30
Mientras yacía en la cama, Tohr solo podía pensar en las palpitaciones de su pene. Mejor dicho, en eso y en el olor a flores recién cortadas que seguramente Fritz debía de estar poniendo en el corredor.
Desesperado, se puso a hablar en voz alta.
—¿Esto es lo que quieres de mí, ángel? Vamos, sé que estás ahí. ¿Esto es lo que quieres?
Para hacer más llamativo su reproche, Tohr metió una mano bajo las sábanas y la dejó bajar por el pecho y el abdomen hasta llegar al bajo vientre. Cuando se agarró el miembro no pudo contener un estremecimiento de placer ni el gemido animal que brotó de su garganta.
—¿Dónde demonios estás? —Ahora no sabía con certeza con quién estaba hablando en medio de la oscuridad. ¿Era Lassiter o N’adie? Tal vez el Cielo se compadeciera de él y fuera la segunda.
Joder, no podía creer que estuviera esperando a otra hembra que no fuera su difunta pareja. Y más increíble era que en la lucha entre la culpa y el deseo estuviese venciendo este último.
—Si dices mi nombre mientras haces eso, voy a tener que vomitar.
La voz de Lassiter sonaba ronca e incorpórea y le llegaba desde el rincón de la habitación donde había un sillón.
—¿A esto es a lo que te referías? —Volvió a tocarse. Dios santo, ¿de verdad era él quien estaba dando ese espectáculo ridículo?, se preguntó Tohr. Ansioso, impaciente, totalmente alterado por la excitación, había perdido cualquier noción del decoro.
—Sí, a eso. Es mejor que meterse en mitad de un tiroteo… —Se oyó cómo el ángel cambiaba de posición—. De todas formas, no te ofendas, pero ¿te importaría poner las dos manos donde pueda verlas?
—¿Puedes hacer que ella venga a buscarme?
—El libre albedrío es intocable. Y deja las manitas quietas. Por favor.
Tohr sacó al fin las dos manos.
—Quiero darle mi sangre, no follar con ella. No sometería nunca a N’adie a esa tortura.
—Te sugiero que dejes que ella tome sus propias decisiones con respecto al sexo. —El ángel carraspeó, porque el sexo era un tema incómodo entre tíos si estaban hablando de mujeres honorables—. Ella puede tener sus propias ideas.
Tohr recordó cómo la hembra lo había mirado en la clínica mientras él se masturbaba. No parecía asustada; más bien cautivada… O tal vez estaba… Dios, no sabía cómo afrontar aquel maldito asunto que lo estaba consumiendo.
Su cuerpo se volvió a arquear, como señalándole el camino que debía seguir para resolver sus problemas.
El ángel volvió a carraspear, y Tohr se rio.
—¿Qué te pasa? ¿Tienes alergia a las flores?
—Sí. Eso es. Ahora te voy a dejar solo, ¿de acuerdo? —Hubo una pausa—. Estoy orgulloso de ti.
Tohr frunció el ceño.
—¿Por qué?
Al ver que no recibía respuesta, se dio cuenta de que el ángel ya se había marchado…
Sonó un golpecito en la puerta y desapareció el dolor de las heridas. Tohr sabía exactamente quién estaba llamando.
—Entra.
«Ven a mí», había dicho en la clínica.
La puerta se abrió un poco y N’adie se coló sigilosamente y cerró.
Cuando Tohr oyó que ella echaba la llave a la puerta, su cuerpo apagó la mente por completo: era hora de alimentarla… y, si Dios quería, follar, siempre y cuando ella estuviese por la labor.
Durante un breve momento de lucidez, Tohr pensó que debería decirle a N’adie que se marchara, para ahorrarse las horas posteriores al encuentro sexual, cuando la cabeza se aclara… y dos personas se dan cuenta de que esos cócteles Molotov que parecían tan divertidos de hacer y de arrojar realmente han causado daños colaterales.
Pero Tohr le tendió la mano para que se acercara.
Tras un instante de duda, ella se quitó la capucha. Tohr volvía a mirarle la cara, y una vez más pensaba que ella no se parecía en nada a su Wellsie. Era más bajita y tenía una constitución mucho más delicada. Era más bien pálida, en lugar del tono rojo vibrante de la piel de Wellsie. Era modesta, no atrevida.
Sí, le gustaba que aquella hembra fuera así. De alguna manera, al ser tan diferente había menos oportunidades de que esta otra hembra reemplazara a su amada, que siempre seguiría ocupando un lugar en su recuerdo. Ciertamente estaba excitado, pero se dijo que eso no tenía ninguna importancia. Cuando los machos que provenían de linajes como el suyo gozaban de buena salud y estaban bien alimentados, como le sucedía a él ahora, se podían empalmar mirando un saco de patatas.
Y desde luego, a pesar de la opinión que tenía de sí misma, N’adie era mucho más atractiva que un saco de patatas…
Joder, que metáfora tan romántica.
N’adie se acercó lentamente. Ahora apenas se notaba su cojera. Cuando llegó al borde de la cama, miró el pecho desnudo de Tohr, sus armas, su estómago… y siguió bajando.
—Otra vez estoy excitado —reconoció el vampiro con voz ronca. Y por supuesto que no lo dijo para asustarla. La verdad era que tenía la esperanza de volver a ver la mirada que ella le dedicó cuando eyaculó abajo, en la clínica.
Y la vio. Ahí estaba otra vez, llena de calor y curiosidad. Exenta del menor rastro de miedo.
La hembra lo miró y le habló con dulzura.
—¿Puedo beber de tu muñeca desde aquí?
—Ven a la cama —gruñó Tohr.
Ella subió una pierna sobre el colchón y luego trató de hacer lo mismo con la otra, pero como era la mala, perdió el equilibrio y se fue hacia delante…
Tohr la agarró con facilidad y la sostuvo de los hombros para evitar que se estrellara de cara contra él.
—Te tengo.
Dos palabras de ambiguo significado.
Deliberadamente, la acercó a él, para que quedara recostada sobre sus pectorales. Joder, no pesaba nada. No debía de comer gran cosa. Desde luego, en el comedor comía como un pajarito.
O sea, que no era el único que tenía que alimentarse bien.
Tohr se detuvo para dar a la hembra tiempo de adaptarse a la postura. Él era un macho muy viril, estaba muy excitado y ya la había asustado más que suficiente. Por él, podía tomarse todo el tiempo del mundo para afrontar lo que vendría después con la mayor tranquilidad.
Pero el olor de N’adie cambió de repente. Ahora tenía el inconfundible aroma del despertar femenino. En respuesta, Tohr sacudió las caderas por debajo de las sábanas. Ella giró la cabeza para observar la reacción del cuerpo de Tohr.
Si hubiese sido un verdadero caballero, habría ocultado la reacción y se habría asegurado de que el encuentro solo consistiera en devolverle el favor que ella le había hecho. Pero en ese momento era mucho más macho que caballero. Muchísimo más.
Y, por eso, enseguida la acomodó sobre su pecho de manera que la boca de N’adie quedara justo sobre su yugular.
‡ ‡ ‡
Piel.
Tibia piel masculina contra sus labios.
Tibia y limpia piel de vampiro, de un magnífico tono dorado. Y un arrebatador olor a especias, y la fuerza del pecho y los brazos…, todo era tan erótico que el cuerpo de N’adie registró una sacudida volcánica.
Al respirar, el olor de Tohr, ese olor a macho, produjo en ella una reacción sin precedentes. Todo se volvió instinto, los colmillos se le alargaron desde la mandíbula superior, los labios se entreabrieron y la lengua se asomó como si quisiera probar el más exquisito de los manjares.
—Toma mi sangre, N’adie… Tú sabes que quieres hacerlo. Tómame…
N’adie tragó saliva y se apoyó en él para levantarse un poco y mirarlo a los ojos. Había demasiadas emociones allí como para descifrarlas todas…, y lo mismo se podía decir de la voz y la expresión de Tohr, que eran como un mundo entero.
No era fácil para él, porque aquella era su habitación matrimonial, el lugar donde seguramente había estado miles de veces con su pareja.
Y sin embargo él la deseaba. Eso era evidente por la tensión de su cuerpo, y por la erección que N’adie podía ver aun debajo de las sábanas.
La mujer conocía la encrucijada tan difícil en la que se encontraba ese macho deseado, atormentado por las contradicciones; porque ella se sentía igual. Deseaba el encuentro, pero sabía que si se alimentaba de él ahora, la relación avanzaría y no estaba segura de encontrarse preparada para lo que viniese después.
Pero no había vuelta atrás para ella. Y para él tampoco.
—¿No quieres que beba del brazo?
—No.
—Entonces, dime dónde quieres que te muerda. —Lo sabía de sobra. Querida Virgen Escribana, N’adie no entendía por qué estaba hablando así, con aquel tono seductor y exigente. Jamás lo había hecho.
—En la garganta. —Tohr susurró tan bajo que era difícil de escuchar, y a continuación gimió al ver que los ojos de ella regresaban al lugar donde él parecía haberla acomodado deliberadamente.
Este poderoso guerrero deseaba que lo usara. Mientras yacía acostado sobre las almohadas, su cuerpo enorme parecía estar bajo el dominio de esa misma fuerza extraña que ella había presenciado antes, amarrado por lazos invisibles que no parecía poder ni querer romper.
Los ojos de Tohr se mantuvieron fijos en los de ella mientras ladeaba la cabeza y exponía su vena…, que estaba al otro lado de donde ella se encontraba. Así que tendría que estirarse por encima de su pecho una vez más. Sí, pensó ella, eso también era lo que ella quería… Pero antes de hacer cualquier movimiento, dio a su alma una última oportunidad de entregarse al pánico. Dios, no. Lo último que quería era desmoronarse en mitad de aquel encuentro buscado por ambos.
No sentía nada de miedo. Por primera vez en la vida, el presente resultaba tan vívido y cautivador que el pasado ya no era una sombra ni un eco. No existía. Ella se hallaba en ese momento, sin recuerdo alguno.
Y tenía total conciencia de lo que deseaba.
N’adie alargó el brazo y se estiró para cubrir la increíble extensión del torso de Tohr. La comparación era casi una broma, la yuxtaposición de sus cuerpos se antojaba absurda. Pero lo importante era que ella no estaba asustada. Los poderosos pectorales de Tohr y la inmensidad de sus hombros no la hacían sentirse amenazada ni lo más mínimo.
Al contrario, agudizaban el deseo que sentía de morderle, absorberle, poseerle.
El cuerpo de Tohr se arqueó hacia arriba cuando ella se acostó sobre él. Y gozó de su calor. Ese calor que hervía en su piel y agrandaba las acuciantes necesidades de su cuerpo.
Había pasado tanto tiempo desde la última vez que se alimentó de un macho… Y en el pasado, eso solo sucedía bajo la estricta supervisión no solo de su padre sino de los otros machos de su linaje. En efecto, a lo largo de todo el proceso, se respiraba tal ambiente de solemnidad que la biología quedaba sepultada por la sociedad y las expectativas sociales.
Nunca había estado excitada en aquellos trances. Y si el caballero que ella usaba alguna vez se había excitado, había sabido ocultar muy bien su reacción, porque ella ni se enteró.
Tales fueron sus experiencias anteriores.
Esto era básico, salvaje… y muy sexual.
—Muerde, bebe —le ordenó Tohr, al tiempo que apretaba la mandíbula para exponer aún más el cuello.
La hembra bajó la cabeza, se estremeció por completo y lo mordió sin ninguna delicadeza…
Esta vez el gemido provino de ella.
El sabor de la sangre de Tohr no se parecía a nada que pudiera recordar, era como un rugido en su boca, sobre la lengua, a lo largo de la garganta, hasta lo más íntimo de su ser femenino. La sangre de Tohr era la más pura y fuerte que había probado. Era como si la potencia de su cuerpo de guerrero se transmitiera al cuerpo de ella y la transformara en un ser mucho más grande de lo que fuera jamás.
—Toma más —acució el macho con voz ronca—. Tómalo todo…
Ella obedeció y se reacomodó para que su boca quedara en una posición aún más firme. Y mientras bebía con renovado gusto, se dio cuenta de que era cada vez más consciente del contacto de sus senos con el pecho de Tohr. Y del dolor de su vientre, si es que podía llamarse dolor a aquella sensación que solo parecía aumentar a medida que bebía. Y de la pulsión lujuriosa de sus piernas…, que parecían cobrar vida propia y no desear nada más que abrirse.
Para él.
Su cuerpo había perdido toda rigidez y eso parecía irreversible. Pero ¿qué tenía eso de malo?, ¿qué importaba? N’adie estaba tan absorta que no le importaba nada más que lo que estaba recibiendo.