25

A la noche siguiente, Xcor se encontraba escondido en la entrada de un viejo edificio de ladrillo ubicado en el corazón del centro de la ciudad. Como el portal del edificio formaba una especie de nicho de casi un metro, el espacio parecía un ataúd que le proporcionaba no solo la suficiente oscuridad para esconderse, sino una buena protección en caso de tiroteo.

Mientras vigilaba la zona y el elegante coche negro al que había seguido, se sentía cada vez más furioso.

Miró el reloj por enésima vez. ¿Dónde demonios estaban sus soldados?

Había llegado hasta allí después de separarse del grupo para seguir a Assail. Antes de partir les había dicho a los otros que se reunieran con él cuando terminaran la primera ronda de combates, lo cual implicaba una tarea de localización que no debería resultar difícil. Lo único que tenían que hacer era vigilar desde las azoteas la parte de la ciudad donde se hacían más negocios ilícitos.

Eso no era difícil en absoluto.

Y, sin embargo, allí seguía, más solo que la una.

Assail todavía estaba dentro del edificio de enfrente, probablemente haciendo negocios con otros sujetos de la misma calaña que los que había asesinado la noche anterior. El local al que había entrado parecía a todas luces una galería de arte, pero aunque Xcor era un chapado a la antigua, no era ingenuo. En cualquier establecimiento «legítimo» era posible encontrar toda clase de mercancías y contratar todo tipo de servicios.

Pasó cerca de una hora antes de que el otro vampiro saliera por fin de la galería. La luz que alumbraba la salida trasera destacó por un momento aquella melena negra y sus rasgos de depredador. El elegante coche en el que se movía estaba aparcado junto a la acera y, mientras caminaba hacia él, Xcor alcanzó a ver los destellos de un anillo en la mano de Assail. Vestido de negro, tal como estaba, y moviéndose con tanto sigilo, Assail parecía realmente lo que era: un vampiro. Misterioso, sensual y peligroso.

Cuando se detuvo frente a la puerta del vehículo, metió la mano en el bolsillo de la chaqueta para sacar las llaves… y dio media vuelta para quedarse frente a Xcor apuntándole con un arma.

—¿De verdad crees que no sé que me estás siguiendo?

Tenía un acento tan cerrado y propio del Viejo Continente que a veces parecía que estuviera hablando en otro idioma, aunque Xcor estaba íntimamente familiarizado con esa forma de hablar, por lo que le entendió con claridad.

¿Dónde diablos se encontraban sus malditos soldados?

Al salir de su escondite, Xcor tenía también su pistola automática en la mano y no dejó de sentir cierta satisfacción cuando vio que el otro macho daba un paso atrás al reconocerlo.

El de la guadaña se dirigió al aristócrata con tono mordaz.

—¿Qué pasa? ¿Tal vez esperabas a un hermano?

—Estoy ocupado en asuntos que no son de tu incumbencia y no tienes ningún derecho a seguirme.

—Yo soy quien decide qué es de mi incumbencia y qué no.

—Tus métodos no valen aquí.

—¿Y qué métodos son esos?

—Aquí hay leyes.

—Eso he oído. Y tengo entendido que tú estás quebrantando varias de ellas con tu conducta.

—No me refiero a leyes humanas —respondió Assail con desdén, convencido de que las leyes humanas eran totalmente irrelevantes, cosa en la que los dos estaban de acuerdo—. Las Leyes Antiguas dicen que…

—Estamos en el Nuevo Mundo, Assail. Nuevo Mundo, nuevas reglas.

—¿Quién dice eso?

—Yo.

El aristócrata entornó los ojos.

—¿No te estás extralimitando?

—Saca tus propias conclusiones.

—Entonces dejaré las cosas como están. Y ahora debo irme…, a menos que tengas intención de dispararme, en cuyo caso te advierto que te marcharías conmigo. —Assail levantó la otra mano, en la que tenía un pequeño dispositivo negro—. Para ser claro, la bomba que está instalada en la parte inferior de mi coche estallará si mi pulgar se contrae, que es precisamente el reflejo automático que se producirá si me metes una bala en el pecho o en la espalda. Ah, y quizá también deba mencionar que la explosión tiene un radio de acción que incluye de sobra el espacio en que te encuentras, y la detonación será de tal calibre que no podrás desintegrarte con suficiente rapidez.

Xcor soltó una carcajada, quizá motivada por un genuino sentimiento de respeto.

—Ya sabes lo que dicen acerca de los suicidios, ¿no? Los suicidas no pueden entrar en el Ocaso.

—Si tú me disparas primero, no sería un suicidio. Sería defensa propia.

—Quién sabe… ¿Quieres poner eso a prueba?

—Solo si tú estás dispuesto.

El vampiro aristócrata parecía completamente seguro de sí mismo, independientemente de la decisión que se tomara. No le importaba vivir o morir, ni le preocupaban la violencia o el dolor. Sin embargo, tampoco estaba dispuesto a ceder en su posición.

Habría sido un soldado excepcional, pensó Xcor. Si su mamá no lo hubiese castrado.

—Así que tu solución —murmuró Xcor— es la destrucción mutua.

—Entonces, ¿qué decides?

Si Xcor contara con sus hombres, habría habido una impecable manera de manejar el asunto. Pero esos bastardos no aparecían por ningún lado. Y un principio fundamental de la guerra es que si tu enemigo no solo da la talla, sino que está bien equipado y es valiente, lo mejor es no entrar en conflicto, sino retirarse, rearmarse y esperar para luchar en circunstancias más favorables para obtener la victoria.

Además, Assail tenía que permanecer en este mundo para que el rey pudiera ir a verlo.

Xcor, de todas formas, no estaba satisfecho con esas consideraciones y su estado de ánimo se fue volviendo más y más negro. No dijo nada más. Sencillamente se desintegró hasta otro callejón a un kilómetro de distancia y permitió que su marcha hablara por sí misma.

Al volver a tomar forma junto a un quiosco cerrado, estaba absolutamente furioso con sus soldados, hasta el punto que volcó en ellos toda la rabia que le había causado el encuentro con Assail.

Se dedicó a buscarlos. Registró edificios abandonados, clubes, salones de tatuajes y construcciones varias, hasta que los encontró en el rascacielos. Al tomar forma allí, vio que estaban holgazaneando, como si no tuvieran nada mejor que hacer.

Se estremeció de ira, se le subió la sangre a la cabeza, se le contrajeron los músculos. Sintió un creciente zumbido dentro del cráneo.

—¿Dónde demonios estabais? —Parecía a punto de matarlos mientras el viento se arremolinaba sobre su cabeza.

—Nos dijiste que esperásemos aquí…

—¡Os dije que me buscarais!

Throe levantó las manos.

—¡Maldición! Todos necesitamos móviles, no solo…

Xcor se abalanzó sobre el impertinente macho, lo agarró del abrigo y lo lanzó contra una puerta de acero.

—Cuidado con lo que dices.

—Pero tengo razón en es…

—No vamos a tener esa discusión otra vez.

Xcor se retiró y se alejó del soldado, mientras su abrigo volaba tras él mecido por el viento cálido que azotaba la ciudad.

Sin embargo, Throe no dejó las cosas ahí.

—Podríamos haber estado donde querías que estuviéramos. La Hermandad tiene móviles…

Xcor dio media vuelta y chilló, descompuesto:

—¡A la mierda con la Hermandad!

—Tendrías más posibilidades de lograr tus propósitos si contáramos con una forma de comunicación.

—¡La Hermandad se ha debilitado precisamente porque se apoya en la tecnología!

Throe sacudió la cabeza, con la actitud aristocrática del que siente que sabe más que los demás.

—No, ellos viven en el futuro. Y nosotros no podremos competir con ellos si seguimos en el pasado.

Xcor cerró los puños. Su padre, o mejor, el Sanguinario, habría empujado a ese hijo de puta desde lo alto del edificio por semejante insolencia e insubordinación. Con esa idea en la cabeza, dio un paso hacia Throe.

Pero luego pensó con fría lógica. Había mejores formas de lidiar ese asunto.

—Vamos al campo de batalla. ¡Ya!

Lo dijo mirando a Throe. Ante semejante orden había una única respuesta aceptable, y los otros así lo entendían a juzgar por cómo agarraron sus armas y se prepararon para enfrentarse al enemigo de inmediato. Throe dudó un instante, pero como buen caballero siempre respetuoso con el orden social, aun en situaciones críticas, finalmente siguió el ejemplo de sus compañeros.

Además tenía otras razones para seguir las órdenes de Xcor, razones que estaban por encima del apego al orden: se trataba de aquella deuda que creía que iba a tener que pagar durante toda su vida. Y del sentimiento de compromiso que sentía hacia los otros bastardos, que había ido creciendo con el tiempo y era mutuo… Bueno, hasta cierto punto.

Y, por supuesto, también estaba el recuerdo de su amada hermana desaparecida, que seguía, de alguna manera, todavía con él.

Aunque, en realidad, ella estaba más unida a Xcor.

A la señal de Xcor, todos dispersaron sus moléculas para dirigirse al laberinto de callejones. En su viaje por el aire, Xcor recordó aquella noche, tanto tiempo atrás, en la que un elegante caballero se le acercó en una parte sórdida de Londres para hacerle una propuesta sangrienta.

Las condiciones de la solicitud fueron más complicadas de lo que Throe había pensado. Para que Xcor matara al sujeto que había deshonrado a su hermana, Throe tuvo que ofrecer mucho más que los chelines que llevaba en el bolsillo. Tuvo que ofrecer toda su vida. Y el cumplimiento de esa deuda lo había convertido en mucho más que un miembro de la glymera que por casualidad portaba un nombre de la Hermandad: Throe había estado a la altura de su linaje y había sobrepasado cualquier expectativa.

De hecho, había superado todas las expectativas. En realidad, Xcor forzó ese acuerdo con el fin de usar al macho como ejemplo de debilidad ante los demás. Se suponía que Throe sería humillado por los soldados de verdad, superado y aplastado como un afeminado que terminaría convertido en su sirviente. Pero no fue exactamente eso lo que acabó pasando.

El callejón en el que volvieron a tomar forma apestaba a sudor y descomposición por efecto de los calores del verano. Cuando sus soldados se desplegaron detrás de Xcor, llenaron por completo el espacio que había entre los muros de ladrillo.

Ellos siempre cazaban en grupo; a diferencia de la Hermandad, ellos se mantenían juntos.

Así que todos vieron lo que sucedió.

Después de desenfundar una de sus dagas de acero, Xcor la empuñó con fuerza y dio media vuelta para quedarse frente a Throe. Y acto seguido le rajó el vientre de un lado a otro.

Alguien gritó. Varios lanzaron maldiciones. Throe se dobló sobre la herida…

Pero Xcor lo agarró del hombro, sacó la daga y se la volvió a hundir.

El olor a sangre fresca de vampiro era inconfundible. Sin embargo, tenía que haber dos fuentes, no solo una.

Así que Xcor volvió a enfundar su daga, empujó a Throe hacia atrás para que cayera como un bulto sobre el suelo, sacó una de las dagas del herido y se cortó con ella la parte interna del antebrazo.

Pasó luego su herida por todo el torso de Throe y después le colocó la daga ensangrentada en la mano. Por último, se puso en cuclillas y clavó sus perversos ojos en los del macho al que había rajado.

—Cuando la Hermandad te encuentre, te recogerá y te curará; así averiguarás dónde viven. Les dirás que yo te traicioné y que quieres luchar a su lado. Te congraciarás con ellos y encontrarás una manera de infiltrarte en su casa. —A continuación le apuntó con el dedo muy cerca de la cara—. Y como eres tan aficionado al intercambio de información, vas a contármelo todo a mí. Tienes veinticuatro horas. Luego nos reencontraremos… o los restos de tu dulce hermana tendrán un final muy desgraciado. —Throe tenía los ojos desorbitados—. Sí, yo tengo sus restos. —Xcor se inclinó un poco más, hasta que quedaron nariz con nariz—. La he tenido conmigo durante todo este tiempo. Así que te lo advierto: no olvides dónde están tus lealtades.

—Tú…, maldito…

—Tienes razón, pero así son las cosas. Tienes hasta mañana. En la Cima del Mundo, a las cuatro de la madrugada. No faltes.

Los ojos del macho agredido ardieron y el odio que expresaban fue toda la respuesta que Xcor necesitaba. Tenía las cenizas de sus muertos y los dos sabían que si era capaz de apuñalar a su segundo al mando, también era muy capaz de arrojar esas cenizas a un cubo de basura, o a un inodoro sucio, o a una freidora de McDonald’s.

Esa amenaza era más que suficiente para dejar a Throe con las manos atadas.

Y tal como había hecho en el pasado, ahora volvería a sacrificarse por los seres queridos que había perdido.

Xcor se levantó y dio media vuelta.

Sus soldados estaban esperándolo muy juntos, formando una barrera que podría significar una amenaza. Pero a Xcor no le preocupaba la posibilidad de sufrir una insurrección. Cada uno de ellos había sido criado, si se podía decir así, por el Sanguinario y este les había enseñado el arte de la lucha y el saqueo. Así que, si estaban sorprendidos, sería solamente por el hecho de que Xcor hubiese tardado tanto tiempo en hacer precisamente lo que había hecho.

—Regresad al campamento por el resto de la noche. Tengo que asistir a una reunión… Y si vuelvo y encuentro que falta alguno de vosotros, lo perseguiré hasta encontrarlo. Y a ese no voy a dejarlo simplemente herido. Terminaré el trabajo.

Los soldados se marcharon sin mirar a Throe ni a Xcor.

Buena decisión, pues en ese momento su rabia estaba más afilada que las dagas que acababa de usar.

‡ ‡ ‡

Cuando Throe se quedó solo en el callejón, se llevó la mano al abdomen y ejerció presión para contener la hemorragia.

Aunque estaba paralizado por el dolor, su visión y su audición se agudizaron de modo asombroso. Estudió el entorno: los edificios que se arqueaban sobre él eran altos y carecían de luces. Las ventanas eran estrechas y tenían gruesos cristales opacos. Llegaba olor a carne asada, como si estuviera cerca de un restaurante. Se oían de fondo los bocinazos de los coches y el chirrido de los frenos de un autobús. A lo lejos, una mujer soltaba estridentes carcajadas.

La noche apenas había comenzado.

Cualquiera podía encontrarlo. Amigo. Enemigo. Restrictor. Hermano.

Al menos Xcor le había dejado la daga en la mano.

Lanzó cien maldiciones y trató de ponerse de lado y levantarse…, pero el esfuerzo casi lo mató. En medio de aquella agonía, acabó preguntándose si el plan de Xcor no acabaría fracasando porque muriera. Al maldito canalla se le había ido la mano con la navaja.

Volvió a tumbarse en el mismo lugar donde estaba y pensó que definitivamente era muy posible que, en lugar de ser una trampa para la Hermandad, este callejón se convirtiera en una tumba para él.

Throe se daba cuenta de que debería haber sido más cauteloso. Había acabado por sentirse cómodo junto a Xcor de la misma forma que el domador de tigres se acostumbra a sus fieras y con ello pone en peligro su propia vida. Se había acostumbrado a ciertos patrones de conducta, que encontraba errados pero predecibles. Con el roce, Xcor no se había vuelto menos peligroso. Todo lo contrario, su peligro había aumentado.

Siguió pensando, a la espera de que alguien lo salvara o lo rematara. Había quedado atrapado por las circunstancias que los habían unido originalmente.

Su hermana. Su hermosa y pura hermana.

«La he tenido conmigo durante todo este tiempo».

Throe gimió, pero no debido a sus heridas. ¿Cómo se había apoderado Xcor de las cenizas? Throe creyó que su familia había oficiado una ceremonia apropiada y se había encargado debidamente de los restos de su hermana. Pero ¿cómo podría haber supuesto que no fue así? Xcor no le había permitido volver a ver a su madre ni a su hermano después de sellar el trato, y su padre había muerto hacía diez años.

Todo eso era terriblemente injusto, pues esperaba que, al menos en la muerte, ella gozara de la paz que merecía. Después de todo, el Ocaso había sido creado para almas tan luminosas y adorables como la de su querida hermana. Pero sin la mediación de la ceremonia… ¡Querida Virgen Escribana! Tal vez se le había negado la entrada.

Esta era una nueva maldición para él. Y para ella.

Mientras contemplaba el cielo, del cual no veía casi nada, Throe pensó en la Hermandad. Si lo encontraban antes de que muriera, y si lo recogían tal como Xcor suponía que harían, estaba dispuesto a hacer lo que le habían ordenado. Porque, a diferencia de los otros bastardos de la banda, él sí sabía dónde estaban sus lealtades, y no era con el rey, ni con Xcor, ni con sus compañeros soldados; aunque, en verdad, con el tiempo había comenzado a inclinarse hacia ellos.

No, sus lealtades estaban en otra parte… y Xcor lo sabía. Lo cual explicaba que ese déspota hubiese hecho el esfuerzo de encontrar algo que obligara todavía más a Throe…

Al principio pensó que el hedor que traía la brisa cálida provenía de algún contenedor de basura. Pero no, había un cierto dulzor, muy significativo y revelador, en el asqueroso olor.

Throe levantó entonces la cabeza y después de recorrer su cuerpo con los ojos, vio al final del callejón a tres restrictores que acababan de aparecer. La risa de los asesinos fue como el campanazo anunciador de la muerte. Y, sin embargo, Throe sonrió al percibir los destellos que indicaban que habían sacado sus cuchillos.

La idea de que el destino truncara los planes de Xcor parecía la mejor nota de despedida. Pero quedaría pendiente el asunto de su hermana… ¿Cómo podría ayudarla si estaba muerto?

Los asesinos se acercaban. Throe sabía que lo que le iban a hacer convertiría la herida que tenía en el abdomen en un ridículo arañazo, pero tenía que luchar, y eso haría. Hasta el último latido de su corazón, hasta el último aliento, iba a pelear con todas sus fuerzas por la única razón que le quedaba para vivir.