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Se merecía un castigo por lo que había hecho, pero la verdad era que Tohr no podía evitar darse cuenta del cambio que se había operado en él. A pesar de lo mucho que le costaba admitirlo, mientras John, Qhuinn y él se dirigían a su zona de trabajo en el centro se sentía más fuerte, más ágil…, más lúcido. Y también había recuperado sus sentidos. No más problemas de inestabilidad. Su visión era perfecta. Y el oído era tan bueno que podía percibir las pisadas de las ratas que corrían a esconderse en los callejones.

Solo cuando te levantas, te das cuenta de lo espesa que es la niebla que te envuelve.

Beber sangre directamente de la vena era sin duda algo extraordinario; en especial para los guerreros. Sin sangre no se puede luchar, así que necesitaba una nueva profesión. Contable, quitapelusas, psiquiatra canino. Cualquier cosa que significara pasarse buena parte de la vida sentado.

Pero si elegía cualquiera de esas profesiones, no podría ofrecer el ahvenge a su Wellsie. Y después de todo lo que había ocurrido la noche anterior, desde lo sucedido en la despensa hasta lo que se había hecho antes de acostarse, estaba claro que tenía que compensar a Wellsie.

Por Dios, eso de que N’adie le hubiese dado tanta energía le hacía pensar que había violado de alguna manera el recuerdo de Wellsie. Que lo había manchado. Que se había erosionado por su culpa.

Cuando se alimentó de la Elegida Selena no se sintió tan mortificado, quizá porque todavía parecía un cadáver, pero más probablemente porque no se había sentido excitado ni lo más mínimo, ni antes, ni durante, ni después.

Maldición, lo cierto era que se sentía listo para pelear esa noche. Y a menos de tres calles, encontró lo que estaba buscando: olor a restrictores.

Mientras sus chicos y él comenzaban a trotar sigilosamente, Tohr no sacó ninguna de sus armas. Se sentía tan bien que creía que lo que necesitaba era una lucha cuerpo a cuerpo, y si tenía suerte… El grito que se sobrepuso al ruido lejano del tráfico no provenía de una hembra. Ronco y desesperado, solo podía haber salido de una garganta masculina.

Al diablo con el acercamiento sigiloso.

Tohr se lanzó a la carrera y, al doblar la esquina de un callejón, se estrelló de frente contra una pared de olores que no le costó trabajo discernir: sangre vampira, de dos individuos distintos, los dos machos. Y sangre de restrictor, toda igual, rancia y asquerosa.

En efecto, Tohr vio frente a él a un vampiro macho tirado en el asfalto, dos restrictores a sus pies y otro más que daba vueltas alrededor y obviamente había sufrido un ataque en la cara. Lo cual explicaba el grito.

Esa era toda la información que Tohr necesitaba.

Se lanzó sobre uno de los restrictores, al cual agarró del cuello con el brazo, antes de lanzarlo al aire como si fuera una tarta en una película cómica. Mientras la gravedad se hacía cargo del asunto y estampaba al desgraciado de cara contra el pavimento, Tohr sintió la tentación de molerlo a patadas, pero recordó que había un herido en mitad del callejón; se trataba de una situación de emergencia, así que sacó una de sus dagas, apuñaló al maldito en el pecho y adoptó de nuevo la posición de combate incluso antes de que se desvaneciera el fogonazo de la explosión.

A mano izquierda, John se estaba haciendo cargo del restrictor con la herida en la mejilla, al que apuñalaba para mandarlo de regreso con su creador. Y Qhuinn había agarrado al tercero y le estaba haciendo girar en el aire antes de lanzarlo contra la pared.

Al no tener más enemigos de los que ocuparse, al menos por el momento, Tohr corrió hacia el macho que estaba en el suelo.

—Throe —dijo entre dientes, al reconocerlo.

El soldado estaba tumbado de espaldas, agarrándose las vísceras con la mano en la que no tenía la daga. Había mucha sangre. Y mucho dolor, a juzgar por su expresión de tormento.

De pronto se puso a dar gritos.

—¡John! ¡Qhuinn! Abrid los ojos, porque pueden aparecer los bastardos.

Al oír en respuesta un silbido y un «entendido», Tohr se agachó y trató de tomar el pulso al vampiro. La dificultad que tuvo para encontrarlo no era buena señal.

—¿Me vas a decir quién te ha hecho esto, o me vas a obligar a adivinarlo? —Throe abrió la boca, tosió para expulsar un poco de sangre y cerró los ojos—. Bueno, pues adivinaré. Me voy a arriesgar a decir que fue tu jefe. ¿Voy bien encaminado? —Tohr levantó la mano del macho y pudo ver la herida en todo su esplendor. Mejor dicho, las heridas—. ¿Sabes lo que pienso? Nunca hiciste buena pareja con ese malnacido.

Ninguna respuesta, pese a que todavía no se había desmayado; la respiración estaba muy acelerada y los jadeos indicaban que era consciente del dolor. En todo caso…, Xcor era la única explicación. La Pandilla de Bastardos siempre peleaba como un solo escuadrón y nunca habrían dejado atrás a uno de sus soldados a menos que Xcor lo hubiese ordenado.

¿Y por qué había dos clases de sangre vampira? Eso indicaba que había sido una pelea daga contra daga.

—¿Qué sucedió? ¿Tuvisteis diferencias sobre el menú de la cena? ¿O fue por la forma de vestir? ¿O quizá se trató de algo más serio? ¿Homero versus Pedro Picapiedra?

Tohr desarmó rápidamente a Throe. Le quitó dos dagas buenas que todavía podían servir, gran cantidad de munición, varias navajas, un trozo de cable para estrangular y…

—¡Cuidado! —Throe había levantado un brazo. Tohr se lo agarró y le obligó a bajarlo sin tener que hacer ningún esfuerzo—. Los movimientos imprudentes pueden hacer que yo termine el trabajo que Xcor comenzó.

Throe balbuceaba

—Cuchillo… en la espinilla.

Tohr le levantó los pantalones y encontró más armas blancas.

—Al menos los mantiene bien equipados —murmuró Tohr, al tiempo que sacaba su móvil y marcaba el número del complejo.

En cuanto V contestó dio un mensaje muy concreto.

—Tengo una emergencia.

Tras un rápido intercambio de palabras con su hermano, Vishous y él decidieron llevar al hijo de puta hasta el centro de entrenamiento. Después de todo, el enemigo de tu enemigo puede ser tu amigo…, bajo las circunstancias adecuadas, claro. Además, el mhis que rodeaba el complejo era útil ante cualquier cosa, desde un GPS hasta Papá Noel con sus renos voladores. No había manera de que la Pandilla de Bastardos encontrara a su compañero si se trataba de una emboscada.

Diez minutos después llegó Butch con el Escalade.

Throe no tuvo mucho que decir mientras lo levantaban, lo llevaban hasta el todoterreno y lo depositaban sobre el asiento trasero. Finalmente, el desgraciado perdió el conocimiento. La buena noticia era que eso significaba que ya no causaría ninguna molestia, pero sería casi un milagro revivirlo.

¿Y para qué querían revivirlo? ¿Para usarlo como rehén? ¿Como fuente de información? ¿Como taburete?

Las opciones eran infinitas.

—Esta es la clase de pasajero que me gusta. —Con estas palabras Butch se sentó otra vez tras el volante—. No hay manera de que trate de darme instrucciones.

Tohr asintió con la cabeza.

—Voy contigo…

El primer disparo que se oyó provenía de la cuarenta de John. Tohr se puso de inmediato en actitud de combate, al tiempo que cerraba la puerta del Escalade y sacaba su propia arma.

El segundo disparo era del enemigo, fuera el que fuera.

Mientras buscaba protección detrás del todoterreno blindado, Tohr dio un golpe al panel de atrás para que el policía arrancara. Bromas aparte, Throe era muy valioso para perderlo por algo tan insignificante como un escuadrón de restrictores. O peor aún, un escuadrón de bandidos bastardos.

El hermano pisó el acelerador y Tohr quedó al descubierto, pero rápidamente se encogió y comenzó a rodar por el suelo, convirtiéndose en un objetivo móvil al que sería más difícil acertar.

Las balas lo siguieron, pero el tío que estaba a cargo del gatillo realmente no sabía cómo llenar a su presa de plomo. Aunque las balas rebotaban contra el suelo muy cerca de él, no lo hacían con suficiente velocidad. Llegó a un contenedor de basura y se escondió detrás, listo para devolver el fuego tan pronto como supiera dónde estaban sus chicos.

Silencio en el callejón…

No, eso no era exacto, porque se oía un goteo, como si algo estuviera escurriendo por debajo de la barriga de acero del enorme contenedor de basura, así que Tohr hizo una pequeña inspección. Pero no era el contenedor, sino él.

Mierda. Lo habían herido.

Pasó revista a su cuerpo e identificó las fuentes de los problemas: una estaba en el pecho, a la altura de las costillas, y la otra en el hombro, y… eso era todo.

Ni siquiera se había dado cuenta, y tampoco se sentía afectado por los disparos, ni por el dolor ni por la pérdida de sangre. Joder, alimentarse de la vena era como llenar el tanque con combustible para aviones. Y también ayudaba la feliz circunstancia de que las balas no hubiesen alcanzado ningún órgano importante. Eran superficiales.

Tohr asomó la cabeza por detrás del contenedor, pero no pudo ver a nadie en el callejón. Podía sentir, sin embargo, la presencia de varios restrictores escondidos alrededor. No sentía olor a ninguna sangre fresca, aparte de la suya. Así que John y Qhuinn estaban a salvo, gracias a Dios.

La calma que siguió empezó a ponerlo nervioso.

Era preocupante, en especial si persistía.

Joder, había que precipitar los acontecimientos, porque Butch llevaba una bomba de relojería a bordo y además Tohr quería estar allí cuando el hermano llegara al complejo.

Pero la calma siguió.

De repente Tohr recordó aquella horrible escena en la despensa, su deseo enloquecido, la desesperación de N’adie por escaparse y la reacción de su cuerpo. Todo empezó a bailar en su mente… Y una inmensa rabia se apoderó de él, destruyendo su concentración en el combate, sacándolo de él para llevarlo exactamente a donde no quería estar.

Consciente de que la confusión se apoderaba de él y el pecho le ardía, quiso gritar. Pero en lugar de eso eligió otra manera de obligar a su mente a concentrarse en otra cosa. Sacó sus dos pistolas y las apuntó hacia delante, mientras salía de detrás del contenedor.

Y se acabó la tregua. Los gatillos se accionaron de inmediato. Voló plomo por todas partes. Y él era el blanco.

Al sentir un agudo dolor en el hombro, Tohr se dio cuenta de que le habían dado de nuevo; pero no quiso prestar atención a esa minucia. Buscó a los tiradores y enseguida descargó las dos pistolas semiautomáticas contra un rincón oscuro, al que se acercaba.

Alguien estaba gritando, pero él no podía oír…, no oyó.

Llevaba puesto el piloto automático.

Era… invencible.

‡ ‡ ‡

Cuando el equipo médico recibió la llamada, N’adie se encontraba en la sala de reconocimiento principal del centro de entrenamiento, guardando un montón de trajes de cirugía recién doblados que acababan de salir de la secadora y todavía estaban calientes.

Desde el escritorio, la doctora Jane se inclinó y contestó:

—¿Cómo dices? ¿Podrías repetir eso? ¿Quién? ¿Y lo traéis aquí?

En ese momento se abrió la puerta que daba al corredor y N’adie dio un paso involuntario hacia atrás. Los hermanos Vishous y Rhage llenaron la habitación. Ambos tenían una expresión adusta, el ceño fruncido y el cuerpo rígido.

Llevaban dagas en la mano.

—Espera, sí, aquí están. ¿Cuánto tardarás en llegar? Está bien, vale, estaremos listos. —Jane colgó y miró a los machos—. Supongo que vosotros estáis a cargo de la seguridad.

—Correcto. —Vishous hizo un gesto con la cabeza hacia la mesa de operaciones—. Así que no te podré ayudar.

—Porque tendrás un cuchillo apuntando a la garganta de mi paciente.

—De acuerdo. ¿Dónde está Ehlena?

La conversación se generalizó mientras la doctora Jane comenzaba a reunir el instrumental y el equipo que necesitaba. En medio del caos que siguió, la encapuchada elevó una plegaria para que nadie se fijara en ella. ¿A quién estarían trayendo?

Como si Vishous hubiese leído su mente, miró en dirección a N’adie.

—Todo el personal que no sea esencial debe salir del centro de entrenamiento…

En ese momento volvió a sonar el teléfono que estaba sobre el escritorio y la sanadora Jane lo descolgó y volvió a ponérselo en la oreja.

—¿Sí? Hola, Qhuinn. ¿Qué dices? ¿Que hizo… qué? —Los ojos de la hembra se clavaron enseguida en los de su compañero y se puso pálida—. ¿Es muy grave? ¿Y necesitáis transporte? Ah, ¿ya tenéis? Gracias a Dios. Sí, me encargaré de eso. —La doctora colgó y dijo con voz neutra—. Tohr está herido. Heridas múltiples. ¡Manny! ¡Tenemos otra emergencia en camino!

¿Tohrment?

Vishous soltó una maldición.

—Si Throe se atrevió a darle un simple golpe…

—Se metió en mitad de un tiroteo —lo interrumpió Jane.

Todo el mundo se quedó paralizado.

N’adie tuvo que apoyarse contra la pared para no caerse. Rhage intervino con voz suave:

—¿Se metió en un tiroteo?

—No sé mucho más que eso. Qhuinn solo me ha dicho que salió de su escondite, apuntando con dos cuarentas, y simplemente… comenzó a caminar en medio de la lluvia de balas.

El otro doctor, Manuel, entró corriendo por la puerta de al lado.

—¿Y a quién tenemos ahora?

En ese momento se iniciaron varias conversaciones, profundas voces masculinas que se mezclaban con el tono más agudo de las voces de las hembras. Ehlena, la enfermera, llegó también. Y dos hermanos más.

N’adie retrocedió hasta el rincón, junto al gabinete de suministros, para quitarse de en medio. Clavó la mirada en el suelo y comenzó a rezar. Cuando un par de botas negras enormes entraron en su campo de visión, ella negó con la cabeza, pues sabía lo que le iban a decir.

—Tiene que salir.

La voz de Vishous resonó con un tono firme, pero casi amable, lo cual era una novedad.

Ella levantó los ojos y, cuando quedó frente a aquellos ojos de hielo, dijo:

—Ciertamente tendréis que sacarme a rastras de aquí si queréis que me marche.

El hermano frunció el ceño.

—Nos traen a un peligroso…

Un súbito gruñido pareció sorprender al macho. Qué estupidez, pensó N’adie, teniendo en cuenta que era él quien estaba haciendo ese… Pero no. No era él.

Era ella. Ese gruñido de advertencia estaba saliendo de su propio pecho y brotaba de sus labios. Mejor, se dijo, y reafirmó con palabras lo que había indicado con el gruñido.

—Me quedaré aquí. ¿En qué sala lo van a curar?

V parpadeó, como si estuviera desconcertado. Pasado un momento, miró por encima del hombro hacia donde estaba su compañera.

—Oye, Jane…, ¿dónde van a operar a Tohr?

—Aquí. Throe estará en el segundo quirófano, o tal vez incluso un poco más allá, para reducir el riesgo de que se escape.

El hermano dio media vuelta y se marchó, pero solo para agarrar un taburete y acercárselo a N’adie.

—Esto es para cuando se canse de estar de pie.

Luego la dejó sola.

Querida Virgen Escribana, ¿quién se enfrentaba al enemigo a pecho descubierto, sin ninguna protección?, se preguntó N’adie. La respuesta le removió las entrañas: alguien que desea ser asesinado mientras cumple con su deber. Esa era la respuesta.

Quizá sería mejor que Layla lo alimentara. Menos complicado… No, no sería menos complicado. La Elegida era increíblemente hermosa y no tenía ninguna deformidad. Sí, él había declarado que no deseaba una relación sexual, pero la decisión de un macho podía ser puesta a prueba por cualquier hembra que tuviera una apariencia física como esa. Y cualquier clase de respuesta en ese sentido lo mataría.

N’adie era la mejor para él. Sí, eso era lo adecuado. Ella tendría que cubrir las necesidades de Tohr.

Mientras continuaba justificando su decisión ante sí misma, prefirió pasar por alto algo muy significativo. Imaginarse a Tohr lamiendo el cuello de la Elegida la hacía sentirse curiosamente irritada.