ¿alguna vez encontraría la forma de salir de ese infierno?
Al sentir de nuevo pánico por lo que le ocurría, clavó sus ojos en la figura ligera e inmóvil de N’adie.
Tras ella apareció de repente Lassiter y se quedó mirando a Tohr con una expresión de decepción tan grande que era evidente que, de alguna manera, acababa de escuchar algo de lo que le había dicho a John.
Tal vez lo había oído todo.