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En cuanto Syphon accionó el gatillo de su rifle de precisión de largo alcance, Xcor pensó que su soldado bien podía haber matado al rey.

Allí, al abrigo del bosque, se maravilló de la puntería de su súbdito: la bala había volado por encima del jardín, había abierto un agujero en el cristal de la puerta… y había tumbado al rey como si fuera un saco de arena. Pero lo vio moverse. Lástima, no estaba muerto.

El rey podía estar herido, o quizá había decidido buscar refugio.

No había manera de saber si su desaparición era una reacción defensiva o se debía a que estaba en las últimas.

Tal vez las dos cosas fueran ciertas.

—Abrid fuego —ordenó Xcor a través del flamante radiotransmisor que llevaba sobre el hombro—. Y ocupad la segunda posición.

Con la precisión adquirida en el entrenamiento, sus soldados se pusieron en acción. El sonido de los disparos les permitía olvidarse de las precauciones para no hacer ruido. Todos, excepto Xcor y Throe, se movieron en varias direcciones.

La Hermandad llegaría en cualquier momento, así que no había tiempo que perder. Debían prepararse para el combate. ¡Era magnífico que sus soldados estuvieran tan bien entrenados!

Pero, de repente, la casa quedó a oscuras… ¡Una maniobra inteligente! Así sería más difícil aislar a cada uno de los objetivos. Joder, teniendo en cuenta que todos los cristales, con excepción del de aquella puerta trasera, habían resistido los disparos, parecía que Assail era mucho mejor estratega de lo que creían. No era el típico cretino de la glymera.

A pesar de todo.

Durante los minutos de calma que siguieron, Xcor pensó frenéticamente. Se dijo que si el rey estaba vivo e ileso, se desintegraría a través del agujero de la puerta trasera, intentando escapar mientras los otros atacaban. Si el rey se encontraba herido, todo el mundo se pondría a cubierto y esperaría a que llegaran los otros miembros de la Hermandad para que los cubrieran mientras sacaban al rey en un coche. ¿Y si el Rey Ciego estuviera muerto? Al principio se había movido, pero no habían vuelto a verle. Los hermanos, en caso de que muriese, se quedarían protegiendo el cadáver hasta que llegaran los otros…

Se oyó un disparo en el interior de la casa. Uno solo, cuyo fogonazo se vio a mano izquierda.

Debían de estar probando los cristales, pensó Xcor. Así que o Assail estaba muerto o la Hermandad no confiaba mucho en él.

—Alguien está saliendo de la casa —dijo Throe, que se hallaba al lado de Xcor.

—Tirad a matar —ordenó Xcor a través del radiotransmisor.

No había razón para hacer prisioneros: cualquiera que luchara al lado de la Hermandad estaba entrenado para soportar la tortura y, por tanto, no era buen candidato para sacarle información. Más aún, esta situación era como un gran polvorín a punto de estallar y el objetivo más importante era reducir la cantidad de enemigos, no tomar rehenes.

Se oyeron varios disparos que indicaban que sus soldados estaban tratando de aniquilar a quien había salido, pero, como era previsible, el guerrero se desintegró enseguida, así que era poco probable que le hubiesen dado…

La Hermandad al completo había llegado al mismo tiempo y los inmensos guerreros tomaron posiciones alrededor de la casa, como si la hubiesen estudiado cuidadosamente de antemano.

Cuando comenzó el intercambio de disparos, Xcor se concentró en los dos que se ubicaron en el techo, mientras que los demás tomaron como objetivo las sombras que se movían por los porches y cualquiera que pudiera llegar desde la parte de atrás del bosque.

Xcor quería interponerse en el camino de cualquier vehículo que tratara de salir de la casa.

—Yo cubriré el garaje —dijo el jefe acercando la boca al aparato—. Mantened las posiciones. —Miró a Throe—. Tú ayuda a los primos por el norte.

Al ver que su soldado asentía y se ponía en marcha, Xcor hizo lo propio y echó a correr, como si estuviese demasiado agitado para desintegrarse: si trataban de sacar a Wrath en un vehículo porque estaba herido, Xcor debía ser el que tuviera la satisfacción de impedir la fuga del rey y terminar el trabajo si era necesario. Por lo tanto, el garaje era su principal objetivo: los hermanos tendrían que tomar uno de los vehículos de Assail, pues parecía que no habían llevado ninguno, y seguramente el aristócrata les ofrecería su ayuda. Después de todo, Assail no estaba comprometido con ningún grupo en particular: ni con la Pandilla de Bastardos, ni con el Consejo, y, probablemente, tampoco con el rey. Pero no querría cargar con la responsabilidad de contribuir a un atentado contra Wrath.

Xcor se instaló detrás de una roca enorme que había a un lado de la explanada de asfalto situada detrás de la casa. Luego sacó un trozo de metal que había sido pulido hasta alcanzar un brillo perfecto. Colocó ese espejo sobre la piedra para tener una vista perfecta de cualquier cosa que ocurriera detrás de él. Y después se puso a esperar.

Ahí salen. Otra vez había tenido razón…

Mientras se seguían oyendo disparos de un lado y de otro, la puerta del garaje que estaba más hacia la derecha comenzó a abrirse y la protección que ofrecía fue disminuyendo panel por panel.

La furgoneta que salió marcha atrás no tenía ventanas en la parte trasera y Xcor estaba seguro de que, al igual que la casa, sus costados debían de ser impenetrables para todo lo que no fuera un misil antiaéreo.

Por supuesto, también era perfectamente posible que aquello fuese una treta.

Pero no estaba dispuesto a perder la oportunidad, en caso de que no fuera una trampa.

Levantó la vista un momento, revisó su retaguardia y luego se concentró en la furgoneta. Si saltaba y se interponía en el camino del vehículo, quizá pudiera disparar al motor a través de la rejilla frontal…

El ataque que llegó desde atrás fue tan sorpresivo que lo único que sintió fue un brazo que se cerraba sobre su cuello y tiraba de su cuerpo hacia atrás. Recurrió a sus conocimientos de defensa personal e impidió que el enemigo le torciera el cuello dándole un codazo en el abdomen que lo dejó sin aire. Aprovechó el desconcierto inicial del otro para darse la vuelta.

Xcor tuvo una vaga imagen de unos ojos extraños, como de distinto color…, y enseguida se desencadenó un combate brutal.

El ataque era tan feroz que cada puñetazo era como el golpe de una máquina de demolición. Pero Xcor tenía muy buen sentido del equilibrio y excelentes reflejos, así que se agachó como un rayo para agarrar al macho de las piernas y tumbarlo. Cuando logró derribar aquel cuerpo enorme, saltó sobre él y comenzó a golpear la cara de su atacante con tanta intensidad que la sangre no tardó en brotar a chorros, salpicándolo todo a su alrededor.

Pero esa posición dominante de Xcor no duró mucho. A pesar de que el otro guerrero no podía ver con claridad, logró atrapar las muñecas de Xcor y se aferró a ellas. Luego tiró hacia atrás con enorme fuerza y Xcor quedó a merced de un cabezazo brutal, que hizo que el mundo estallara. Fue como si los árboles que los rodeaban tuvieran fuegos artificiales en lugar de ramas y hojas.

Aturdido, notó que lo estaban arrastrando por el suelo. Pero no estaba dispuesto a dejarse vencer, así que puso fin al paseo enterrando una de sus botas en la tierra a modo de freno. Mientras soportaba un gran peso sobre el pecho, vio que la furgoneta negra arrancaba a toda velocidad por el sendero. Rugía el motor, las llantas chirriaban.

La rabia que le dio perder la oportunidad de atacar directamente al rey le concedió más fuerzas de las que tenía. Se puso de pie con el otro macho agarrado a sus hombros como si fuese una capa.

Entonces sacó su cuchillo de cacería y lanzó una puñalada hacia atrás. Notó que la hoja penetraba en carne blanda y oyó una maldición. Pero luego volvió a sentir un brazo que le apretaba la garganta, que le impedía respirar y le hacía cada vez más difícil llevar oxígeno a los pulmones.

La roca tras la que se había escondido inicialmente estaba más o menos a un metro de distancia. Xcor se dirigió hacia ella, siempre cargando con el enemigo. Sus botas resonaban contra el suelo. Tomó aire como pudo, dio media vuelta y estrelló al guerrero contra la roca una vez, dos…

A la tercera, justo antes de que Xcor se quedara completamente sin aire, el brazo que le apretaba el cuello se aflojó. Medio desorientado, se zafó, al tiempo que una bala pasaba tan cerca de su cabeza que le quemó el cuero cabelludo.

Tras él, el soldado cayó sobre la hierba. Pero no tardaría en recuperarse. Xcor echó una rápida ojeada al tiroteo que se estaba desarrollando en la casa y sus alrededores y entendió que si no se marchaban pronto de allí sufrirían pérdidas desastrosas. Sí, era posible que mataran a algunos miembros de la Hermandad, pero ellos también tendrían que pagar un coste tremendo.

La batalla estaba perdida. O al menos no podían ganarla ya. Había pasado la oportunidad.

Su instinto le decía que Wrath ya se había marchado. Y aunque la mitad de la Hermandad fuera dentro de la furgoneta, o alrededor de ella —y si se estaban llevando al rey en ese vehículo, no cabía duda de que algunos de ellos debían ir custodiando el vehículo—, todavía quedaban suficientes hermanos como para infligirles un daño importante.

El Sanguinario se habría quedado allí a pelear.

Sin embargo, él era más inteligente: tanto si Wrath se hallaba herido de muerte como si estaban llevándose el cadáver, Xcor iba a necesitar a su banda de bastardos para la segunda fase de su plan.

Si había sobrevivido, ya no tenía sentido proseguir la batalla.

—¡Retirada! —gritó acercando la boca al radiotransmisor.

Antes de marcharse, Xcor dio una patada al desgraciado de ojos extraños que yacía en el suelo, para asegurarse de que se quedara donde estaba.

Luego cerró los ojos y luchó para calmarse…, calmarse…, calmarse…

La supervivencia dependía de que lograra alcanzar el estado de ánimo adecuado…

Otra bala le rozó el cráneo. Sintió que le salían alas… y desapareció.

‡ ‡ ‡

—¿Cómo van las cosas allí atrás?

Tohr hizo la pregunta a gritos, mientras tomaba la enésima curva a gran velocidad. La maldita furgoneta se sacudía, meciéndose de un lado a otro como un viejo carromato, hasta casi marearlo.

Por su parte, Wrath rebotaba en la parte trasera como una canica en un frasco. El rey agitaba los brazos tratando de sujetarse como buenamente podía.

—¿Hay alguna posibilidad… —Wrath hablaba con dificultad, tosiendo y escupiendo sangre a cada instante— de que puedas… disminuir un poco… la velocidad de esta… cosa?

Tohr miró por el espejo retrovisor. Había dejado abierta la mampara y estaba pendiente del rey. Este se hallaba pálido como la leche. Por eso la sangre que bañaba el cuello llamaba aún más la atención.

—No puedo reducir la velocidad… Lo siento.

Si tenían suerte, la Hermandad mantendría ocupados a los bastardos en la casa el tiempo suficiente, pero a saber qué podía pasar.

Tohr y Wrath estaban al otro lado del río Hudson y todavía tenían por delante un viaje de por lo menos otros veinte minutos.

Sin nadie que los cubriera.

Y Wrath, mierda, la verdad, no parecía encontrarse muy bien.

Tohr repitió la pregunta.

—¿Cómo vas?

Hubo un silencio. Demasiado largo.

Tohr apretó los dientes y calculó la distancia hasta la clínica de Havers. Joder, estaban casi a la misma que de la casa de la Hermandad, así que dirigirse allí con la esperanza de encontrar a alguien con entrenamiento médico no les ahorraría mucho tiempo.

De repente, Lassiter surgió de la nada y se instaló en el asiento del copiloto.

—Puedes bajar el arma —dijo el ángel con brusquedad. Y es que Tohr le estaba apuntando con la pistola—. Yo me encargo del volante —afirmó Lassiter con tono autoritario—. Tú ocúpate de él.

Tohr se desabrochó el cinturón de seguridad y abandonó el asiento del conductor en cuanto el ángel tomó el volante. Al moverse Tohr se dio cuenta de que Lassiter estaba armado hasta los dientes. Perfecto.

—Gracias, amigo.

—Es un placer. Y permíteme suministrarte un poco de luz allá atrás.

El ángel comenzó a resplandecer, pero solo por la espalda. Y al pasar a la parte trasera, lo que vio gracias a la luz dorada del ángel fue a la muerte corriendo a toda velocidad para llevarse al rey: Wrath respiraba con dificultad y de manera entrecortada y los músculos de su cuello se tensaban por el esfuerzo que estaba realizando para llevar un poco de oxígeno a sus pulmones.

Ese disparo en el cuello había comprometido las vías respiratorias por encima de la nuez. Con suerte, el enorme grosor del cuello se debía a una hinchazón momentánea, pero en el peor de los casos podía tener rota una arteria y terminaría ahogándose con su propia sangre.

Gritó al ángel:

—¿Estamos muy lejos del puente?

—Ya puedo verlo.

A Wrath se le estaba acabando el tiempo.

—No reduzcas la velocidad. Por nada del mundo.

—Entendido.

Tohr se arrodilló junto al rey y se quitó la chaqueta de cuero.

—Voy a ver si puedo ayudarte, hermano…

El rey lo agarró del brazo.

—No te dejes asustar por la sangre.

—No me asusto, milord. —Pero sí estaba asustado, y con razón. El peligro que atisbaba no era producto de la paranoia. Si el rey no recibía pronto ayuda para respirar, no llegarían a tiempo de que le curasen el balazo. Aunque se tratara de una simple hinchazón por la herida, esta podría asfixiarle.

Así que Tohr se puso manos a la obra. Abrió la chaqueta del rey con rapidez, le quitó la parte delantera del chaleco antibalas y sintió un ligero alivio al comprobar que no había lesiones en el pecho. El problema era la herida del cuello. Una inspección más cuidadosa le indicó que la bala estaba alojada en alguna parte de esa zona. Solo Dios sabía cuál era el problema exactamente. Pero estaba seguro de que si podía abrir una entrada de aire por debajo de la herida, tendrían la oportunidad de salir del trance.

—Wrath, tengo que ayudarte a respirar. Por favor, por lo que más quieras, por el amor de tu shellan, no opongas resistencia a nada de lo que haga ahora. Necesito que trabajemos juntos, mano a mano y sientas lo que sientas.

El rey movió la mano delante de su cara con torpeza. Tras varios intentos, encontró las gafas oscuras y se las quitó. Cuando aquellos ojos verdes, claros, increíblemente bellos, se clavaron en los de Tohr, parecía que funcionaran perfectamente.

—Tohr, Tohr… —El rey trataba de hablar y de respirar—. ¿Dónde… estás?

Tohr atrapó la mano del rey y se la apretó.

—Estoy aquí. Vas a dejarme ayudarte a respirar, ¿vale? Si me has oído, mueve la cabeza, hermano, pero no hables. —Cuando vio que el rey asentía, Tohr se dirigió a Lassiter—: Trata de que esto se mueva lo menos posible hasta que yo te diga.

—Ya llegamos al puente.

Al menos tenían una buena recta por delante.

—Nada de acelerar en las curvas, ángel, ¿entendido?

—Entendido.

Tohr desenfundó una de sus dagas y la puso sobre el suelo de la furgoneta, al lado de la cabeza de Wrath. Luego sacó su paquete de hidratación y lo abrió: tomó el tubo de plástico flexible que salía de la boca de la bolsa, lo aplastó y lo cortó por los dos extremos, y después sacó el agua que tenía dentro.

Se inclinó sobre Wrath.

—Voy a tener que abrirte un orificio para introducir el tubo.

Mierda, la respiración era cada vez peor, ahora reducida a meros estertores.

El guerrero no esperó la autorización de Wrath ni ninguna clase de respuesta. Agarró el cuchillo y, con la mano izquierda, tanteó la zona carnosa situada bajo la nuez del rey.

—¿Listo?

No hubo respuesta.

Era una lástima que no pudiera esterilizar el cuchillo, pero aunque tuviera una hoguera por la que pasarlo, no había tiempo para dejar que se enfriara: las respiraciones entrecortadas se volvían cada vez más débiles.

Mientras elevaba al cielo una plegaria silenciosa, Tohr hizo exactamente lo que V le había enseñado: apretó la punta de la daga contra la piel que recubría el túnel del esófago. Otra plegaria rápida y enseguida hizo un corte, no demasiado profundo. Inmediatamente después, insertó el tubo flexible en el cuerpo del rey.

El alivio fue inmediato y el aire salió rápidamente, sin producir ruidos especiales. Wrath pudo comenzar a respirar de verdad. Tomó una bocanada de aire, y otra…, y después otra.

Tohr apoyó entonces la palma de la mano sobre el suelo de la furgoneta y se concentró en mantener el tubo donde estaba, saliendo de la parte delantera de la garganta del rey. Cuando la sangre brotó de la zona aledaña, decidió olvidarse de sostener el tubo y apretó la piel que lo rodeaba. Había que evitar pérdidas de sangre y de aire.

Aquellos ojos verdes capaces de perforar cualquier cosa pese a la ceguera se clavaron en los suyos. Y estaban llenos de gratitud. Wrath parecía consciente de que le había salvado la vida.

Pero eso todavía estaba por verse. Cada brinco de la suspensión de la furgoneta, por leve que fuera, hacía que Tohr se sintiera a punto de enloquecer y todavía estaban muy lejos de la casa.

—Quédate conmigo, no te duermas, no te vayas —murmuró Tohr—. Quédate aquí conmigo.

Al ver que Wrath asentía, Tohr miró de reojo el chaleco antibalas. Esos malditos trastos estaban diseñados para proteger algunos órganos vitales, pero no eran garantía de nada.

A propósito de eso, Tohr se preguntó cómo diablos habrían conseguido salir de allí en esa furgoneta. Con seguridad, los soldados de Xcor vigilarían el garaje. Esos sangrientos bastardos debían de saber que esa era la única vía de escape posible para el rey herido.

Alguien los cubrió, sin duda uno de los hermanos que habrían llegado en el último momento.

—Ya puedes correr otra vez —dijo Tohr.

—Estoy pisando el acelerador a fondo. —El ángel miró hacia atrás—. Y si algo se atraviesa en el camino, paso por encima.