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En términos generales, el olor de la sangre humana no era ni de lejos tan interesante como el de la sangre de restrictor o de vampiro. Pero se podía reconocer con la misma facilidad y era algo a lo que también tenías que prestarle un poco de atención.

Xhex pasó la pierna por encima de su Ducati y volvió a olfatear el aire.

Definitivamente era sangre humana y venía de las calles situadas al oeste del Iron Mask.

La hembra miró su reloj, vio que tenía un poco de tiempo antes de su cita y, aunque normalmente no le habría despertado ninguna curiosidad cualquier clase de lío entre humanos, a la luz de los últimos acontecimientos del mercado negro la cosa cambiaba, así que volvió a bajarse de la moto, quitó la llave y se desintegró en esa dirección.

Durante los últimos tres meses se había cometido una serie de crímenes en el centro. Eso no era nada raro. Pero lo que había llamado la atención de Xhex no eran los conflictos habituales entre pandillas, ni los crímenes pasionales, ni los accidentes protagonizados por borrachos que atropellaban a alguien y huían. Lo que le interesaba eran los delitos relacionados con las drogas.

Unos crímenes recientes que no eran normales y corrientes.

Todas las muertes aparentemente eran suicidios. Los intermediarios, es decir, los camellos, se estaban suicidando a mansalva. Desde luego, no parecía verosímil que tantos de esos sinvergüenzas tuvieran súbitos remordimientos al unísono. A menos que alguien estuviera echando una droga de la moralidad o algo similar en el sistema de aguas de Caldwell, en cuyo caso Trez se quedaría sin trabajo más temprano que tarde… Pero ese no era el caso, por supuesto.

La policía humana estaba desconcertada. La noticia ya tenía alcance nacional. Los políticos se mostraban realmente entusiasmados y redoblaban sus discursos desde las más diversas tribunas.

Xhex había tratado de investigar un poco por su cuenta, pero no había llegado muy lejos. De todas formas, ella ya sabía la respuesta a muchas de las preguntas de los humanos. La clave era aquel signo de la Lengua Antigua que simbolizaba la muerte y figuraba en todos esos paquetes. Y cuantos más tíos caían muertos por sus propias balas, más de esos paquetes aparecían en el mercado. El símbolo estaba comenzando a aparecer incluso en paquetes de heroína y éxtasis, no solo de cocaína.

El vampiro o vampira en cuestión, fuera quien fuese, se estaba apoderando gradualmente del mercado. Y después de un verano frenético durante el cual no había hecho más que convencer a la escoria humana de las ventajas de dejar este valle de lágrimas, había logrado deshacerse de toda una legión de profesionales del tráfico de drogas. Prácticamente, los únicos que quedaban eran los vendedores callejeros de base… y Benloise, el gran capo que suministraba la droga.

La hembra tomó forma detrás de una furgoneta y enseguida se dio cuenta de que había llegado a la escena de un crimen poco después de que todo ocurriera: en el asfalto había dos tíos que yacían bocarriba, inertes. Los dos aún empuñaban sendas pistolas y tenían agujeros de bala en la frente, mientras que su coche, con las puertas abiertas, seguía con el motor encendido y echando humo por el tubo de escape.

Sin embargo, nada de eso llamó especialmente la atención de Xhex. Lo que realmente le interesó fue el vampiro que se estaba subiendo en ese momento a un elegante Jaguar y cuyo pelo tenía destellos azules bajo la luz del callejón.

Quizá la investigación de Xhex estaba a punto de dar un gran salto cualitativo.

Con un movimiento rápido, volvió a tomar forma delante del coche. Como el macho no había encendido los faros, logró verle la cara con nitidez, iluminada como estaba por la luz del tablero de mandos.

Bueno, bueno, bueno, musitó Xhex, mientras el macho levantaba la cabeza.

La carcajada lenta que salió de la boca del tipo fue como las noches de verano en los suburbios: profunda, tibia y peligrosa.

—La bella Xhexania.

—Assail. Bienvenido al Nuevo Mundo.

—Había oído que estabas aquí.

—Yo también había oído lo mismo sobre ti. —Xhex hizo un gesto con la cabeza hacia los cadáveres—. Entiendo que has estado dedicado al servicio público, limpiando las calles.

El vampiro adoptó una expresión muy respetable que a la vez tenía mucho de perversa.

—Me estás otorgando un mérito que no merezco.

—Claro, claro.

—No me dirás que ahora te interesan estas ratas sin cola.

—No, me interesa el hecho de que tu mercancía haya entrado en mi club.

—¿Tu club? —Assail arqueó las cejas, con irónica elegancia—. ¿Acaso trabajas con los humanos?

—Más bien los mantengo a raya.

—Y no te gustan las drogas.

—Cuanto más drogados están, más molestos son.

Hubo una larga pausa.

—Te veo muy bien, Xhex. Como siempre.

La hembra pensó en John, en cómo había tratado al supuesto vampiro hacía un par de meses. Con Assail sería muy distinto: John se divertiría más con un oponente que diera la talla, y desde luego este Assail era capaz de cualquier cosa…

De pronto tuvo un doloroso pensamiento: se preguntó si hoy por hoy su compañero se molestaría siquiera en pelear por ella.

Las cosas habían cambiado entre ambos, y no para bien. Todas esas decisiones del verano de mantenerse unidos pero separados, lejos pero conectados, se habían desvanecido bajo la monotonía de sus empleos nocturnos; y las breves y explosivas ocasiones en que se encontraban parecían alejarlos más, en lugar de acercarlos.

Últimamente, con el frío del otoño, las visitas se habían vuelto menos frecuentes y más difíciles. Y menos sexuales.

—¿Qué sucede, Xhex? —Assail nunca dejaba de emplear su tono suave—. Puedo oler que estás sufriendo.

—Sobrevaloras tu olfato, Assail, al igual que estás haciendo con tu capacidad, si crees que puedes conquistar Caldwell con tanta rapidez. Estás tratando de ocupar el puesto de alguien muy… grande.

—Te refieres a tu jefe, Rehvenge.

—Exacto.

—¿Significa eso que vendrás a trabajar para mí cuando termine de limpiar la casa?

—Ni en sueños.

—¿Y por qué no? —Assail quitó hierro a sus palabras con una sonrisa—. Siempre me has agradado, Xhex. Si quieres un empleo de verdad, búscame… No me molestan los mestizos.

Este último comentario desató la ira de Xhex, que sintió ganas de dejarle sin dientes de una patada.

—Lo siento, me gusta estar donde estoy.

—A juzgar por tu olor, eso no es cierto. —Cuando Assail encendió el motor, su rugido dejó claro que había muchos caballos de potencia bajo el capó—. Nos veremos.

Con un gesto displicente, Assail cerró la puerta y arrancó sin encender las luces.

Mientras observaba cómo se alejaba el coche, Xhex pensó que al menos ya tenía un nombre, pero hasta ahí llegaban las buenas noticias. Assail era mal enemigo, uno de esos machos a los que no puedes dar la espalda ni un instante. Un camaleón sin conciencia, que podía mostrar mil caras distintas a mil personas diferentes sin que nadie llegara a conocerlo de verdad.

Por ejemplo, Xhex no creía que Assail la encontrara atractiva en absoluto. Solo era un comentario para perturbarla, para que bajase la guardia. Y había funcionado, aunque no por la razón que él se imaginaba. Había logrado su objetivo porque le recordó al amado.

Dios, John…

La situación creada entre ellos los estaba matando a los dos. Se encontraban estancados. No podían hacer que las cosas funcionaran, pero tampoco eran capaces de poner punto final.

Un desastre.

Xhex regresó a donde estaba su motocicleta, se montó, se puso las gafas oscuras para protegerse los ojos y arrancó. Mientras salía del centro, se cruzó con una caravana de patrullas de la policía que llevaban las sirenas encendidas y avanzaban lo más rápido que podían hacia el lugar del que ella venía.

Divertíos, chicos, pensó Xhex.

Y luego se preguntó si a esas alturas no tendrían ya un protocolo muy elaborado para los suicidios múltiples.

Xhex se dirigió al norte, hacia las montañas. Habría sido más práctico desintegrarse, pero necesitaba airearse un poco y no había nada como ir a ciento cuarenta kilómetros por hora por una carretera rural para despejar la cabeza. Mientras el aire frío chocaba con las gafas y la nariz y su chaqueta de motera formaba una especie de segunda piel sobre sus senos, era la reina del mambo. Xhex aceleró todavía más, al tiempo que se inclinaba hacia delante, volviéndose una con la moto.

Se acercaba a la mansión de la Hermandad. No sabía muy bien por qué había decidido hacer aquello. Tal vez solo había sido por la sorpresa que le causó la solicitud. Tal vez solo quería encontrarse con John. O quizá estaba buscando algo, cualquier cosa, que le ayudara a disipar esa bruma de tristeza que la envolvía.

Pero un encuentro con su madre tal vez no sirviera más que para empeorar las cosas.

Unos quince minutos después, salió de la carretera y se encontró de frente con el mhis que siempre estaba en su sitio. Redujo la velocidad, porque no era cosa de atropellar a un venado ni estrellarse contra un árbol, y comenzó a ascender lentamente la montaña, deteniéndose en las distintas puertas del camino, todas similares a las que llevaban a la entrada del centro de entrenamiento.

Pasar por el control de las cámaras de seguridad no le llevó más que un momento: la estaban esperando.

Después de pasar la última barrera y doblar por el sendero que conducía al jardín, Xhex sintió que el corazón se le bajaba al estómago. Joder, la inmensa casa de piedra estaba igual que siempre. Claro, ¿por qué tendría que haber cambiado? Podría haber una guerra nuclear en toda la costa nororiental y el lugar seguiría en pie.

La fortaleza, las cucarachas y los pastelitos de crema seguirían intactos. Todo lo demás desaparecería.

Xhex dejó la moto detrás de las escaleras de piedra que subían hasta la puerta principal, pero no se bajó. Al mirar el portón en forma de arco, los inmensos paneles tallados, las gárgolas que escondían cámaras de seguridad en la boca, pensó que el recibimiento a los visitantes no era muy cálido.

Se trataba de dejar claro que quien entraba lo hacía bajo su propia responsabilidad.

Un rápido vistazo al reloj le confirmó lo que ya sabía: John ya había salido y estaría peleando en la parte de la ciudad de la que ella venía…

Giró la cabeza hacia la izquierda.

Detectaba el patrón emocional de su madre en la parte trasera de la casa, en los jardines posteriores.

Buena noticia, porque Xhex no quería entrar en la casa. No le apetecía atravesar el vestíbulo. No deseaba recordar lo que llevaba puesto, ni lo que estaba pensando y soñando cuando se apareó.

Porque no fue más que una estúpida fantasía de lo que sería su vida.

Al desintegrarse hasta el otro lado del seto, Xhex no tuvo problemas para orientarse. John y ella habían deambulado por allí en primavera, agachándose para pasar por debajo de las ramas de los frutales, respirando el aroma de la tierra húmeda, abrazados para protegerse del aire fresco nocturno.

En aquellos momentos se abrían tantas posibilidades ante ellos… Y al ver la situación en la que se encontraban ahora, parecía muy apropiado que el calor del verano ya se hubiese desvanecido, como los buenos tiempos del amor. Ahora las hojas descansaban en el suelo, las ramas de los árboles se habían vuelto a quedar peladas y todo parecía empobrecerse día tras día.

Trató de reaccionar, porque en ese estado de ánimo, lo único que le faltaba era empezar a llorar.

Se concentró, por tanto, en la búsqueda del patrón emocional de su madre y comenzó a rodear la casa, pasando frente a los ventanales que daban acceso a la sala de billar y la biblioteca.

N’adie estaba en el borde de la piscina. Era una figura inmóvil, tenuemente iluminada por el reflejo azul del agua que ya pronto vaciarían para evitar que se congelara.

Caramba, pensó Xhex. Algo había cambiado en esa hembra, y cualquiera que fuese el cambio, había alterado gran parte de su superestructura emocional. Tenía el patrón emocional totalmente trastocado, y no para mal. Recordaba a una casa que está pasando por un profundo proceso de renovación. Era un buen comienzo, una transformación positiva que probablemente necesitaba largo tiempo para completarse.

No pudo contener una exclamación entre dientes.

—¡Bravo, Tohr!

Como si la hubiese oído, N’adie miró hacia atrás y fue cuando Xhex se dio cuenta de que no llevaba puesta la capucha que siempre utilizaba. Por lo que podía ver, llevaba el pelo recogido en una trenza rubia, cuyo extremo quedaba escondido debajo del manto.

Xhex esperaba percibir, como siempre, que se activaba el miedo en el patrón emocional de su madre. Pero se quedó esperando…

Vaya, el cambio era realmente grande.

—Gracias por venir —dijo N’adie mientras Xhex se acercaba.

La voz también era diferente. Más profunda. Más segura.

N’adie se había transformado, pues, en muchos sentidos.

—Gracias a ti por invitarme —respondió Xhex.

—Estás muy bien.

—Tú también.

Al detenerse frente a su madre, la mestiza estudió la forma en que la luz del reflejo de la piscina jugueteaba sobre la cara perfecta de aquella hembra. Y en medio del silencio que siguió, frunció el ceño, pues la información que fluía por sus receptores sensoriales parecía completar el panorama.

—Estás en un callejón sin salida. —Al decirlo, Xhex pensaba que eso era bastante irónico, pues a ella le pasaba lo mismo.

Su madre levantó las cejas.

—Sí, lo estoy.

—Curioso. —Xhex levantó la vista hacia el cielo—. Yo también.

‡ ‡ ‡

Al contemplar a la hembra orgullosa y fuerte que tenía enfrente, N’adie sintió una extraña conexión con su hija: iluminados por los reflejos de la luz de la piscina, siempre en movimiento, esos ojos grises de acero expresaban una terrible sensación de frustración, similar a la que ella experimentaba.

—Así que tú y Tohr… —dijo Xhex con el tono más neutro posible.

N’adie levantó las manos al sentir que se ruborizaba.

—No sé cómo responder a eso.

—Quizá no he debido preguntarlo. Lo que pasa es que puedo sentir su presencia en tu mente.

—No es así.

—Mentira. —La tajante respuesta de la hija no era acusatoria, sin embargo. Tampoco lo dijo con tono de censura. Solo constataba un hecho.

N’adie volvió a mirar el agua y se recordó que, al ser mitad symphath, su hija sabría la verdad aunque ella no dijera nada.

—No tengo derecho a estar con él —murmuró N’adie, con los ojos clavados en el agua—. No tengo derecho a recibir nada de él. Pero esa no es la razón por la cual te pedí que vinieras…

—¿Quién dice eso?

—¿Cómo?

—¿Quién dice que no tienes derecho a estar con él?

N’adie sacudió la cabeza.

—No hace falta que lo diga nadie. Tú conoces bien las razones.

—No. No las conozco. Si tú lo deseas y él te desea…

—Él no me desea. No… en sentido pleno. —N’adie hizo un gesto con la mano como si quisiera quitarse el pelo de la cara, aunque lo tenía recogido atrás. Querida Virgen Escribana, sentía que el corazón le palpitaba con demasiada fuerza—. No puedo…, no debería hablar de esto.

Se sentía más segura si no le decía nada a nadie… Sabía que a Tohr no le gustaría que hablaran de él.

Hubo un largo silencio.

—John y yo no estamos bien.

N’adie la miró con las cejas levantadas, sorprendida por la sinceridad de su hija.

—Yo… me preguntaba cómo te iría. Hace tiempo que te marchaste de aquí y él no parece muy feliz. Tenía la esperanza de que las cosas fueran distintas. En muchos sentidos.

También se refería a la relación entre ellas dos.

Sin embargo, lo que Xhex acababa de decir era cierto. Las dos estaban en punto muerto en sus vidas. Y aunque no eran asuntos que solieran compartir, la mestiza estaba dispuesta a aprovechar cualquier cosa que tuvieran en común.

—Creo que Tohr y tú hacéis buena pareja. —Xhex comenzó a caminar, pensativa, alrededor de la piscina—. Me gusta.

N’adie volvió a arquear las cejas y se preguntó si no sería mejor dejar el tema.

—¿De veras?

—Es un buen macho. Estable, de fiar. Eso sí, acusa mucho lo que le ocurrió a su familia, que fue demasiado dramático. John lleva mucho tiempo preocupado por él. Ya sabes, ella fue la única madre que John conoció. Me refiero a Wellsie.

—¿Llegaste a conocerla?

—No directamente. No era la clase de hembra que frecuenta los lugares donde he trabajado y Dios sabe que nunca fui bienvenida en la Hermandad. Pero conocía su reputación. Era un hueso duro de roer, franca, una hembra muy honorable en ese sentido. No creo que la glymera la estimara mucho y el hecho de que a ella eso le importara un pito es otra de las cosas que la hacían una persona valiosa, en mi opinión.

—La historia de ellos dos es una verdadera historia de amor.

—Sí, eso he oído. Francamente, me sorprende que Tohr haya sido capaz de seguir adelante con su vida, pero me alegra que haya sido así. Te ha hecho mucho bien.

N’adie respiró profundamente y sintió el olor de las hojas secas.

—No tiene alternativa.

—¿Por qué? No te entiendo.

—No tengo derecho a contarte nada más, pero baste con decir que si él pudiera elegir otro camino, cualquier otro, lo haría gustoso.

—Sigo sin comprender a qué te refieres. —Al ver que N’adie no tenía intención de dar más explicaciones, Xhex se encogió de hombros—. Pero sé respetar la intimidad de los demás.

—Gracias. Me alegra que hayas venido.

—Me sorprendió que quisieras verme.

—Te he fallado tantas veces que ya he perdido la cuenta. —Al ver que Xhex se encogía de hombros, N’adie asintió con la cabeza—. Cuando llegué aquí, me sentí tan abrumada por tantas cosas: completamente perdida, a pesar de que hablaba la misma lengua; aislada, aunque no estaba sola. Sin embargo, quiero que sepas que tú eres la verdadera razón de que viniera. Ya es hora de que te pida perdón y es lo que hago esta noche.

—¿Perdón por qué?

—Por abandonarte desde el mismo instante de tu nacimiento.

—Por Dios… —Xhex se pasó la mano por su pelo corto, mientras contraía todos los músculos del cuerpo, como si se esforzase por no salir huyendo—. Verás, escucha, no tienes que disculparte por nada. Tú no pediste que te…

—Eras una criatura recién llegada al mundo, sin una mahmen que te cuidara. Dejé que te defendieras por tus propios medios, cuando lo único que podías hacer era llorar para pedir un poco de calor y protección. Yo… lo siento mucho, hija mía. —N’adie se llevó la mano al corazón—. Me ha costado mucho tiempo encontrar la voz y las palabras, pero debes saber que llevo dando vueltas a esto en mi cabeza desde hace mucho, mucho tiempo. Quiero decirte lo correcto, porque entre tú y yo todo ha salido mal desde el principio…, y todo por mi culpa. Fui tan egoísta, tan cobarde, y yo…

—No sigas —dijo Xhex con voz forzada—. Por favor, no sigas.

Pero siguió.

—Me equivoqué al darte la espalda. Y también al esperar todo este tiempo. Fallé en todo. —Dio un golpe en el suelo con el pie—. Pero esta noche quiero reconocer todos mis errores, para poder entregarte también mi amor, un amor imperfecto y no deseado, lo sé. No merezco ser tu madre, o llamarte mi hija, pero tal vez podamos forjar una especie de… amistad entre nosotras. También puedo entender que no estés interesada y sé que no tengo derecho a pedirte nada. Así que solo quiero que sepas que estoy aquí y que tengo el corazón y la mente abiertos para conocerte… y saber quién eres.

Xhex parpadeó y guardó silencio. Estaba intentando asimilar aquel discurso, como si lo que acababa de escuchar proviniera de una emisora con interferencias o fuese un mensaje en clave que tenía que descifrar.

Finalmente la hija respondió.

—Soy una symphath. Tú eres consciente de eso, ¿no? El término «mestiza» no tiene ningún valor cuando en realidad quiere decir que una de tus mitades es devoradora de pecados.

N’adie levantó la cabeza.

—Eres una hembra honorable. Eso es lo que eres. No me interesa la composición de tu sangre.

—Pero me tenías pánico.

—Le tenía pánico a todo.

—Y, además, cada vez que me miras ves a ese macho reflejado en mi cara. Cuando lo haces, seguro que no puedes evitar recordar lo que te hizo.

N’adie tragó saliva. Quizá era en parte cierto, pero a esas alturas también resultaba un detalle sin importancia. Lo único importante era la felicidad de su hija.

—Eres una hembra honorable. Eso es lo que veo en tu cara. Nada más… y nada menos.

Xhex volvió a parpadear. Temblaba.

Y, de pronto, se abalanzó sobre su madre y N’adie quedó envuelta por unos brazos fuertes y seguros.

Un abrazo que ella no dudó en devolver con el mismo afecto.

Mientras apretaba a su hija entre sus brazos, pensó que no había mejor manera de otorgar el perdón que a través del contacto. Las palabras nunca podían expresar todo lo que significaba el abrazo de la persona a la que había rechazado en un momento de agonía, lo que significaba tener a su hija apretada contra su pecho, poder apoyar, aunque fuera tarde, a la persona a quien le había hecho tanto daño a causa de su egoísmo.

—Hija mía. —N’adie casi no podía articular palabra—. Mi hermosa, fuerte y valiosa hija.

Con mano temblorosa, N’adie puso la mano sobre la cabeza de Xhex y la acunó sobre su hombro, casi como si fuera un bebé. Durante largos segundos le acarició el pelo con delicadeza.

Era imposible decir que se sentía agradecida por algo de lo que aquel symphath le había hecho, pero el emocionante reencuentro borró aquel dolor. Era el momento crucial en el que por fin se cerraba un viaje infernal, que comenzara con la terrible violación de aquel lejano día. Las dos mitades que habían estado separadas durante mucho tiempo volvían a unirse.

Xhex se separó de los brazos de su madre y N’adie se sobresaltó.

—¡Estás sangrando! —Alargó la mano para tocar la mejilla de su hija y limpiarle las gotas rojas que corrían por su cara—. Llamaré a la doctora Jane…

—No te preocupes por eso. No hay motivo de alarma. Solo es la forma en que yo… lloro.

N’adie acarició la mejilla de su hija y sacudió la cabeza con asombro.

—No te pareces en nada a mí. —Al notar que Xhex desviaba la mirada rápidamente, agregó—: No, cariño, no te avergüences, eso es bueno. Tú eres fuerte. Poderosa. Me encanta eso de ti… me encanta todo en ti. Y el llanto también es una manifestación, de fuerza, porque son los valientes los que muestran sus sentimientos.

—Exageras.

—Tu lado symphath… es una especie de bendición. —Al ver que Xhex comenzaba a sacudir la cabeza en señal de protesta, N’adie añadió—: Te proporciona una capa de protección contra… ciertas cosas. Te da un arma contra ellas.

—Tal vez.

—Sin ninguna duda.

—¿Sabes una cosa? Nunca te he tenido resentimiento. Me refiero a que entiendo por qué hiciste lo que hiciste. Trajiste al mundo a un ser abominable…

—Nunca uses esa expresión delante de mí. —N’adie se puso muy seria—. Cuando estés hablando de ti misma, no la utilices. ¿Está claro?

Xhex se rio y levantó las manos en señal de disculpa.

—Está bien, está bien.

—Tú eres un milagro.

—Más bien una maldición. —Al ver que N’adie abría la boca para discutir de nuevo, Xhex la interrumpió—: Mira, te agradezco todo…, todo esto. De veras, en realidad pienso que es muy generoso por tu parte. Pero yo no creo en hadas y unicornios y tú tampoco deberías hacerlo. ¿Sabes a lo que me he dedicado durante los últimos años, o, mejor dicho, durante todos los años de los que tengo memoria?

N’adie frunció el ceño.

—Has estado trabajando en el mundo humano, ¿no? Creo haber oído eso en algún momento.

La mestiza levantó sus manos pálidas y flexionó los dedos simulando unas garras.

—Soy una asesina. Me pagan por perseguir a la gente y matarla. Tengo las manos llenas de sangre, N’adie, y es bueno que lo sepas antes de que comiences a hacer planes después de este tierno reencuentro. Nuevamente te repito que me alegra que me hayas invitado y estás más que perdonada por todo… Pero no estoy segura de que tengas una imagen realista de mí.

N’adie metió los brazos dentro de las mangas de su manto.

—¿Y aún sigues… vinculada a esas prácticas?

—No, ya no trabajo para la Hermandad ni para mi antiguo jefe. Pero con el trabajo que tengo ahora, no vacilaría en recurrir de nuevo a esas habilidades, de ser necesario. Tengo que proteger lo que es mío y si alguien se atraviesa en el camino, haré lo que tenga que hacer. Así es como soy.

N’adie estudió los rasgos de su hija, aquella expresión adusta, el cuerpo tenso y musculoso que parecía más masculino que femenino… y vio lo que se escondía detrás de toda esa fuerza: había una inmensa vulnerabilidad, como si Xhex estuviera esperando constantemente que la rechazaran, que la expulsaran, que la aislaran.

—Creo que eso está bien.

Xhex se sorprendió.

—¿Qué?

La madre volvió a levantar la barbilla con orgullo.

—Estoy rodeada de machos que viven según esas reglas. ¿Por qué tú deberías ser distinta solo por ser hembra? De hecho, me siento orgullosa de ti. Es mejor ser el agresor que el agredido… Prefiero que sea así y no al revés.

Xhex suspiró con un estremecimiento.

—Dios…, maldición…, no tienes ni idea de cuánto necesitaba oír eso en este momento.

—Tendré mucho gusto en repetirlo, si lo deseas.

—Nunca pensé que…, bueno, da igual. Me alegra que estés aquí. Me alegra que me hayas llamado.

N’adie sonrió y sintió como si un rayo brillante cruzara por su pecho.

—Yo también me alegro. Tal vez, si tienes, ¿cómo se dice?, ¿tiempo libre? Si lo tienes, podríamos pasar unas horas juntas.

Xhex comenzó a sonreír.

—¿Puedo pedirte algo?

—Lo que sea.

—¿Alguna vez has montado en moto?

—¿En qué?

—Acompáñame, déjame enseñarte una cosa.