23
Un momento antes de cerrar el Iron Mask, Xhex se encontraba en su oficina, mirando al Gran Rob. Sobre el escritorio reposaban tres paquetes más de aquella cocaína marcada con el símbolo de la muerte.
—¿Es una broma?
—Se la quité a un tío hace diez minutos.
—¿Y todavía está por ahí?
—Sí, pero tranquila, todo dentro de lo legal. Le dije que tenía que firmar unos papeles. Claro, que no le expliqué con claridad que podía marcharse cuando quisiera. Por fortuna está tan borracho que no se ha preocupado por sus derechos civiles.
—Déjame ir a hablar con él.
—Está donde te gusta.
Xhex salió y dobló a mano izquierda. El cuarto de «interrogatorios» estaba al final del pasillo, pero no tenía blindajes ni nada de particular; lo último que necesitaban era tener problemas con el Departamento de Policía. Es decir, más problemas, pues teniendo en cuenta lo que ocurría dentro de esas paredes noche tras noche, no era raro que la policía curiosease con frecuencia.
Al abrir la puerta, Xhex maldijo para sus adentros. El tío que estaba frente a la mesa parecía más un burdo maniquí que una persona. Estaba completamente desmadejado, con la barbilla clavada en el pecho, los brazos colgando a los lados y las piernas flojas y abiertas. Vestía de época, como si viniera de un baile de disfraces, con un traje negro ajustado y una camisa blanca con cuello alto de encaje. Y para completar el disfraz, el tío llevaba un bastón. Y una capa. La impresión general era penosa, por no decir ridícula.
Xhex cerró la puerta con sigilo, se acercó en silencio, apretó el puño… y lo descargó violentamente sobre la mesa para despertarlo.
El desgraciado se echó hacia atrás, sobresaltado, y quedó haciendo equilibrio sobre el bastón y las patas traseras de la silla. Xhex le quitó el bastón y dejó que la gravedad decidiera qué hacer con el humano…
El tipo abrió la boca para protestar, y Xhex pudo ver dos fundas de porcelana que simulaban colmillos y que tenía pegados a los caninos. Seguramente eso le hacía sentirse como Frank Langella o Christopher Lee. En fin, que iba de vampiro dieciochesco.
El humano, finalmente, aterrizó sobre la espalda. Xhex se sentó y estudió la calavera plateada que coronaba el bastón. El tío se levantó del suelo, se arregló su estúpido disfraz, volvió a sentarse derecho y se pasó la mano por el pelo negro, en el que se veían raíces color café.
—Tranquilo, te vamos a soltar —le dijo, y añadió—: Y si me dices lo que quiero saber, te prometo no comentar nada a nuestros amigos del Departamento de Policía.
—De acuerdo. Sí. Gracias.
Al menos el idiota hablaba con normalidad, sin pretensiones clásicas.
—¿Dónde conseguiste la cocaína? —Al ver que el tío abría la boca, Xhex levantó la mano para hacer un inciso—. Antes de que me digas que era de un amigo y solamente tú se la estabas guardando, o que le pediste prestada la chaqueta a alguien y la coca estaba en los bolsillos, te advierto de que la policía no te va a creer más que yo, y te garantizo que tendrán la oportunidad de oír tus excusas.
Hubo un largo silencio durante el cual Xhex observó al imbécil. Hasta llevaba lentillas rojas para aparentar que tenía los ojos inyectados en sangre. Xhex se preguntó si alguna vez habría tratado de desintegrarse a través de una pared. Porque ella estaba dispuesta a ayudarle a intentarlo.
—La compré en la esquina de la calle del Comercio con la Octava. Hace unas tres horas. No conozco el nombre del camello, pero por lo general siempre está allí, entre las once y las doce.
—¿Y solo vende la droga que tiene esta marca?
—No. —El tío pareció relajarse y su acento de Jersey se fue haciendo más marcado—. Vende de todo. Hace unos meses, en primavera, no siempre tenía coca. Pero, no sé por qué, desde hace un mes siempre parece tener buena mercancía. Y esta es la que más me gusta.
Xhex movió la cabeza viendo el patetismo creciente de aquel Drácula de pacotilla.
—¿Cómo se llama esta mercancía?
—Daga. Y me cuadra a la perfección. —El muy cretino hizo un movimiento con la mano para resaltar su disfraz—. Soy un vampiro.
—¿De veras? Pensé que los vampiros no existían.
—Eso se dice, sí, pero somos muy reales. —Miró a Xhex con ojos insinuantes—. Podría presentarte a algunos amigos, e incluso llevarte a un aquelarre.
—Pero ¿eso no es una reunión de brujas?
—Tengo tres esposas, ¿sabes?
—Parece que en tu casa hay mucha gente.
—Y estoy buscando una cuarta.
—Te agradezco la oferta, pero estoy casada. —Al decir esas palabras, Xhex sintió una fuerte desazón, casi un dolor en el pecho—. Felizmente casada, si me permites completar la información.
No sabía por qué había dicho eso. O quizá sí. Por Dios, John…
Sonó un golpecito en la puerta, apenas audible. La vampira respondió de inmediato
—¿Qué pasa ahora?
—Tienes una visita.
En cuanto oyó la respuesta, el cuerpo de Xhex volvió a la vida y sintió deseos de arrojar al pobre imbécil por la puerta cuanto antes.
Esta vez John había llegado antes, lo cual era perfecto.
—Hemos terminado —anunció, y se puso de pie.
El humano también se levantó. Le temblaban las aletas de la nariz.
—Dios, tu perfume es… asombroso.
—No vuelvas a traer esa mierda a mi casa, porque la próxima vez no habrá ninguna charla, sino solo acción. ¿Está claro? ¿Me entiendes?
Al abrir la puerta, Xhex se encontró con el aroma de macho enamorado de su compañero: ese que había invadido, embriagador, todo el pasillo.
Y allí se hallaba él, al final del corredor, de pie junto a la oficina de Xhex.
Su John.
El mudo volvió la cabeza para mirarla, bajó la barbilla y sonrió. Sus ojos tenían una expresión traviesa, lo que significaba que estaba más que listo para entregarse a ella.
—Eres muy hermosa —dijo el idiota al salir del cuarto.
Xhex estaba pensando si quitárselo de encima con un sopapo cuando John vio al pequeño gusano. Y no le gustó.
El macho enamorado echó a correr hacia él por el pasillo. Los pasos de sus poderosas botas retumbaron más que la percusión de la música del local.
El idiota disfrazado de vampiro, al ver aquella masa de casi ciento cincuenta kilos a punto de echársele encima, se escondió detrás de Xhex.
Un valiente, un macho inigualable. Un verdadero semental.
John se detuvo en la puerta, negándole toda posibilidad de escapatoria. Sus hermosos ojos azules fulminaban al humano por encima del hombro de Xhex.
Esta, viendo su magnífico aspecto, se moría de ganas de follar con John.
Entre excitada y divertida, los presentó.
—Este es mi marido, John. John, «esto» ya se estaba marchando. ¿Quieres acompañarlo a la salida, querido?
Antes de que el idiota pudiera decir nada, John le enseñó los colmillos y dejó escapar un siseo letal. Era el único sonido que podía emitir además de los silbidos, pero resultaba aún mejor que las palabras…
—Joder —murmuró Xhex, y se hizo a un lado.
El humano se acababa de mear en los pantalones.
‡ ‡ ‡
John estaba encantado con el encargo de sacar la basura. ¿Cómo era posible que un humano imbécil como aquel mirara de esa forma a su hembra? El bastardo tenía suerte de que John estuviese tan excitado. De no ser por eso, se habría tomado la molestia de romperle una pierna o un brazo solo para darle una lección.
Pero tenía prisa, así que agarró al idiota del cuello y lo fue empujando hasta la salida trasera. Abrió la puerta de una patada y lo arrojó al aparcamiento. Solo un pequeño resto de sentido común que aún perduraba en medio de su excitación sexual impidió al vampiro liquidar al pobre cretino.
Como no tenía forma de ordenarle que lo mirara, John hizo rodar al desgraciado como si fuera un balón, lo agarró de los hombros y lo levantó hasta que sus lindos zapatos de cuero negro quedaron colgando en el aire. Le miró a los ojos, con las lentillas de ese ridículo color rojo, y puso al idiota en trance para borrarle el recuerdo de los colmillos. Por un momento acarició la idea de meterle en la mente alguna paranoia sobre la existencia de los vampiros, para que viviese aterrorizado por bobo.
Pero, claro, tampoco valía la pena el esfuerzo. Y, además, su hembra lo estaba esperando.
Tras una última sacudida, lo soltó y dejó que se perdiera en la noche, raquítico y aterrorizado.
Dio media vuelta hacia el club y vio la moto de Xhex aparcada junto al edificio, bajo una luz de seguridad. Se la imaginó a horcajadas, cabalgando sobre la poderosa máquina, llevándola a una velocidad de vértigo…
A punto de explotar de excitación, se dirigió a la puerta. Xhex ya estaba esperándolo allí.
—Pensé que le ibas a cortar la cabeza —dijo ella, arrastrando las palabras con sugerente ironía.
También ella estaba completamente excitada.
El macho avanzó hacia ella, y solo se detuvo cuando los senos de Xhex quedaron aplastados contra su pecho. La mujer, por supuesto, no retrocedió un milímetro, lo cual lo excitó aún más. Dios, si habitualmente su simple visión le volvía loco de deseo, esta separación autoimpuesta hacía que anhelase desesperadamente estar con ella.
La hembra no dejaba el tono seductor.
—¿Quieres venir a mi oficina? ¿O prefieres hacerlo aquí?
John asentía con la cabeza, aturdido. Y ella soltó una carcajada.
—¿No será mejor que entremos para no asustar a los niños?
Sí, claro, buena idea. Los pobres humanos se asustaban si veían un encuentro sexual con mordiscos, sangre y esas cosas.
Xhex echó a andar y John se quedó observando el movimiento de sus caderas. Estaba al borde de la eyaculación, no solo precoz, sino feroz.
En cuanto se encerraron en la oficina, John saltó sobre ella y comenzó a besarla, mientras sus manos se apresuraban a quitarle la camiseta. Cuando los dedos de Xhex se hundieron entre su pelo, el macho se inclinó hacia el pecho femenino y dio gracias a Dios por que Xhex nunca se molestara en llevar sujetador.
Con uno de los pezones de Xhex en la boca y una mano entre sus piernas, John la recostó sobre el maremágnum de papeles que cubría el escritorio. El siguiente paso era quitarle los pantalones y, luego, penetrarla.
El primer asalto siempre incluía un polvo rápido y furioso, de aquellos que desordenan los muebles y suelen llamar la atención de los que se encuentran en lugares cercanos. El segundo era más lento. Y el tercero incluía todos esos movimientos y ritos sensuales que en las películas se difuminan para que no las consideren porno.
Era igual que en un banquete: primero te atracas de comida para saciar el hambre, luego te concentras en los platos favoritos y por último terminas con un delicado postre…
Los dos se corrieron al mismo tiempo, él inclinado sobre ella y ella envolviendo las caderas de John con sus largas piernas.
Con el miembro palpitando, John levantó la cabeza. Enfrente había un archivador y una silla para las visitas. La pared era de cemento pintado de negro. Todo eso lo había visto muchas veces, no tenía nada de extraordinario, pero ahora de repente lo entristeció. Pensó que, aunque acababan de hacer el amor allí mismo, era el lugar elegido por su amada para mantenerse distanciada de él. Y se dijo que Xhex no lo había vuelto a invitar a su casa del río desde aquella primera sesión de sexo tras separarse.
Y tampoco había vuelto a pisar la mansión.
El macho cerró los ojos y trató de volver a centrarse en lo que estaba haciendo, que era lo que más le gustaba en la vida, pero lo único que pudo encontrar fueron vagas sensaciones de palpitación debajo de la cintura. Entonces abrió los ojos y quiso mirarla a la cara, pero Xhex había arqueado la espalda y solo le podía ver la barbilla. Y también papeles de sus empleados, tarjetas y cosas similares.
Alguno de sus gorilas podría estar en ese mismo instante en la puerta, escuchando lo que pasaba allí dentro.
Mierda, todo aquello era sórdido.
Él estaba teniendo una aventura… con su propia mujer.
Al principio había sido excitante, como si estuvieran viviendo la etapa de noviazgo y cortejo que nunca tuvieron. Y John lo consideró hasta divertido. Pero siempre había habido sombras aquí y allá.
Volvió a cerrar los ojos con fuerza y pensó que preferiría estar haciendo el amor en una cama. Su cama matrimonial. Y no porque fuera un tipo chapado a la antigua, sino porque añoraba la convivencia íntima, el placer de vivir y dormir junto a ella.
—¿Qué sucede, John?
El vampiro abrió los ojos. Tendría que haber imaginado que Xhex se iba a dar cuenta de lo que estaba pensando. Para ello no solo disponía de sus habilidades de symphath, sino que además era la persona que mejor lo conocía. Y ahora, al mirar el fondo de esos ojos grises, sintió una puñalada de dolor y tristeza en el pecho.
Sin embargo, no quería hablar de eso. Tenían muy poco tiempo para estar juntos.
John la besó apasionadamente, pues pensó que esa era la mejor manera de distraer su atención…, y funcionó. Cuando la lengua de Xhex se encontró con la suya, John comenzó a moverse otra vez dentro de ella y las largas caricias volvieron a llevarlo al límite del orgasmo. El ritmo era lento pero inexorable, y se dejó llevar a un lugar maravilloso donde su mente se serenó.
Esta vez la eyaculación fue una suave liberación que el macho mudo disfrutó con cierto desgarro.
Cuando terminó, John cobró plena conciencia del zumbido lejano de la música del club, el ruido de tacones en el pasillo y el timbre de un teléfono móvil.
A ella le pareció que su macho estaba un poco raro.
—¿Qué sucede?
John se percató de que estaban casi totalmente vestidos. ¿Cuándo había sido la última vez que habían estado totalmente desnudos?
Por Dios… Fue durante aquel periodo de felicidad después de su apareamiento. Pero eso parecía ya un recuerdo lejano. O tal vez había sido un simple sueño.
—¿Todo fue bien con Wrath hoy? —Xhex le hizo la pregunta al tiempo que se ponía los pantalones—. ¿Es eso lo que te preocupa?
La cabeza de John luchaba por serenarse, centrarse en la conversación con su pareja.
—Sí, creo que la reunión estuvo bien. Aunque es difícil saberlo con certeza. La glymera vive de apariencias.
—Ya. —Xhex nunca tenía mucho que decir acerca de los asuntos que tuvieran que ver con la Hermandad. Teniendo en cuenta lo que los hermanos pensaban acerca de que ella combatiera a su lado, a John le sorprendía que Xhex quisiera oír hablar de ellos siquiera.
—¿Y tú? ¿Cómo te ha ido hoy?
Ella cogió algo que estaba sobre el escritorio, una bolsita.
—Tenemos un nuevo capo en la ciudad.
John agarró lo que ella le arrojó y frunció el ceño al ver el símbolo que aparecía estampado sobre el celofán.
—¿Qué demonios es esto? Esto es… un carácter en Lengua Antigua.
—Sí, y todavía no sabemos quién está detrás. Pero te prometo que lo voy a averiguar.
—Avísame si hay algo que yo pueda hacer.
—Me las puedo arreglar sola.
—Lo sé.
El momento de silencio que siguió sirvió para recordarle a John dónde estaban y por qué.
—Ya sé que lo sabes, perdóname. Por cierto, he preferido no invitarte a mi casa porque ya me resulta suficientemente difícil dejarte ir cuando estamos aquí.
—Podría quedarme contigo. Podría mudarme y…
—Wrath nunca lo permitiría…, y con razón. Tú eres un bien muy valioso para él y mi cabaña no es ni remotamente tan segura como la mansión. Además, ¿qué demonios haríamos con Qhuinn? Él también merece tener una vida y al menos en la mansión disfruta de cierta autonomía.
—Entonces podría quedarme un día sí y otro no.
Xhex se encogió de hombros.
—¿Hasta que eso no sea suficiente? John, esto es lo que tenemos y es más de lo que tiene mucha gente. ¿No crees que Tohr mataría por algo parecido?
—Pero no es suficiente para mí. Soy codicioso y tú eres mi shellan, no solo una aventura.
—Pero yo no puedo regresar a la mansión. Lo siento. Si lo hago, terminaría odiándolos a ellos y odiándote a ti. Me gustaría fingir que puedo olvidarme del asunto, pero no puedo.
—Hablaré con Wrath…
—Wrath no es el problema. Ellos comparten tus opiniones. Todos ellos.
Al ver que John no respondía, Xhex se acercó a él, le agarró la cara con las manos y le miró a los ojos.
—Así es como tiene que ser. Ahora vete para que pueda cerrar aquí. Y regresa a primera hora de la noche. Ya estoy contando los minutos que faltan.
Lo besó con decisión.
Y luego dio media vuelta y salió de la oficina.