21
Tohr esperaba en el vestíbulo junto a sus hermanos. Tenía un mal presentimiento sobre lo que podía ocurrir esa noche. Trataba de tranquilizarse achacándolo al mal sueño en el que aparecían su Wellsie y el bebé, el mismo sueño que había tenido ocasionalmente, pero que solo había entendido cuando Lassiter lo puso en su contexto. Ahora Tohr sabía que sus dos seres más queridos se encontraban en el Limbo, arropados bajo una manta gris, en medio de un paisaje igualmente gris, muy frío e inhóspito.
Los dos se iban alejando gradualmente.
La primera vez que tuvo esa visión pudo observar cada uno de los cabellos de su shellan…, y las uñas…, y la forma en que las fibras ásperas de la manta reflejaban la extraña luz ambiental… Veía también los contornos del pequeño fardo que ella acunaba en su pecho.
Últimamente, sin embargo, Wellsie estaba a varios metros de distancia y el suelo gris que los separaba parecía poco menos que insalvable. Y para empeorar las cosas, la amada había perdido todo el color y su rostro y su pelo tenían ahora el mismo color gris que la prisión en la que estaba encerrada.
Naturalmente, Tohr había despertado a punto de volverse loco.
Por Dios santo, en los últimos meses no había hecho más que esforzarse en seguir adelante. Había bajado a comer y cenar todos los días, sin faltar ninguno. Incluso intentó hacer yoga, meditación trascendental y todas esas tonterías, y hasta se había metido en Internet a buscar información sobre las distintas etapas del duelo y toda esa cháchara seudopsicológica.
Había tratado de no pensar en Wellsie, y si su subconsciente rescataba de forma traicionera algún recuerdo hacía lo posible por aniquilarlo. Cuando le dolía el corazón buscaba en su mente imágenes de palomas escapando de una jaula, presas que se desbordaban, estrellas fugaces y otro montón de estúpidas metáforas que había visto en libros de autoayuda.
Y, sin embargo, seguía teniendo el terrible sueño en tonos grises.
Y Lassiter continuaba allí.
Todos aquellos esfuerzos no estaban sirviendo de nada.
De pronto llegó a sus oídos la voz del rey.
—¡Tohr! ¿Me escuchas?
—Sí.
—¿Seguro? —Tras unos tensos instantes, las gafas oscuras de Wrath giraron para concentrarse en el resto del grupo—. Esto es lo que vamos a hacer: V, John Matthew, Qhuinn y Tohr, conmigo. Todos los demás, listos en el campo, listos para acudir en apoyo.
Se oyó un rugido colectivo de asentimiento de los hermanos, que de inmediato comenzaron a salir.
Tohr fue el último en llegar a la puerta y, justo cuando acababa de cruzar el umbral, algo le hizo detenerse y mirar hacia atrás.
N’adie había salido de la nada y allí estaba, observándolo desde el borde exterior del mosaico que representaba un manzano. La capucha y el manto hacían que pareciese una sombra que de repente hubiese adquirido tres dimensiones.
El tiempo pareció volverse más lento y cuando los ojos de los dos se cruzaron, Tohr sintió que algo extraño sucedía entre ellos.
En los meses que habían transcurrido desde la primavera, había visto a N’adie durante las comidas, se había obligado a hablarle, le había retirado la silla con caballerosidad y la había ayudado a servirse, tal como hacía con las otras hembras de la casa.
Pero nunca habían estado solos y jamás la había tocado.
Sin embargo, por alguna razón, ahora era como si la estuviera tocando.
—N’adie…
La hembra descruzó los brazos para liberarlos de las mangas del manto y levantó las manos hacia la capucha que le cubría la cabeza. Con elegancia, se descubrió el rostro.
Tenía los ojos luminosos, aunque parecía un poco atemorizada. Sus rasgos eran tan perfectos como aquella tarde de primavera en el Santuario. Y, más abajo, el precioso cuello brillaba como una columna delicada y pálida…, que ella se tocó suavemente con dedos temblorosos.
De repente, Tohr sintió el golpe del deseo. Las ansias de estar con una hembra repercutieron por todo su cuerpo, alargando sus colmillos, haciéndole abrir los labios…
—¿Tohr? ¿Qué demonios pasa?
La voz inquisitiva de V rompió el hechizo y Tohr, maldiciendo, se volvió enseguida.
—Voy…
—Más vale, porque el rey te está esperando, ¿sabes?
Tohr volvió a mirar hacia el vestíbulo, pero N’adie ya había desaparecido.
Mientras se restregaba los ojos, el guerrero se preguntó si habría imaginado todo el asunto. ¿Estaría tan debilitado que ya incluso tenía alucinaciones?
Pero si estaba viendo visiones, no era debido al agotamiento, le dijo una voz interior.
—No digas ni una palabra más —murmuró al pasar junto a V—. Ni una más.
Eso fue suficiente para que V comenzara a recitar entre dientes una letanía resumiendo todos los defectos de Tohr, reales e imaginarios. Pero, pese a sus palabras, el aludido no dijo nada. Casi prefería oír los reproches, entretenerse con algo mientras caminaban hacia donde estaban Wrath, John Matthew y Qhuinn.
—Aquí estoy —anunció Tohr.
Ninguno de los otros necesitó decir nada en voz alta. Sus expresiones eran elocuentes.
Segundos después, los cinco volvieron a tomar forma en el jardín de una casa tan grande que en ella se podría alojar todo un ejército. Pero el único que vivía allí era el dueño, porque era el último que quedaba de su linaje.
Esto mismo había ocurrido en demasiadas casas a lo largo de los últimos meses. Demasiadas. Y la historia era siempre la misma. Familia diezmada. Todas las esperanzas perdidas. Y los que quedaban no podían más que seguir tirando, arrastrarse por la vida, pues eso no era vivir.
La Hermandad asumía que sus visitas pudieran no ser bienvenidas, aunque, naturalmente, nadie se atrevía a hacerle un desplante al rey. Así que no corrían riesgos innecesarios: con las armas en la mano, todos avanzaban en formación hacia la puerta: Tohr iba delante de Wrath, V detrás, John a la derecha del rey y Qhuinn al otro lado.
Les quedaban dos reuniones más como esa y luego podrían tomarse un descanso… Pero lo que sucedió enseguida demostró que todo se podía ir a la mierda en cualquier instante.
Abruptamente, el mundo comenzó a dar vueltas y la casa antigua empezó a girar como si sus cimientos fueran la base de una licuadora.
Se oyó un grito.
—¡Tohr!
Una mano lo agarró. Alguien lanzó una maldición.
—¿Le han disparado?
—Maldito hijo de puta…
Mientras maldecía, Tohr se quitó a todo el mundo de encima y recuperó el equilibrio.
—Joder, estoy bien…
V acercó tanto su cara a la de Tohr que parecía querer aplastarle la nariz.
—Vete a casa.
—¿Estás loco?
—Eres un peligro aquí. Voy a pedir refuerzos.
Tohr estaba a punto de protestar, pero Wrath sacudió la cabeza y dictó sentencia.
—Necesitas alimentarte, hermano. Ya es hora.
—Y Layla está lista —agregó Qhuinn—. La he mantenido aquí para eso.
Tohr miró a los cuatro con aire desafiante, pero sabía que no tenía nada que argumentar. Joder, V ya tenía el móvil en la oreja.
Tohr sabía que ellos tenían razón. Pero, maldita sea, no quería volver a pasar por esa tortura.
—Vete a casa —insistió Wrath.
V guardó el móvil.
—Rhage llegará en… ¡Bingo!
Cuando Hollywood apareció, Tohr maldijo un par de veces. Pero no había modo de resistirse. No podía pelear contra ellos…, ni contra la realidad.
Con el mismo entusiasmo que alguien que se acerca al quirófano para que le amputen una extremidad, Tohr regresó a la mansión… para buscar a la Elegida Layla.
Mierda.
‡ ‡ ‡
A través de sus prismáticos, Xcor observó cómo el venerable Assail entraba en una cocina gigantesca y se detenía frente a una ventana que miraba exactamente en la dirección en la que se encontraban ellos.
El macho seguía siendo increíblemente atractivo, de pelo oscuro y piel bronceada. Sus rasgos eran aristocráticos y por ello parecía muy inteligente, aunque, claro, esa era la ventaja de la glymera. Con frecuencia, la gente tenía una apariencia tan distinguida que los demás suponían erróneamente que también poseía una inteligencia superior.
El vampiro comenzó a hacer algo. Xcor frunció el ceño y se preguntó si no estaría viendo visiones. Pero… no. Parecía que, en efecto, el macho estaba revisando el mecanismo de un arma de fuego con tanta destreza que parecía un experto. Terminada la operación, se guardó el arma en el interior de la chaqueta de su traje negro de corte perfecto y tomó otra pistola, que empezó a revisar con la misma precisión.
Extraño.
A menos que el rey le hubiese advertido que podía haber problemas durante su visita. Pero no, eso sería una tontería. Si tú representas el poder de la raza, no quieres dar la impresión de que te encuentras en peligro, sobre todo si eso es cierto.
—Se marcha —anunció Xcor, al ver que Assail aparecía a la entrada del garaje—. No se va a encontrar con Wrath. Al menos no será aquí esta noche. Crucemos el río ahora mismo, vamos.
En un segundo, sus soldados y él se desintegraron y volvieron a tomar forma en el bosque de pinos que había al borde de la propiedad.
Xcor se dio cuenta, entonces, de que estaba equivocado acerca de las condiciones de la finca. Había pequeñas zonas circulares en las que estaba creciendo el césped y allí, por la parte de atrás de la casa, había un montón de troncos perfectamente ordenados. Y también árboles enteros. No muy lejos, un hacha clavada en un tocón, y un serrucho…, y un fardo de leña recién cortada y lista para quemarla.
De todo ello se desprendía que el macho sí tenía algún doggen. Se confirmaba, eso sí, que deseaba contar con una zona despejada alrededor de la casa para avistar a posibles atacantes.
Assail, a fin de cuentas, no parecía ser el típico aristócrata, pensó con inquietud Xcor. ¿Quién era en realidad y qué pretendía ese hombre?
La puerta del garaje que se encontraba más cerca de la casa comenzó a levantarse sin hacer ningún ruido y a medida que subía revelaba un haz de luz cada vez más grande. En el interior rugió un poderoso motor. Al cabo de unos instantes, un coche largo y negro salió al ralentí.
El vehículo se detuvo de repente y la puerta comenzó a bajar. Era evidente que Assail estaba esperando pacientemente a que la casa quedara bien cerrada antes de partir. Y luego, cuando arrancó, no lo hizo a toda velocidad ni encendió los faros.
—Tenemos que seguirlo. —Xcor guardó los prismáticos y se los colgó del cinturón.
Desintegrándose de manera alternativa, la pandilla de bastardos pudo seguir al macho hasta el río, en dirección a Caldwell, con facilidad. La persecución no representaba ningún desafío: a pesar de ir al volante de lo que aparentaba ser un coche deportivo muy rápido, Assail no mostraba ninguna prisa…, lo cual, en otras circunstancias, Xcor habría atribuido a que el macho era el típico aristócrata que no tenía otra cosa que hacer que lucirse en su automóvil de lujo.
Pero en esta ocasión probablemente no se trataba de eso.
El coche se detuvo en todos los semáforos, evitó la autopista y entró en la zona de callejones del centro con la misma parsimonia.
Assail dobló a la izquierda, luego a la derecha y a la izquierda otra vez. De nuevo a la izquierda. Todavía hizo otros giros hasta llegar a la parte más vieja de la ciudad, donde los edificios de ladrillo estaban en ruinas y se veían más fogatas de indigentes que negocios prósperos.
No podría haber tomado una ruta menos directa.
Xcor y su pandilla lo siguieron desintegrándose de un tejado a otro, un ejercicio que se fue haciendo más difícil a medida que se degradaban las condiciones de la zona.
Pasado un rato, el coche se detuvo frente a la entrada de un callejón estrecho, entre un inmueble clausurado y el cascarón de un viejo edificio. Al bajarse del vehículo, Assail expulsó el humo del cigarro y el olor dulzón subió con el aire hasta la nariz de Xcor, quien por un momento se preguntó si habrían caído en una trampa, por lo que agarró enseguida su arma, mientras sus soldados hacían lo mismo. Pero acto seguido un coche grande y negro dobló por el callejón. El nuevo automóvil se detuvo frente a Assail. Entonces se hizo evidente la posición ventajosa del aristócrata. A diferencia de los recién llegados, había estacionado frente a la boca del callejón, de manera que, dado el caso, podía escapar en cualquier dirección.
Del otro coche se bajaron cuatro humanos. El que iba delante lo saludó con una pregunta:
—¿Has venido solo?
—Sí. Tal y como lo pedisteis.
Los humanos cruzaron miradas que sugerían que el hecho de que el vampiro se hubiese presentado solo demostraba que estaba loco.
—¿Tienes el dinero?
—Sí.
—¿Dónde está?
—Lo tengo conmigo. —El acento del vampiro era pesado como el de Xcor, pero ahí terminaba el parecido, pues uno era el acento aristocrático de la clase alta y el otro no era más que el tono burdo de un campesino—. ¿Vosotros tenéis mi mercancía?
—Sí, aquí está. Muéstranos la pasta.
—Cuando vea lo que me habéis traído.
El hombre que lideraba el grupo sacó un arma y la apuntó contra el pecho del vampiro.
—No vamos a hacer las cosas de esa manera.
Assail soltó otra bocanada de humo azul y giró el cigarro entre los dedos. El humano perdió la paciencia.
—¿Has oído lo que he dicho, imbécil?
Los otros tres hundieron las manos en los bolsillos de sus chaquetas.
—Sí, sí lo he oído.
—Vamos a hacer las cosas a nuestro modo, idiota.
—Podéis llamarme Assail, por favor.
—Vete a la mierda. Dame el dinero.
—Bueno. Si eso es lo que queréis…
De repente, los ojos del vampiro se clavaron en los del humano y al cabo de un momento la pistola que el hombre tenía en la mano comenzó a vibrar. El tipo miró, confundido, su mano.
—Pero esa no es la forma en que yo hago negocios —murmuró Assail.
El cañón de la pistola comenzó a moverse gradualmente, alejándose del vampiro y trazando un gran círculo hacia el otro extremo. Con pánico creciente, el hombre se agarró su propia muñeca, como si estuviera luchando con otra persona. Pero sus esfuerzos no pudieron hacer nada para cambiar la trayectoria del cañón.
Mientras el arma se volvía poco a poco hacia su propio portador, los otros hombres comenzaron a gritar y a moverse. El vampiro no dijo nada, no hizo nada. Permaneció calmado, con un dominio absoluto de sí mismo, y se limitó a paralizar a los otros tres con la mirada, inmovilizando sus cuerpos pero no sus rostros. Esas expresiones de pánico eran realmente magníficas. Hubiera sido una pena perderse el espectáculo.
Cuando el arma quedó apuntando contra la sien del hombre, Assail sonrió y enseñó unos dientes blancos que brillaron en la oscuridad.
—Permitidme mostraros cómo hago yo negocios —dijo en voz baja.
Un segundo después, el humano apretó el gatillo y se disparó en la cabeza.
Mientras el cuerpo caía sobre el pavimento y el sonido del disparo retumbaba por todo el callejón, los ojos de los otros se abrieron con horror. Sus cuerpos permanecían fijos, inmóviles.
—Tú. —Assail señaló al que estaba más cerca del coche—. Tráeme lo que he comprado.
—Yo…, yo… —El hombre tragó saliva con esfuerzo—. No hemos traído nada.
Assail habló con una elegancia digna de un rey.
—Lo siento, ¿qué has dicho?
—No hemos traído nada.
—¿Y por qué no?
—Porque nosotros íbamos a… —El hombre tuvo que volver a tragar saliva—. Íbamos a…
—¿Ibais a coger mi dinero y luego me ibais a matar? —Al ver que no había respuesta, Assail asintió con la cabeza—. Ya veo. Entonces estoy seguro de que entenderéis lo que debo hacer ahora.
El vampiro dio una calada a su cigarro. El hombre que había hablado vio cómo el arma giraba hacia su cabeza.
Uno tras otro, se oyeron otros tres tiros.
Y luego el vampiro pasó por encima de ellos y apagó su cigarro contra la boca del primero que había caído.
Xcor se rio entre dientes mientras Assail regresaba a su vehículo.
Zypher miró al jefe.
—¿Lo seguimos?
Buena pregunta. Allí, en el centro de la ciudad, había muchos restrictores que atrapar y no había razón para preocuparse por que Assail estuviera haciendo dinero con las adicciones de los humanos. Todavía quedaban una cuantas horas de oscuridad que podían aprovechar. Pero aún podía tener lugar el encuentro entre el macho y el rey.
—Sí —respondió Xcor—. Pero lo seguiremos Throe y yo solos. Si hay una cita con Wrath, os avisaremos de alguna forma.
—Esa es la razón por la cual todos necesitamos teléfonos móviles —dijo Throe—. Para lograr una coordinación más rápida y mejor.
Xcor apretó los dientes. Desde su llegada al Nuevo Mundo había permitido que Throe llevara uno de aquellos putos teléfonos, pero no los otros. El sentido del olfato y el oído de un guerrero, el instinto afinado por el entrenamiento y la experiencia, su conocimiento del enemigo y de sí mismo, todo eso era lo decisivo. Y ninguna de esas cosas venía con una factura mensual, ni había que recargarlas, ni te las podías olvidar en el bar de la esquina.
Así que Xcor hizo caso omiso del comentario.
—Los demás id en busca del enemigo.
—¿Cuál de ellos? —Zypher soltó una carcajada—. Cada vez tenemos más enemigos entre los que elegir.
Así era. Porque Assail no se estaba portando como un aristócrata. Estaba actuando como un macho que tal vez trataba de construir un imperio propio.
Era totalmente posible que este miembro de la glymera fuera el vampiro que Xcor andaba buscando. Lo cual significaba que también tendría que ser eliminado en algún momento, y no como un simple daño colateral.
En Caldwell solo había sitio para un rey.