37
Tohr regresó al final de la noche, con dos dagas sucias, sin munición y con una magulladura en la espinilla derecha que lo hacía caminar como un zombi. Malditos bates de béisbol. Al menos, la recompensa para el puto restrictor en cuestión había sido más bien divertida. Nada como destrozar la cara de tu enemigo contra el suelo para levantar el ánimo.
El asfalto es genial.
Había sido una dura noche de combate para todos. Dura y larga. Dos cosas muy buenas. Las horas habían pasado volando y, aunque olía a carne podrida por la cantidad de sangre negra que tenía encima y alguien iba a tener que remendar sus nuevos pantalones de cuero, se sentía mejor que cuando había salido de la casa.
Tal como decía siempre Rhage, combatir y follar eran las dos mejores formas de estabilizar el ánimo.
Lástima que por lo demás nada hubiese cambiado. Al regresar a casa seguía esperándolo la misma mierda.
Mientras atravesaba el vestíbulo, Tohr comenzó a desarmarse: se quitó la funda que se colgaba del hombro y se desabrochó el arnés del pecho y el cinturón. El olor a cordero recién salido del horno llenaba todo el vestíbulo y, al mirar rápidamente hacia el comedor, vio que los doggen ya lo tenían todo preparado: la plata brillaba, el cristal relucía y la gente ya estaba comenzando a reunirse para la Última Comida.
Pero N’adie no se encontraba entre ellos, lo cual tampoco era extraño.
Subió corriendo las escaleras y, al hacerlo, se dio cuenta de que su miembro empezaba a juguetear. Ya empezamos, se dijo. La erección no lo hacía exactamente feliz.
«Tú sabes tan bien como yo lo que no has hecho».
Llegó, agarró el picaporte y cerró los ojos. Luego se obligó a abrir.
—¿Estás aquí, N’adie?
El turno en la lavandería había terminado hacía ya casi una hora. Fritz había insistido en que N’adie tuviera algo de tiempo para arreglarse para la cena, una disposición que ella había combatido al comienzo pero que ahora parecía estar aprovechando. El jacuzzi siempre estaba húmedo cuando Tohr regresaba después de pelear.
Ojalá no esté en la bañera, pensó Tohr. Deseaba darse una ducha y no sabría cómo manejar la situación si los dos estaban desnudos y juntos en el baño.
«Tú sabes tan bien como yo lo que no has hecho».
Silencio.
Tohr dejó sus armas sobre una mesa y comenzó a quitarse la camiseta y las botas de combate.
—N’adie, ¿estás aquí?
El vampiro frunció el ceño y se asomó al baño. No había nadie.
Ninguna fragancia en el aire. Ni agua en la bañera. Ni toallas fuera de lugar.
Curioso.
Desconcertado, Tohr volvió a salir al pasillo, bajó las escaleras y entró por la puerta que llevaba al pasadizo subterráneo. Al atravesarlo, se preguntó si N’adie se encontraría en la piscina.
Esperaba que no fuera así, aunque su entrepierna no estaba de acuerdo.
Joder, ya no sabía qué pensar.
Pero la excitante encapuchada no estaba flotando en el agua, ni desnuda ni de ninguna otra forma. Y tampoco se hallaba en la lavandería. Ni en el cuarto de pesas, ni junto a las taquillas, ni en el gimnasio, donde solía cambiar las toallas. Tampoco estaba en la clínica guardando la ropa de cirugía.
Sencillamente…, no estaba en ninguna parte.
Regresó a la mansión. Tardó en volver la mitad del tiempo que había empleado en bajar y, cuando llegó a la cocina, lo único que encontró fue un montón de doggen, corriendo de aquí para allá para servir la cena.
Aguzó sus sentidos y concluyó que N’adie no estaba en la mansión.
Un pánico terrible lo recorrió de arriba abajo. La cabeza le empezó a zumbar…
No, un momento, se escuchaba un ruido, el sonido de… ¿Oía bien? Sí, era una motocicleta.
Un ruido profundo y constante que no tenía sentido. A menos que Xhex hubiese venido a la casa por alguna razón, lo cual sería una buena noticia para John.
N’adie se encontraba frente a la casa en ese momento.
Tohr buscó el rastro de su propia sangre corriendo por las venas de N’adie. Atravesó el vestíbulo a la carrera, salió por la puerta y… frenó en seco en lo alto de las escaleras de la entrada.
Xhex estaba en su Ducati y su figura forrada de cuero negro combinaba a la perfección con la moto. Y detrás de ella se hallaba N’adie, sin capucha, con el pelo hecho un desastre y una sonrisa tan grande como el sol.
La expresión de la hembra cambió en cuanto lo vio, momento en el que se puso más seria.
—Hola.
Al saludar, Tohr notó que su corazón volvía a latir normalmente. Sintió otra presencia detrás de él: John.
Xhex miró a su compañero y lo saludó con un gesto de la cabeza. Luego se volvió hacia su madre.
—¿Estás bien ahí atrás, mamá?
—Sí, perfectamente. —N’adie se bajó de la moto con torpeza y su manto cayó rápidamente hasta los pies, como si se sintiera aliviado de que el paseo hubiese llegado a su fin—. Entonces, ¿te veo mañana por la noche?
—Sí. Te recojo a las tres.
—Perfecto.
Las dos hembras compartieron una sonrisa tan espontánea que Tohr estuvo a punto de echarse a llorar. Algo grande había sucedido entre ellas…, y si él no podía tener de regreso a su Wellsie y su hijo, al menos quería que N’adie encontrara a su verdadera familia.
Y aquello parecía un gran paso en la dirección correcta.
Cuando N’adie subió los escalones de piedra, John bajó hacia donde descansaba la moto, dispuesto a reemplazarla. Tohr quería preguntarle a N’adie adónde habían ido, qué habían hecho, qué se habían dicho. Pero de inmediato se dijo que, a pesar de que hacía días que dormían juntos, no tenía ningún derecho a preguntarle nada de eso. Lo cual mostraba los pocos avances que había habido entre ellos.
Por fin, cuando, caballerosamente, dejó paso a la hembra para que entrara en la mansión, optó por una pregunta más bien convencional.
—¿Lo has pasado bien?
—Sí, muy bien. —N’adie se agarró el manto y entró en el vestíbulo cojeando—. Xhex me ha llevado a dar un paseo en motocicleta… ¿O se dice moto?
—Cualquiera de los dos formas vale. —También trampa mortal, o ataúd con ruedas—. Pero la próxima vez será mejor que uses un casco.
—¿Casco? ¿Como el de montar a caballo?
—No exactamente. Me refiero a algo un poco más duro que un sombrero de terciopelo con una correa para sujetarlo debajo de la barbilla. Te conseguiré uno.
—Ay, gracias. —N’adie se alisó el pelo, alborotado por el viaje—. Ha sido tan… divertido. Era como si voláramos. Al principio iba asustada, pero Xhex conducía despacio. Pero, después me encantó, y eso que íbamos muy rápido.
Lo que estaba oyendo hacía a Tohr feliz, pero también le preocupaba.
Por primera vez se sorprendió deseando que N’adie tuviera miedo de hacer algo. Esa Ducati no era más que un poderoso motor con un asiento pegado encima. Cualquier golpe haría que esa delicada piel quedara convertida en una mancha sobre el pavimento.
—Sí…, es genial. —En su cabeza, Tohr comenzó a sermonearla sobre los principios de la energía cinética, sin ahorrar términos médicos como «hematoma» y «amputación». Pero se guardó el sermón para sí—. ¿Estás lista para comer?
—Me estoy muriendo de hambre. El aire fresco me ha despertado el apetito.
A lo lejos, Tohr oyó el rugido de la moto que arrancaba. Al poco tiempo entró John con cara de pocos amigos.
El chico se dirigió a la sala de billar. Tohr estaba seguro de que no iba a por palomitas de maíz. Pero no había manera de hablar con él. John lo había dejado muy claro al principio de la noche.
—Vamos —dijo Tohr a la hembra—, vamos a sentarnos.
En la mesa la conversación cesó cuando ellos dos entraron en el comedor, pero él estaba demasiado absorto en la hembra que iba delante de él como para notarlo. La idea de que ella hubiese estado en el mundo exterior, paseando en plena noche con Xhex, la hacía parecer… diferente.
La N’adie que él conocía nunca habría hecho algo así.
Tohr sintió cómo su cuerpo se excitaba al imaginarla vestida con otra ropa distinta del dichoso manto, cabalgando en la moto, con el pelo suelto, paseando en medio de la noche.
¿Cómo estaría N’adie con unos vaqueros? Pero unos vaqueros como es debido, de los que abrazan y marcan bien el trasero de las hembras y hacen que los machos quieran montar, pero no exactamente en moto.
De pronto, la calenturienta mente del vampiro pasó a mayores. Se la imaginó desnuda y contra la pared, con las piernas abiertas, el pelo suelto y las manos sobre los senos. Y él, como es lógico, de rodillas, con la boca sobre el sexo de la hembra y la lengua explorando ese lugar del que tanto habían aprendido sus dedos.
Besaba y lamía allí abajo, sentía la humedad femenina sobre su cara, mientras ella se arqueaba y…
El rugido que brotó de su boca resonó atronadoramente en medio del silencio del comedor. N’adie lo miró con absoluta sorpresa. Los demás con estupor. Y él se sintió como un completo imbécil.
Para disimular, Tohr retiró ceremoniosamente la silla para que N’adie se sentara. Como si fuera una operación muy difícil.
Cuando la hembra tomó asiento, Tohr sintió que ella también estaba excitada y casi tuvo que estrangularse para evitar que se le escapara el nuevo rugido que comenzaba a vibrar en su pecho.
Se sentó en su sitio y sintió alivio. Así, con el pene bien constreñido por los pantalones, la situación estaba bajo control. Intentó doblarse más, dispuesto a cortar al puto miembro el suministro de sangre.
Pero curiosamente el suministro aumentó. O al miembro la sangre le importaba un pimiento.
Fantástico.
Tohr agarró su servilleta, la desdobló y…
Se dio cuenta de que todo el mundo los estaba mirando: la Hermandad, sus shellan e incluso los doggen que iban a comenzar a servir la cena.
—¿Qué pasa? —preguntó, mientras se colocaba la servilleta sobre las piernas.
Fue entonces cuando se percató de que él iba sin camisa y ella no llevaba puesta la capucha.
Era difícil discernir cuál de los dos llamaba más la atención. Probablemente ella, pues la mayoría de la gente nunca la había visto con la cara descubierta…
Sin que pudiera controlarse, Tohr se mordió el labio superior, al tiempo que sus colmillos se alargaban y comenzaba a mirar a cada uno de los machos de la mesa, siseando en un tono bajo y amenazante. Ello a pesar de que todos estaban felizmente apareados y eran sus hermanos, y a pesar de que él no tenía ningún derecho a hacer ese tipo de demostraciones de territorialidad.
Al ver eso, muchas cejas se levantaron con sorpresa. Un par de personas pidieron otro trago de lo que estaban tomando. Alguien empezó a silbar despreocupadamente.
Mientras N’adie se ponía rápidamente la capucha, la gente comenzó a hablar sobre el tiempo, los deportes y otros asuntos igualmente interesantes.
Tohr solo se frotó las sienes. Resultaba difícil saber cuál era la causa de su dolor de cabeza.
Tenía tantas para escoger…
‡ ‡ ‡
Al final, la comida transcurrió sin más incidentes. Pero ya habían tenido bastante, ¿qué más podía ocurrir? ¿Que todos comenzaran a pelear por la comida? ¿Que la cocina se incendiara?
Cuando la cena terminó, la pareja de la noche abandonó el comedor…, pero cada uno con una idea distinta.
—Tengo que ir a trabajar —dijo ella cuando llegaron al pie de la escalera—. Llevo fuera toda la noche.
—Puedes ponerte al día al anochecer.
—Eso no sería correcto.
Tohr se dio cuenta de que en los últimos meses N’adie solo había estado con él. En la lavandería del centro de entrenamiento trabajaba sola y durante las comidas no cruzaba palabra con nadie. El resto del tiempo, con él.
De un tiempo a esa parte, además, en la habitación se masturbaban o dormían. Así que, en realidad, ella tampoco se relacionaba gran cosa con él.
—¿Adónde fuiste con Xhex?
—A muchos sitios: al río, a la ciudad…
Tohr cerró los ojos un instante. Pensó en la ciudad. Y luego se preguntó por qué nunca había llevado a N’adie a ninguna parte. Cuando tenía una noche de descanso, bajaba al gimnasio o se quedaba leyendo en la cama, esperando a que ella terminara. Nunca se le había ocurrido hacer nada con ella en el mundo exterior.
«Eso es porque la has estado escondiendo todo lo que has podido», le señaló su conciencia.
Qué desastre…
—Oye, espera un minuto, ¿por qué nunca tienes una noche libre? —Tohr le hizo la pregunta frunciendo el ceño. Mierda, ¿qué demonios estaba haciendo ese mayordomo? ¿Estaba explotando a su hembra?
—Sí que tengo noches libres, solo que nunca me las tomo. No me gusta quedarme sin hacer nada. —Tohr se acarició una oreja, pensativo—. Si me disculpas —murmuró ella—, bajaré al centro de entrenamiento para comenzar ahora mismo.
—¿A qué hora terminarás?
—Probablemente alrededor de las cuatro de la tarde.
—Muy bien. —Cuando N’adie dio media vuelta, Tohr le puso una mano sobre el antebrazo—. Escucha, si tienes que ir a los vestuarios durante las horas del día, es mejor que siempre llames antes de entrar, ¿de acuerdo?
Lo último que faltaba era que viera a uno de sus hermanos desnudo.
—Claro, claro. Siempre lo hago.
N’adie se marchó y Tohr se quedó observándola. Notó que su cojera tenía una dignidad innata que él no había descubierto hasta ese momento.
—Tenemos una cita, ¿recuerdas?
Tohr miró hacia la derecha y sacudió la cabeza al ver a Lassiter.
—No estoy de humor.
—Pues te jodes. Vamos, lo tengo todo organizado.
—Mira, no te ofendas, pero ahora no soy buena compañía…
—¿Y cuándo lo has sido?
—En realidad yo no…
—Bla, bla, bla. Cierra el pico y ponte en movimiento.
El ángel lo agarró de un brazo y tiró de él. Tohr se dejó arrastrar hasta las escaleras y por el pasillo de las estatuas…, hasta el otro lado. Pasaron frente a su habitación, por delante de las de los chicos y junto a la suite que ocupaban Z, Bella y Nalla. Luego siguieron hacia la zona que ocupaba la servidumbre, hasta la entrada a la sala de cine.
Tohr frenó en seco.
—Si estás planeando otro maratón de Betty Midler, te juro que te daré tantos azotes en el trasero que no podrás sentarte en una semana.
—Ay, qué miedo, mira cómo tiemblo.
—De verdad, si te queda algo de compasión, deja que vaya a acostarme…
—Tengo cacahuetes.
—No me gustan.
—Y uvas pasas.
—Puaj.
—Y cerveza Sam Adams.
Tohr entornó los ojos.
—¿Fría?
—Helada.
Tohr cruzó los brazos sobre el pecho y fingió hacer pucheros como un chiquillo de cinco años.
—Quiero conguitos.
—Tengo. Y palomitas de maíz.
Tohr soltó una maldición, abrió la puerta y subió hasta la caverna roja, apenas iluminada. El ángel lo tenía todo preparado allá arriba: sillones más que cómodos, dos Sam Adams abiertas y listas para beber —y varias botellas más entre hielo—, y un increíble despliegue calórico que incluía una caja llena de conguitos. Y las malditas palomitas de maíz.
Se sentaron uno junto al otro y estiraron las piernas con comodidad.
—Dime que no es una película de los cincuenta, de esas de amor, para hembras —murmuró Tohr.
—No, nada de eso. ¿Quieres palomitas? —El ángel puso en marcha el proyector—. Con dosis extra de mantequilla, no esa mierda sin calorías.
—Por el momento estoy bien.
En la pantalla apareció el logo de un famoso estudio cinematográfico y a continuación un montón de créditos. Y después dos personas de avanzada edad, sentadas en un sofá. Conversando.
Tohr dio un sorbo a su cerveza.
—¿Qué diablos es esto?
—Cuando Harry encontró a Sally.
Tohr se quitó la botella de la boca.
—¿Qué?
—Cállate. Después de esto vamos a ver un episodio de Luz de luna. Luego, Tú y yo, la original, no esa estupidez con Warren Beatty. Y de postre, La princesa prometida…
Tohr se levantó como un resorte.
—Está bien, que te diviertas…
Lassiter oprimió el botón de pausa en el mando a distancia y le puso una mano sobre el hombro.
—Vuelve a sentarte ahora mismo. Observa y aprende.
—¿Qué? ¿Con lo que odio las comedias románticas? ¿Qué tal si dejamos eso en claro de una puta vez?
—Necesitas ver esto.
—¿Para qué? ¿Para rematar mi carrera de solitario convirtiéndome en afeminado?
—Porque tienes que recordar en qué consiste eso de ser romántico.
Tohr sacudió la cabeza.
—No, no, de eso nada.
Tohr insistía en marcharse; Lassiter sacudía la cabeza sin parar.
—Tienes que recordar que ligar como Dios manda es posible, amigo.
—A la mierda con eso…
—Estás paralizado, Tohr. Y aunque tienes tiempo de sobra para desperdiciarlo, Wellsie no se puede permitir ese lujo.
Tocado. Tohr cerró la boca, se volvió a sentar y comenzó a arrancar la etiqueta de su cerveza.
—No puedo hacerlo, hermano. No puedo fingir que siento… eso.
—¿Entonces crees que no puedes tener sexo con N’adie? ¿Cuánto tiempo piensas seguir así?
—Hasta que tú desaparezcas y Wellsie quede libre.
—¿Y te parece que eso está funcionando bien? ¿Te gustó el sueño que tuviste hoy?
Tras un momento de duda, el vampiro contestó:
—Las películas no me van a ayudar.
—¿Y qué vas a hacer? ¿Masturbarte en tu habitación hasta que N’adie regrese del trabajo? ¿Y luego seguir masturbándote pero junto a ella? Ah, espera, déjame adivinar… Te vas a pasear de un lado a otro de tu habitación. Porque eso es algo que nunca has hecho. —Lassiter le puso las palomitas en la cara—. ¿Tanto trabajo te cuesta quedarte aquí conmigo? Cierra el pico y cómete lo suyo, idiota.
Tohr aceptó las palomitas de mala gana.
Una hora y treinta y seis minutos después, no tuvo más remedio que carraspear cuando Meg Ryan le decía a Billy Crystal que lo odiaba en medio de una fiesta de Año Nuevo.
—Hay que ponerle salsa a la vida —dijo Lassiter al acabar la película—. Esa es la respuesta a todo.
Un minuto después, apareció en la pantalla la imagen de Bruce Willis joven y Tohr dio gracias al cielo.
—Esto es mucho mejor. Pero necesitamos más cerveza.
—Está en camino.
Seis cervezas después, ya habían visto dos episodios de Luz de luna, entre ellos uno de Navidad en el que todo el equipo de filmación cantaba con los actores en la última escena.
Eso no hizo carraspear a Tohr.
Menos mal.
Luego trataron de ver Tú y yo. Al menos hasta que Lassiter se compadeció de su acompañante, y de sí mismo, y comenzó a adelantar las escenas.
—Las chicas dicen que esto es genial —murmuró el ángel, mientras pasaba a toda velocidad de una escena tras otra—. Tal vez fue un error elegir esta.
—Amén.
La película de la princesa no fue tan horrible, tenía escenas graciosas. Y es genial el final, cuando se juntan los dos protagonistas. Además, a Tohr le gustó ver a Colombo haciendo de abuelo. Pero no se podía decir que aquello lo fuera a convertir en un Casanova.
Lassiter lo miró de reojo.
—Todavía no hemos terminado.
—Siempre y cuando me sigas dando cerveza…
—Pide y recibirás.
El ángel le entregó una botella recién salida del hielo y se fue a cambiar el DVD. Cuando regresaba a su lugar, la pantalla se encendió.
Tohr casi se cayó de la silla.
—¿Qué demonios es esto?
Cuando el enorme cuerpo de Lassiter pasó frente a la pantalla, un gigantesco par de senos cubrió toda su cara y su pecho.
—Adventures in the MILFy Way. Un verdadero clásico.
—Pero ¡esto es porno!
—¿Y qué?
—Verás, no sé cómo decírtelo: esto no lo voy a ver contigo.
El ángel, que todavía estaba de pie, se encogió de hombros.
—Solo quería asegurarme de que tienes conciencia de lo que te estás perdiendo.
Entonces se empezaron a oír toda clase de gemidos, mientras los senos gigantes…, esos inmensos senos que parecían a punto de callar a Lassiter de un golpe…
Tohr se cubrió los ojos con horror.
—¡No! ¡Quítalo!
Lassiter paró la película y los ruidos porno cesaron. Mirando entre los dedos, Tohr vio que no había dado a pausa sino que la había detenido definitivamente, gracias a Dios.
—Solo estoy tratando de llegar hasta ti. —Lassiter se sentó y abrió una cerveza. Parecía cansado—. Joder, esta mierda de ser ángel…, es tan difícil tener alguna influencia sobre alguien o algo. Nunca había tenido problemas con el libre albedrío, pero, coño, contigo quisiera poder usar alguna clase de hechizo como los de Yo sueño con Jeannie para llevarte a donde tienes que estar. —Al ver que Tohr se enfadaba, el ángel murmuró—: Pero no te preocupes. Te haremos llegar hasta allí de alguna manera…
Los dos se quedaron bebiendo en silencio durante un rato, hasta que en la pantalla comenzó a aparecer de manera intermitente un logo de Sony.
De repente, Tohr hizo una pregunta inesperada:
—¿Alguna vez has estado enamorado?
—Una vez. Solo una.
—¿Qué sucedió? —Como el ángel no respondía, Tohr lo miró de reojo—. Ah, entonces tú sí tienes derecho a conocer toda mi intimidad, pero… ¿No eres capaz de devolver el favor?
Lassiter se encogió de hombros y abrió otra cerveza.
—¿Sabes lo que pienso?
—No lo puedo saber mientras no me lo digas.
—Pienso que deberíamos ver otro episodio de Luz de luna.
Tohr, sorprendentemente, se mostró de acuerdo. Después de todo, no era tan malo ver películas con el ángel y comentar los diálogos mientras tomaban cerveza y comían porquerías. De hecho, no recordaba la última vez que había estado en una situación similar.
Desde luego, debió de ser con Wellsie. Si tenía tiempo libre, Tohr siempre lo pasaba con ella.
Dios, cuántos días habían pasado vegetando sin más frente al televisor, viendo cosas que ya habían visto o películas de mierda en los canales de cable, y dormitando durante los telediarios… Solían cogerse de la mano, y a veces ella se acostaba sobre su pecho mientras él jugueteaba con aquellos rizos rojos.
Qué cantidad de tiempo perdido, pensó Tohr. Pero mientras pasaban los minutos y las horas, ellos eran felices.
Dichosa pérdida de tiempo.
Otra cosa más que añoraba del pasado.
Tohr pidió un cambio.
—¿Qué tal si vemos algo de la carrera posterior de Willis?
—¿Duro de matar?
—Vale. Tú pones la peli mientras yo preparo más palomitas.
—Trato hecho.
Cuando los dos se levantaron y se dirigieron al fondo de la sala, Tohr se detuvo de repente y sujetó al ángel del brazo.
—Gracias, hermano.
El ángel le dio un golpecito en el hombro y luego continuó en busca de la película.
—Solo hago mi trabajo.
El vampiro observó cómo Lassiter bajaba su cabeza mitad rubia y mitad morena para pasar por la puerta.
El maldito tenía razón.
¿Y qué pasaría entonces con él y N’adie?
Era difícil pensar en lo que vendría después. Demonios, cuando empezó a liarse con ella le había costado muchísimo superar todas las emociones que le provocaba el simple hecho de aceptar la vena de N’adie, ofrecerle a ella la suya y luego masturbarla.
Pero ¿qué pasaría si llevaban las cosas más lejos?
El siguiente nivel abría grandes incógnitas.