40
La primera impresión que tuvo Tohr fue que Assail no había cambiado lo más mínimo. Todavía era lo suficientemente grande como para ser un hermano y tenía el pelo tan negro que hacía que V pareciera rubio. Y, como siempre, vestía ropa formal y de un corte perfecto. También seguía siendo tan cauteloso como de costumbre, con esa mirada astuta y engañosa… que veía demasiado y era capaz de cualquier cosa.
Otra estupenda incorporación al Nuevo Continente.
El aristócrata, rey de la sutileza, les dedicó una sonrisa que no llegó a afectar a su mirada, impasible.
—Supongo que el que viene en medio de todos esos poderosos cuerpos es Wrath.
—Muestra un poco de respeto —le espetó V.
—Los elogios son el condimento de la conversación —dijo Assail, al tiempo que daba media vuelta y dejaba que todos entraran sin mayores formalismos—. Simplemente…
Wrath se desintegró y se atravesó en el camino del vampiro. Lo hizo tan rápido que no solamente le cortó la frase, sino que quedaron a escasos centímetros de distancia.
Enseñando unos colmillos tan largos como dagas, el rey gruñó con tono amenazante.
—Cuida tus palabras, hijo. O me aseguraré de que nunca más vuelvas a parlotear soltando mierda por ahí.
Assail dio un paso atrás y entornó los ojos como si estuviera estudiando a Wrath.
—No te pareces a tu padre.
—Tú tampoco, por desgracia.
V cerró la puerta y Assail se llevó rápidamente la mano al bolsillo interior de su chaqueta. De inmediato quedó frente a cuatro cañones que le apuntaban directamente a la cabeza. Así que permaneció quieto y pasó la mirada de un arma a la otra.
—Solo estaba sacando un cigarro.
—Pues en tu lugar yo lo haría muy lentamente —murmuró Wrath—. A mis chicos no les molestaría dispararte.
—Menos mal que no estamos en el salón. Me encanta la alfombra que tengo allí, y al parecer peligraría. —Assail miró de reojo a V—. ¿Estás seguro de que quieres matarme aquí, en el recibidor trasero?
—Sí, cabrón, estoy seguro —vociferó Vishous.
—¿Te gustan los sitios sórdidos? Yo preferiría matar entre ventanales, no en sitios como este.
Wrath decidió acabar con el intercambio de bravatas.
—Estabas a punto de encender un cigarro. Hazlo, y luego vayamos al grano, a lo que nos interesa.
Assail levantó las cejas y sacó un cigarro habano larguísimo. Se tomo su tiempo para exhibirlo ante todo el mundo. Después volvió a meter la mano en el bolsillo, sacó un mechero dorado y se lo enseñó a su audiencia, armada hasta los dientes.
—¿Alguien quiere uno? ¿No? —Assail cortó la punta del cigarro y lo encendió con tranquilidad, como si no le importara lo más mínimo que su cabeza todavía fuera el blanco de varias pistolas. Después de un par de caladas, volvió a hablar—. Quiero saber una cosa.
—Abrevia —murmuró V.
—¿Esa es la razón de que por fin me llamaras? ¿Quieres preguntar algo? —preguntó Wrath.
—Sí, así es. —El vampiro giró el puro con el pulgar y el índice—. ¿Tienes intención de alterar las leyes acerca del comercio con humanos?
Mientras se inclinaba un poco hacia un lado, Tohr hizo un rápido examen de lo que alcanzaba a ver del resto de la casa, que no era gran cosa: una cocina moderna, un atisbo del comedor, un salón al otro extremo. Al no detectar ningún movimiento en las habitaciones vacías, volvió a prestar atención a la charla.
—No —dijo Wrath—. Siempre y cuando los negocios permanezcan en la clandestinidad, puedes hacer lo que quieras. ¿En qué clase de negocios andas?
—Compraventa de mercancía.
—¿Qué clase de mercancía?
—¿Acaso importa?
—Como veo que no contestas, supongo que se trata de drogas o mujeres. —Wrath frunció el ceño al ver que Assail seguía callado—. Acláramelo, ¿cuál de las dos?
—Las mujeres son demasiado complicadas.
—Pero el tráfico de drogas es más difícil de mantener en la clandestinidad.
—No cuando haces las cosas como las hago yo.
V terció.
—Así que tú eres el causante de que los camellos se maten en las calles.
—Sin comentarios.
Wrath volvió a fruncir el ceño.
—¿Y por qué te preocupa lo del comercio en este momento?
—Digamos que he tenido algunos encuentros perjudiciales para mi prosperidad.
—Trata de ser más claro.
—Bueno, uno de ellos mide como uno ochenta. Pelo negro y corto. Buenas curvas. Su nombre recuerda al sexo y su cuerpo es perfecto para eso también.
Joder, no, no es posible, pensó Tohr…
John soltó un rugido, lo que acaparó todas las miradas. Escrutaba al aristócrata con clara intención de matarlo.
—Lo siento, disculpad. —Assail hablaba ahora más despacio—. No sabía que tuvierais alguna relación con ella.
Tohr gruñó en nombre de su hijo, porque eso era el joven mudo para él, aunque estaban un poco alejados por el momento.
—Él está más que relacionado con ella. Así que puedes ir borrando esa sonrisita maliciosa de tu cara, y desde luego más te vale mantenerte alejado de ella.
—Ella fue la que me buscó a mí.
La venenosa frase cayó como una bomba…
Pero, antes de que las cosas se salieran de madre, Wrath levantó la mano.
—Me importa un pito lo que hagas con los humanos, siempre y cuando limpies todas tus cagadas. Pero si te atrapan, ya sabes, tendrás que arreglártelas solo.
—De acuerdo. Punto dos: ¿qué sucede si es nuestra propia especie la que interfiere en mis negocios?
Wrath esbozó una sonrisa, aunque, a juzgar por su expresión, no se estaba divirtiendo mucho.
—¿Ya tienes problemas para defender tu territorio? El que mucho abarca, poco aprieta.
Assail hizo una inclinación de cabeza.
—Me parece justo.
Un repentino estallido de cristales detrás de ellos cortó en seco la conversación. Todas las mentes hicieron el mismo diagnóstico al unísono: tiroteo.
Con una agilidad increíble, Tohr se lanzó al aire y voló sobre el suelo de baldosas en busca de su objetivo: proteger a Wrath.
Mientras una lluvia de balas entraba por la parte posterior de la casa, Tohr tumbó al rey en el suelo y lo cubrió con su propio cuerpo todo lo que pudo. Los demás, incluido Assail, también se echaron al suelo y buscaron refugio donde pudieron.
—Señor, ¿estás herido? —Tohr susurraba en el oído de Wrath, mientras enviaba el mensaje de alarma desde el móvil.
El rey contestó entre gruñidos.
—Tal vez en el cuello.
—Quédate quieto.
—Estás encima de mí. ¿Adónde crees que podría ir?
Tohr echó un vistazo a su alrededor para ver dónde se hallaban los demás. V se ocupaba de Assail, al que tenía agarrado de la garganta, mientras le apuntaba en la sien con su pistola. John y Qhuinn, cuerpo a tierra más o menos en sus posiciones iniciales, cubrían, armas en mano, el exterior y la entrada a la cocina.
La brisa helada que entraba entre los cristales rotos de la puerta no llevaba consigo ningún olor en particular y eso venía a indicar de quién se trataba: si fueran restrictores, olería a demonios, pues tanto el viento como los tiros procedían del mismo sitio, el norte.
Tenía que ser Xcor con su Pandilla de Bastardos.
Desde luego, a la Hermandad no le extrañaba. El primer disparo tenía que provenir de un rifle que seguramente apuntaba a Wrath a través de los paneles de cristal de la puerta… Cosa de un especialista, y hacía mucho tiempo que la Sociedad Restrictiva no mostraba ninguna habilidad en sus ataques. Ya no tenía buenos tiradores ni especialistas en casi nada, solo reclutas de mierda.
—Se suponía que esta era una reunión secreta, vampiro. —V hablaba al aristócrata en un tono letal.
—Nadie sabe que estáis aquí.
—Entonces deduzco que fuiste tú quien ordenó el asesinato.
Con toda naturalidad y sin que le preocupara en absoluto, Tohr pensó que V estaba a punto de matar a aquel desgraciado allí mismo.
Sin embargo, Assail mantuvo la calma y se encaró con el hermano de modo que el cañón de la pistola quedó ahora sobre el centro de su frente.
—A la mierda. Por esto quería que habláramos en el salón. Allí los vidrios son a prueba de balas, imbécil. Y, para tu información, yo también estoy herido, cabrón.
El macho levantó el brazo y mostró cómo le sangraba la mano derecha, la que había sujetado el cigarro unos segundos antes.
—Parece que tus amigos tienen mala puntería.
—No es mala puntería. Yo también soy un objetivo…
De nuevo llovían las balas sobre la parte posterior de la casa. Algunas entraron por la cristalera destrozada en el primer ataque. Todos se pegaron más al suelo.
—¿Cómo te encuentras? —Tohr seguía preocupado por Wrath, mientras revisaba su teléfono para ver si había respuesta de los otros hermanos.
—Bien. ¿Y tú? —Una tos preocupante desmintió la afirmación del rey. No daba la impresión de estar muy bien, desde luego. Parecía que le habían alcanzado algún punto vital.
Rápido como una exhalación, Assail se zafó de las manos de V y se arrastró hasta el fondo del recibidor, hacia una puerta que probablemente conducía al garaje.
—¡No dispares! ¡Tengo un coche en el que podéis sacarlo de aquí! Y además voy a apagar todas las luces de la casa.
Mientras todo quedaba en tinieblas, Vishous se desintegró, alcanzó a Assail y lo puso de cara contra el suelo de baldosas.
—Voy a matarte ahora mismo…
—No —ordenó Wrath—. No hagas nada hasta que sepamos qué es lo que sucede.
En medio de la oscuridad, V apretó los dientes y miró al rey con rabia. Pero obedeció, no apretó el gatillo. Se conformó con acercar la boca al oído del aristócrata.
—Será mejor que lo pienses dos veces antes de intentar fugarte.
—Pues hazlo tú mismo —dijo Assail con dificultad, pues tenía la boca aplastada contra el suelo.
Vishous y Tohr cruzaron miradas. Cuando el segundo hizo un leve gesto de asentimiento, el otro lanzó una maldición… y levantó la mano para abrir la puerta que llevaba hacia el garaje. Las luces automáticas todavía estaban encendidas. Tohr alcanzó a ver cuatro coches: el Jaguar, un Spyker, un Mercedes negro y una furgoneta negra sin ventanas laterales.
—Llevaos la GMC —gruñó Assail—. Tiene las llaves puestas y está completamente blindada.
Se había hecho el silencio. Pasados unos instantes, John y Qhuinn comenzaron a disparar a través de los cristales rotos. Se alternaban. No veían al enemigo, solo intentaban que nadie tratara de desintegrarse hacia dentro.
Pero la munición no les iba a durar mucho.
Tohr soltó una maldición. Estaban en una situación muy delicada y tampoco había tenido noticias de la Hermandad…
—Nosotros podemos resistir sin problemas —dijo Qhuinn, sin volverse a mirar—. Pero necesitamos aquí a los otros hermanos antes de que vosotros intentéis salir.
—Ya he dado la alarma —murmuró Tohr—. Deben de estar en camino.
Al menos, eso esperaba.
La voz de Assail se alzó por encima del estruendo de los disparos.
—Llevaos la maldita furgoneta. Estoy con vosotros.
Tohr miró al vampiro con una seriedad letal.
—Si no es cierto, te desollaré vivo.
—Lo juro.
No había muchas más garantías que pedir, así que Tohr se quitó de encima del rey, al que ayudó a ponerse en cuclillas. Mierda…, tenía sangre en el cuello. Mucha sangre.
—Mantén la cabeza gacha, milord, y sígueme.
—De acuerdo.
Moviéndose tan rápido como se lo permitían las circunstancias, Tohr comenzó a atravesar el recibidor. Llevó al rey hasta la pared para que tuviera dónde apoyarse.
—Lavadora. —Tohr señalaba al rey los obstáculos del camino, para que no tropezara con ellos—. Secadora… Puerta a cuatro metros… Un escalón.
Cuando pasaron frente a Assail, este los observaba con atención.
—Por la Virgen Escribana, realmente es ciego.
Wrath frenó en seco, desenfundó su daga y la apuntó directamente contra la cara de Assail.
—Pero el oído me funciona perfectamente bien, me orienta de maravilla.
Assail no se movió. No podía retroceder, pues estaba atrapado por la pared, el arma del rey y el tiroteo, es decir, sin capacidad de maniobra.
—Sí. Ya lo veo.
—Esta reunión no ha concluido —añadió Wrath.
—Yo no tengo nada más que decir.
—Pero yo sí. Ten cuidado, hijo; si me entero de que estás involucrado en esta pequeña escaramuza, tu próxima casa no tendrá ventanales, será un ataúd.
—No tengo nada que ver. Lo juro. Soy un hombre de negocios, nada más. Solo quiero que me dejen en paz.
—Cómo no —masculló V con acidez, mientras Tohr tiraba de Wrath para que siguiera moviéndose.
Ya en el garaje, Tohr y Wrath avanzaron gateando por el suelo de cemento, rodeando los coches allí aparcados. Al llegar a la furgoneta, Tohr la revisó rápidamente, abrió las puertas dobles de atrás y prácticamente arrojó a su interior al vampiro más poderoso del planeta, como si no fuera más que una maleta.
En el campo de batalla no hay miramientos.
Mientras cerraba de nuevo las puertas, se tomó un momento para respirar profundamente. Luego corrió hasta la puerta del conductor y se montó. Las luces interiores permanecieron encendidas durante unos segundos. Las llaves estaban, en efecto, donde Assail había dicho. El vehículo había sufrido varias modificaciones importantes: tenía dos depósitos de gasolina, la carrocería había sido reforzada con acero y el grosor de las ventanillas sugería que realmente eran a prueba de balas.
Había un panel corredero que separaba la parte delantera de la de atrás y Tohr lo abrió para poder ver y oír al rey.
Con el oído aguzado al máximo, el goteo de la sangre sonaba tan fuerte como los disparos que lo habían causado.
—Estás malherido, milord.
Pero lo único que escuchó como respuesta fue una tos preocupante.
Mierda.
‡ ‡ ‡
John estaba más que listo para matar.
Colocado a la izquierda de la maldita puerta trasera, los gruesos músculos de sus muslos le dolían de pura tensión y el corazón le rugía desbocado en el pecho. Sin embargo, el pulso de su mano armada permanecía firme como una piedra.
La Pandilla de Bastardos había iniciado el ataque desde el mismo lugar donde se refugiara la Hermandad inicialmente: el extremo del jardín, en el pequeño bosque que había detrás de la casa.
Vaya disparo, pensó John. La primera bala de rifle había perforado el panel de cristal de la puerta siguiendo su camino hasta la cabeza de Wrath, aunque había varias personas a su alrededor.
El impacto con el vidrio solo la desvió unos milímetros, los suficientes para que el proyectil no acertara en el cráneo, sino en el cuello. Muy cerca. Demasiado cerca.
Esos tíos eran unos verdaderos profesionales, lo cual quería decir que debían de estar preparándose para un segundo ataque…, y no desde ese ángulo, que ahora estaba bien protegido.
Qhuinn seguía disparando de manera intermitente. John se echó hacia atrás y se asomó por el arco que llevaba a la cocina. Emitió un suave silbido para llamar la atención de Qhuinn e hizo un gesto con la cabeza en esa dirección.
—Entendido…
—John, no vayas solo —intervino V—. Que te acompañe Qhuinn. Yo vigilaré la puerta trasera y a nuestro anfitrión.
—¿Y qué pasaría si trataran de entrar por el agujero? —preguntó Qhuinn.
—Los liquidaría uno por uno.
Era difícil discutir con V, que ya apuntaba su segunda pistola hacia el lugar que John y Qhuinn habían estado cubriendo.
Fin de la conversación.
John y Qhuinn comenzaron a moverse al unísono, con trayectoria lateral. Aprovechando la luz de la luna, atravesaron la cocina, que estaba magníficamente equipada, y trataron de abrir cada puerta que se encontraron. Sin éxito. Cerrada. Cerrada. Cerrada.
El comedor, el salón y las habitaciones eran estancias inmensas. Por suerte, había columnas adornadas que sostenían el techo cada tantos metros, así que John y Qhuinn pudieron usarlas como parapetos, saltando de una a otra, mientras recorrían la casa e iban revisando todas las puertas correderas.
Todo estaba cerrado. Tras inspeccionar toda la casa, comprobaron que no se había infiltrado nadie. Pero, Dios, todo aquel cristal…
John frenó en seco, levantó el cañón de su pistola hacia uno de los cristales, silbó a V para ponerlo sobre aviso… e hizo un tiro de prueba.
El cristal permaneció intacto. Ni siquiera se abolló. El panel de cristal de tres metros por dos sencillamente recibió la bala y la atrapó, como si no fuera más que un proyectil de juguete.
Assail no había mentido. Al menos sobre eso.
Desde la parte posterior de la casa oyeron con claridad la voz del anfitrión.
—¡Cerrad la puerta que está al comienzo de las escaleras, que suben al segundo piso! Rápido.
Entendido.
John dejó que Qhuinn se encargara de revisar los baños y la oficina mientras él corría hacia la escalera de mármol blanco y negro. En efecto, incrustado en la pared había un panel de acero inoxidable y blindado que olía a pintura fresca, como si lo hubiesen instalado recientemente.
Tenía dos cerraduras, una para la parte de arriba y otra para la de abajo.
John aseguró la puerta y pensó que Assail realmente se merecía un gran respeto por la maestría con la que llevaba los asuntos de seguridad.
—Este lugar es una fortaleza —dijo Qhuinn al salir de otro baño.
—¿Sótano? —John lo dijo modulando, por no enfundar el arma para hablar por señas.
Como si les estuviera leyendo el pensamiento, se oyó de nuevo al aristócrata.
—La puerta del sótano está cerrada. Está en la cocina, junto al segundo congelador.
John y Qhuinn se dirigieron entonces hacia el lugar donde se había iniciado todo y, en el camino, localizaron otro de esos paneles de acero, que, en efecto, estaba cerrado con llave.
John miró su móvil y vio el mensaje de texto que Rhage les había enviado a todos: «Estamos combate centro. Iremos cuanto antes».
—Mierda —dijo John, y mostró la pantalla a Qhuinn.
—Voy a salir —anunció este, al tiempo que corría hacia una de las puertas correderas—. Cierra cuando salga…
John se estiró para agarrar a su amigo.
—De ninguna manera.
Qhuinn se soltó.
—Nos van a masacrar y, además, hay que llevar a Wrath a la clínica. —Al ver que John maldecía en silencio, Qhuinn negó con la cabeza—. Sé razonable, amigo. Tú tienes que apoyar a V en la vigilancia a Assail y, además, debéis defender el interior de la casa. Por otro lado, esa furgoneta tiene que moverse porque el rey está sangrando mucho. Tienes que dejarme salir ahí fuera y hacer lo que pueda para asegurar el área. No tenemos a nadie más.
John volvió a maldecir, mientras buscaba otras posibilidades en su cabeza.
Al final, agarró a su amigo de la nuca y lo acercó a él hasta que sus cabezas se tocaron por un instante. Luego lo soltó y dio un paso atrás, con ganas de morirse.
Conclusión: su primer deber era salvar al rey, no a su mejor amigo. El objetivo estratégico era Wrath, no Qhuinn.
Además, Qhuinn era un hijo de puta muy peligroso, rápido de pies, bueno con la pistola y genial con el cuchillo. Había que confiar en esas habilidades. Su amigo tenía razón: en esa situación, era indispensable que hiciera lo que se proponía.
Con un último gesto de la cabeza, Qhuinn se deslizó por la puerta de cristal. John la cerró y echó la llave después de que Qhuinn se marchara.
Con suerte, la Pandilla de Bastardos pensaría que todo el mundo estaba dentro de la casa y se quedaría allí. Supondrían que la Hermandad estaba esperando refuerzos, y lo normal es esperar la llegada de los refuerzos antes de pasar al contraataque. Por tanto, podían sorprenderlos.
Se oyó la voz de V.
—¡John! ¡Qhuinn! ¿Qué diablos está pasando ahí?
John regresó corriendo al recibidor. Por desgracia, estaba un poco lejos de V y no había manera de comunicar lo que estaba pasando sin soltar su arma… Pero el hermano se hizo cargo de lo que ocurría.
—Mierda, Qhuinn se ha ido solo, ¿verdad?
Assail soltó una carcajada.
—Últimamente tropiezo con todo tipo de suicidas.