39
En la mansión de la Hermandad, N’adie se encontraba sentada sobre la cama que compartía con Tohrment, con el manto doblado a su lado y cubierta solo por la camisola.
Silencio. La habitación estaba muy silenciosa sin Tohr.
¿Dónde estaría su macho?
Cuando volvió, acabado su trabajo en el centro de entrenamiento, esperaba haberlo encontrado allí, relajado, y quizá dormido sobre las sábanas. Pero en lugar de eso la cama estaba intacta, las almohadas seguían recostadas contra la cabecera y el edredón extra, el que él usaba para arroparse, seguía doblado a los pies del colchón.
Tohr tampoco estaba en la sala de pesas, ni en la piscina, ni en el gimnasio. Tampoco en la cocina, donde ella había hecho una pequeña parada para tomar algo. Ni en la sala de billar, ni en la biblioteca.
No había aparecido durante la Primera Comida.
El picaporte de la puerta giró y ella se sobresaltó, pero enseguida suspiró con alivio. Antes de que el cuerpo de Tohr se asomara por la puerta, la sangre de N’adie que corría por las venas de Tohr le anunció su presencia.
Tohr seguía sin camisa, y también descalzo.
Y su mirada parecía tan severa y desolada como los infernales pasillos del Dhund.
Lo recibió con un murmullo.
—¿Dónde estabas?
Tohr evitó la mirada y la pregunta de N’adie y fue directamente al baño.
—Voy con retraso. Wrath nos ha convocado a una reunión.
Tohr abrió el grifo de la ducha, y al percatarse la hembra agarró el manto y se lo echó sobre los hombros, pues sabía que él se sentía incómodo si no la veía completamente vestida cuando no estaban en la cama.
Pero esa no debía de ser la causa de su mal humor; ya estaba muy serio antes de ver que estaba medio desnuda.
Su amada, pensó N’adie. Tenía que ver con su amada.
Por tanto, lo mejor sería dejarlo solo.
Pero no lo hizo.
Cuando Tohr salió, tenía una toalla sobre las caderas y se dirigió enseguida al armario, sin mirar siquiera a N’adie. Tras un momento de indecisión lo abrió y se inclinó hacia delante. El nombre que tenía grabado en los hombros quedó bajo la luz de la lámpara.
Pero no sacó nada del armario. Solo dejó caer la cabeza y se quedó allí, quieto.
—Hoy he ido a mi casa —dijo de repente.
—¿Hoy? ¿Durante el día?
—Fritz me llevó.
N’adie se sobresaltó al pensar que Tohr hubiese podido estar expuesto a la luz del sol… De repente cayó en la cuenta de algo que le pareció sorprendente.
—¿No vivíais en la mansión?
—Teníamos nuestra propia casa —respondió Tohr—. No residíamos aquí con todos los demás.
Así que esta no era su habitación matrimonial. Ni su tálamo nupcial.
Al ver que Tohr no decía nada más, la hembra volvió a la carga.
—¿Y qué encontraste allí?
—Nada. Absolutamente nada.
—¿Ya no estaban vuestras cosas?
—Sí, la casa está exactamente en el mismo estado que la noche que ella murió. Los platos limpios todavía están en el lavavajillas, el correo sobre la mesita… Todo igual, como si el tiempo se hubiera detenido.
Tohr debía de estar sufriendo mucho, pensó N’adie. El vampiro pareció leerle el pensamiento.
—Fui para buscar a Wellsie, pero lo único que encontré fue una fría exposición del pasado.
—Pero tú nunca estás lejos de ella, tu Wellesandra siempre está contigo. Ella respira a través de ti.
Tohrment dio media vuelta. Le dedicó una mirada intensa.
—No es como antes, para qué engañarse.
N’adie se enderezó al sentir el fuego de los ojos de Tohr sobre ella. Inquieta, se puso a juguetear con el manto. Luego cruzó las piernas. Y las descruzó.
—¿Por qué me estás mirando de esa manera?
—Porque quiero follar contigo. En el fondo, esa es la razón por la que fui a mi casa.
‡ ‡ ‡
Al ver que el rostro de N’adie se encendía por la monumental sorpresa que acababa de darle, Tohr no se molestó en edulcorar la verdad con palabras bonitas ni excusas de ninguna clase. Estaba harto de todo: de luchar contra su cuerpo, de discutir con su destino, de pelear contra lo inevitable. Totalmente asqueado por haber perdido tanto tiempo negándose a aceptar la realidad.
Allí, de pie frente a N’adie, se hallaba desnudo en un sentido que no tenía nada que ver con la falta de ropa. Desnudo y cansado…, y deseaba estar con ella…
—Entonces puedes proceder —replicó ella con voz suave, entrecortada, seductora.
Tohr se puso pálido. No podía creer que aceptara tan…
—¿Entiendes lo que acabo de decir?
—Has sido lo suficientemente claro. Quieres que follemos.
—Pero se supone que deberías mandarme al diablo.
Hubo una corta pausa.
—Bueno, tú verás, tampoco es obligatorio que procedamos.
Caramba con la tímida encapuchada.
No había ni pizca de rencor en la voz de N’adie. Tampoco de súplica. Ni de decepción… Por tanto, todo dependía de él, de lo que quisiera.
¿Cómo podía ser que N’adie se mostrara tan dócil ante su petición, con todo lo que había sufrido?
—No quiero hacerte daño.
—No me lo harás. Yo sé que todavía estás enamorado de tu compañera y no te culpo. Lo vuestro fue, es, un amor eterno.
—¿Y qué pasa contigo?
—No tengo necesidad ni deseos de ocupar su puesto. Y te acepto tal como eres, admito que vengas a mí en el papel que elijas. O que no vengas, si así es como ha de ser.
Tohr soltó una maldición, pero enseguida hubo de reconocer que parte de su viejo dolor desaparecía inesperadamente.
—Pero eso no es justo para ti.
—Sí, sí lo es. Me llena de gozo simplemente compartir el tiempo contigo. Eso es suficiente…, y más de lo que podría haber esperado de mi destino. Estos últimos meses me han proporcionado una felicidad, compleja pero maravillosa, que no habría cambiado por nada en el mundo. Y si tiene que terminar, sé que al menos lo habré tenido. Y si puede ir un poco más allá, entonces soy más afortunada de lo que me merezco. Y… si eso te da aunque sea solo un poco de paz, entonces he cumplido con mi único propósito en relación a ti.
La hembra quedó en silencio. Tohr sintió que la suprema dignidad de N’adie lo atravesaba de parte a parte. De verdad. Notó un súbito impulso y caminó hasta donde se encontraba ella, se inclinó y le agarró la cara con las manos.
Le acarició las mejillas mientras la miraba a los ojos.
—Tú eres… —Se le quebró la voz—. Eres una mujer muy honorable.
N’adie puso sus manos sobre las gruesas muñecas de Tohr.
—Escucha mis palabras y créeme. No te preocupes por mí. Ocúpate primero de tu corazón y tu alma. Eso es lo más importante.
El vampiro se arrodilló frente a ella y se abrazó a su vientre. Como le sucedía siempre con ella, se sentía al mismo tiempo extraño y cómodo en una postura íntima.
Se levantó y recorrió el hermoso rostro de N’adie con los ojos. Y luego se concentró en los labios.
Con movimientos muy lentos, se inclinó, sin estar muy seguro de lo que hacía. Nunca la había besado. Ni una sola vez. Con lo bien que conocía el cuerpo de N’adie, no sabía nada de su boca. Al ver que los ojos de ella resplandecían, entendió que todo eso era inesperado pero grato para ella.
Entonces ladeó la cabeza, cerró los ojos… y fue acortando la distancia que los separaba hasta sentir el roce de algo tan suave como el terciopelo.
Fue un contacto delicado, casi casto. Enseguida se retiró.
Pero eso no fue suficiente. Así que volvió a inclinar la cabeza y esta vez permaneció un poco más sobre la boca de ella, acariciándola, recorriéndola con sus propios labios. Luego suspendió otra vez el contacto bruscamente. Si no se detenía en ese momento, ya no podría hacerlo, y ya iba más que retrasado para reunirse con Wrath y sus hermanos. Además, no se trataba de echar un polvo rápido.
Era algo mucho más importante que eso.
—Tengo que vestirme —le dijo—. Debo marcharme, no me queda más remedio.
—Estaré aquí cuando regreses. Si eso es lo que deseas.
—Sí, por favor.
Tohr dio media vuelta y ya no perdió tiempo. Se vistió y reunió las armas a toda velocidad. Cuando agarró su chaqueta de cuero, tenía la intención de salir disparado por la puerta, pero se detuvo para mirarla. En ese momento la hembra se estaba acariciando los labios recién besados por él y tenía los ojos muy abiertos, llenos de asombro… Era como si nunca hubiese sentido nada ni remotamente parecido a lo que acababa de experimentar.
Tohr no pudo evitarlo: fue hasta la cama.
—¿Ha sido tu primer beso?
Ella se ruborizó y su piel adquirió un precioso tono rosa, al tiempo que clavaba los ojos en el suelo con timidez.
—Sí.
Durante un momento, lo único que pudo hacer Tohr fue sacudir la cabeza. Dios, lo que aquella criatura celestial había tenido que pasar…
Luego volvió a inclinarse.
—¿Me dejas darte otro?
—Sí, por favor… —La hembra jadeaba.
Tohr la besó durante más tiempo esta vez, deteniéndose sobre el labio inferior y dándole incluso un ligero mordisco. Y ese pequeño contacto fue la chispa que prendió el gran incendio. El deseo estalló entre ellos. Tohr la apretó contra su cuerpo, abrazándola con más fuerza de la debida, dada la cantidad de armas que colgaban de su torso.
Cuando estaba a punto de levantarla en vilo, Tohr se sintió obligado a contenerse, a dejarla donde estaba.
—Gracias —susurró.
—¿Por qué?
Tohr solo acertó a encogerse de hombros, pues su gratitud era demasiado grande para expresarla en palabras.
—Supongo que por no tratar de cambiarme —dijo al fin.
—Nunca lo haría, ya lo sabes. Ahora, ve con cuidado.
—Lo haré.
Una vez en el pasillo, Tohr cerró la puerta con delicadeza y respiró hondo…
—¿Te encuentras bien, hermano?
Sobresaltado, se volvió hacia Z, que también llevaba ropa de combate. Venía del otro lado del corredor, no del extremo donde estaba su habitación.
—Ah, sí, claro. ¿Y tú?
—Me envían a buscarte.
Entendido. Y Tohr se alegró de que el enviado fuera Z. No cabía duda de que ese hermano era muy consciente de la alteración que sufría Tohr, pero, a diferencia de los demás (léase Rhage, por ejemplo), Z nunca se atrevería a inmiscuirse en sus asuntos.
Los dos machos recorrieron hombro con hombro el pasillo y entraron en el estudio del rey, donde V hacía el uso de la palabra.
—Esto no me gusta. El único vampiro que nos ha dado largas durante meses de repente llama y dice que está listo para verte. ¿Por qué?
Hablaban de Assail, pensó Tohr, mientras ocupaba su puesto, pegado a la biblioteca.
Los hermanos murmuraron distintas variaciones de la opinión que había expresado V. Tohr estuvo de acuerdo con ellos. Era demasiada coincidencia.
Desde el gran escritorio, la expresión de Wrath se endureció y todos guardaron silencio. Era evidente que el rey estaba dispuesto a ir, solo o acompañado.
—Maldita sea —dijo Rhage—. No puedes hablar en serio.
Mientras maldecía entre dientes, Tohr entendió que no valía la pena discutir: la expresión de Wrath mostraba tal determinación que cualquier intento de disuadirlo habría sido inútil.
—Pero llevarás un chaleco antibalas —dijo Tohr al rey.
Wrath enseñó los colmillos.
—¿Y cuándo no lo he hecho?
—Solo quería que quedara muy claro. ¿A qué hora quieres salir?
—Ya.
Vishous encendió un cigarro y soltó una columna de humo.
—Maldición, no me lo puedo creer.
Wrath se puso en pie, agarró a George y salió de detrás del escritorio.
—Quiero conmigo un escuadrón normal, de cuatro. Si llegamos con demasiada gente y demasiadas armas, parecerá que estamos nerviosos. Tohr, V, John y Qhuinn formarán el primer anillo de seguridad.
Eso tenía sentido. Rhage podía representar un riesgo muy grande. Z y Phury no estaban de turno esa noche. Butch tenía que encargarse del Escalade. Y Rehv no se encontraba en el estudio, lo que significaba que probablemente se hallaba en la colonia, al norte del Estado, ejerciendo su pluriempleo como rey diurno de los symphaths.
¿Y Payne? Teniendo en cuenta su apariencia, era posible que el pobre Assail se quedara tan deslumbrado que no pudiera ni hablar. Al igual que su hermano gemelo, Payne solía causar una gran impresión en los miembros del sexo opuesto.
Sin embargo, todo el mundo estaría en máxima alerta. Wrath tenía razón: si llegaban todos juntos, esa aparición enviaría el mensaje equivocado.
Mientras salían al corredor y se dirigían a la escalera, se oía toda clase de improperios en sordina. Una vez abajo, todos volvieron a revisar sus armas y se ajustaron los arneses de las dagas.
Tohr miró de reojo a John. Qhuinn estaba junto a él y se alegró, pues era evidente que las cosas seguían sin marchar muy bien en el mundo del joven mudo. Su olor era el de un macho enamorado, pero parecía un muerto.
El rey se inclinó y habló un segundo con George. Luego tomó a su reina y la besó con pasión.
—Volveré pronto, leelan.
Wrath cruzó entre todos y desapareció en el jardín sin ayuda. Tohr se acercó a Beth, la agarró de la mano y le dio un apretón.
—No te preocupes por nada. Lo traeré de regreso: sano y salvo, en cuanto termine la reunión. No lo olvides, sano y salvo.
—Gracias. Dios, gracias. —Beth abrazó a Tohr con fuerza—. Yo sé que estará a salvo contigo.
Beth se agachó para consolar al perro y Tohr se dirigió a la puerta, pero se detuvo para dejar pasar a sus hermanos, que todavía estaban saliendo. Mientras esperaba, levantó la vista hacia el balcón del segundo piso. N’adie estaba allí, sola y sin capucha.
Esa trenza tenía que desaparecer, se dijo Tohr. Un pelo tan hermoso debía desplegarse a la vista de todos.
Tohr se despidió con la mano. Ella hizo lo mismo. El guerrero salió en busca del frío de la noche y de lo que les deparase el destino.
Procuró ponerse cerca de John, pero no demasiado, y esperó a que Wrath diera la señal. El rey la dio y todos se desintegraron rumbo a una península del río Hudson, un poco al norte de la cabaña de Xhex.
‡ ‡ ‡
En el pequeño bosque en el que volvieron a tomar forma, el aire estaba helado y olía a humedad y hojas caídas. Se escuchaba el rumor del agua al pasar sobre las piedras de la ribera del río.
Frente a Tohr y los demás, la moderna mansión de Assail era un verdadero espectáculo, incluso desde aquel punto en el que se veía la parte trasera, la de los garajes. La estructura palaciega tenía dos pisos principales, con un porche que la rodeaba por completo y muchísimas ventanas. Toda la casa estaba construida de manera que tuviera las mejores vistas posibles del Hudson.
Era un hogar fatal para un vampiro. ¿Qué hacía con todos esos ventanales durante el día?
Pero, claro, ¿qué se podía esperar de un miembro de la glymera?
La Hermandad había estudiado previamente la casa, igual que hizo con todas las otras en las que había habido encuentros del rey, de modo que estaban familiarizados con el exterior. Pero aquí habían llegado más lejos. V había entrado subrepticiamente para estudiar también el interior. Informe: no había mucho allí dentro. Y era evidente que todo seguía igual. Bajo las luces que iluminaban la casa desde el techo no se veía prácticamente ningún mueble.
Era como si Assail viviera en una vitrina para exhibirse él mismo, y nada ni nadie más.
Y, sin embargo, al parecer el tío sí que había hecho alguna que otra cosa inteligente. Según V, todos esos paneles de cristal estaban atravesados por finísimos cables de acero, de una forma similar a como funcionan ciertos blindajes sofisticados, así que no había manera de desintegrarse ni hacia dentro ni hacia fuera. También había despejado el jardín que rodeaba la casa, de modo que si algo o alguien se acercaba, sería presa fácil de los defensores.
A propósito de eso, Tohr dio rienda suelta a sus instintos y sus sentidos, por si había algo sospechoso… Pero no encontró nada en la pantalla de su radar. No se movía nada que no debiera moverse: solo los insectos y las ramas y las hojas de los árboles en medio de la brisa. Y un venado a unos trescientos metros de allí. Y, por supuesto, ellos mismos.
Pero al cabo de unos instantes empezó a aproximarse un coche por el estrecho sendero pavimentado.
Un Jaguar, pensó Tohr, a juzgar por el sonido del motor.
Y tenía razón. Un XKR negro. Con cristales tintados.
El largo descapotable pasó junto a ellos, se detuvo en la puerta del garaje que estaba más cerca de la mansión y entró después de que los paneles de la puerta se abrieran automáticamente. Assail, o quien estuviese al volante, no apagó el motor ni se bajó del coche enseguida. Esperó a que la puerta se cerrara por completo tras él. Tohr notó que la puerta no tenía ventana ni tronera alguna. Era prácticamente del mismo color que el resto de la casa, igual que las puertas de los otros cinco garajes.
Assail había construido unos garajes muy bien camuflados, e inexpugnables, pensó Tohr.
Tal vez el hijo de puta no era tan idiota como se decía, después de todo.
—Me adelantaré hasta la puerta principal —dijo V, y sus ojos de diamante brillaron—. Os haré una señal…, o tal vez oigáis a ese imbécil gritando como una chiquilla. En todo caso, ya sabéis qué hacer.
Y con esas palabras se marchó, desintegrándose hasta el otro lado de la casa. Sería mejor no perderlo de vista, pero Wrath era el elemento más importante y la línea de árboles de la parte posterior constituía el único escondite posible que había. No podían proteger a los dos al mismo tiempo.
Mientras esperaban, Tohr sacó su arma y lo mismo hicieron John Matthew y Qhuinn. El rey llevaba encima varias cuarentas, pero las dejó donde estaban. Sería demasiado revelador que llegara con un arma en la mano.
¿Y su guardia personal? No había problema. Ir con las armas en la mano era parte de su trabajo. Eso no revelaba nada, ni debilidad ni fortaleza.
Siempre alerta, Tohr pensó nuevamente en lo bueno que sería dejar al rey en casa durante todo ese proceso de inspección previa, pero Wrath se había negado rotundamente a ello desde hacía meses. Sin duda sería mortificador para él, teniendo en cuenta que, a diferencia de su padre, él había sido un guerrero antes de asumir el trono.
Tres minutos después, el móvil de Tohr vibró anunciando un mensaje: «Puerta de la cocina, junto al garaje».
—Quiere que vayamos por la entrada posterior —dijo Tohr mientras guardaba el teléfono—. Wrath, eso está cincuenta metros delante de ti.
—Entendido.
Los cuatro se desintegraron y reaparecieron en la puerta trasera, formados de la manera que proporcionaba a Wrath la mayor protección posible: Tohr iba delante del rey, John a su derecha, Qhuinn a su izquierda…, y V ocupó enseguida la retaguardia.
Y, justo en ese momento, Assail abrió la puerta.