34

La noche avanzaba. Throe recorría las calles de Caldwell sin compañía, sin armas, con la ropa de paciente de cirugía…, y más fuerte de lo que se había sentido desde que llegó al Nuevo Mundo.

Los golpes que le habían propinado los dos hermanos sanaron casi de inmediato y la Hermandad lo dejó en libertad poco después.

Todavía le quedaban varias horas antes de su cita con Xcor y decidió pasar el tiempo sumido en sus pensamientos, caminando con unas zapatillas deportivas que le había regalado el enemigo.

Durante su estancia en la mansión de la Hermandad, no había obtenido ni una brizna de información acerca de dónde se localizaban sus cuarteles. Estaba inconsciente cuando lo llevaron al complejo y encerrado en una furgoneta sin ventanas cuando salió. Después de dar vueltas durante un rato, seguramente metiéndose por todos los desvíos posibles, había sido depositado junto al río y abandonado a su suerte.

Naturalmente, la furgoneta no tenía matrícula ni ningún rasgo distintivo. Throe, además, había tenido la sensación de que lo estaban vigilando, como si estuvieran esperando a ver si él trataba de seguirlos.

Pero no lo hizo. Se quedó donde estaba hasta que se marcharon… y luego sí comenzó a caminar.

La brillante estrategia de Xcor no había tenido ningún éxito. Solo había acertado en la previsión de que le salvarían la vida a Throe. Lo poco que había descubierto sobre la Hermandad no era nada que no se pudiera adivinar: sus recursos eran inmensos, a juzgar por el equipo médico con que lo habían tratado, que contaba con los últimos adelantos. La gran cantidad de gente que había visto u oído caminando por el pasillo era igual de impresionante; y se tomaban muy en serio la seguridad. En fin, la Hermandad parecía ser toda una comunidad muy bien organizada, que vivía escondida de los humanos y los restrictores por igual.

Todo tenía que ser subterráneo, se dijo Throe. Bien vigilado. Camuflado de modo que no se viera nada en particular. Porque ni siquiera durante los ataques de la Sociedad Restrictiva, cuando fueron arrasadas tantas casas de la raza, se había oído decir que la mansión del rey hubiese sido atacada.

Así que el plan de Xcor solo había provocado la lógica animosidad hacia él por parte de Throe.

Por un momento el caballeroso vampiro se preguntó si debería presentarse a la cita con su antiguo líder o no.

Pero sabía que al final no podría rebelarse. Xcor tenía algo que Throe deseaba, la única cosa que le importaba en realidad. Y mientras esas cenizas estuviesen en poder del maldito macho no quedaba sino apretar los dientes, bajar la cabeza y seguir adelante. Eso era, después de todo, lo que llevaba haciendo varios siglos.

Eso sí: no iba a cometer dos veces el mismo error. Solo un idiota olvidaría cómo estaban realmente las cosas entre ellos.

El objetivo era recuperar los restos de su hermana. ¿Y cuando los recuperase? Echaría de menos a sus antiguos compañeros, de la misma forma en que sentía nostalgia por su familia, pero se separaría de la Pandilla de Bastardos, incluso por la fuerza si fuera necesario. Luego tal vez echaría raíces en algún otro lugar de América, pues la posibilidad de regresar al Viejo Continente estaba descartada. La tentación de visitar a su familia sería muy grande y eso era cometer una injusticia con sus parientes.

Hacia el final de la noche, alrededor de las cuatro de la mañana a juzgar por la posición de la luna, se desintegró hasta el techo del rascacielos. No disponía de armas con las que protegerse, pero tampoco tenía propósito de pelear. Según le habían enseñado, su hermana no podría entrar en el Ocaso si no se realizaba la ceremonia apropiada, así que tenía que vivir para poder enterrar sus cenizas adecuadamente.

Sin embargo, cuando llegó al punto de encuentro…

Allá, encima de las calles y los otros edificios de la ciudad, en aquella estratosfera curiosamente silenciosa en la que no se oían bocinas, ni gritos, ni el zumbido de los camiones de reparto que llegaban a entregar mercancías a esa hora, el viento soplaba con fuerza y era frío y húmedo, pese a las altas temperaturas del verano. Sobre su cabeza rugían los truenos y se veían relámpagos que iluminaban las nubes cargadas que prometían una buena tormenta al amanecer.

Cuando comenzó su viaje con Xcor, él era un caballero educado en el arte de bailar con una dama, pero no sabía nada sobre cómo afrontar una pelea cuerpo a cuerpo, a manos desnudas. Pero ya no era el mismo, claro.

Así que Throe se plantó en medio de la azotea sin sentir miedo ni achicarse en ningún sentido, con los pies bien afirmados y los brazos a los lados. No se veía ninguna sombra de debilidad en la expresión de su cara, ni en el contorno de su pecho, ni en la postura de sus hombros. Tampoco abrigaba temor en su corazón frente a lo que pudiera ocurrir. Y, paradójicamente, esa firmeza se la debía a Xcor o a su gente, porque, aunque había nacido siendo un macho, solo cuando se enroló con ese guerrero aprendió a portarse verdaderamente como tal.

Siempre estaría en deuda con los soldados con los que había vivido durante tanto tiempo…

De repente, una figura emergió tras unas chimeneas. El viento hacía ondear el largo abrigo tras aquel cuerpo pesado y letal.

El instinto y el entrenamiento pusieron en guardia a Throe y enseguida adoptó una posición de combate, preparado para enfrentarse al que…

El recién aparecido dio un paso adelante y la luz de la lámpara que iluminaba la puerta de la azotea cayó sobre su rostro.

No era Xcor.

Throe no cambió de posición.

—¡Zypher!

—Sí, soy yo.

Súbitamente, el soldado echó a correr y se abalanzó sobre él. Antes de que Throe se diera cuenta de lo que ocurría, se vio envuelto en un abrazo. Le rodeaban afectuosamente unos brazos tan fuertes como los suyos y le apretaban contra un cuerpo tan grande como el suyo.

—¡Estás vivo! —Hablaba de manera entrecortada, emocionada—. Estás vivo…

Con un poco de torpeza al principio y luego con una extraña desesperación, Throe devolvió el abrazo al guerrero.

—Así es. Sí, estoy vivo.

De repente Zypher se soltó y lo empujó hacia atrás para examinarlo de pies a cabeza.

—¿Qué te hicieron?

—Nada.

Zypher entornó los ojos.

—Dime la verdad, hermano. Y antes de que respondas, has de saber que todavía tienes un ojo morado.

—Me proporcionaron un sanador y una… Elegida.

—¿Una Elegida?

—Así es.

—Tal vez debería tratar de que me apuñalaran a mí también.

Throe soltó una carcajada.

—Ella era… como salida de otro mundo. Rubia, de piel clara, etérea, aunque vivía y respiraba, era muy real.

—Pensé que todas esas cosas eran un mito.

—No lo sé… Tal vez la he idealizado. Pero era exactamente tal y como las describen las historias; más adorable que cualquier hembra que tus ojos hayan visto en la vida.

—¡No me tortures de esa manera! —Zypher sonrió y luego se volvió a poner serio—. ¿Estás bien?

Más que una pregunta era una exigencia.

—En general, me trataron como a un invitado. —De hecho así fue, con excepción de las cadenas y la paliza del final; aunque teniendo en cuenta que estaban protegiendo la virtud de aquella preciosa gema, Throe tenía que reconocer que aprobaba lo que le habían hecho—. Y estoy totalmente recuperado, gracias a sus sanadores. —Throe miró a su alrededor—. ¿Dónde está Xcor?

Zypher negó con la cabeza.

—No vendrá.

—Así que eres el elegido para matarme. —Qué extraño que Xcor le encargara a otro hacer algo con lo que sin duda disfrutaría.

—Joder, no. —Zypher puso sobre el suelo un morral que llevaba colgando del hombro—. He venido para entregarte esto.

Del morral sacó una caja grande de bronce, con adornos e inscripciones antiguas.

Throe se quedó mirando la caja.

Llevaba siglos sin verla. De hecho, no sabía que se la habían robado a su familia hasta que Xcor lo amenazó con deshacerse de ella.

Zypher carraspeó.

—Me pidió que te dijera que quedas en libertad. Tu deuda ha sido saldada y te devuelve los restos…

Las manos de Throe temblaban al recibir el peso de la caja con las cenizas de su hermana. Pasados unos instantes se calmó y dejó de temblar.

Mientras permanecía allí azotado por el viento, como pegado al suelo, Zypher comenzó a pasearse alrededor, con las manos en las caderas y los ojos fijos en el suelo.

—No es el mismo desde que te abandonamos en ese callejón. Esta mañana lo encontré haciéndose cortes en los brazos, hasta tocar hueso, atormentado por la pena.

Throe se giró para mirar al macho que conocía tan bien.

—¿De veras?

—Así es. Ha estado así todo el día. Y esta noche ni siquiera ha salido a pelear. Está en la casa, solo. Ordenó a los demás que se fueran y luego me dio esto.

Throe apretó la caja contra su corazón.

—¿Estás seguro de que soy yo la causa de esa mortificación? —Hizo la pregunta con amargura.

—Totalmente. En realidad, en el fondo del corazón no se parece en nada al Sanguinario. Quisiera ser como él y es capaz de hacer cosas que yo personalmente no podría siquiera imitar. Pero contigo, con nosotros…, somos su clan. —Zypher miraba a Throe con candor—. Deberías volver con nosotros. Con él. Nunca volverá a portarse así, las cenizas son la prueba. Y nosotros te necesitamos, no solo por todo lo que haces, sino por el significado que has adquirido para el grupo. No hace ni veinticuatro horas que te fuiste y ya estamos sumidos en el desastre.

Throe miró hacia el cielo y hacia la tormenta que se preparaba en él. Después de haber sido condenado por las circunstancias, no podía creer que estuviera pensando en condenarse voluntariamente.

—Estaríamos como incompletos sin ti. Incluso él.

Throe no pudo contener una sonrisa.

—¿Alguna vez pensaste que un día dirías algo así?

—No. —Zypher soltó una carcajada profunda que flotó sobre el viento—. Y menos a un aristócrata. Pero tú eres más que un aristócrata, claro.

—Gracias a ti.

—Y a Xcor.

—No acabo de creerlo.

—Regresa conmigo. Ven a verlo. Reúnete con tu familia. A pesar de lo mucho que te duela reconocerlo ahora, estás perdido sin nosotros, así como nosotros estamos perdidos sin ti.

En respuesta, Throe se quedó mirando la ciudad, sus miles y miles de luces parecidas a estrellas, que eclipsaban el brillo de los astros de verdad.

—No puedo confiar en él.

—Hoy te ha devuelto la libertad. Sin duda eso debe significar algo.

—Si seguimos adelante, todos tendremos que enfrentarnos a sentencias de muerte. He visto a la gente de la Hermandad. Si eran poderosos en el Viejo Continente, aquello no es nada en comparación con lo que son aquí, con los recursos de que disponen ahora.

—Así que viven bien…

—Viven muy bien. No podría encontrarlos aunque quisiera hacerlo. Y tienen unos cuarteles inmensos. Forman un ejército de cuidado. —Throe miró a su compañero—. Xcor se sentirá decepcionado por lo poco que averigüé, prácticamente nada.

—Ya no.

Throe frunció el ceño.

—No te entiendo.

—Dijo que no desea saber nada de eso. Nunca recibirás una disculpa directa de sus labios, pero te ha dado la llave de las cadenas que te mantenían preso y no aceptará ninguna información de tu parte.

Por un momento la rabia sacudió a Throe. Entonces, ¿para qué había hecho todo aquello?

Bien, claro…, quizá Xcor nunca pensó que se iba a sentir como se estaba sintiendo. Y Zypher tenía razón: la idea de no estar con sus compañeros era… como la muerte. Después de todos esos años, ellos eran lo único que tenía.

—Si vuelvo, podría representar un peligro. ¿Y si he firmado un pacto secreto con la Hermandad? ¿Y si están por aquí? —Hizo un gesto señalando a su alrededor—. ¿Y si ahora soy su caballo de Troya?

Zypher se encogió de hombros con total despreocupación.

—Llevamos meses tratando de encontrarnos con ellos. Así que la reunión sería bienvenida.

Throe parpadeó. Y luego se echó a reír.

—Estáis locos.

—¿No deberías decir «estamos locos»? —Enseguida Zypher sacudió la cabeza—. Tú nunca nos traicionarías. Aunque odiaras a Xcor con todas tus fuerzas, nunca pondrías en peligro la vida de los demás.

Eso era cierto, pensó Throe. En cuanto a lo de odiar a Xcor…

Se quedó mirando la caja que tenía entre las manos.

A lo largo de los años, se había preguntado muchas veces por su destino. Y parecía que esta noche tendría que volver a hacerse esa pregunta.

Tenía dudas sobre el enfrentamiento con Wrath, pero ahora que había visto a esa Elegida le gustaba la idea de conquistar el trono para encontrarla y reclamarla como suya.

¿Así que ahora se había vuelto un sanguinario? Desde luego, su antigua personalidad nunca habría pensado semejante cosa. Pero su nueva persona se había acostumbrado a tomar por la fuerza lo que deseaba. El manto de civilización con el que lo cubrieron al nacer se había ido desgastando durante todos esos años.

Si llegaba hasta Wrath, podría encontrarla a ella de nuevo…

Sí, estaba decidido. Solo pondría una condición.

—Tendrá que permitirme conseguir teléfonos móviles.

‡ ‡ ‡

Xcor se quedó en casa toda la noche.

El problema eran las lesiones de sus antebrazos. Detestaba pensar que todavía tenía que esperar un tiempo hasta que las heridas sanaran, pero era lo bastante inteligente como para saber que no podía salir a pelear. En realidad, casi no podía levantar la cuchara para comer.

Sostener una daga para usarla contra el enemigo sería imposible. Y también estaba el riesgo de contraer una infección.

Era el maldito asunto de la sangre. Otra vez. Tal vez si se hubiese alimentado de aquella ramera en… Por la Virgen, ¿cuándo fue? ¿Había sido en primavera? ¿Tanto hacía?

Mientras fruncía el ceño, hizo un cálculo rápido que sumaba muchos días. No era de extrañar que estuviera hecho una mierda… Al menos no había perdido del todo la razón por culpa de tanto ayuno.

¿O sí la había perdido? Recordando lo que le había hecho a Throe, era difícil no pensar que se había vuelto majara.

Xcor soltó una maldición y dejó caer la cabeza, mientras sentía que la fatiga y una extraña apatía se apoderaban de su cuerpo…

La puerta que daba a la cocina se abrió y, teniendo en cuenta que era muy temprano para que sus soldados estuvieran de vuelta, pensó que sería Zypher con noticias sobre Throe.

—¿Estaba bien? —Xcor hizo la pregunta sin levantar la vista—. ¿Se marchó sano y salvo?

—Estaba bien y se marchó sano y salvo. —Xcor levantó la mirada de inmediato. Throe en persona se hallaba en el umbral, fuerte, alerta y orgulloso—. Y ha vuelto sano y salvo —remató Throe con tono solemne.

Xcor volvió a clavar la mirada en la sopa y parpadeó. Desde la distancia, vio cómo la cuchara que tenía en la mano vertía su contenido.

Habló en un murmullo, con brusquedad.

—¿Acaso Zypher no te lo dijo?

—¿Que quedaba en libertad? Sí, lo hizo.

—Si deseas pelear, pondré a salvo mi comida.

—No creo que en este momento estés en condiciones de hacer nada que no sea alimentarte.

Malditas camisas sin mangas, pensó Xcor, al tiempo que trataba de ocultar las heridas de sus brazos.

—Podría hacer el esfuerzo, si fuese necesario. ¿Dónde están tus botas?

—No sé. Me quitaron todo lo que llevaba.

—¿Te trataron bien?

—Muy bien. —Throe se acercó y las tablas del suelo chirriaron bajo sus pies—. Zypher dijo que no querías saber nada de lo que había visto. —Xcor negó con la cabeza—. También dijo que nunca oiría una disculpa de tus labios. —Hubo una larga pausa—. Quiero una disculpa. Ya.

Xcor dejó su sopa a un lado y se sorprendió buscando las heridas que se había infligido él mismo, recordando aquel dolor, toda esa sangre…, que se había secado ya sobre las tablas del suelo.

Volvió a hablar con voz ronca.

—¿Y luego qué?

—Tendrás que averiguarlo.

Era justo, pensó Xcor.

Sin ninguna elegancia, porque carecía por completo de ella, Xcor se puso de pie. Al levantarse, parecía un poco inestable por muchas razones, y esa sensación se incrementó todavía más cuando clavó los ojos en los de su… amigo.

Miró a Throe a la cara, dio un paso al frente y extendió la mano.

—Lo siento. —Dos palabras simples, pronunciadas con fuerza y nitidez. Pero eso no fue todo—. Me equivoqué al tratarte como lo hice. Yo… no soy tan parecido al Sanguinario como pensé…, como siempre quise ser.

—Eso no es malo —dijo Throe en voz baja.

—Cuando se trata de gente como tú, estoy de acuerdo.

—¿Y qué hay de los demás?

—Los otros también. —Xcor negó con la cabeza—. Pero eso es todo.

—Así que tus ambiciones no han cambiado.

—No. Sin embargo, mis métodos… nunca serán los mismos.

En medio del silencio que siguió, Xcor no sabía qué podía esperar a continuación: un insulto, un golpe, cualquier cosa. La sensación de inestabilidad no hacía más que crecer.

—Pídeme que regrese contigo como un macho libre —exigió Throe.

—Por favor, vuelve en libertad, y tienes mi palabra, aunque valga menos que un penique, de que recibirás el respeto que mereces desde hace mucho tiempo.

Pasado un momento, Throe le estrechó la mano.

—De acuerdo.

Xcor dejó escapar una especie de suspiro tembloroso, de alivio.

—Muy bien, que así sea.

Tras soltar la mano de Throe, Xcor se agachó, cogió el plato de sopa que apenas había tocado… y se lo ofreció a Throe.

—Me permitirás transformar las comunicaciones —dijo este por toda respuesta.

—Sí.

Y eso fue todo.

Throe aceptó finalmente la sopa y fue a sentarse donde había estado sentado Xcor. Puso su caja de bronce al otro lado y comenzó a comer.

Xcor se sentó sobre el suelo manchado de sangre y en medio del silencio se completó el reencuentro. Pero el asunto no terminaba allí, al menos por parte de Xcor. Sus remordimientos seguirían acechándolo y el peso de sus actos lo perturbaría para siempre, como una herida que ha cicatrizado pero no ha sanado bien.

O, en este caso…, que ha sanado bien pero deja dolor.