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De regreso al centro de Caldwell, Tohr se olvidó del frío, los dolores y la fatiga que lo abrumaban y reanudó la cacería: el aroma de la sangre fresca era como cocaína para su organismo, que bajo su influjo bullía y le daba renovadas fuerzas para seguir.

Detrás de él, Tohr oyó acercarse a los otros dos. Estaba seguro de que John Matthew y Qhuinn no venían a buscar al enemigo, sino a tratar de llevarle a él de regreso a la mansión. Pero solo el amanecer podría lograrlo.

Además, cuanto más agotado se sentía mayores eran sus posibilidades de dormir algo, aunque fueran una o dos horas.

Al doblar la esquina de un callejón, sus botas de combate frenaron en seco. Frente a él había siete restrictores que rodeaban a un par de guerreros. Pero los rodeados no eran Z y Phury, ni V y Butch, ni Blaylock y Rhage.

El de la izquierda tenía una guadaña en las manos. Una guadaña enorme y afilada.

—Hijo de puta —murmuró Tohr.

El macho de la guadaña tenía los pies bien plantados en el pavimento, como si fuera un dios, mientras sostenía el arma con gesto amenazante y en su horrible rostro se dibujaba una sonrisa expectante. Se diría que estaba a punto de sentarse ante un esperado banquete. Junto a él se hallaba un vampiro que Tohr no había visto en varios siglos y que ya no se parecía en nada al tío que había conocido en su día en el Viejo Continente.

Al parecer Throe, hijo de Throe, andaba en malas compañías.

John y Qhuinn se colocaron a ambos lados de este último, que miró de reojo.

—Dime que este no es nuestro nuevo vecino.

—Se trata de Xcor.

—¿Y nació con esa cara de malo o alguien se la dejó así?

—Ni idea.

—Joder, si quería hacerse la cirugía plástica debería haber buscado un cirujano mejor.

Tohr miró a John.

—Diles que no vengan.

—¿Cómo dices? —preguntó el chico por señas.

—Ya sé que enviaste un mensaje a los hermanos. Diles que fue un error. Rápido. Ya. —Cuando John intentó discutir, Tohr lo interrumpió—. ¿Acaso quieres que estalle una gigantesca guerra a muerte aquí? Si llamas a la Hermandad, él convocará a sus soldados y quedaremos atrapados, y sin ninguna estrategia clara. Nos encargaremos de esto nosotros solos. Estoy hablando muy en serio, John. Yo ya he tratado con estos tíos. Tú no.

Al ver la mirada de John, Tohr volvió a tener la sensación de haber pasado ya muchas veces por situaciones parecidas con el joven, y no solo en los últimos meses.

—Tienes que confiar en mí, hijo.

La respuesta de John fue modular una maldición, sacar el móvil y comenzar a teclear.

En ese momento, Xcor se dio cuenta de su presencia… y, a pesar de la cantidad de restrictores que los estaban rodeando, comenzó a carcajearse.

—Pero si son los malditos hermanos de la Daga Negra, y justo a tiempo para salvarnos. ¿Tenemos que hacerte reverencias?

Los asesinos dieron media vuelta para mirar a los recién llegados… Craso error, pues Xcor no desperdició ni un minuto y los atacó con una pasada de la guadaña con la que logró alcanzar a dos en la parte baja de la espalda. Cuando esos dos cayeron al suelo, los otros se dividieron en dos grupos. Unos fueron hacia Xcor y Throe, mientras los otros se dirigieron a donde estaban Tohr y sus chicos.

Tohr dejó escapar un rugido y se enfrentó a los asesinos a mano limpia, dando un salto hacia delante y agarrando al primero que tuvo cerca. Lo sujetó primero de la cabeza, antes de darle un rodillazo con el que le rompió la cara, y luego le dio media vuelta y arrojó el cuerpo desmadejado contra un contenedor de basura.

Mientras se escuchaba aún el eco del impacto del cráneo de ese primer desgraciado contra la pared de metal, Tohr se preparó para atacar al siguiente. Habría preferido completar ese primer ataque con unos cuantos golpes más, pero no podía perder el tiempo: al fondo del callejón acababan de aparecer otros siete nuevos reclutas.

Tohr sacó sus dos dagas, se afirmó sobre las piernas y planeó una estrategia de ataque contra los recién llegados. Joder…, uno podía decir lo que quisiera sobre la moral de Xcor, sobre sus habilidades sociales o sus modales, pero el desgraciado sabía cómo pelear. Blandía la guadaña como si no pesara nada y tenía una increíble capacidad para calcular la distancia y hacer que por todas partes volaran manos, brazos y hasta una cabeza de restrictor. El maldito era increíblemente eficaz. Y Throe tampoco era un incompetente.

Contra todo pronóstico, y también en contra de su voluntad, Tohr y sus chicos terminaron por complementarse en la lucha contra los malditos: mientras Xcor pasaba por las armas al primer grupo a la entrada del callejón, su lugarteniente contenía al segundo grupo en el fondo e iba mandándolos gradualmente para que Tohr, John y Qhuinn hicieran su trabajo y les enviaran a la muerte definitiva.

Aunque al principio hubo alardes innecesarios, ahora todos trabajaban realmente en equipo, sobriamente. Xcor se abstenía de hacer movimientos llamativos con su arma, Throe había dejado de saltar por todas partes y John y Qhuinn se mantenían concentrados.

Y Tohr estaba absorto en su eterna venganza.

Aquellos no eran más que nuevos reclutas, ninguno de los asesinos mostraba realmente mucha destreza, pero eran tantos que existía el peligro de que las cosas cambiaran en cualquier momento.

Un tercer escuadrón apareció entonces por encima del seto.

Viendo cómo saltaban uno tras otro y caían sobre el pavimento, Tohr se arrepintió de la orden que le había dado a John. Tal vez se había dejado llevar por la sed de venganza. Eso de evitar un enfrentamiento entre la Hermandad y la Pandilla de Bastardos no era más que pura mierda; lo que Tohr quería era poder matarlos a todos él mismo. Y el resultado era que estaba poniendo en peligro la vida de John y la de Qhuinn. Por él, Xcor y Throe se podían morir allí mismo o cuando quisieran. Y en lo que se refería a él, bueno, no tardaría en volver a saltar de un puente…

Maldición, ¿qué pasaría con sus chicos? Los dos eran muy valiosos. John era ahora el hellren de una vampira y Qhuinn tenía mucha vida por delante.

No era justo que murieran antes de tiempo.

‡ ‡ ‡

Xcor, hijo de padre desconocido, no llevaba un arma, tenía a su amante en las manos. La guadaña era la única hembra a la cual había querido de verdad en toda su vida, y esa noche, mientras se enfrentaba a lo que comenzó siendo un grupo de siete enemigos y luego se convirtió en uno de catorce, que al final aumentaron a veintiuno, la amante metálica le había recompensado su lealtad con un desempeño inmejorable.

La querida guadaña parecía una extensión, no solo de sus brazos, sino de todo su cuerpo, de sus ojos y su cerebro. No era un soldado con un arma; juntos constituían una bestia desconocida, jamás vista. Y a medida que trabajaban, es decir, luchaban, Xcor se dio cuenta de que eso era lo que tanto sorprendía a los enemigos. Por eso, consciente de que tenía un don, por así decirlo, había cruzado el océano hacia el Nuevo Mundo: para encontrar una nueva vida en una tierra nueva que todavía estaba llena de antiguos enemigos.

Y cuando llegó a ese Nuevo Mundo se marcó un objetivo aún más ambicioso. Lo que significaba que los otros vampiros que estaban ahora en el callejón se interponían en su camino.

En el extremo contrario, la de Tohrment, hijo de Hharm, era otra historia. A pesar de lo mucho que le molestaba admitirlo, el hermano era un guerrero increíble, con esas dagas negras que parecían atrapar la luz, con esos brazos y esas piernas que cambiaban de posición a una velocidad asombrosa, y ese equilibrio y esa ejecución que rozaban la perfección.

Si Tohr fuera uno de sus soldados, posiblemente Xcor habría tenido que matarlo para poder conservar el mando. Uno de los principios básicos del liderazgo era la conveniencia de eliminar a aquellos que representaban una amenaza potencial a la posición del jefe… Y también a algunos débiles. Por eso su pandilla la formaba gente competente en extremo.

Selección natural.

El Sanguinario le había enseñado eso y mucho más.

Desde luego, algunas de las cosas que le había dicho habían resultado ciertas.

Sin embargo, nunca habría un lugar en su pandilla para alguien como Tohrment: ese hermano y los de su clase nunca se rebajarían por un plato de comida, y mucho menos por un trabajo.

Aunque esa noche habían trabajado juntos, se trataba de algo circunstancial. A medida que se desarrollaba el combate, Throe y él habían comenzado a cooperar con los hermanos, atacando a los asesinos en pequeños grupos, antes de despacharlos de vuelta al Omega.

Tohr estaba con dos hermanos, o dos candidatos a hermanos, y los dos eran más grandes que él. De hecho, Tohrment, hijo de Hharm, ya no parecía tan grande como antes. ¿Se estaba recuperando de una lesión reciente? Pero daba igual: lesionado o no, Tohr había elegido bien sus refuerzos. El de la derecha era un macho formidable, cuyo tamaño hablaba muy bien de la efectividad del programa de reproducción selectiva de la Virgen Escribana. El otro era más parecido a Xcor y sus bandidos en lo que se refería a la estatura y la constitución, lo cual no quería decir que fuera bajito, ni mucho menos. Los dos se manejaban muy bien y sin vacilación, sin mostrar asomo alguno de temor.

Cuando terminaron, Xcor jadeaba. Tenía los brazos doloridos por el esfuerzo. Todos los que tenían colmillos seguían de pie. Todos los que tenían sangre negra en las venas habían desaparecido, y se encontraban, sin excepción, de regreso a su perverso creador.

Los cinco mantuvieron un rato sus posiciones, con las armas todavía en la mano, mientras jadeaban. Mantenían los ojos bien abiertos por si llegase algún nuevo ataque.

Xcor miró de reojo a Throe y le hizo una señal casi imperceptible. Si aparecían más miembros de la Hermandad y había pelea no podrían salir vivos de allí. ¿Y si estallaba un combate con los tres vampiros que ya estaban ahí? Él y su soldado tenían posibilidades de sobrevivir, pero no de salir ilesos.

Y Xcor no había ido a Caldwell para morir. Había venido para convertirse en rey.

—Espero volver a verte pronto, Tohrment, hijo de Hharm —dijo Xcor.

—¿Ya te vas? —preguntó el hermano.

—¿Sigues esperando una reverencia por mi parte?

—No, para eso se necesita tener un poco de clase, y no es tu caso.

Xcor sonrió con frialdad. Los colmillos brillaron, al tiempo que se alargaban. Estaba haciendo un esfuerzo para no perder el control y porque, de hecho, ya estaba comenzando a trabajar con la glymera.

—A diferencia de la Hermandad, nosotros los soldados rasos trabajamos durante la noche. Así que, en lugar de andar besando anillos, preferimos salir a buscar y eliminar más enemigos.

—Ya sé por qué estás aquí, Xcor.

—¿De veras? ¿Acaso me has leído el pensamiento?

—Te vas a hacer matar.

—En efecto. O tal vez sea a la inversa.

Tohrment movió la cabeza lentamente.

—Tómalo como el consejo de un amigo. Regresa al lugar de donde viniste, antes de que tus planes terminen llevándote a la tumba prematuramente.

—Me gusta el lugar donde estoy. En este lado del océano el aire es tonificante. ¿Cómo se encuentra tu shellan, por cierto?

El aire pareció helarse al instante y eso era precisamente lo que Xcor deseaba provocar. Se había enterado de que la hembra Wellesandra había sido asesinada en medio de la guerra hacía algún tiempo y decidió utilizar esa desgracia contra Tohr. No estaba dispuesto a renunciar a ningún arma que pudiera emplear contra sus enemigos.

Y el ataque había dado en la diana, porque los dos jóvenes se habían puesto en guardia enseguida, uno a cada lado del hermano.

Pero esta noche no habría ninguna discusión ni ningún combate. Le bastaba con haber descubierto el flanco débil de su rival.

Xcor y Throe se desintegraron y esparcieron sus moléculas en medio del aire helado. Xcor sabía que no le iban a seguir. Los dos lugartenientes de Tohr tenían que asegurarse de que estuviera bien, lo cual significaba que lo disuadirían de la idea de seguir un impulso caprichoso que podría terminar en una emboscada.

Ignoraban que Xcor no tenía manera de llamar al resto de sus tropas.

Xcor y Throe recuperaron la forma en la azotea del rascacielos más alto de la ciudad. Sus soldados y él siempre fijaban un punto de encuentro en el que pudieran reunirse periódicamente durante la noche, y este rascacielos, que se podía ver desde todos los cuadrantes del campo de batalla, parecía el lugar más adecuado.

A Xcor, además, le gustaba la vista desde las alturas.

—Necesitamos teléfonos móviles —dijo Throe por encima del estruendoso vendaval.

—¿Eso crees?

—Ellos tienen.

—¿Te refieres al enemigo?

—Sí, también. A ambos. —Al ver que Xcor no decía nada más, su soldado de confianza murmuró—: Tienen formas de comunicarse…

—Nosotros no necesitamos eso. Si empiezas a depender de cosas externas, eso terminará convirtiéndose en un arma de doble filo que al final se volverá en tu contra. Nos las hemos arreglado bastante bien sin esa tecnología durante siglos.

—Pero esta es una nueva era, en un lugar nuevo. Las cosas aquí son distintas.

Xcor miró por encima del hombro y dejó de contemplar el magnífico panorama de la ciudad para fijar su atención en el rostro de su lugarteniente. Throe, hijo de Throe, era un espléndido ejemplo de lo mejor de la raza, con sus rasgos perfectos y un cuerpo armonioso y proporcionado que, gracias a las enseñanzas de Xcor, ahora era más que pura decoración. Realmente Throe se había ido fortaleciendo con los años y por fin se había ganado el derecho a ser considerado un verdadero macho.

Xcor sonrió con frialdad.

—Si los métodos y las tácticas de los hermanos son tan buenos, entonces ¿por qué la raza fue atacada y diezmada?

—Esas cosas suceden.

—Y a veces son el resultado de errores, errores fatales. —Xcor volvió a fijar la vista en la ciudad—. Te sugiero que reflexiones acerca de la facilidad con que se pueden cometer tales errores.

—Lo único que digo es…

—Ese es el problema con la glymera: siempre están buscando la salida más fácil. Pensé que hacía años había logrado anular esa tendencia en ti. ¿Acaso necesitas que te refresque la memoria?

Al ver que Throe cerraba la boca, Xcor dibujó en la suya una sonrisa todavía más amplia. Y mientras contemplaba una gran parte de Caldwell pensó que, a pesar de la oscuridad de la noche, su futuro estaba lleno de luz.

Y el camino hacia él estaría pavimentado con los cadáveres de los miembros de la Hermandad.