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—Tómate unos días libres… Relájate… Disfruta de la vida…
Mientras Xhex murmuraba esas palabras frente a una galería de muebles antiguos, se paseaba de un lado a otro de su alcoba y luego entraba en el baño. Y otra vez en la alcoba. Y de nuevo en el reino del mármol.
En el baño que compartía ahora con John, Xhex se detuvo frente al jacuzzi. Al lado de la grifería de bronce había una bandeja de plata con toda clase de lociones y productos de aseo femeninos. Y eso no era todo. ¿Qué había al lado del lavabo? Otra bandeja, esta vez llena de perfumes de Chanel: Cristalle, Coco, No. 5, Coco Mademoiselle. Luego estaban los cestos llenos de cepillos para el pelo, unos de cerdas cortas y otros de cerdas largas y puntiagudas, o de púas de metal. ¿Y en los armaritos? Una fila de productos para el cuidado de las uñas y suficientes frascos de esmalte como para asustar a Barbie. Además de quince clases distintas de mousse, gel y laca fijadora.
«Pero ¿cómo es posible?», se dijo.
Y encima, maquillaje Bobbi Brown.
¿Quién diablos creían que se había mudado allí? ¿La confundían con una de las hermanas Kardashian?
Xhex movió la cabeza. No podía creer que ahora conociera a Kim, Kourtney, Khloe y Kris; Rob, el hermano; Bruce, el padrastro; las hermanitas Kendall y Kylie, y menos aún a los distintos maridos y novios y ese tal Mason…
Mientras se miraba a los ojos en el espejo, Xhex pensó: «Esta sí que es buena; ¡me estoy comiendo el coco con E! Entertainment Television».[1]
Ciertamente resultaba menos sangriento que cortarse las venas, pero los resultados eran idénticos. O al menos muy parecidos.
—Esa mierda debería traer una nota de advertencia.
Xhex se miró en el espejo y reconoció el pelo negro cortado al rape, la piel pálida y el cuerpo duro, compacto. Las uñas bien cortadas. La absoluta ausencia de maquillaje. Incluso llevaba su propia ropa, la camiseta negra sin mangas y los pantalones de cuero que se había puesto cada noche durante años.
Bueno, excepto un par de noches atrás, cuando había llevado algo totalmente distinto.
Tal vez ese vestido era la razón de que estuviese allí toda esa parafernalia femenina que había hecho su aparición después de la ceremonia de apareamiento: Fritz y los doggen debían imaginarse que ella ya había pasado esa página. Esa podía ser una explicación, o quizá toda esa parafernalia era parte de lo que venía con el estatus de shellan recién apareada.
De pronto Xhex se dio la vuelta y se llevó las manos a la base del cuello, al lugar donde colgaba el enorme diamante cuadrado que John le había comprado. Engastado en una base de platino, era la única pieza de joyería que alguna vez se había imaginado que podría llevar: pesado, sólido, capaz de resistir una buena pelea y permanecer en su lugar.
En este nuevo mundo de Paul Mitchell y Bed Head y todos esos empalagosos perfumes de Coco, al menos John sí la entendía. Porque en cuanto al resto, ¿cabía siquiera la posibilidad de educarlos? No sería la primera vez que tendría que hacer el papel de maestra de un puñado de machos que pensaban que el mero hecho de tener tetas hacía que tu lugar en la vida fuera una jaula de oro. ¿Realmente alguien estaba tratando de convertirla en una chica de la glymera? Pues ella acababa de serrar los barrotes de oro, había puesto una bomba en la jaula y había colgado los restos humeantes de uno de los candelabros del vestíbulo.
Xhex se dirigió a la alcoba, abrió el armario y sacó el vestido rojo que había llevado durante aquella ceremonia. Era el único vestido que se había puesto en la vida y tenía que admitir que había disfrutado con la manera en que John se lo había arrancado con los dientes. Y tenía que reconocer, claro, que las noches de descanso habían sido grandiosas: las primeras vacaciones en años. Lo único que habían hecho era follar, alimentarse el uno del otro, comer estupendamente y repetirlo todo otra vez, después de un buen rato de sueño.
Pero ahora John había vuelto al campo de batalla, y ella tenía que empezar a combatir al día siguiente.
Eran solo veinticuatro horas de diferencia, un pequeño retraso, no una negativa rotunda.
Entonces, ¿cuál era su maldito problema?
Tal vez toda aquella parafernalia femenina estaba sacando a la superficie a la pequeña bruja que llevaba dentro. Nadie la había enjaulado, nadie le estaba haciendo cambiar y eso de sentarse a ver a los Kardashian durante horas y horas solo era culpa suya. Y todos esos productos de belleza, ¿qué? Los doggen solo estaban tratando de ser amables, y lo hacían de la única manera que conocían.
No había muchas hembras como ella. Y el hecho de que fuera medio symphath no significaba que…
Xhex frunció el ceño y agitó la cabeza.
Mientras dejaba que el vestido de satén cayera al suelo se concentró en el patrón emocional que percibía fuera, en el corredor.
Con su percepción symphath aguzada, la estructura tridimensional de tristeza, dolor y vergüenza que sentía parecía tan real como cualquier edificación que tuviera ante sí. Por desgracia, en este caso no había manera de arreglar los cimientos, o de tapar el agujero del techo, o de poner a punto el sistema eléctrico. A pesar de lo mucho que Xhex sabía sobre cómo manipular las emociones de una persona, se sentía como quien reforma una casa pero no puede contratar operarios capaces de hacer las reparaciones necesarias: ni fontaneros, ni electricistas, ni pintores, de manera que el propio dueño del inmueble tiene que realizar las mejoras por sí mismo, sin contar con la ayuda de nadie.
Al salir al pasillo de las estatuas, Xhex sintió un temblor que sacudió su propia estructura emocional. Pero, claro, la figura encapuchada y coja que tenía frente a ella era nada menos que su madre.
Dios, esas palabras todavía sonaban muy extrañas, aunque lo hicieran solo en su cabeza, y en realidad de forma un poco superficial.
Xhex carraspeó.
—Buenas noches…, ah…
No parecía correcto terminar con un mahmen, o mamá, o mami. N’adie, el nombre al que respondía la hembra, tampoco era muy atractivo. Pero, claro, ¿cómo se le puede llamar a alguien que fue secuestrada por un symphath, violada y mancillada y que luego fue obligada por la biología a dar a luz al producto de esa tortura?
Nombre y apellidos: Lo Siento Mucho.
Cuando N’adie se dio la vuelta, la capucha se mantuvo en su lugar, cubriéndole el rostro.
—Buenas noches. ¿Cómo te encuentras?
El idioma moderno sonaba un poco acartonado en los labios de su madre, lo cual sugería que lo mejor para ella era hablar la Lengua Antigua. Y la reverencia que siguió al saludo, y que era totalmente innecesaria, resultaba un poco rara, probablemente debido a la lesión que causaba la cojera.
Por otro lado, el aroma que despedía no se parecía en nada a un perfume de Chanel. A menos que la famosa firma estuviera sondeando ahora el mercado del drama.
—Bien. ¿Adónde vas?
—A ordenar el salón.
Xhex contuvo las ganas de decirle que no lo hiciera. Fritz no permitía que nadie excepto los doggen moviera un dedo en la mansión, y N’adie, a pesar de haber venido a atender a Payne, se alojaba en una de las habitaciones de huéspedes, cenaba en la mesa con los hermanos y era aceptada allí como la madre de una shellan. En ningún caso era vista como una criada.
—Sí, ah… ¿No preferirías?… —Se interrumpió. ¿Qué iba a preferir?, se preguntó Xhex. ¿Qué podrían hacer ellas dos juntas? Xhex era una guerrera. Su madre era… un fantasma sin sustancia. No tenían muchas cosas en común.
—No te preocupes —dijo N’adie con voz suave—. No me importa hacer estas cosas…
De pronto, en el vestíbulo se oyó un estruendo, como si acabara de estallar la peor de las tormentas. Al ver que N’adie retrocedía con pavor, Xhex miró hacia atrás por encima del hombro. ¿Qué diablos estaba sucediendo?
Rhage, alias Hollywood, alias el más grande y apuesto de los hermanos, aterrizó de pronto en el balcón del segundo piso; su cabeza rubia se dirigió hacia Xhex. Sus ojos, entre verdes y azulados, parecían arder.
—Ha llamado John Matthew. Están casi desbordados en el centro. Coge tus armas y reúnete con nosotros en la puerta principal en diez minutos.
—Genial —siseó Xhex, frotándose las manos.
Cuando se volvió hacia su madre, vio que la pobre estaba temblando pero trataba de disimularlo.
—No hay motivos de preocupación —dijo Xhex—. Soy buena peleando. Volveré sin un rasguño.
Era una guerrera, desde luego, pero no era eso lo que le preocupaba de verdad a la hembra mayor… Tenía miedo, sí…, pero de Xhex, no de lo que le pudiera ocurrir a Xhex.
Bueno, teniendo en cuenta que Xhex era medio symphath, era natural que su madre pensara en el peligro antes que en su hija.
—Ya me voy —dijo Xhex—. No te preocupes.
Mientras corría de regreso a su cuarto, Xhex no pudo menos que reconocer que sentía dolor y angustia por atemorizar a su propia madre, aunque fuera sin querer. No, no percibía ni rastro de amor materno… Pero, claro, tampoco podía hacer caso omiso de la realidad: no fue una hija deseada. Y seguía sin serlo.
Y, ¿quién podía culparla?
‡ ‡ ‡
Bajo la capucha de su manto, N’adie observó cómo la hembra alta, fuerte y despiadada que había traído al mundo salía corriendo a combatir contra el enemigo.
Xhexania no parecía preocupada por la idea de ir a enfrentarse con un montón de restrictores letales. De hecho, la sonrisa que se había dibujado en su cara al oír la orden del hermano sugería que esa perspectiva más bien le entusiasmaba.
N’adie sintió que le flaqueaban las rodillas al pensar en ese ser que había traído al mundo, esa hembra de extremidades poderosas y corazón vengativo. Ninguna hembra de la glymera reaccionaría de esa manera; aunque, claro, tampoco las invitarían jamás a pelear.
La naturaleza symphath formaba parte de su hija.
Querida Virgen Escribana…
Y, sin embargo, cuando Xhexania se había dado la vuelta, su cara mostraba una expresión que trató de esconder rápidamente.
N’adie se apresuró hacia el cuarto de su hija. Al llegar a la gran puerta, golpeó suavemente.
Transcurrió un momento antes de que Xhexania abriera.
—Hola.
—Lo siento.
No hubo ninguna reacción visible. La hija respondió con gesto impasible.
—¿Por qué lo dices?
—Sé lo que se siente cuando tus padres no te aman y no quisiera que tú…
—Está bien. —Xhexania se encogió de hombros—. No creas que no sé cuáles son tus sentimientos.
—Yo…
—Escucha, tengo que prepararme rápidamente. Entra si quieres, pero te advierto que no me estoy vistiendo para ir a tomar el té.
N’adie vaciló un segundo en el umbral. Echó una ojeada al interior. La habitación estaba bastante desordenada: la cama sin hacer, había pantalones de cuero sobre las sillas, dos pares de botas en el suelo, un par de copas de vino sobre una mesita en la esquina. Por todas partes se percibía el aroma sensual y misterioso de un macho purasangre y enamorado.
El mismo olor que despedía la propia Xhexania.
Se oyó una serie de clics y N’adie miró hacia atrás. Junto al armario, Xhexania estaba preparando un arma de aspecto aterrador. Parecía muy experta en su manejo al deslizarla en una funda que llevaba bajo el brazo. Luego sacó otra más. Y después preparó la munición y un cuchillo… Armada hasta los dientes, se volvió a dirigir a su madre.
—No te vas a sentir mejor si te quedas ahí mirándome.
—No he venido a sentirme mejor.
Xhex, que repasaba su armamento de nuevo, la miró asombrada.
—Entonces, ¿por qué has venido?
—He visto la expresión de tu rostro. No quiero eso para ti.
Xhexania metió la mano en el armario y sacó una chaqueta de cuero negro. Al tiempo que se la ponía, soltó una maldición.
—Mira, las dos sabemos muy bien que ni tú querías que yo naciera ni yo quería venir a este mundo. Yo te perdono y tú me perdonas a mí, porque una y otra somos las víctimas, y bla, bla, bla. Dejemos eso bien claro y así cada una podrá seguir su camino.
—¿Estás segura de que eso es lo que deseas?
La hembra se quedó paralizada otra vez y entornó los ojos.
—Sé lo que hiciste la noche en que nací.
N’adie dio un paso atrás.
—¡Cómo…!
Xhexania se señaló el pecho.
—Soy una symphath, ¿recuerdas? —La joven guerrera avanzó con paso amenazante—. Eso significa que puedo entrar dentro de las personas, así que soy capaz de percibir el miedo que estás sintiendo ahora mismo. Y los remordimientos que te atormentan. Y el dolor que te tortura. El simple hecho de estar frente a mí te hace regresar al lugar en que estabas cuando todo sucedió y, sí, sé que te clavaste una daga en el estómago para no tener que enfrentarte al futuro conmigo. Así que, como ya te he dicho, ¿qué te parece si sencillamente nos perdonamos y nos ahorramos todo este follón?
N’adie alzó la cara.
—Es cierto, pero no del todo, porque al fin y al cabo eres una mestiza.
Xhex levantó las cejas.
—¿Cómo?
—Quizá solo percibes una parte de lo que siento por ti. O tal vez no quieres reconocer, por razones que solo tú conoces, que quizá yo sí quiero cuidarte.
Xhex, con su aspecto terrorífico, cubierta de armas letales, pareció de repente muy vulnerable.
—¡Por favor!
—No cierres todos los caminos con esa áspera actitud —susurró N’adie—. Evita ponerte siempre a la defensiva. No tenemos que forzar nada que no exista ya. Pero piensa, por favor: si hay alguna oportunidad, no impidamos que algo florezca entre nosotras. Tal vez…, tal vez si me dijeras, si hubiera alguna forma, aunque sea mínima, de que yo pueda ayudarte. Podríamos empezar por ahí… y ver qué sucede.
Xhexania comenzó a pasearse de un lado a otro. Su cuerpo fibroso parecía el de un macho, y no solo porque iba vestida como un hombre. Su energía era masculina. Cuando llegó frente al armario se detuvo y, después de un momento, recogió el vestido rojo que Tohrment le había dado para que se lo pusiera el día de su apareamiento.
—¿Ya te has ocupado del vestido? —preguntó N’adie—. No digo que esté mal, pero las telas finas necesitan cuidado para que duren más.
—No sabría cómo hacerlo.
—Entonces, ¿me permites hacerlo por ti?
—Está perfectamente.
—Por favor, déjame hacerlo.
Xhexania miró a su madre y le habló en voz baja.
—¿Por qué diablos quieres ayudarme?
La verdad era tan simple como cuatro palabras y tan compleja como todo un idioma.
—Porque eres mi hija.