32

Cuando N’adie llegó al orgasmo, Tohr volvió a estallar, pues el contacto con la vagina húmeda, sus caderas sacudiéndose y su voz gritando lo lanzaron otra vez por encima del abismo. Estaba lubricada, estaba abierta, estaba lista para él.

Era un volcán de sensualidad.

Y mientras ella se restregaba contra la mano de Tohr, él quería poner su boca donde se encontraba la mano, para poder beber lo que le ofrecía.

De hecho, si ella no hubiese estado agarrada a él con tanta fuerza, Tohr habría cambiado de posición enseguida, girando ciento ochenta grados para tocarla con sus labios. Pero por el momento no podía moverse. No era posible hasta que los dos llegaran al final de sus respectivos orgasmos y sus músculos se relajaran.

Pero N’adie no lo soltó.

Incluso después de que el orgasmo terminara, sus brazos siguieron aferrados al cuello de Tohr.

Y cuando comenzó a temblar, él lo notó de inmediato.

Al principio se preguntó si sería la pasión, que regresaba, pero rápidamente se dio cuenta de que no se trataba de eso.

N’adie estaba llorando en silencio.

Cuando Tohr trató de apartarse, ella lo agarró con más fuerza, apoyó la cabeza en su pecho y se hundió en él. Era evidente que no estaba asustada ni se sentía agredida por él. Pero, Dios, aun así lloraba.

—Calma —susurró Tohr mientras le ponía la mano en la espalda y empezaba a acariciarla con movimientos circulares, delicados—. Todo va bien…

Pero no estaba seguro de eso, y menos cuando ella empezó a sollozar con más fuerza.

Sabedor de que no podía hacer otra cosa que quedarse consolándola, dejó caer la cabeza cerca de la suya y se quitó la sábana de las piernas para abrigarla un poco.

El llanto de la hembra duró una eternidad.

Y él la habría seguido abrazando todavía mucho más tiempo.

Servir a N’adie de punto de apoyo también significó un apoyo para él, pues le brindó un objetivo noble y tan fuerte como lo había sido el deseo sexual hacía solo unos instantes. Tohr se decía que había sido tan idiota que no había previsto que al alimentarse el uno al otro ocurriría algo así. Lo que acababa de suceder era, probablemente, la primera y única experiencia sexual a la que ella había accedido voluntariamente. Se trataba de una hembra honorable y descendiente de una familia de gran linaje; seguro que no le habían permitido ni siquiera ir de la mano de un macho.

La violencia del maldito symphath había sido su única experiencia en ese terreno.

Tohr sintió ganas de volver a matar a aquel canalla.

Por fin, todavía entre sollozos, la hembra fue capaz de decir algo.

—No sé…, no sé por qué… estoy llorando.

—No importa, estoy contigo. Y seguiré todo el tiempo que necesites. No estás sola.

La crisis ya estaba pasando. La respiración de N’adie comenzaba a regularizarse, los suspiros disminuían. Hubo un último estremecimiento. Luego se quedó tan quieta como él.

Tohr le acarició la espalda.

—Háblame. Dime qué estás pensando.

Ella abrió la boca como si tuviera intención de hablar, pero se limitó a mover la cabeza. El vampiro, pues, siguió consolándola.

—Bueno, pues hablaré yo: yo creo que eres muy valiente.

—¿Valiente? —Ella se rio con tristeza—. ¡Cómo se ve que no me conoces!

—Muy valiente. Esto ha debido de ser difícil para ti… Y me siento muy honrado de que me hayas permitido… hacer lo que te hice.

Por la cara de N’adie cruzó una sombra de desconcierto.

—¿Por qué?

—Porque eso implica una gran confianza, N’adie, en especial para alguien que ha pasado por una experiencia como la que viviste tú. —La hembra frunció el ceño y pareció hundirse en sus propios pensamientos—. Oye. —Tohr le puso el índice debajo de la barbilla—. Mírame. —Cuando ella lo hizo, él le acarició el contorno de la cara con suavidad—. Quisiera poder decirte algo muy profundo y trascendental, algo útil para ayudarte a entender lo ocurrido. Pero la filosofía no es lo mío, y bien que lo siento en un momento como este. Sin embargo, hay algo que sí puedo decirte y es que se necesita verdadero coraje para romper con el pasado. Y eso es lo que has hecho hoy.

—Entonces supongo que los dos somos valientes.

Tohr desvió la mirada.

—Tal vez.

Hubo un rato de silencio, como si necesitaran asimilar lo que acababan de decirse.

De repente N’adie reanudó la conversación.

—¿Por qué es tan raro este momento que sigue a…? Quiero decir, lo que se siente después de lo que hemos hecho. Me siento tan… lejos de ti.

Tohr asintió con la cabeza y pensó que tenía razón, que el sexo podía ser muy raro, incluso si no había complicaciones como las que ellos tenían. Aunque no llegaras muy lejos, la enorme intimidad que conseguías compartir hacía que el regreso a la normalidad se viviera en los primeros instantes como un alejamiento.

—Debería volver a mi habitación ahora —remachó ella.

Tohr se la imaginó en el pasillo y le pareció que ese sitio estaba demasiado lejos.

—No. Quédate aquí.

En medio de la penumbra, Tohr alcanzó a ver que la hembra volvía a fruncir el ceño.

—¿Estás seguro?

Tohr atrapó un mechón rubio que se había escapado de la trenza de N’adie.

—Sí. Estoy seguro.

Los dos se quedaron mirándose a los ojos durante un rato muy largo y, de alguna manera —quizá por la expresión de vulnerabilidad que había en los ojos de ella o por el gesto de su boca, o tal vez porque él le estaba leyendo la mente—, Tohr supo exactamente qué era lo que N’adie se estaba preguntando.

—Yo era consciente de que eras tú —dijo el vampiro con voz suave—. Todo el tiempo… sabía que eras tú.

—¿Y eso fue bueno?

Tohr pensó en su antigua compañera.

—No te pareces en nada a Wellsie.

Al verla removerse, se dio cuenta de que no había contestado a su pregunta.

—Verás, lo que quiero decir es que…

—No tienes que explicar nada. —La sonrisa triste de N’adie estaba llena de compasión—. De verdad.

—N’adie…

Ella levantó una mano.

—No tienes que explicarme nada. Por cierto, las flores de aquí son fantásticas. Nunca había sentido un olor tan maravilloso.

—Están fuera, en el pasillo. Fritz las cambia cada dos días. Escucha, ¿puedo hacer algo por ti?

—¿Es que no has hecho ya bastante por mí? —dijo ella.

—Me gustaría traerte algo de comer.

N’adie levantó las cejas con sorpresa.

—No quisiera molestarte…

—Pero tienes hambre, ¿verdad?

—Bueno…, sí…

—Entonces espera, regresaré en un minuto.

Tohr se levantó e inconscientemente se preparó para que el mundo comenzara a girar a su alrededor, como le ocurría en los últimos meses. Pero no sintió ni el más ligero mareo, no tuvo que agarrarse a ningún mueble para conservar el equilibrio. Nada. Su cuerpo estaba impaciente por moverse, mientras rodeaba la cama… La recuperación era extraordinaria, pese a haber alimentado a la hembra.

Los ojos de N’adie se clavaron en él y la expresión en su rostro le hizo frenar en seco.

Allí estaba otra vez el gesto interrogante. Y también lleno de deseo.

No había considerado la posibilidad de que hubiese una repetición, pero teniendo en cuenta la forma en que ella lo estaba mirando…, la respuesta parecía ser un gran sí.

—¿Te gusta lo que ves? —De forma natural le había salido un tono seductor.

—Sí…

La respuesta hizo que se excitara. Debajo de la cintura, una vez más el miembro se puso firme de inmediato y los ojos de ella se clavaron automáticamente en ese lugar.

—Hay otras cosas que quiero hacerte —dijo Tohr con voz gutural—. Lo que hicimos antes puede ser solo el comienzo, si lo deseas.

Ella entornó los ojos.

—¿De verdad quieres eso?

—Sí, eso es lo que quiero.

—Entonces…, sí, por favor.

El macho hizo un gesto de asentimiento, como si acabaran de sellar un trato. Luego tuvo que realizar un esfuerzo supremo para alejarse de la cama.

Cuando llegó al armario, sacó unos vaqueros y se dirigió a la puerta.

—¿Quieres alguna comida en particular?

N’adie negó lentamente con la cabeza, con los ojos aún entornados, la boca entreabierta y las mejillas ruborizadas. Joder…, ella no sabía lo atractiva que estaba en aquella cama inmensa y desordenada, con el manto colgando a un lado del colchón, el pelo desplegado por las almohadas y ese aroma sexual, más fuerte y seductor que nunca.

Tal vez la comida podía esperar, se dijo. Y encima notó que la hembra tenía las piernas descubiertas.

Sí, tenía algunos planes para esas piernas…

De pronto, ella se echó una manta sobre la pierna mala, para que él no pudiera verla.

Tohr se acercó a la cama y volvió a poner la manta como estaba. Luego acarició delicadamente las cicatrices de la pierna, mientras la miraba directamente a los ojos.

—Eres hermosa. Cada centímetro de tu cuerpo es hermoso. No pienses ni por un momento que tienes algo malo. ¿Está claro?

—Pero…

—No. No quiero oír nada de eso. —Se agachó y la besó en la espinilla, la pantorrilla, el tobillo, siguiendo siempre la línea de las cicatrices—. Hermosa. De los pies a la cabeza.

—¿Cómo puedes decir eso? —La hembra trataba de contener las lágrimas.

—Porque es la verdad. —Luego se enderezó y le dio un apretón final—. Nada de ocultarte ante mí, ¿vale? Cuando hayas comido, creo que voy a tener que demostrarte que estoy hablando muy en serio. —Eso la hizo sonreír…, y después rio abiertamente—. Esa es mi chica. —Nada más decirlo, el vampiro se quedó pensativo. Mierda, ella no era su chica. ¿De dónde demonios habían salido esas palabras?

Tohr se obligó a regresar a la puerta, salió al pasillo, cerró la puerta tras él y…

—¿Qué demonios es esto? —Tohr levantó una pierna y se miró la planta del pie. Tenía una mancha de pintura plateada.

Observó la alfombra y encontró un rastro de… pintura plateada que seguía por todo el pasillo hasta el balcón del segundo piso.

Tohr soltó una maldición y se preguntó qué estarían haciendo los doggen. Fritz se iba a poner furioso.

Siguió el rastro desde lo alto de la gran escalera hasta el vestíbulo. Allí vio que el reguero lo atravesaba de punta a punta.

—Señor, buenos días. ¿Necesita usted algo?

Tohr se volvió hacia Fritz, que venía del comedor con un bote de cera para el suelo en la mano.

—Ah, hola. Sí, necesito algo de comer. Pero, dime, ¿qué es este rastro de pintura? ¿Es que están pintando la fuente o algo así?

El mayordomo se movió y frunció el ceño.

—Nadie está pintando nada en el complejo.

—Bueno, pues alguien está tratando de imitar a Miguel Ángel. —Tohr se puso en cuclillas y metió el dedo en uno de los pequeños charcos.

Un momento… No era pintura.

Y olía a flores.

¿Flores frescas?

De hecho, el mismo olor que había en su habitación.

Cuando sus ojos se clavaron en la puerta exterior de la mansión, Tohr pensó en la lluvia de plomo que había recibido. Y se dio cuenta de que, tal vez, el hecho de que estuviera vivo no había sido propiamente un milagro.

—Llama a la doctora Jane ahora mismo —ordenó al doggen.

‡ ‡ ‡

Qué placer, pensó Lassiter, mientras giraba sobre la loza caliente y comenzaba a broncearse el trasero desnudo. Esto es…

Viendo las cosas en toda su amplitud, había sido un buen día para recibir unos cuantos disparos.

Bueno, mejor dicho, una buena noche.

O, mejor, una buena época.

Gracias al Creador, era verano y él estaba echado en las escaleras de piedra que subían hasta la mansión, mientras el brillante sol de julio descargaba todos sus megavatios sobre él y curaba su cuerpo lleno de balas. ¿Qué habría pasado si no hubiese sol? Es posible que hubiera muerto de nuevo, y esa no era exactamente la forma en que quería reencontrarse con su jefe. De hecho, la luz del sol era para él lo que es la sangre para los vampiros: una necesidad vital, que además disfrutaba. Y mientras tomaba su baño de sol, el dolor iba cediendo, la energía regresaba poco a poco…

Mucho más tranquilo, el ángel pensó en Tohr.

Lo que había hecho en ese callejón era una verdadera estupidez. ¿En qué demonios estaba pensando?

En cualquier caso, no podía permitir que ese idiota caminara hacia semejante aguacero de plomo sin protección. Ya habían llegado demasiado lejos como para cagarla justo cuando empezaban a hacer algunos progresos. Y ahora, gracias a que él se había convertido en un colador, Tohr y N’adie estaban follando. Qué cosas.

Así que no todo estaba perdido. Sin embargo, Lassiter estaba pensando seriamente en dar un buen golpe en las pelotas al hermano, a modo de recompensa. En primer lugar, porque las heridas le habían dolido un montón. En segundo lugar, porque aquello bien podía haber ocurrido en diciembre, y entonces… Desde luego, el cretino suicida no pensó si había sol o nubes cuando hizo lo que hizo.

El sonido que emitió la pesada puerta de la mansión al abrirse le hizo levantar la cabeza y mirar hacia allí. La doctora Jane, la fantástica sanadora de la Hermandad, salió como si quisiera batir el récord de los cien metros lisos.

Y tuvo que pararse en seco para no tropezar con él.

—¡Aquí estás!

Qué curioso, la doctora traía su simpático maletín, ese con la crucecita roja y lleno de suministros médicos de primeros auxilios.

—Excelente época para broncearse —murmuró la mujer.

Lassiter volvió a bajar la cabeza y apoyó la mejilla sobre la piedra tibia.

—Aquí estoy tomando mi medicina, como un buen paciente.

—¿Te molesta si te examino?

—¿Tu compañero me va a matar si me ves desnudo?

—¡Ya estás desnudo!

—Pero no estás viendo mi mejor parte. —Al ver que ella se quedaba mirándolo con sorna, sin decir nada, murmuró—: Está bien, como quieras, pero no me tapes el sol. Yo lo necesito más que tú.

La doctora dejó el maletín en el suelo, junto a la oreja del ángel, y se arrodilló.

—Ya lo sé, V me contó algunas cosas sobre el funcionamiento de tu organismo.

—Me imagino que sabe bastante de mí. Él y yo hemos tenido nuestros encuentros. —El hijo de puta incluso le había salvado la vida una vez, lo cual había sido un milagro, si tenían en cuenta lo mucho que se detestaban—. Nos conocemos desde hace tiempo.

—Lo sé, V mencionó algo de eso. —La doctora respondía con gesto ausente, más concentrada en examinar sus heridas que en la charla con el ángel—. Es posible que tengas todavía algo de plomo dentro. ¿Te molesta si te doy la vuelta?

—El plomo no me preocupa. Mi cuerpo lo absorberá, siempre y cuando reciba suficiente sol.

—Pero todavía estás sangrando mucho.

—Eso no tiene importancia.

Cuando acabó el tiroteo, Lassiter procuró no ser visto. Se refugió en el asiento trasero del Mercedes en el que habían llevado a Tohr hasta la clínica. Tan pronto llegó al centro médico, robó algunas vendas y se quedó quieto para no seguir dejando sangre por todas partes. No había razón para ir fuera, pues todavía no había suficiente sol a esa hora. Además, pensó que su estado no era grave.

Pero se equivocaba. Poco después de subir a la habitación con Tohr, se dio cuenta de que tenía serios problemas. Cada vez le resultaba más difícil respirar. El dolor aumentaba. La visión comenzó a volverse borrosa. Por fortuna, en ese momento el sol ya estaba en todo lo alto.

Y, de todas formas, tenía que marcharse antes de que llegara N’adie…

—Lassiter, quiero verte de frente.

—Eso es lo que dicen todas las chicas.

—¿Quieres que yo misma te dé la vuelta? Porque estoy dispuesta a hacerlo.

—A tu compañero no le va a gustar esto.

—Estoy segura de que eso te preocupa mucho…

—No mucho, la verdad. En realidad me encanta, es muy interesante.

Lassiter dejó escapar un gruñido, apoyó las palmas de las manos en el charco de sangre plateada que se había formado debajo de él y se dio la vuelta como el chuletón que era en ese momento.

—Caramba —musitó la sanadora.

—Lo sé. ¿Verdad que soy asombroso? Todo un semental.

—Si te portas bien, y logras sobrevivir a esto, te prometo no contarle nada a V.

—¿Sobre el tamaño?

Ella se rio de buena gana.

—No, sobre eso de que supongas que te estaba mirando de una forma no profesional. ¿Puedo vendarte alguna de estas heridas? —La doctora Jane lo tocó suavemente en el pecho—. Aunque dejemos las balas dentro, tal vez podamos reducir la hemorragia.

—No es buena idea. Lo que necesito es mucho sol y mucha exposición a la luz, cosa que impiden las vendas. Todo irá bien siempre y cuando no se nuble.

—¿Buscamos una cabina de rayos uva?

Al oír eso, Lassiter se echó a reír, lo cual le hizo toser.

—No, no… Tiene que ser sol de verdad.

—No me gusta esa tos.

—¿Qué hora es?

—La una y veintiséis.

—Vuelve en treinta minutos y hablamos.

Hubo un momento de silencio.

—Está bien. Lo haré. Tohr querrá que le dé un informe y… —El teléfono de la doctora sonó en ese momento y ella contestó—. Estaba hablando precisamente de ti. Sí, estoy aquí con él y está… mal, pero dice que puede solucionarlo solo. Desde luego, me voy a quedar con él… No, tengo suficientes medicinas, te llamaré en veinte minutos. Bueno, en diez. —Hubo una larga pausa al final de la cual la mujer suspiró—. Es…, ah… Tiene muchos disparos. En el pecho. —Otra pausa—. ¿Oye? Hola, Tohr. Pensé que te había perdido. Sí… No, escucha, tienes que confiar en mí. Si creyera que está en peligro lo arrastraría hasta dentro, por mucho que gritara y pataleara. Pero, para serte sincera, estoy viendo cómo las heridas sanan mientras hablamos. Puedo ver que las magulladuras desaparecen. Está bien. Sí. Chao.

Lassiter no hizo ningún comentario, simplemente se quedó donde estaba, con los ojos cerrados, absorbiendo la luz del sol para recuperarse.

—Así que tú eres la razón de que Tohr haya salido vivo de ese callejón —murmuró la buena doctora después de un rato.

—No sé de qué hablas.