43

Layla no pudo entender al principio lo que veía. Una cara, sí, cuya forma se suponía que tenía que conocer. Pero aquellos rasgos estaban tan distorsionados que nunca hubiera podido identificar al macho, pese a serle tan familiar.

Al acercarse a la cama de la clínica apenas pudo pronunciar una tímida palabra.

—¿Qhuinn?

Lo habían suturado. Se veían pequeñas líneas de hilo negro que serpenteaban por la mejilla de un lado a otro y de arriba abajo. La piel brillaba por efecto de la hinchazón. El pelo estaba plagado de sangre seca y respiraba débilmente.

Al observar las máquinas que estaban detrás de la cama, Layla no oyó ningún pitido ni vio luz alguna, lo cual, pensó, era buena señal.

Sin embargo, se sentiría mejor si Qhuinn le respondiera.

—Qhuinn.

Desde la cama, el guerrero extendió la mano, mostrando una palma enorme.

Layla puso su mano encima y sintió que el herido se la apretaba.

—Así que aquí estás —dijo ella con voz ronca.

Otro apretón.

—Tengo que alimentarte. —La Elegida sentía como propio el dolor que él debía de estar experimentando—. Por favor…, abre la boca. Déjame aliviarte un poco…

Qhuinn obedeció. Abrió la boca y se oyó un leve chirrido, como si las articulaciones de su mandíbula no estuvieran funcionando adecuadamente. Así que Layla se mordió su propia vena y acercó la muñeca a aquellos labios amoratados y entreabiertos.

—Bebe, por favor…

Al principio fue evidente que Qhuinn tenía dificultades para tragar, de modo que ella cerró uno de los agujeros para disminuir el flujo de sangre. Cuando el vampiro pudo beber a más ritmo, ella se volvió a morder.

Layla lo alimentó cuanto el herido permitió. Rezaba para poder transmitir a Qhuinn su fortaleza, para que su sangre se transformara en una fuerza sanadora.

¿Cómo había sucedido aquello? ¿Quién le había hecho tanto daño?

Teniendo en cuenta la cantidad de extremidades vendadas que se podían ver en el pasillo, era evidente que los restrictores habían enviado esa noche un ejército brutal a las calles de Caldwell. Y, ciertamente, Qhuinn debió de enfrentarse al más fuerte y más perverso de todos los miembros de las fuerzas enemigas. Él era así. Decidido, siempre dispuesto a ponerse en primera línea de fuego… Tanto que a ella le preocupaba a veces esa marcada tendencia vengadora que caracterizaba la personalidad de Qhuinn.

La línea que separaba el valor de la temeridad podía ser muy fina. Demasiado.

Cuando Qhuinn terminó de alimentarse, la Elegida cerró los pinchazos, acercó una silla para sentarse junto a él y volvieron a cogerse de la mano.

Era todo un alivio observar la milagrosa curación de las heridas de su cara. A ese ritmo, en un rato no serían más que lesiones superficiales. Y casi invisibles cuando amaneciera.

Los daños internos que hubiese sufrido seguramente sanarían de la misma forma y en no mucho más tiempo.

Qhuinn iba a sobrevivir.

Sentada junto a él, allí en silencio, Layla pensó en ellos dos y en la amistad que había nacido a partir de aquella adoración no correspondida que ella le había profesado inicialmente. Si algo le ocurriera a Qhuinn, lo lloraría como a su hermano de sangre. No había nada que no estuviera dispuesta a hacer por él; además, ella tenía la intensa sensación de que a él le ocurría lo mismo.

Ciertamente, aquel guerrero había hecho mucho por ella. Le había enseñado a conducir y a pelear con sus puños, a disparar un arma de fuego y a manejar toda clase de ordenadores y equipos electrónicos. Qhuinn le había presentado el maravilloso mundo del cine y la había introducido en la música, le había comprado ropa muy distinta de la túnica blanca tradicional de las Elegidas, se había tomado el tiempo necesario para contestar a todas sus preguntas sobre la vida en este lado. Y, no menos importante: la había hecho reír cada vez que necesitaba hacerlo.

Había aprendido tantas cosas de él. Le debía tanto.

Así que parecía… un poco desagradecido… sentirse insatisfecha con lo que tenía. Pero últimamente Layla había experimentado una extraña y paradójica sensación: cuanto más expuesta estaba a la vida, más vacía se sentía. Y a pesar de lo mucho que él la empujaba en la dirección contraria, ella todavía consideraba que el servicio que le prestaba a la Hermandad era lo más importante que podía hacer en la vida.

Cuando Qhuinn trató de cambiar de postura, lanzó una maldición y ella le acarició el pelo para tranquilizarlo. El macho la miró con el único ojo útil. Su iris azul expresaba fatiga y gratitud.

Layla esbozó una sonrisa y le acarició la mejilla con la yema de los dedos. Aquella intimidad platónica que compartían era muy extraña, como una isla, un refugio que ella valoraba todavía más que el ardor que en su día había sentido por él.

Ese vínculo vital también la hacía más consciente de lo mucho que Qhuinn sufría al ver a su amado Blay con Saxton.

Ese dolor siempre estaba presente, era como una segunda piel, encerrándolo y definiendo sus contornos y maneras de comportarse.

Por eso Layla a veces desaprobaba el comportamiento de Blay, aunque no tenía derecho a juzgarlo: si algo había aprendido era que el corazón de cada persona es un misterio para los demás. Además, Blay, en el fondo, era un macho honorable.

La puerta se abrió detrás de ella y el macho en que estaba pensando apareció de repente, como un fantasma al que hubiera invocado con sus reflexiones.

Blaylock no estaba ileso, pero sí mucho mejor que el macho que yacía sobre la cama. Al menos por fuera. Internamente, la cosa debía de ser muy distinta: todavía completamente armado, Blay parecía haber envejecido un montón en pocas horas. Y más aún cuando vio a su amigo.

Frenó en seco tan pronto entró en la habitación.

—Quería saber cómo estabas…

Layla miró a Qhuinn. El ojo que le funcionaba estaba fijo en el pelirrojo. Qué mirada, pensó la Elegida. Una mirada que ya no la perturbaba, al menos en el sentido en que solía hacerlo.

Layla deseaba que Qhuinn pudiera estar con ese soldado. De verdad.

—Entra —dijo ella—. Por favor, yo ya he acabado.

Blay se acercó lentamente, mientras movía las manos con nerviosismo y se tocaba el arnés del pecho, el cinturón, la correa de cuero que llevaba ajustada en el muslo:

Sin embargo, de alguna manera, pese a los nervios, conservaba la compostura. Hasta que habló. Porque le tembló la voz.

—¿Qué hiciste, maldito hijo de puta?

Layla miró con odio a Blay, aunque Qhuinn realmente no necesitaba que lo defendiera alguien como ella.

—¿Cómo puedes decirle eso?

—Según John, este idiota salió solo de aquella casa para enfrentarse con la Pandilla de Bastardos. ¡Solo!

—¿La Pandilla de Bastardos?

—Los que trataron de asesinar a Wrath hoy. Este imbécil se atribuyó la responsabilidad de atacarlos, completamente solo, como si fuera una especie de superhéroe… Es un milagro que siga vivo.

De inmediato, Layla trasladó su mirada de reprobación hacia la cama. Era evidente que la Sociedad Restrictiva tenía una nueva división de élite y la idea de que él se hubiese expuesto a semejante peligro la enfurecía. Le daban ganas de pegarle.

—¿No dices nada, canalla de mierda?

Qhuinn tosió débilmente. Y luego volvió a toser.

Al borde del pánico, Layla dio un salto.

—Llamaré a los médicos.

Pero Qhuinn se estaba riendo, no asfixiándose.

Empezó a reír con un poco de rigidez, pero luego fue soltándose más, hasta que la cama se sacudió gracias a la hilaridad desatada que le causaba algo que, al parecer, solo él podía ver.

—No me parece gracioso —dijo ella con tono brusco.

—A mí tampoco —recalcó Blay—. ¿Qué diablos te pasa?

Qhuinn siguió riéndose, divirtiéndose con algo que solo la Virgen Escribana podía entender.

Layla miró de reojo a Blay.

—Me están dando ganas de darle un golpe.

—Eso sería inútil en este momento. Pero espera a que se recupere y luego podrás apalearlo a tu gusto. De hecho, si quieres, yo te lo sujeto.

—Eso… está… muy bien —gruñó Qhuinn.

—De acuerdo. —Layla se llevó las manos a las caderas—. Blay tiene toda la razón… Más adelante te daré tu merecido. Y tú me enseñaste exactamente dónde golpear a un macho.

—Genial —murmuró Blay.

Se hizo el silencio. La intensidad con que los machos se estaban mirando hizo que el corazón de Layla se alegrara un poco. Tal vez ahora podrían llegar a un entendimiento, por así llamarlo.

—Voy a ver a los otros —dijo ella rápidamente—. Para comprobar Qhuinn estiró la mano y la agarró de la muñeca.

—¿Y tú?

—Yo estoy bien. Tú fuiste más que generoso la semana pasada, y me siento muy fuerte. —Layla se inclinó y le dio un beso en la frente—. Tú descansa. Vendré a verte después.

Al dirigirse a la salida, pasó junto a Blay y le dijo en voz baja:

—Hablad un rato. Les diré a los demás que os dejen tranquilos.

‡ ‡ ‡

Cuando la Elegida se marchó, Blay no pudo evitar quedarse mirando con incredulidad la parte posterior de aquella cabeza perfectamente peinada.

Al entrar en la habitación, la conexión entre Qhuinn y aquella hembra le había dolido en las entrañas: las miradas, las manos cogidas, la manera en que ella inclinaba sobre él su elegante cuerpo…, la forma, en fin, en que ella y solo ella lo apoyaba.

Y, sin embargo, parecía como si ella quisiera que Blay se quedara a solas con Qhuinn.

Eso carecía de sentido. Si alguien tenía algún interés en mantenerlos separados era precisamente ella.

Miró a Qhuinn y se dijo que sus heridas eran impresionantes, aunque ya estaban en proceso de curación.

Le habló con cierta emoción.

—¿A quién te enfrentaste? Y no te molestes en mentir ni en discutir conmigo. He hablado con John y estoy al tanto de todo, sé lo que hiciste.

Qhuinn levantó sus manos hinchadas e hizo una X.

—¿Xcor? —Qhuinn asintió y Blay notó que también hacía una mueca de dolor, como si le doliera mover la cabeza—. No, no hagas esfuerzos innecesarios.

Qhuinn, con su característico modo de ser, intentó quitar importancia a la preocupación de Blay.

—Estoy muy bien.

—¿Qué te hizo salir allí solo y atacarlo?

—Wrath… estaba herido…, yo conocía el ego de Xcor…, tenía que ser él en persona quien… —En ese momento Qhuinn se interrumpió y soltó un suspiro tembloroso—. El que impidiera que el rey pudiese salir. Tenía que dejar fuera de juego a ese mierda a toda costa… o Wrath nunca habría podido…

—Salir vivo de allí. —Blay se frotó la nuca—. Por Dios, le salvaste la vida al rey.

—No…, mucha gente… peleó.

Blay no estaba tan seguro de que el mérito fundamental no fuera exclusivamente del amigo herido. En la casa de Assail todo había sido un caos, la clásica situación que se sale de control y puede terminar de cualquier manera: si la Pandilla de Bastardos no se hubiese retirado poco antes de que llegara el resto de la Hermandad, fácilmente habría habido muertos en los dos bandos.

Mirando a Qhuinn, Blay no pudo evitar preguntarse en qué estado se encontraría Xcor. Si Qhuinn estaba así, era probable que el desgraciado estuviese más o menos igual, o quizá peor.

Blay se estremeció, consciente de que llevaba varios minutos en silencio.

—En fin…

Tiempo atrás, demasiado tiempo ya, no había silencios entre ellos. Pero en esa época eran niños, no machos completamente adultos.

Cada época tenía sus cosas, se dijo Blay.

—Supongo que debo marcharme.

Pero no se marchó.

Todo podría haber terminado de una manera muy distinta, pensó Blay. La destreza asesina de Xcor era bien conocida. Había oído historias del Viejo Continente. Además, por Dios santo, cualquiera con suficientes pelotas como para no solo decir que iba contra Wrath sino para meterle una bala al rey tenía que ser letal.

Letal o estúpido, pero en este caso parecía más bien lo primero.

Qhuinn estaba vivo de milagro.

—¿Puedo traerte algo? —Nada más preguntarlo el visitante cayó en la cuenta de que Qhuinn no podía comer y, además, lo acababan de alimentar con sangre de las venas de la Elegida.

Joder, si era descarnadamente sincero consigo mismo, había ocasiones en las que Blay sentía rencor hacia la Elegida, aunque eso era un colosal desperdicio de energía. No tenía derecho a sentirse molesto, en especial si consideraba la relación que Saxton y él sostenían continuamente. Y sobre todo teniendo en cuenta que nada iba a cambiar en lo que tenía que ver con Qhuinn.

«Casi te mueres hoy», quería decirle Blay. «Tú, maldito hijo de puta, casi terminas muerto…, y entonces ¿qué habríamos hecho?».

Y no se refería a la Hermandad, claro.

Ni siquiera a él y John. En realidad, era más apropiado decir: «¿qué habría hecho yo?».

Mierda, ¿por qué siempre terminaba siendo todo tan confuso en relación con ese macho?

Se sentía demasiado estúpido. Sobre todo mientras permanecía al lado de la cama de Qhuinn, viendo cómo le volvía el color a las mejillas hinchadas, y la respiración se hacía más regular, y los moretones iban desvaneciéndose…, todo gracias a Layla.

—Será mejor que me vaya —dijo de nuevo.

Y, de nuevo, se quedó.

Aquel ojo, el azul, seguía mirándolo fijamente. Inyectado en sangre y con un corte en la ceja, lo normal sería que Qhuinn no pudiera enfocar con él. Pero lo estaba mirando.

—Tengo que irme —repitió, como una letanía.

Y siguió sin marcharse.

Entonces una lágrima se escapó del maldito ojo. Pareció salir del párpado inferior, remansarse en el rabillo del ojo, formar un círculo de cristal y engordar tanto que ya las pestañas no pudieron retenerla. Rodando libremente, se escurrió por la sien y se perdió entre el pelo negro.

Blay quería morirse.

—Mierda, voy a por la doctora Jane, estás sufriendo mucho. Ahora vuelvo.

Qhuinn lo llamó, pero ya estaba saliendo por la puerta.

Idiota. Imbécil de mierda. El pobre amigo del alma estaba sufriendo en una cama de hospital, lleno de heridas como un extra de Hijos de la anarquía y lo último que necesitaba era compañía. Más analgésicos, eso era lo que necesitaba.

Cruzó el pasillo a toda velocidad y encontró a la doctora Jane en el ordenador principal de la clínica, actualizando los historiales de los pacientes.

—Qhuinn necesita una inyección de algo. Ven rápido, por favor.

La hembra se levantó enseguida, agarró su anticuado maletín de médico y salió corriendo por el pasillo con él.

La sanadora entró en la habitación. Blay se quedó fuera y comenzó a pasearse de un lado a otro.

—¿Cómo está Qhuinn?

Al oír la pregunta Blay se detuvo, dio media vuelta y trató de sonreír a Saxton, pero no lo logró.

—Decidió ser un héroe…, y creo que en realidad se convirtió en héroe. Pero, Dios…

El otro macho se acercó, moviéndose con elegancia dentro de su traje perfecto, mientras sus mocasines Cole Haan pisaban sin hacer ruido, como si fueran demasiado refinados como para chirriar, ni siquiera en un suelo de linóleo.

Saxton no pertenecía al mundo de la guerra. Nunca pertenecería a él.

Nunca sería como Qhuinn, lanzándose a la primera línea de fuego, atacando al enemigo a manos desnudas para derrotar al agresor y hacerle comerse sus cojones como almuerzo.

Probablemente por eso, entre otras cosas, le resultaba tan fácil tratar con Saxton. Era un macho sin aristas. Además, era inteligente, refinado y divertido…, tenía excelentes modales, y siempre había disfrutado de lo mejor de la vida…, siempre se vestía bien…

Era fantástico en la cama…

¿Por qué aquellas reflexiones sonaban como si Blay estuviera tratando de convencerse de algo? ¿Se justificaba ante sí mismo?

Mientras su amante explicaba lo que había ocurrido en el campo de batalla, Saxton se le acercó. Su colonia Gucci creó un ambiente de serenidad.

—Lo siento mucho. Tienes que estar consternado con todo eso.

Para colmo, el tío era un santo. Un santo sin una pizca de egoísmo. ¿Nunca sentía celos?

Qhuinn no era así. Todo lo contrario: era celoso y posesivo como el demonio…

—Sí, estoy consternado, y mucho más. Me siento muy mal.

Saxton lo cogió de la mano, le dio un apretón sutil y luego retiró su palma suave y templada.

Qhuinn nunca era tan discreto, en ninguna situación. Era como un pelotón enloquecido, un cóctel Molotov, un elefante en una cacharrería. Nunca parecía importarle el desastre que causaba a su paso.

—¿La Hermandad lo sabe?

Blay volvió al presente.

—¿Cómo dices?

—¿La Hermandad sabe lo que hizo Qhuinn?

—Si lo saben no es por Qhuinn, desde luego. John parecía contrariado, yo le pregunté qué sucedía y me contó la historia. Así me enteré.

—Tenéis que decirle a Wrath…, a Tohr…, a alguien, que Qhuinn debe recibir el reconocimiento debido por esto, aunque no suela preocuparse por esa clase de nimiedades.

—Lo conoces bien —murmuró Blay.

—Así es. Y también te conozco a ti. —La expresión de Saxton pareció volverse más tensa, pero de todas maneras sonrió—. Ahora te corresponde cuidarlo. Es lo que tienes que hacer en este momento.

La doctora Jane salió de la habitación y Blay dio media vuelta.

—¿Cómo está?

—No estoy segura. ¿Qué fue exactamente lo que viste? Cuando entré estaba reposando tranquilamente.

Joder, Blay no podía contarle que Qhuinn estaba llorando. Lo cierto era que Qhuinn nunca se habría permitido mostrar esa clase de debilidad a menos que estuviera sufriendo de forma insoportable.

—Supongo que malinterpreté algo, que me alarmé innecesariamente.

Por encima del hombro de Jane, Blay vio casualmente la forma en que Saxton se pasaba la mano por los mechones de pelo rubio que le caían sobre la frente.

Qué cosa más extraña… Aunque Sax era familiar directo de Qhuinn, en ese momento se parecía mucho a él mismo, a Blay. O mejor dicho, al Blay de los últimos años.

Amar sin ser correspondido es una emoción igual para todos, independientemente de las circunstancias.

Una mierda.